II- Cristo sacerdote y Buen Pastor prolongado en su Iglesia Presentación La Iglesia es la comunidad de hermanos convocada (ecclesia) por la presencia y la palabra de Cristo resucitado. Cada creyente, como respuesta a esta llamada, decide compartir toda su vida con Cristo. El Señor se prolonga en «los suyos» (Jn 13,1) como en su «complemento» (Ef 1,23), para insertarse en la realidad sociológica e histórica. En todo momento histórico, la Iglesia revisa, renueva y profundiza su relación con Cristo como punto de referencia y razón de ser de su existir. Los datos sociológicos e históricos irán variando continuamente. Cristo resucitado es y será siempre el mismo, «el que es, el que era, el que viene» (Ap 1,8; Hb 13,8), que comunica a su Iglesia luces y gracias nuevas para responder a nuevas situaciones. Cristo, con todo lo que es y tiene, se comunica a la Iglesia: «de su plenitud recibimos todos, gracia sobre gracia» (Jn 1,16). Es Hijo de Dios y Mediador. En la Iglesia todos somos hijos de Dios por participación (Jn 1,12) y todo es «mediación», como participación en el ser, en el obrar y en las vivencias de Cristo (Col 1,19-29). El Señor ha vivido y sigue viviendo su realidad de hermano que comparte la vida, de Mediador y protagonista que asume nuestra existencia como parte de la suya, para insertarla en el paso (pascua) hacia el Padre en el amor del Espíritu Santo. Su vida se hace inmolación, entrega total de Buen Pastor. Es Sacerdote y Víctima, es decir, el Mediador y esposo (consorte) que ofrece su vida en sacrificio para salvar a los hermanos. Esta realidad de Cristo se prolonga en toda la Iglesia, según dones, vocaciones, ministerios y carismas diferentes. La espiritualidad sacerdotal de toda la Iglesia se traduce en «solidaridad» de comunión con toda la humanidad (cf. GS 1). En el sacerdote ministro, esta espiritualidad tendrá matices especiales por reflejar una participación especial en la realidad sacerdotal de Cristo (cf. capítulos III y siguientes). No podría comprenderse la espiritualidad sacerdotal ministerial si se presentara al margen de la Iglesia Pueblo sacerdotal. 1- El Buen Pastor Más que las palabras y la terminología, cuenta la realidad. Desde el momento de la encarnación, Jesús (el Verbo hecho hombre) es, actúa y vive como protagonista y consorte de toda la historia humana. Las diversas analogías empleadas por él para indicar su propia realidad (esposo, hermanos, amigo...) se pueden resumir en la de Buen Pastor. Su ser, su obrar y su vivencia corresponden a la realidad profunda. - Es el Buen Pastor: «Yo soy el Buen Pastor» (Jn 10,11). El «yo soy», tan repetido en el evangelio de Juan, indica su ser más profundo de Hijo de Dios hecho hombre, «ungido» y «enviado» por el Padre (Jn 10,36) y por el Espíritu Santo (Lc 4,18). - Obra como Buen Pastor: llama, guía, conduce a buenos pastos, defiende (Jn 10,3ss), es decir, anuncia la Buena Nueva, se acerca a cada ser humano para caminar con él y para salvarlo integralmente. - Vive hondamente el estilo de vida de Buen Pastor, que «conoce amando» y que «da la vida por las ovejas» (Jn 10,11ss), como donación sacrificial según la misión y mandato recibido del Padre (Jn 10,17-18 y 36) 1. 1 En el evangelio de san Juan aparece esta línea de "Buen Pastor". Ver: L. BOUYER; El cuarto evangelio, Introducción al evangelio de san Juan, Barcelona, Estela, 1967; R. E. BROWN, El evangelio según san Juan, Madrid, Cristiandad, 1979; Idem, La comunidad del discípulo amado. Estudio de la eclesiología joánica, Salamanca, Sígueme, 1983; V. M. CAPDEVILA y MONTANER, Liberación y divinización del hombre. La teología de la gracia en el evangelio y en las cartas de san Juan, Salamanca, Secret. Trinitario, 1984; J. ESQUERDA, Hemos visto su gloria, Madrid, Paulinas, 1986; A. FEUILLET, El prólogo del cuarto evangelio, Madrid, Paulinas, 1971; Idem, La mystère de l'amour divin dans la théologie johanique, París, Gabalda, 1972; M. J. LAGRANGE, Evangile selon saint Jean, París, 1984; P. M. DE LA CROIX, Testimonio espiritual del evangelio de san Juan, Madrid, Rialp, 1966; I. DE LA POTTERIE, La verdad de Jesús. Estudios de teología joanea, Madrid, BAC, 1979; J. LUZARRAGA, Oración y misión en el evangelio de Juan, Bilbao, Mensajero, 1978; D. MOLLAT, Iniciación espiritual a San Juan, Salamanca, Sígueme, 1965; Idem, Etudes johaniques, París, Seuil, 1979; A. ORBE, Oración sacerdotal, Madrid, BAC, 1979; S. A. PANIMOLIE, Lettura pastorale del vangelio di Giovanni, Bologna, Dehoniane, 1978; R. SCHNACKENBURG, El evangelio según san Juan, Madrid, Studium, 1972; S. VERGES, Dios es amor. El amor de Dios revelado en Cristo según Juan, Salamanca, Sec. Trinitario, 1982; A. WIKENHAUSER, El evangelio según san Juan, Barcelona, Herder, 1978. Las actitudes internas de Cristo Buen Pastor arrancan de su ser y se expresan en su obrar comprometido. Su interioridad (espíritu o espiritualidad) es un camino o vida de donación total: «caminad en el amor, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio» (Ef 5,2). El amor afectivo y efectivo de Cristo tiene una triple dimensión: amor al Padre en el Espíritu Santo, amor a los hermanos, dándose a sí mismo en sacrificio. El amor de Cristo al Padre en el Espíritu Santo equivale a sintonía con su voluntad, para glorificarle y llevar a término sus designios de salvación. Este amor llena toda la existencia de Jesús desde la Encarnación: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad» (Hb 10,5-7; cf. Sal 39,7-9). Su vida es un «sí» a los designios del Padre (Lc 20,21) para cumplir su misión salvífica universal (Jn 10,28; 17,4; 19,30; Lc 23,46). Esa es su «comida» o actitud constante (Jn 4,34; Mt 3,15; Lc 2,49), como garantía de la autenticidad de su misión (Jn 5,30; 8,29). Toda su vida es una «pascua» o paso hacia «la hora» querida por el Padre, de humillación, muerte y resurrección (Jn 2,4; 13,1; 14,31; Flp 2,510). Este «paso» pascual continúa en la Iglesia hasta la restauración final de todas las cosas en Cristo (Ef 1,10; 1 Co 11,26). De este modo Jesús se manifiesta también por medio de la Iglesia, como «el esplendor de la gloria» del Padre e «imagen de su substancia» (Hb 1,3), en armonía y unidad en él (cf. Jn 10,30; 14,9). El amor a los hombres tiene en Cristo sentido «esponsal», como de hermano (Col 1,13) y de quien asume o carga, como «consorte» (Lc 22,20), la realidad humana es su faceta de miseria y de pecado (Mt 8,17; 1 P 2,24; Is 53,4) y en su dinamismo hacia una victoria final (1 Co 15,24-28) 2. 