La importancia de la formación en educación emocional en el profesorado de Educación Secundaria Obligatoria Autor: Jacobo García de Rueda Pasada la primera década del siglo XXI, los profesores hemos de afrontar una posición nueva, con nuevos retos y desafíos, muy diferentes a los de décadas anteriores. La falta de disciplina del alumnado, los problemas de comportamiento, las ratios de alumnos excesivas, la falta de motivación por aprender, la apatía estudiantil y el bajo rendimiento se han convertido en importantes fuentes de estrés para el profesorado que afectan a su rendimiento laboral. La inmigración está contribuyendo a la heterogeneidad cultural de las clases, lo cual se convierte en un desafío adicional para el profesor que debe ajustar el estilo de enseñanza y el curriculum a las nuevas necesidades. La pérdida de credibilidad en la labor profesional de los profesores y el bajo estatus social merman aún más la capacidad de afrontamiento del docente. Por si fuera poco, las administraciones educativas demandan al profesor una mayor especialización no sólo en contenidos sino también en la metodología docente, en el conocimiento psicológico de los alumnos, en la enseñanza de valores cívicos y morales, etc. A pesar o quizá precisamente a causa de este panorama, a veces desolador, nuestro sistema educativo está asistiendo a un proceso muy importante de transformación de los planes de estudio y a una modificación de la escolaridad obligatoria orientada hacia el desarrollo integral de la persona centrado en las competencias clave (LOMCE, 2013). Las administraciones educativas y la propia sociedad son cada vez más conscientes de la necesidad de un curriculum específico que desarrolle contenidos emocionales. La Unesco, en su informe Delors (1996), para la educación del siglo XXI, incide en el papel de las emociones y en la necesidad de educar las demandas emocionales del ser humano junto a su dimensión cognitiva. La legislación educativa vigente para la escolaridad obligatoria (LOMCE, 2013), muestra un perfil docente multidimensional, en el que el profesor aparece como un agente educativo dinámico, que desarrolla tareas no sólo de organización y desarrollo de la docencia, sino también de mediación, innovación, gestión, investigación, evaluación y orientación. El profesor se perfila como eje central de toda la red de relaciones interpersonales y procesos educativos que se dan en la comunidad escolar. Es por ello que las competencias sociales y emocionales son consideradas, a nivel mundial, como un aspecto básico en la preparación para la sociedad del conocimiento, donde la capacidad de colaboración, comunicación, creatividad y vivir en comunidad son altamente valoradas. Por desgracia, la realidad es que en la mayoría de las ocasiones los profesores no disponemos de la formación adecuada, ni de los medios suficientes para desarrollar esta labor y nuestros esfuerzos con frecuencia se centran en el diálogo moralizante, ante el cual el alumno responde con una actitud pasiva. Si para enseñar matemática o geografía el profesor debe poseer conocimientos y actitudes hacia la enseñanza de esas materias, para incentivar las habilidades emocionales, afectivas y sociales en el alumnado, el profesor debería también haber adquirido previamente dichas habilidades. No es posible enseñar una competencia que no se ha alcanzado antes. A pesar de ello, a veces se piensa de forma errónea que las competencias afectivas y emocionales no son imprescindibles en el profesorado. Nosotros consideramos en cambio que la formación del profesorado, tanto de educación infantil y primaria como de secundaria y universitaria, debería ofrecer un bagaje sólido en competencias emocionales. Una formación en educación emocional que dote al docente de recursos y estrategias conductuales, cognitivas, emocionales y de interacción social que le permitan tener un mejor control de la presión, tanto interna como externa, previniendo el estrés u otros posibles trastornos y mejorando su salud psicológica y su desempeño profesional. Por desgracia, el desarrollo de competencias emocionales, de manera intencional y sistemática, está ausente en la mayoría de los programas de formación docente. Este penuria nos ha impulsado a escribir el presente artículo, que pretende contribuir a la difusión, el aprendizaje y la implantación de la educación emocional entre la comunidad educativa. 