LA REBELIÓN DE LAS COMUNIDADES CASTELLANAS El inicio del reinado de Carlos I, estuvo marcado por la revuelta comunera, uno de los acontecimientos de mayor trascendencia en la historia de Castilla y León. En 1518 se abrieron las Cortes de Valladolid, donde se produjeron las primeras protestas contra la exigencia de impuestos por parte de Carlos I. Las malas cosechas, el alza de precios y el desánimo por el absentismo del rey se unieron a la indignación por la presencia de extranjeros, flamencos sobre todo, en los más altos cargos. Parte de la nobleza y del clero castellano deseaba unas Cortes más representativas, que limitaran el poder del monarca. Pero el rey necesitaba fondos para financiar la elección como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y decidió subir los impuestos indirectos (las alcabalas). Las presiones y amenazas del rey hicieron que las Cortes le otorgaran el dinero pedido y así marchó a Alemania. Adriano de Utrecht quedó como regente del reino mientras se extendían las protestas por Castilla. En las reivindicaciones se entremezclaban peticiones políticas, económicas y sociales; al rechazo de la presencia masiva de extranjeros en el gobierno de Castilla se unía el descontento popular ante la subida de precios de los productos básicos y las quejas de los artesanos textiles por la escasez de lana que se exportaba masivamente hacia Flandes. El contexto de revuelta se había ido generando con la inestabilidad política debida al periodo de Regencias, tras la muerte de Isabel I. El rechazo de Carlos I a las peticiones que se le presentaban desembocó en el enfrentamiento armado. La mayoría de las ciudades castellanas se proclamaron comuneras, y más tras haber sido arrasada Medina del Campo al negarse a entregar la artillería al ejército real. El movimiento comunero fue fundamentalmente urbano, apoyado por las clases medias (artesanos, mercaderes, funcionarios). En 1520, se constituía en Ávila la Santa Junta Comunera que se consideró como asamblea representativa y gobierno del reino en nombre de doña Juana, la madre del emperador Carlos, a quien visitaron los jefes comuneros en su encierro en Tordesillas sin lograr una clara adhesión a su causa. Los integrantes de la Junta trataron de conseguir que el poder real obedeciera los principios y normas del derecho tradicional castellano: la Corona legislaría y gobernaría pero en coparticipación con las Cortes. En 1520, el regente Adriano contó con el apoyo de ricos mercaderes y nobles ante la radicalización del movimiento comunero que manifestaba un carácter antiseñorial en el campo. Tras el enfrentamiento en Torrelobatón, el ejército real derrotó al ejército comunero en Villalar, el 23 de abril de 1521. Tres de los dirigentes, Juan Padilla, de Toledo, Juan Bravo, de Segovia, y Francisco Maldonado, de Salamanca, fueron ejecutados al día siguiente. El obispo Acuña, de Zamora, consiguió escapar. Toledo fue la última ciudad comunera en rendirse, defendida por María Pacheco. La derrota comunera tuvo una considerable trascendencia ya que supuso el declive de Castilla. Consolidó definitivamente la decadencia de sus instituciones de carácter comunitario (concejos y Cortes) y facilitó la imposición de un modelo autoritario de gobierno en el que el poder real apenas encontró cortapisas. Los recursos castellanos fueron utilizados para financiar la política imperial. Castilla, sujeta al pago de elevados impuestos y cargas, se vio abocada a la ruina material, al agotamiento económico y a la quiebra demográfica. A finales del siglo XVII, las tierras del Duero habían perdido su protagonismo en la vida económica, social y cultural de la Monarquía Hispánica. . Poblaciones comuneras . Poblaciones realistas