2 La doctrina del documento de Puebla sobre Cristo Sacerdote y Mediador tiene esta dimensión pastoral a partir de la encarnación del Verbo (Puebla 188-197). La cercanía de Jesús al hombre concreto, hasta asumir como protagonista toda la existencia e historia humana y llega hasta la muerte y resurrección, para comunicar una vida nueva y anunciar una victoria total de Cristo sobre el pecado y la muerte. La realidad latinoamericana queda iluminada con el misterio pascual de Cristo y compromete a asociarse con él. Pastores dabo vobis describe la figura del Buen Pastor, resumiendo estos contenidos bíblicos, en los nn. 21-23, en vistas a poder realizar y transparentar la configuración del sacerdote ministro con Cristo. La encarnación en el seno de María es el momento inicial de esta sintonía comprometida de Cristo con toda la humanidad y con cada ser humano en particular. El paso pascual de Jesús se concreta en sensibilidad responsable: «pasó haciendo el bien» (Hch 10,38). Es sintonía de compasión (Mt 15,32; Lc 6,19), búsqueda (Lc 8,1; 15,4), cercanía a los que sufren y a los más pobres (Lc 4,18; 7,22; Mt 11,28), deseo de encuentro (Jn 10,16; 19,28) y de unión para siempre (Jn 14,2-3). El amor de Buen Pastor abarca a toda persona humana en su integridad, porque él es «el pan de vida... para la vida del mundo» (Jn 6,48-51). Este amor al Padre y a los hermanos se hace donación sacrificial y total. Es el modo de amar propio de Dios hecho hombre. No posee nada (Lc 9,59) ni busca sus propios intereses (Jn 13,14-16), para poder darse él mismo totalmente (Jn 10,11-18; 15,13) como rescate o redención (liberación) de todos (Mt 20,28). Para poder comunicarnos la «vida eterna» (Jn 10,10.28) se inmola por nosotros «en manos» o según la voluntad del Padre (Lc 23,46; Mt 26,28). Su «pascua» hacia el Padre se realiza por medio de esta donación sacrificial (Ef 5,25; Hch 20,28) que es pacto de amor o Alianza sellada con su sangre (Lc 22,20; Hb 9,11-14), como máxima manifestación del amor de Dios a todos los hombres (Jn 3,16; 12,32). Jesús realiza la redención por medio de esta entrega de caridad pastoral inmolativa: «por esto el Padre me ama, porque doy mi vida para tomarla de nuevo... tal es el mandato que he recibido del Padre» (Jn 10,17-18). Toda la comunidad eclesial, representada por María «la mujer», queda asociada a «la hora» (Jn 2,4; 19,25-27) y a la «suerte» de Cristo (Mc 10,38). Los apóstoles serán servidores o ministros especiales de este anuncio y celebración (Lc 20,19; 1 Co 11,24). Esta realidad de Cristo Buen Pastor continúa siendo actual, no sólo por unos hechos y un mensaje que son siempre válidos, sino principalmente por la presencia de Cristo resucitado en la Iglesia y en el mundo. Cristo fue y sigue siendo responsable de los intereses del Padre y de los problemas de los hombres como protagonista y consorte de su historia. Jesús es el Hijo de Dios hecho nuestro hermano, cabeza de su cuer po místico, Mediador de todos los hombres, Buen Pastor, Sacerdote y Víctima, «fuente de todo sacerdocio» (santo Tomás, III, q. 22, a. 4). En Cristo se revela el misterio de Dios Amor, del hombre y del mundo amado por él. De este modo, «Cristo manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (GS 22). Cristo es el camino y se hace protagonista del camino humano con su caridad de Buen Pastor: - no se pertenece porque su vida se realiza en plena libertad según los planes salvíficos del Padre (obediencia), - se da a sí mismo, sin apoyarse en ninguna seguridad humana, aunque usando de los dones de Dios para servir (pobreza), - ama esponsalmente, como consorte de la vida de cada persona, haciendo que todo ser humano se realice sintiéndose amado y capacitado para amar en plenitud (virginidad) 3. 3 Ver PDV 21-22, 29, 49, 57, 82. El tema de la caridad pastoral se desarrollará en el capítulo quinto. La doctrina paulina ofrece esta perspectiva apostólica y sacerdotal, Doctrina y espiritualidad sacerdotal según san Pablo: AA. VV., Paul de Tarse, Apôtre de notre temps, Roma, Abbaye S. Paul, 1979, M. BAUZA, "Ut resuscites gratiam Dei", (2Tim 1,6), en El sacerdocio de Cristo, Madrid, Cons. Sup. Investigaciones Científicas, 1969, 55-66; A. CICOGNANI, El sacerdote en las epístolas de san Pablo, Madrid, FAX, 1959; A. COUSINEAU, Le sens de " presbyteros" dans les Pastorales, "Science et Esprit" 28 (1976) 147-162; J. DUPONT, Le discours de Milet, Testament pastoral de saint Paul (Act 20,18-26), París, Cerf, 1962; P. GRELOT, Las epístolas de Pablo: La misión apostólica, en El ministerio y los ministerios, Madrid, Cristiandad, 1975, 40-60; M. GUERRA; Episcopos y Presbyteros, Burgos, Facultad de Teología, 1962; J. P. MEIER, Presbyteros in the pastoral Epistles, "Catholic Biblical Quarterly" 35, 1973, 323-345; J. SÁNCHEZ BOSCH, Le charisme des pasteurs dans le corps paulinien, en Paul de Tarse..., I o. c., 363-397; C. SPICQ, Espiritualidad sacerdotal según san Pablo, Bilbao, Desclée, 1954. Ver autores que estudian la teología de san Pablo: Benetti, Bonsirven, Bover, Cerfaux, Kuss, Lyonnet, Prat, etc. Cfr. más biliografía en J. ESQUERDA, Pablo hoy, un nuevo rostro de apóstol, Madrid, Paulinas, 1984. 