1. LA INTELIGENCIA EMOCIONAL En los últimos 25 años, tanto las neurociencias como las ciencias sociales han descubierto el papel fundamental de las emociones en el bienestar y la felicidad de las personas. Las personas que comprenden y regulan con inteligencia sus emociones tienen una vida más plena. En 1990, dos psicólogos estadounidenses, Peter Salovey y John Mayer denominaron esta habilidad con el término de inteligencia emocional, revolucionando el estudio de las emociones. A continuación se expone con más detalle el desarrollo de este nuevo constructo de la psicología. 1.1. Contexto en el que aparece la inteligencia emocional En 1966 aparecen por primera vez relacionados los términos de inteligencia y emoción en un único concepto, en concreto, en un artículo de Leuner titulado “Inteligencia emocional y emancipación” y que plantea cómo muchas mujeres rechazan nuevos roles sociales a causa de su baja inteligencia emocional (Mayer, Salovey y Caruso, 2000). En 1986, Payne presenta un trabajo con el título A study of emotion: Developing emotional intelligence; Self integration; relating to fear, pain and desire (Mayer et al., 2000), donde propone integrar emoción e inteligencia con el objeto de que en las escuelas se enseñen respuestas emocionales a los niños. En este sentido podemos afirmar que la inteligencia emocional manifiesta ya en sus inicios una vocación educativa. 2 El primer artículo científico sobre inteligencia emocional se publica en 1990. Se denominó Emotional Intelligence (Salovey y Mayer, 1990) y en él se definió formalmente la inteligencia emocional. Sin embargo, fue la publicación del best seller Emotional Intelligence de Daniel Goleman (1995) la que popularizó el concepto de inteligencia emocional. El éxito de la obra de Goleman se debe en parte al modo novedoso de plantear la clásica discusión entre cognición y emoción. Tradicionalmente se ha asociado lo cognitivo con la razón y el cerebro y, por tanto, con lo inteligente, científico, académico, masculino, etc. Mientras que lo emocional se ha relacionado con el corazón, los sentimientos, lo familiar, la pasión, lo femenino, etc. Es decir, lo racional se ha considerado de un nivel superior a lo emocional. Goleman plantea el tema dándole la vuelta, en un momento en que, según Bisquerra (2009) la sociedad está receptiva para aceptar ese cambio. Desde entonces, la inteligencia emocional ha pasado de ser un concepto de moda a convertirse en un fructífero campo de investigación que ha originado divergencias entre los distintos autores. No existe un único modelo que explique el concepto de inteligencia emocional. 1.2. Los modelos de la inteligencia emocional En la actualidad se mantiene el debate científico sobre cuál es la concepción teórica adecuada para definir y estudiar la inteligencia emocional. Esta divergencia se traduce en la existencia de una pluralidad de propuestas teóricas. Presentamos a continuación las más relevantes. 1.2.1. El modelo de Salovey y Mayer El modelo de Mayer y Salovey (1997) incluye un conjunto de habilidades relacionadas con el procesamiento emocional de la información que abarcan desde los procesos psicológicos más básicos (percepción de las emociones con exactitud) hasta los más complejos (regulación de las emociones y promoción del crecimiento emocional e intelectual). Así, se trata de un modelo jerárquico en el que son necesarias las habilidades más básicas para llegar a las más complejas. En dicho modelo la inteligencia emocional se entiende como un conjunto de habilidades mentales que permiten utilizar la información proporcionada por las emociones para mejorar el procesamiento cognitivo. A continuación, definimos cada una de estas habilidades: Percepción y expresión emocional: Se refiere a la exactitud con la que los individuos pueden identificar los correlatos fisiológicos y cognitivos que las emociones comportan. Esta habilidad incluye la capacidad para expresar las emociones de una manera adecuada. Facilitación emocional: Las emociones actúan sobre nuestro pensamiento y nuestra forma de procesar la Las variaciones emocionales nos van a permitir adoptar diferentes puntos de vista y múltiples perspectivas de los problemas. 3 Comprensión y análisis emocional: Se trata de la habilidad para comprender emociones y utilizar dicho conocimiento. Incluye la capacidad para etiquetar las emociones y relacionarlas con su significado. Regulación reflexiva de las emociones: Es la capacidad para manejar las emociones, moderando las negativas y aumentando las positivas sin reprimir o exagerar la información que ellas conllevan. Estas habilitades se encuentran muy relacionades entre sí, de modo que para una adecuada regulación emocional es necesaria una buena comprensión emocional y, a su vez, para una comprensión eficaz se requiere de una apropiada percepción emocional. No obstante, lo contrario no siempre es cierto. Como señalan FernándezBerrocal y Ramos (2002), personas con una gran capacidad de percepción emocional carecen a veces de comprensión y regulación emocional. 