2- Cristo Mediador, Sacerdote y Víctima La realidad de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, nuestro Redentor, apenas puede expresarse con palabras. La terminología humana es siempre limitada ante el misterio de Dios Amor. Las palabras son signos convencionales. Cuando decimos que Cristo es Sacerdote y Víctima queremos indicar que es responsable de los intereses del Padre y protagonista de la historia humana, hasta hacer de su propia vida una oblación total: - ante el Padre, en el amor del Espíritu - Mediador: dando la vida en sacrificio - por los hombres El ser y la existencia de Cristo pertenecen totalmente a los designios salvíficos de Dios sobre el hombre. Es el «ungido y enviado» (Lc 4,18; Jn 10,36) para la redención o rescate de todos los hombres (Mc 10,45; Mt 20,28): - Ungido o consagrado, en cuanto que su naturaleza humana está unida en unidad de persona (hipostáticamente) con el Verbo Hijo de Dios (Jn 1,14), desde el momento de la concepción en el seno de María, por obra del Espíritu Santo (Mt 1,18.21; Lc 1,35). - Enviado para llevar acción del Espíritu Santo evangelio (Mc 1,14-15), la la donación de sí mismo (Jn a término la misión o encargo del Padre, bajo la (Lc 4,1.14.18; Hch 10,38), por el anuncio del cercanía a los pobres (Lc 7,22; Mt 4,23; 11,5) y 10,11; 6,35.48). - Ofrecido o inmolado en sacrificio, con todo su ser, cuerpo y sangre (Lc 22,19-20), como servicio de donación total por la redención de todos (Jn 10,17; 17,19; Mc 10,45), hasta morir amando para conseguir la glorificación de Dios y nuestra salvación (Lc 24,26.46; Jn 12,28). Jesús es, pues, «el único Mediador entre Dios y los hombres» (1 Tm 2,5), porque sólo él es Dios y hombre, con capacidad de hacer de su vida una donación total en bien de toda la humanidad y de todo el universo. «En su sacrificio asumió las miserias y sacrificios de todos los hombres y de todos los tiempos» (Sínodo Episcopal de 1971: El sacerdocio ministerial, principios doctrinales, 1). Sólo él puede hacer partícipe de esta realidad a toda su Iglesia y especialmente a María figura de la misma Iglesia. Aplicar a Cristo el título de sacerdote (Sacra dans, el que ofrece dones sagrados) y de pontífice (puente, mediador) es legítimo, con tal que se salve la trascendencia del misterio de Cristo, más allá de todo sacerdocio y culto pagano e incluso veterotestamentario. El sacerdote es el hombre que, en nombre de la comunidad, ofrece a Dios un acto de culto, expresado ordinariamente por preces y sacrificios, para reconocer a Dios como primer principio de todas las cosas. En el Antiguo Testamento se da un salto cualificado, puesto que los actos cultuales renovaban una Alianza o pacto de amor de Dios, como anuncio de una nueva y definitiva Alianza que tendría lugar en la venida del Mesías (Cristo). La carta a los Hebreos llama a Jesús Sacerdote (hiereus), con una novedad que va más allá del Antiguo Testamento, porque se trata del Hijo de Dios hecho hombre (Hb 4,15-16; 5,1-6). Por esto se llama del orden de Melquisedec, es decir, más allá del sacerdocio levítico 4. 4 La carta a los Hebreos es siempre el punto de referencia obligado para el tema de Cristo Sacerdote. En ella se inspira santo Tomás (III q. 22 y 26, q. 46-59), el concilio de Trento (ses. 22, c. 1), las encíclicas sobre el sacerdocio y la encíclica Mediator Dei. Ver: G. MORA, La carta a los Hebreos como escrito pastoral, Barcelona, Fac. de Teología, 1974; R. RABANOS, Sacerdote a semejanza de Melquisedec, Salamanca 1961; C. SPICQ, L'Epître aux Hébreux, París, Gabalda, 1971; A. VANHOYE, Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo según el Nuevo Testamento, Salamanca, Sígueme, 1984. Es el único sacerdote por ser el único Mediador (Hb 9,15; 1 Tm 2,4-6), con su muerte sacrificial puede cumplir los designios salvíficos de Dios sobre los hombres: «Cristo, constituido Sacerdote de los bienes futuros y penetrando en un tabernáculo mejor y más perfecto... por su propia sangre entró una vez para siempre en el santuario, realizada la redención eterna» (Hb 9,11-12; cf. conc. Trento, ses. 22, cap. 1). La mediación de Cristo es eficaz porque se basa en su realidad divina y humana: Aunque era Hijo, aprendió por sus padecimientos la obediencia, y al ser consumado, vino a ser para todos los que le obedecen causa de salud eterna, declarado por Dios Pontífice según el orden de Melquisedec (Hb 5,8-10). La realidad sacerdotal de Cristo es única e irrepetible. Es la mediación de Dios hecho hombre, que se ejerce por el profetismo (anuncio de la palabra), por la realeza o pastoreo (Cristo Rey y Buen Pastor) y por el sacrificio de una oblación o donación total de sí, hasta la muerte de cruz (Flp 2,5-11; Ef 5,1-2). Jesús ha dado la vida «en rescate (redención) por todos» (Mt 20,28). La terminología sacerdotal usada por Cristo (unción, inmolación, redención...) tiene carácter de misión o encargo recibido del Padre. Los escritores del Nuevo Testamento (no sólo la carta a los Hebreos) también usaron términos sacerdotales, puesto que Jesús es el Salvador «que se entregó a sí mismo como redención de todos» (1 Tm 2,3-6; cf. Ef 5,2.25-27), y que, con su sangre derramada en sacrificio, nos redimió y nos reconcilió con Dios (Rm 5,1-11; 1 P 1,18-19; 1 Jn 1,7; Hb 9,11-12; Hch 20,28). El sacrificio sacerdotal de Cristo consiste en una caridad pastoral permanente, que se traduce en una obediencia al Padre, desde el momento de la encarnación (Hb 10,5-7) hasta la muerte en cruz y la glorificación (Flp 2,511). Su «humillación (Kenosis) de la encarnación y de la muerte se convierte en glorificación suya y de toda la humanidad en él. La caridad del Buen Pastor es, pues, sacrificial, indicando una donación total de sí, para cumplir la misión recibida del Padre, que atrapa toda su existencia, que continúa en el cielo como intercesión eficaz (Rm 8,34; Hb 7,25) y que se prolonga en la Iglesia (cf. SC 7). Su sacrificio sacerdotal consiste en que «siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza» (2 Co 8,9). Toda esta realidad sacerdotal de Cristo tiene lugar afrontando las circunstancias ordinarias de todos los días (Nazaret, Belén, vida pública, pasión, muerte...), en una historia humana parecida a la nuestra, puesto que el ser humano se realiza haciendo de la vida una donación. El sacrificio de Cristo se realiza desde la encarnación y tiene su punto culminante en el misterio pascual de su muerte y resurrección. Así lleva a plenitud el sacerdocio y el sacrificio de todas las religiones naturales y particularmente del Antiguo Testamento. Cristo es Sacerdote, templo, altar y víctima como: - Sacrificio de Pascua (Ex 12,1-30); es «nuestra Pascua» (1 Co 5,7), como «cordero pascual» que se inmola para hacer «pasar» el pueblo hacia la salvación en una nueva tierra prometida (Jn 1,29; 13,1). - Sacrificio de Alianza (Ex 24,4-8), como «pacto» de amor, sellado ahora con la sangre del Hijo de Dios (Lc 22,20), para hacer de toda la humanidad un pueblo de su propiedad esponsal (Hch 20,28; Ef 1,7; 1 P 2,9; Ap 5,9). - Sacrificio de propiciación o de perdón y expiación (Lv 16,1-6), puesto que su muerte y resurrección son sacrificio que libera, rescata y salva de los pecados (Mt 20,28; 26,28; Rm 3,23-25; 4,25; Hb 9,22; 1 P 1.2; 1Jn 2,2) 5. 5 El sacrificio de Jesús (dar la vida en rescate de todos) salva los valores de cada época histórica, de cada pueblo y de cada cultura; pero los lleva a la plenitud insospechada del misterio de la encarnación, de la redención y de la restauración final. El Antiguo Testamento es una preparación inmediata a estos planes salvíficos y universales de Dios en Cristo; por esto, la meditación de la palabra de Dios lleva siempre hacia la armonía de toda la revelación. Los sacrificios antiguos son sombra o reparación de la gran luz en Cristo (Col, 2,17). En Cristo encontramos la epifanía, cercanía, presencia y palabra personal de Dios Amor (Ga 4,4; Jn 14,9). En él, Dios nos ha dado todo (Rm 8,32). Al mismo tiempo, por Cristo y en el Espíritu Santo que él nos envía, nosotros podemos responder a Dios con un «amén» o «sí» de donación total (2 Co 1,20; Hb 13,15). Su humanidad, unida a la persona del Verbo fue instrumento de nuestra salvación. Por esto, en Cristo se realizó plenamente nuestra reconciliación y se nos dio la plenitud del culto divino (SC 5; cf. Puebla 188-197). El hombre encuentra en Cristo su propia realidad de sentirse amado y capacitado para amar libremente (cf. 3,16-17; 1 Jn 4,19). El «misterio» de Cristo Mediador, Sacerdote y Víctima, abarca también el misterio del hombre como instrumento y colaborador libre, para «instaurar todas las cosas en Cristo» (Ef 1,10). Es misterio de un «amor que supera toda ciencia» (Ef 3,19), porque empieza en Dios y abarca toda la humanidad, todo el cosmos y toda la historia, hasta que sea una realidad en «el cielo nuevo y la tierra nueva» (Ap 21,1) donde «reinará la justicia» (2 P 3,13). Esta realidad sacerdotal de Jesús no puede encerrarse en una terminología humana. Se trata del misterio de Verbo encarnado, que asume como protagonista y consorte la historia de toda la comunidad humana y de cada ser humano en particular. Cristo se manifiesta así: - con su ser sacerdotal de ungido y enviado, como Hijo de Dios hecho hombre (Hb 5,1-5), - con su actuar o función sacerdotal, como responsable de los intereses de Dios y de los hombres, hasta dar la vida en sacrificio por ellos (Hb 9,1115). - con su estilo o vivencia sacerdotal de caridad pastoral que, conjuntamente con su ser y actuar, le hace sacerdote perfecto, santo, eficaz y eterno (Hb 7,1-28). El sacerdocio de Cristo hay que enfocarlo, desde el amor de Dios que quiere salvar al hombre por el hombre, y desde el amor de Cristo Buen Pastor. Los sentimientos o interioridad de Cristo (Flp 2,5ss) arrancan de su ser de Hijo de Dios hecho nuestro hermano y están en sintonía con su obrar. «El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre» (GS 22). La caridad pastoral de Cristo es el punto de referencia de toda la espiritualidad sacerdotal (ver capítulo V): Formar a los futuros sacerdotes en la espiritualidad del Corazón del Señor supone llevar una vida que corresponda al amor y al afecto de Cristo, Sacerdote y Buen Pastor: a su amor al Padre en el Espíritu Santo, a su amor a los hombres hasta inmolarse entregando su vida (PDV 49). A la luz del sacerdocio de Cristo la historia humana recobra su sentido. El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones (GS 45). Participar en el sacerdocio de Cristo comporta, hacerse con él y como él responsable y solidario del caminar histórico del hombre. La autoridad de Jesucristo Cabeza coincide, pues, con su servicio, con su don, con su entrega total, humilde y amorosa a la Iglesia. Y esto en obediencia perfecta al Padre: él es el único y verdadero Siervo doliente del Señor, Sacerdote y Víctima a la vez (PDV 21) 6. 6 El tema de Cristo sacerdote ilumina todos los temas de teología, pastoral y espiritualidad sacerdotal, como "fuente de todo sacerdocio" (santo Tomás, Suma Teológica, III, q. 22, a. 4). Hay que destacar los siguientes temas: el siervo de Yavé que ofrece su vida en rescate o liberación de toda la humanidad (Ez 4,4-8; Is 63,7; Ga 1,5; 1 P 1,18s); la humanidad vivificante de Cristo como "sacramento" fontal (es sacerdote en cuanto Verbo hecho hombre); la interioridad o amores de Cristo (que hemos descrito en el texto como amor al Padre y a los hombres hasta dar la vida en sacrificio). Ver: AA. VV., El corazón sacerdotal de Jesucristo, en "Teología del Sacerdocio", Burgos, Fac. de Teología, 18 (1984); M. GONZALEZ MARTÍN, El corazón de Cristo Pastor, en El ministerio y el Corazón de Cristo, centro de la vida y ministerio sacerdotal, ibídem, 177-200. 