1.2.2. El modelo de Goleman Goleman (1998) combina en su modelo rasgos estables de comportamiento y variables de personalidad (empatía, control de impulso, habilidades sociales, auto motivación, optimismo, persistencia, etc.) con habilidades mentales. Goleman relaciona la inteligencia emocional con competencias ligadas al logro académico y profesional. La inteligencia emocional dota al sujeto de una serie de habilidades y capacidades, que favorecen la consecución de metas y actúa como buena predictora de la adaptación de la persona al medio. En su libro “Inteligencia Emocional”, Goleman (1995) establece cinco componentes básicos: Conocimiento de las propias emociones: recogiendo el principio de Sócrates "conócete a ti mismo", se trata de reconocer una emoción en el momento en que ocurre. Manejo emocional, a fin de que las emociones se expresen de forma apropiada. Supone la habilidad para suavizar expresiones de ira, furia o irritabilidad. Automotivación: una emoción tiende a impulsar una acción. Por eso las emociones y la motivación están íntimamente interrelacionados. Se trata de saber encaminar las emociones y la motivación consecuente hacia el logro de objetivos. Reconocimiento de las emociones en otros: Las personas empáticas sintonizan mejor con las señales que indican lo que los demás necesitan o desean. Esto las hace apropiadas para ejercer profesiones con vocación de ayuda y servicio (profesores, pedagogos, psicólogos, médicos, abogados, expertos en ventas). Manejo de las relaciones interpersonales: el arte de establecer buenas relaciones con los demás es, en gran medida, la habilidad de manejar sus emociones. 1.2.3. El modelo de Bar-On 4 Con su tesis doctoral de 1983 titulada The development of an operational concept of pyschological well-being, Reuven Bar-On se adelanta a Salovey y Mayer (1990), al establecer un modelo de inteligencia emocial. En dicha tesis utiliza por primera vez el concepto de cociente emocional paralelo al cociente intel·lectual. Bar-On (1997) entiende la “inteligencia emocional y social” como un conjunto de habilidades y destrezas no-cognitivas, personales, emocionales y sociales que influyen en la adaptación y afrontamiento ante las presiones y demandas ambientales. Esta inteligencia influye en el éxito en la vida, en la salud y en el bienestar psicológico. El modelo de Bar-On se estructura en cinco áreas específicas: Habilidades intrapersonales: autoconciencia emocional, autoestima, autorrealización, independencia, automotivación. Habilidades interpersonales: responsabilidad social. Adaptabilidad al entorno: flexibilidad (habilidad para realizar un ajuste adecuado de las emociones, pensamientos y comportamientos a las situaciones cambiantes de la vida) y prueba de realidad (habilidad para evaluar la relación entre lo que se experimenta de manera subjetiva y la realidad objetiva). Capacidad de gestionar el estrés: tolerancia al estrés, control de impulsividad. Estado de ánimo general: felicidad, optimismo. empatía, relaciones asertividad, interpersonales, 1.2.4. El Modelo de Fernández-Berrocal El modelo de Mestre y Fernández-Berrocal (2007), de la Universidad de Málaga, sigue la línea investigadora desarrollada por Mayer y Salovey y concibe la inteligencia emocional como una habilidad mental que tiene en cuenta el procesamiento de la información emocional y las capacidades relacionadas con dicho procesamiento. Este modelo ofrece una visión funcionalista de las emociones (donde las emociones ayudan a resolver problemas y facilitan la adaptación al medio). El objetivo último es pensar de forma más inteligente sobre nuestra vida emocional. Este modelo recoge cuatro habilitades emocionales: La percepción emocional: habilidad para identificar y reconocer las señales emocionales en la expresión facial, en los movimientos corporales y en el tono de voz. Esta habilidad implicaría la facultad para discriminar acertadamente la honestidad y sinceridad de las emociones expresadas por los demás. La facilitación o asimilación emocional: habilidad para tener en cuenta los sentimientos cuando razonamos o solucionamos problemas. Nuestros estados afectivos influyen en la toma de decisiones, modifican los puntos de vista de los problemas y pueden mejorar nuestro pensamiento creativo. La comprensión y el conocimiento emocional: supone la habilidad para etiquetar el amplio y complejo repertorio de señales emocionales. Además, implica un actividad tanto anticipatoria como retrospectiva para conocer las 5 causas generadoras del estado anímico y las futuras consecuencias de nuestras acciones. La regulación emocional: capacidad para reflexionar sobre las emociones, para descartar o aprovechar la información que las acompaña en función de su utilidad. Incluye la regulación consciente de las emociones propias y ajenas, moderando las emociones negativas e intensificando las positivas. 