3- Jesús prolongado en su Iglesia, Pueblo sacerdotal La comunidad de los seguidores de Cristo se llama Iglesia (ecclesia) porque es una asamblea fraterna convocada por la presencia y la palabra de Jesús resucitado. Ello quiere decir que en esta comunidad se prolonga Jesús Buen Pastor, Mediador, Sacerdote y Víctima. La Iglesia, como comunidad de creyentes, es un conjunto de signos de la presencia, de la palabra y de la acción salvífica de Jesús. Cada uno es llamado para una misión que es servicio o ministerio a los hermanos. Los signos de Jesús en su Iglesia se llaman vocaciones, ministerios (servicios), carismas (gracias especiales para servir). Jesús prolonga en la Iglesia su persona y su sacrificio redentor, además de su palabra y acción salvífica y pastoral. Cristo está presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la misa... Está presente en su palabra... Está presente cuando la Iglesia suplica y canta salmos (SC 7). La Iglesia es una comunidad o Pueblo sacerdotal, como templo de Dios, donde se hace presente y se ofrece el sacrificio de Cristo piedra angular y fundamento (1 Co 3,10-16; 2 Co 6,16-18; Ef 2,14-22; cf. LG cap. II). Cristo prolonga su realidad sacerdotal (su ser, su obrar y su vivencia) en la comunidad eclesial: Vosotros, como piedras vivas, sois edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por Jesucristo (1 P 2,5; cf. Ex 19,3-6; Lv 26,12; Ap 1,5-6; 5,10) 7. 7 El tema de Iglesia será tratado en el capítulo VI. El documento de Puebla (220-282) subraya la verdad sobre la Iglesia como Pueblo de Dios, signo y servicio de comunión; de este modo aparece la realidad eclesial como prolongación y expresión de Jesús presente en ella, acentuando la dimensión cristológica, pneumatológica, evangelizadora, espiritual, escatológica, sociológica y antropológica. María es figura y tipo de esta realidad eclesial (Puebla 28ss). Sobre la Iglesia "sacramento", ver la nota siguiente. En la comunidad eclesial Cristo prolonga su presencia (Mt 28,20), su palabra (Mc 16,15), su sacrificio redentor (Lc 22,19-20; 1 Co 11,23-26) y su acción salvífica y pastoral (Mt 28,19; Jn 20,23). La Iglesia, como signo transparente y portador de Jesús y como Pueblo sacerdotal: - anuncia el misterio pascual de su muerte y resurrección, - lo celebra haciéndolo presente, - lo vive en comunión de hermanos, - lo transmite y comunica a todos los hombres (Hch 2,32-37; 2,42-47; 4,32-34). En este sentido, toda la comunidad participa y vive del sacerdocio de Cristo como profetismo, culto, realeza (pastoreo, apostolado). La Iglesia, gracias a la palabra, al sacrificio y a la acción salvífica y pastoral de Cristo, se construye como comunión, que refleja la comunión de Dios amor, y construye en la humanidad entera una comunión o familia de hermanos que son hijos de Dios (cf. Puebla 211-219; 270-281). El sacerdocio de Cristo, prolongado en la Iglesia, hace a ésta «solidaria del género humano y de la historia» (GS 1). Cristo Sacerdote, por medio de su Iglesia, llega «al hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad» (GS 3). «El Hijo de Dios asume lo humano y lo creado, restablece la comunión entre el Padre y los hombres» (Puebla 188; cf. LG 1). La realidad de la Iglesia, por ser prolongación de Cristo (cf. Ef 1,23), es realidad sacerdotal y evangelizadora. La Iglesia es consorte o esposa de Cristo (Ef 5,25-27), participando de su ser sacerdotal que es de consagración y de misión. El culto que la Iglesia tributa a Dios es una oblación en el Espíritu, por Cristo, al Padre (cf. Ef 2,18), el «sacrificio de alabanza» (Heb 13,1516), que se centra en la eucaristía, pero que debe abarcar toda la humanidad y toda la creación renovadas por Cristo (Mt 5,13-14.23-24; Mc 9,49-50). Es una «vida escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3), que se inserta en las realidades humanas para restaurarlas en Cristo (Ef 1,10). La Iglesia se hace luz y sal en Jesús, para convertir cada corazón humano y todo el cosmos en una oblación sacrificial a Dios por el mandato del amor. Toda la acción de la Iglesia es sacerdotal, en cuanto que en ella se prolonga la acción sacerdotal de Cristo Buen Pastor; pero, de modo especial, esto tiene lugar en la celebración litúrgica: La sagrada liturgia es el culto público que nuestro Redentor, como Cabeza de la Iglesia, rinde al Padre, y es el culto que la sociedad de los fieles rinde a su Cabeza y, por medio de ella, al Padre eterno; es, para decirlo en pocas palabras, el culto integral del Cuerpo místico de Jesucristo, esto es, de la cabeza y de sus miembros (Pío XII, Mediador Dei: AAS 39, 1947, 528-529). «Realmente, es esta obra tan grande, por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por El tributa culto al Padre eterno. Con razón, se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y cada uno a su manera realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro» (SC 7) 8. 8 El tema de Iglesia sacramento o misterio (como signo claro y portador de la presencia y acción de Cristo resucitado) se ha de estudiar en relación a la Iglesia comunión y misión: J. ALFARO, Cristo, sacramento de Dios Padre; la Iglesia, sacramento de Cristo glorificado, "Gregorianum" 48 (1967) 5-27; C. BONNIVENTO, Sacramento di unità, la dimensione missionaria fondamento della nuova ecclesiologia, Bologna, EMI, 1976; Y. CONGAR, Un pueble missianique, l'Èglise sacrement du salut, París, Cerf, 1975; P. CHARLES, L'Eglise sacrement du monde, Louvain 1960; J. ESQUERDA, La maternidad de María y la sacramentalidad de la Iglesia, "Estudios Marianos" 26 (1965) 233274; CL. GARCIA EXTREMEÑO, La actividad misionera de una Iglesia Sacramento y desde una Iglesia - Comunión, "Estudios de Misionología" 2 (Burgos 1977) 217252; R. LATOURELLE, Cristo y la Iglesia, signos de salvación, Salamanca, Sígueme, 1971; A. NAVARRO, La Iglesia como sacramento primordial, "Estudios Eclesiásticos" 41 (1966) 139-159; H. RHANER, La Iglesia y los sacramentos, Barcelona, Herder, 1964; C. SCANZILLO, La Chiesa sacramento di comunione, Roma, Ist, Scienze Religiose, 1987; O. SEMMELROTH, La Iglesia como sacramento original, San Sebastián, Dinor, 1965; P. SMULDERS, La Iglesia como sacramento de salvación, en la Iglesia del Vaticano II, Barcelona, Flors, 1966, I p. 377-400. La Iglesia respuesta: pueblo sacerdotal, celebra con actitud de escucha y de - la Palabra que actualiza la historia de salvación como mensaje y como acontecimiento (SC 33,35, 52), - el único sacrificio redentor de Cristo hecho presente en la eucaristía (SC 47ss), - la acción salvífica de Cristo a través de los signos sacramentales (SC 59ss), - la oración sacerdotal de Cristo (SC 83ss), - la acción pastoral de Cristo, que tiende a hacer de la humanidad una oblación a Dios por la práctica del mandato del amor (SC 2). Por esto, la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor (SC 10). En la Iglesia existe una triple consagración sacerdotal, participar del sacerdocio de Cristo en grado y modo diverso: que hace - El sacramento del bautismo, que incorpora a Cristo Sacerdote para poder actuar en el culto cristiano participando en su ser, obrar y vivencia sacerdotal. - El sacramento de la confirmación, que hace de la vida un testimonio audaz (martirio), especialmente en los momentos de dificultad (fortaleza), de perfección y de apostolado. - El sacramento del orden, que da la capacidad de obrar en nombre y en persona de Cristo Cabeza, formando parte del sacerdocio ministerial (jerárquico) o ministerio apostólico. - El carácter que comunica en cada uno de estos tres sacramentos (en grado y modo diverso) es sello o unción permanente del Espíritu Santo (Ef 1,13-14; 4,30; 2 Co 1,21-22). Es una cualidad espiritual, indeleble, a modo de signo configurativo (o de semejanza) con Cristo Sacerdote y de participación ontológica en su sacerdocio, que consagra a la persona y la potencia para el culto cristiano 9. 9 Sobre el carácter (del bautismo, confirmación y orden), los autores señalan algunos aspectos fundamentales y complementarios entre sí: signo distintivo y configurativo, potencia cultual, consagración o dedicación, participación del sacerdocio de Cristo, capacidad para la misión en la comunión de Iglesia, etc. En el concilio Tridentino; ses. 23, c. 4; en santo Tomás: Suma Teológica, III, q. 27, a. 5, ad 2; q. 63, a. 1-6, etc. Ver: J. ESPEJA, Estructuras del sacerdocio según los caracteres sacramentales, en El sacerdocio de Cristo, Madrid, 1969, 273-294; J. ESQUERDA, Síntesis histórica de la teología sobre el carácter, líneas evolutivas e incidencias en la espiritualidad sacerdotal, en «Teología del sacerdocio» 6 (1974) 211-226; J. GALOT, Le caractère sacerdotal, en «Teología del sacerdocio» 3 (1971) 113132; J. GALOT, La nature du caractère sacramentel, París, Louvain, Desclée, 1958; J. LARRABE, Sentido salvífico y eclesial del carácter sacerdotal, "Estudios Eclesiásticos" 46 (1971) 5-33. Ver el tema en los tratados sobre los sacramentos (bautismo, confirmación, orden). Como en todo sacramento, también en el bautismo, confirmación y orden se recibe una gracia especial. En este caso es para poder ejercer digna y santamente el sacerdocio participado de Cristo. Es un don de Dios que se puede perder (si falta la caridad) y que matiza las virtudes cristianas, specialis vigor (dice santo Tomás en la línea de la caridad pastoral de Cristo Sacerdote y Víctima. El pueblo sacerdotal es diferenciado, no por la dignidad de la persona, ni por una menor exigencia de perfección, que consiste para todos en la caridad sin descuento, sino por recibir una llamada o vocación diferente, para ejercer diferentes servicios o ministerios en la Iglesia (cf. Puebla 220-281). Todo cristiano está llamado a ejercer ministerios proféticos, cultuales y sociales (o de organización y caridad) en cuanto que los fieles, incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde (LG 31). Las líneas básicas y algunas concretizaciones de estos ministerios han sido trazadas por Cristo; pero la Iglesia puede ir concretando más, permitiendo o estableciendo nuevos ministerios, de tipo más institucional, carismático o espontáneo según los casos 10. 10 Sobre los ministerios en general y especialmente sobre los nuevos ministerios: AA. VV., I ministeri ecclesiali oggi, Roma, Borla, 1977; AA. VV., Los ministerios en la Iglesia, Salamanca, Sígueme, 1985; A. ABATE, I ministeri nella missione e nel governo della Chiesa, Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1978; R. BLÁZQUEZ, La teología de una praxis ministerial alternativa; Salmanticenses 31 (1984) 113-135; J. DELORME, El ministerio y los ministerios según el Nuevo Testamento, Madrid, Cristiandad, 1975; J. ESPEJA, Los ministerios en el pueblo de Dios: Ciencia Tomista 114 (1987) 568594; J. LECUYER, Ministères en Dictionnaire de Spiritualité, 10, 1255-1267; R. LOPEZ, Los nuevos ministerios según el Concilio Vaticano II «Revista Teológica Límense» 18 (1984) 393-423; T. P. O`MEARA, Theology of ministry, New York Ramsey, Paulist Press, 1983; F. A. PASTOR, Ministerios laicales y comunidades de base. La renovación pastoral de la Iglesia en América Latina, "Gregorianum" 68 (1987) 267-305; A. PEELMAN, Les nouveax ministères, "Kerygma" 13 (1979) n. 33; O. SANTAGADA, Naturaleza teológica de los nuevos ministerios, "Teología" 21 (1984) 117-140; P. TENA, Los ministerios confiados a los laicos, "Teología del Sacerdocio" 20 (1987) 421-450. La vocación al laicado, a la vida consagrada y al sacerdocio ministerial matiza de modo diferente la participación en el ser, en el obrar y en el estilo de vida de Cristo Sacerdote, especialmente cuando se trata de la vocación sacerdotal ministerial, que está en la línea del sacramento del orden. 