1.2.5. El Modelo de Bisquerra Bisquerra y Pérez (2007) entienden las competencias emocionales como el conjunto de conocimientos, capacidades, habilidades y actitudes necesarias para comprender, expresar y regular de forma apropiada los fenómenos emocionales. Su dominio potencia una mejor adaptación al contexto y favorece un afrontamiento a las circunstancias de la vida con mayores probabilidades de éxito. A continuación definimos cada una de las competencias que incluye el modelo pentagonal: Conciencia emocional: capacidad para tomar conciencia de las propias emociones y de las emociones de los demás, incluyendo la habilidad para captar el clima emocional de un contexto determinado. Regulación emocional: Supone tomar conciencia de la relación entre emoción, cognición y comportamiento para tener buenas estrategias de afrontamiento y la capacidad para autogenerar emociones positivas. Autonomía emocional: incluye autoestima, actitud positiva ante la vida, responsabilidad, capacidad para analizar críticamente las normas sociales, capacidad para buscar ayuda y recursos. Competencia social: capacidad para mantener buenas relaciones con los demás, para la comunicación efectiva, el respeto, las actitudes pro-sociales y la asertividad. Competencias para la vida y bienestar: capacidad para adoptar comportamientos apropiados y responsables para afrontar satisfactoriamente los desafíos diarios de la vida, ya sean privados, profesionales o sociales, así como las situaciones excepcionales con las cuales nos vamos tropezando. 2. LA EDUCACION EMOCIONAL EN LA FORMACIÓN DEL DOCENTE La sociedad española del siglo XXI se encuentra inmersa en una complejidad que se ha trasladado inexorablemente a la escuela. Sin embargo, el sistema educativo sigue valorando en exceso la inteligencia en detrimento de otras cualidades y prioriza los aspectos intelectuales y académicos tanto de los alumnos como del profesorado, en el convencimiento de que los aspectos emocionales y sociales pertenecen al ámbito privado y son completamente independientes. Pero la evidencia empírica ha demostrado que ser cognitivamente inteligente no es suficiente para garantizar el éxito académico, profesional y personal (Extremera y Fernández-Berrocal, 2001; Goleman, 1995). Por ello, los responsables educativos, 6 padres, profesores y políticos, van tomando progresivamente conciencia de que la educación en la sociedad del conocimiento es una misión imposible si no se tienen en cuenta los factores emocionales. Para afrontar los múltiples problemas a los que se enfrenta la escuela, las instituciones están reconociendo que además de información y formación intelectual, el profesorado necesita aprender habilidades emocionales y sociales. Es desde esta perspectiva desde la cual la educación emocional de los docentes cobra pleno sentido. 2.1. Concepto de Educación Emocional La educación emocional pretende potenciar las competencias emocionales como elemento social del desarrollo humano, con objeto de capacitarle para la vida y con la finalidad de aumentar el bienestar personal y social (Bisquerra, 2000). La educación emocional busca el desarrollo integral de la persona: físico, intelectual, moral, social y emocional. Se trata de un proceso continuo y permanente en la medida en que debe estar presente a lo largo de todo el currículo académico, desde la educación infantil hasta la vida adulta, y en la formación permanente durante toda la vida. Y esto es así porque las competencias emocionales son más difíciles de adquirir que otras competencias como por ejemplo resolver ecuaciones de segundo grado o distinguir las subordinadas relativas. Si estas últimas competencias pueden adquirirse en un trimestre, aprender a regular las emociones requiere una insistencia a lo largo de toda la vida. La educación emocional es una forma de prevención primaria que se puede aplicar a múltiples situaciones (prevención del estrés, la ansiedad, la depresión, la violencia, etc.). Su objetivo es evitar estas disfunciones o reducir la vulnerabilidad de la persona a las mismas, maximizando sus tendencias constructivas y minimizando las destructivas. 