4- El sacerdocio común de todo creyente Todo bautizado está llamado a participar responsable y activamente en la vida de la Iglesia, en el anuncio del evangelio, testimonio, oración, celebración litúrgica, apostolado, servicio comunitario, etc. Cada uno realiza un servicio peculiar según su propia vocación y estado de vida (laical, de vida consagrada, sacerdotal), a nivel de profetismo, culto y realeza o acción pastoral directa. Todos forman el Pueblo sacerdotal 11. 11 Sobre la Iglesia Pueblo sacerdotal, cf. Lumen Gentium c. 2; Ex 19,36; 1 Co 3,10-16; 2 Co 6,16-18; Ef 2,14-22; 1 P 2,4-10; Ap 1,5-6; 5,9-10; 20,6, etc. Enc. Mediator Dei, AAS 39 (1947) 552ss. Además de los estudios indicados en la orientación bibliográfica, ver: A. BANDERA, El sacerdocio de la Iglesia, Villalba, Ope, 1968; R. A. BRUGNS, Pueblo sacerdotal, Santander, Sal Terrae, 1968; J. COLSON, Sacerdotes y pueblo sacerdotal, Bilbao, Mensajero, 1970; J. ESPEJA, La Iglesia encuentro con Cristo Sacerdote, Salamanca, San Esteban, 1962; CH. JOURNET, Teología de la Iglesia, Bilbao, Desclée, 1960, cap. VIII; F. RAMOS, El sacerdocio de los creyentes (1 P 2,410), en «Teología del sacerdocio» 2 (1970) 11-47; J. RATZINGER, El nuevo Pueblo de Dios, Barcelona, Herder, 1972; E. DE SCHMEDT, El sacerdocio de los fieles, Pamplona, 1964, A. VANHOYE, Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo según el Nuevo Testamento, Salamanca, Sígueme, 1984. Las vocaciones y los ministerios (servicios) son complementarios, para formar la única oblación de Cristo prolongado en su cuerpo que es la Iglesia, y que debe ser la oblación de toda la humanidad y de todo el cosmos. El sacerdocio común de los fieles o de todo creyente es el que corresponde básicamente a toda vocación y estado de vida, por haber recibido el bautismo y confirmación. Cada creyente, según su propia vocación, realizará básicamente este sacerdocio en relación a la eucaristía y al mandato del amor, pero con matices diferentes: - de presidencia en la comunidad (sacerdote ministerial), - de signo fuerte o estimulante de la caridad (vida consagrada), - de inserción en el mundo (laicado). El acento en la vocación específica de cada uno no puede hacer olvidar lo que es fundamental y común a todos: el sacerdocio de todos los fieles. No sólo fue ungida la Cabeza, sino también su cuerpo, es decir, nosotros mismos... De aquí se deriva que nosotros somos Cuerpo de Cristo, porque todos somos ungidos y todos estamos en él, siendo Cristo y de Cristo, porque en alguna manera el Cristo total es cabeza y cuerpo - san Agustín, Enarrationes in Ps 26. Los bautizados son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien el poder de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz (LG 10; cf. 1 P 2,4-10). La diferencia entre las diversas participaciones en el sacerdocio de Cristo indica mutua relación de servicio y de caridad, sin diferencia de privilegios y ventajas humanas. El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, auque diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo. El sacerdocio ministerial, por la potestad sagrada de que goza, forma y dirige el pueblo sacerdotal, confecciona el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo y lo ofrece en nombre de todo el pueblo de Dios. Los fieles, en cambio, en virtud de su sacerdocio real, concurren a la ofrenda de la eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación y caridad operante (LG 10). Todo creyente participa ontológicamente del sacerdocio de Cristo y está llamado a actuar en las celebraciones litúrgicas y en toda la vida de la Iglesia, a fin de convertir la propia existencia y de la humanidad entera en una prolongación de la oblación de Cristo al Padre en el amor del Espíritu Santo. Con el lavado del bautismo, los fieles se convierten, a título común, en miembros del Cuerpo místico de Cristo Sacerdote, y, por medio del carácter que se imprime en sus almas, son delegados al culto divino participando así, de acuerdo con su estado en el sacerdocio de Cristo (Pío XII, Mediador Dei, AAS 39, 1947, 55ss). Podemos distinguir en esta participación del sacerdocio de Cristo tres aspectos: el ser, el obrar y el estilo de vida. Del ser deriva el obrar y la exigencia de una vida santa: - En cuanto al ser: es una participación real en el sacerdocio de Cristo (en su unción y misión), por medio del carácter del bautismo y de la confirmación, a modo de consagración, configuración con Cristo, capacitación para el culto y para la vida cristiana. - En cuanto al obrar: es capacidad para participar en el anuncio (profetismo), celebración (liturgia) y comunicación del misterio pascual (realeza), el sacrificio de Cristo y ofreciéndose a sí mismos, y comprometiéndose en el apostolado de la Iglesia como inicio y extensión del Reino de Cristo. - En cuanto al estilo de vida: con una vida santa y comprometida en el servicio de los hermanos, a la luz de las bienaventuranzas, transformando la vida en una oblación agradable (salada) a Dios por el amor (cf. Mt 5,13 en relación a Mt 5,44-48). La vida cristiana, por su ser, su actuar y su vivencia, es, eminentemente sacerdotal: «Os ruego, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios; éste es vuestro culto espiritual» (Rm 12,1). Por esto la vida cristiana está centrada en la eucaristía, que supone el anuncio y el compromiso de caridad: Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella. Y así, sea por la oblación, sea por la sagrada comunión, todos tienen en la celebración litúrgica una parte propia, no confusamente, sino cada uno de modo distinto (LG 11). De este modo, «la condición sagrada y orgánicamente estructurada de la comunidad sacerdotal se actualiza por los sacramentos y las virtudes» (ibídem). Esta línea sacerdotal armoniza