2.2. Objetivos de la educación emocional El objetivo fundamental de la educación emocional es el desarrollo de competencias emocionales. Por tanto, el listado de objetivos se puede derivar fácilmente de las competencias emocionales: ayudar a las personas a adquirir un mejor conocimiento de sus propias emociones, identificar las emociones de los demás, denominar las emociones correctamente y desarrollar la habilidad para regular las propias emociones. Dentro del ámbito educativo, la educación emocional podría dirigirse a acreditar al profesor como modelo de inteligencia emocional para sus alumnos y posibilitar que el conocimiento de las competencias emocionales le ayuden a prevenir el estrés docente. Estos dos últimos objetivos los vamos a desarrollar de forma más amplia en los siguientes apartados. 2.2.1. El profesor como modelo de inteligencia emocional para sus alumnos Las aulas son el modelo de aprendizaje socio-emocional adulto de mayor impacto para los alumnos. El alumno pasa en las aulas gran parte de su infancia y adolescencia, periodos en los que se produce el desarrollo emocional del niño, de forma que el entorno escolar se configura como un espacio privilegiado de socialización emocional y el profesor/tutor se convierte en su referente más importante en cuanto actitudes, comportamientos, emociones y sentimientos. Para que el alumno aprenda y desarrolle 7 las habilidades emocionales y afectivas relacionadas con el uso inteligente de sus emociones necesita de un “educador emocional”. El docente, lo quiera o no, es un agente activo de desarrollo afectivo y debería hacer un uso consciente de estas habilidades en su trabajo. Junto con la enseñanza de conocimientos teóricos y valores cívicos al profesor le corresponde otra faceta igual de importante: moldear y ajustar en clase el perfil afectivo y emocional de sus alumnos. Puesto que necesita las competencias emocionales para el ejercicio de su profesión, el profesorado debe ser el primer destinatario de la educación emocional y de esta manera podrá contribuir a al desarrollo de dichas competencias en su alumnado. 2.2.2. Prevenir el estrés docente Queremos recordar que la docencia es considerada una de las profesiones más estresantes. Implica un trabajo diario basado en interacciones sociales en las que el docente debe hacer un gran esfuerzo para regular no sólo sus propias emociones sino también las de los estudiantes, padres, compañeros, etc. La actividad docente es una de las profesiones con mayor riesgo de padecer distintos trastornos y síntomas relacionados con la ansiedad, la ira, la depresión y el conocido síndrome de estar quemado o burnout. Estos problemas se agravan, en algunos casos, con la aparición de diferentes alteraciones fisiológicas (por ejemplo: úlceras, insomnio, dolores de cabeza, etc.), dando lugar, en algunos casos, al absentismo, la baja laboral o el abandono de la institución. La investigación está demostrando que unos adecuados niveles de inteligencia emocional ayudan a afrontar con mayor éxito las contratiempos cotidianos y el estrés laboral al que se enfrentan los profesores en el contexto educativo. Las habilidades de inteligencia emocional ejercen efectos beneficiosos para el profesorado a nivel preventivo. La capacidad para razonar sobre las emociones, percibirlas y comprenderlas implica el desarrollo de procesos de regulación emocional que ayudan a moderar y prevenir los efectos negativos del estrés docente. Las emociones positivas de los profesores aumentan el bienestar docente, el ajuste de los alumnos, la capacidad creativa para generar nuevas ideas y por tanto la capacidad de afrontamiento ante las dificultades. Este afecto positivo puede formar una espiral que a su vez facilite un clima de clase positivo y de seguridad que favorezca el aprendizaje. 2.3. Contenidos de la educación emocional Los contenidos de la educación emocional pueden variar según los destinatarios, en función de su nivel educativo, conocimientos previos, madurez personal, etc. Consideramos que la formación del profesorado de secundaria en educación emocional debe incluir los contenidos siguientes: 1. Unas bases teóricas que incluyan el concepto de emoción y los fenómenos afectivos. 2. Estructura y clasificación de las emociones. Emociones básicas, positivas y negativas, agudas, ambiguas, estéticas. 8 3. La teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner. La inteligencia intrapersonal e interpersonal como fundamento de la inteligencia emocional. 4. Naturaleza de la inteligencia emocional. Fundamentos teóricos. La propuesta de Salovey y Mayer. La difusión de Goleman. Las aportaciones de Bar-On. 5. Justificación y características de la educación emocional. Objetivos. Contenidos. Metodología. Evaluación. 6. Conciencia emocional. Autoobservación y reconocimiento de las emociones. Comprensión de las causas y consecuencias de las emociones. El lenguaje y la expresión de las emociones. Evaluación de la intensidad de las emociones. 7. Estrategias de control y afrontamiento emocional. Tolerancia a la frustración. Autocontrol de la impulsividad. Manejo de la ira y la agresividad. Retrasar gratificaciones. Autoestima. Automotivación. Actitud positiva. 8. Competencias socio-emocionales. Actitudes prosociales. Escucha, empatía, asertividad, respeto, agradecimiento. Prevención y solución de problemas interpersonales y sociales. 9. Dimensión ética y moral, puesto que la posesión de competencias emocionales no garantiza su uso para hacer el bien y no el mal. 2.4. La importancia de la formación del docente en educación emocional Existen numerosas evidencias empíricas de la importancia de incorporar la educación emocional en la formación del docente. Por ejemplo, un estudio de meta-análisis de cerca de 300 investigaciones ha mostrado que la educación socio-emocional no sólo aumenta el aprendizaje en estas áreas del desarrollo sino también el aprendizaje académico (Durlak y Weissberg, 2005). Por otra parte, en un trabajo llevado a cabo con profesores de secundaria en Inglaterra, se ha observado que la inteligencia emocional del profesor predice el nivel de burnout que sufren (Brackett, Palomera, Mojsa, Reyes y Salovey 2010), confirmando un estudio en el que aparecía relacionada la habilidad de los docentes para regular las emociones con los niveles de despersonalización, autorrealización y desgaste emocional que percibían (Mendes, 2003). Otros estudios muestran cómo el burnout influye negativamente sobre el rendimiento de los alumnos y la calidad de su enseñanza (Vanderberghe y Huberman, 1999) y afecta negativamente a las relaciones interpersonales profesor-alumno (Yoon, 2002). 3. CONCLUSIONES A pesar de que en el ámbito empresarial los programas y talleres de educación emocional tienen ya cierta presencia en España, en el ámbito educativo estos talleres suponen, todavía a día de hoy, iniciativas innovadoras y singulares. Más aún si el público destinatario no es el alumnado sino el profesorado. Y es todavía más 9 minoritario si hablamos del profesorado de educación secundaria obligatoria en comparación con el de primaria. Sirvan estas observaciones para subrayar la escasez de literatura científica existente sobre formación en educación emocional del profesorado de secundaria. Si bien las propuestas teóricas son ya relativamente amplias, hemos encontrado en cambio muy pocos programas o talleres efectivamente puestos en práctica entre el profesorado de secundaria. Somos conscientes de que la implementación de un taller de educación emocional requiere del apoyo del equipo directivo del centro y de que no siempre se encuentran direcciones sensibilizadas con esta temática. También pueden presentarse resistencias entre una parte del claustro de profesores que no dispone de tiempo, de ganas o de energías para implicarse en un trabajo de estas características fuera del horario docente que ya está de por sí bastante sobrecargado. El recelo, el escepticismo o el miedo ante un tipo de formación que se sale del campo estrictamente académico es otro escollo que también sea necesario salvar. Pero a pesar de las dificultades enumeradas y de otras que puedan surgir en el proceso de puesta en marcha, estamos convencidos de la necesidad de formación específica en inteligencia emocional y de los beneficios que esta aporta al docente. Sobre la base de esta confianza esperamos remover conciencias entre los compañeros de profesión para que la educación emocional sea una realidad cada vez más frecuente en nuestros centros educativos. Deseamos que las posibilidades que la educación emocional brinda de autoconocimiento y desarrollo personal lleguen cada vez a más personas y favorezcan la mejora en la salud y el bienestar del docente; la convivencia en los centros escolares y su gestión de forma democràtica; un clima de aula y de relación profesoralumno de afectividad positiva y constructiva; una actitud moral respetuosa y justa y unos valores no sólo pensados sino vividos. Enseñar y aprender educación emocional es trabajar para el cambio que la sociedad y la escuela necesitan. 4. BIBLIOGRAFÍA Bar-On, R. (1997). Bar-On Emotional Quotient Inventory: Technical Manual. Toronto: Multi Health System. Bisquerra, R. (2000). Educación emocional y bienestar. Barcelona: Praxis. Bisquerra, R., y Pérez, N. (2007). Las Competencias emocionales. Educación XXI, 10, 61-82. Bisquerra, R. (2009). Psicopedagogía de las emociones. Madrid: Síntesis. Brackett, M. A., Palomera, R., Mojsa, J., Reyes, M. R. and Salovey, P. 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