los dos niveles de la vida cristiana: el personal y el comunitario. Es la persona, no masificada, la que participa en la realidad de Cristo para ejercer una misión insustituible; pero esta persona es miembro de una comunidad que es comunión (Koinonía) de hermanos a modo de cuerpo, pueblo, templo de piedras vivas, familia. La realidad irrepetible de cada uno (vocación, carismas) se concretiza en la construcción armónica de la comunidad en el amor (ágape) como reflejo de Dios Amor (cf. 1 Co 12-13, en relación a Jn 3-4). Entre todos, y con la finalidad generosa y personal a la propia vocación (en cuanto distinta y complementaria), realizamos la única oblación de Cristo, en su único cuerpo místico y Pueblo de Dios, que debe abarcar toda la humanidad y toda la creación. Con esta perspectiva sacerdotal y eclesial hay que enfocar la afirmación de que todo cristiano está llamado a ser santo y apóstol, como partícipe y responsable del camino de la Iglesia con toda la humanidad hacia la restauración final en Cristo. Todo cristiano, según su propia vocación, participa de los ministerios eclesiales y forma parte de los signos de la Iglesia «sacramento universal de salvación» (LG 48; AG 1), signo transparente y portador de Cristo ante el Padre y para todos los pueblos. Cada uno se realiza en su propia vocación y carisma, en la medida en que aprecie y valore los demás, colaborando con ellos. Aunque todos son miembros del Pueblo de Dios (laicos), dedicados al servicio de Dios (consagrados) y partícipes del único sacerdocio en Cristo (sacerdotes), acostumbrados a calificar con estos títulos a los cristianos que tienen una vocación peculiar de: - Laicado: «A los laicos corresponde, por su propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios» (LG 31). Son, pues, fermento de espíritu evangélico en las estructuras humanas, desde dentro, en comunión con la Iglesia para ejercer una misión propia (cf. LG 36; AA 2-4; GS 43) 12. 12 Ver LG 30-38; AA; GS 38, 43; AG 2, 6, 13, 21, 41; EN 70-75; CFL 7-8, 64; RMi 71.74; CEC 897-913; CIC 224-231; Santo Domingo 94-103; Puebla 777849. Exhortación Apostólica Postsinodal Christifideles Laici, de Juan Pablo II (30 diciembre, 1988). Puebla 777-849. Algunos trabajos en colaboración: Vocación y misión del laicado en la Iglesia y en el mundo, en «Teología del sacerdocio» 20 (1987); Los laicos y la vida cristiana, Barcelona, Herder, 1965; Dizionario di Spiritualità dei laici, Milano, OR, 1981; Laicus testis fidei in schola. De munere laicorum in vocationibus fovendis, "Seminarium" 23 (1983) n. 12. Otros estudios: A. ANTÓN, Fundamentos cristológicos y eclesiológicos de una teología y definición del laicado, en «Teología del sacerdocio», 20 (1987) 97-162; J. I. ARRIETA, Formación y espiritualidad de los laicos, "Ius Canonicum" 27 (1987) 79-97; A. BONET, Apostolado laical, los principios del apostolado seglar, Madrid, 1959; Y. M. CONGAR, Jalones para una teología del laicado, Barcelona, Estela, 1963; CONGREGACIÓN EDUCACIÓN CATOLICA, El laicado católico testigo de la fe en la escuela, Roma, 1982; M. D. CHENU, Los cristianos y la acción temporal, Barcelona, Estela, 1968; J. ESQUERDA, Dimensión misionera de la vocación laical, "Seminarium" 23 (1983) 206-214; L. EVELY, La espiritualidad de los laicos, Salamanca, Sígueme, 1980; J. HERVADA, Tres estudios sobre el uso del término laico, Pamplona, Eunsa, 1975; M. TH. HUBER, ¿Laicos y santos? A la luz del Vaticano II, Burgos, Aldecoa, 1968; A. HUERGA, La espiritualidad seglar, Barcelona, Herder, 1964; T. I. JIMÉNEZ URRESTI, La acción católica, exigencia permanente, Madrid, 1973; La missione del laicato, Documenti ufficiali della Assemblea generale ordinaria del Sinodo dei Vescovi, Roma, Logos, 1987; R. BERZOSA MARTINEZ, Teología y espiritualidad laical, Madrid, CCS, 1995; T. MORALES, Hora de los laicos, Madrid, BAC, 1985; S. PIE, Aportaciones del Sínodo 1987 a la teología del laicado, "Revista Española de Teología" 48 (1988) 321, 370; F. A. PASTOR, Ministerios laicales y comunidades de base. La renovación pastoral de la Iglesia en América Latina, "Gregorianum" 68 (1987) 267-305. (Pont. Consilium pro Laicis) Apostolado de los laicos y responsabilidad pastoral de los obispos (Roma, 1982). - Vida consagrada: es signo fuerte de las bienaventuranzas y del mandato del amor, a modo de «señal y estímulo de la caridad» (LG 42), por medio de la práctica permanente de los consejos evangélicos (cf. LG 43-44; PC 1). Las personas llamadas a esta vocación «son un medio privilegiado de evangelización» porque «encarnan la Iglesia deseosa de entregarse al radicalismo de las bienaventuranzas» (EN 69) 13. 13 Puebla 721-776. Documentos oficiales de la Iglesia en: La vida religiosa, Documentos conciliares y posconciliares, Madrid, Instituto de Vida Religiosa, 1987. Ver especialmente: Perfectae caritatis (Vaticano II), Evangelica Testificatio (Pablo VI), Redemptionis donum (Juan Pablo II), Mutuae Relationes (Congregación de obispos y Congregación de Institutos de vida consagrada. Potissimun Institutioni (idem)); Vita consecrata (Juan Pablo II). Estudios en colaboración: Yo os elegí. Comentarios y textos de la Exhortación Apostólica Vita consecrata de Juan Pablo II, Valencia, EDICEP, 1997; Los religiosos y la evangelización del mundo contemporáneo, Madrid, 1975; La vida religiosa, II Codice del Vaticano II, Bologna, EDB, 1983. Otros estudios: S. Mª ALONSO, La utopía de la vida religiosa, Madrid, Inst. Teol. Vida Religiosa, 1982; J. ALVAREZ, Historia de la vida religiosa, Madrid, Inst. Teol. Vida religiosa, 1987; M. AZEVEDO, Los religiosos: vocación y misión, Madrid, Soc. Educación Atenas, 1985; A. BANDERA, Teología de la vida religiosa, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1985; F. CIARDI, Expertos en comunión. Exigencia y realidad de la vida religiosa, Madrid, San Pablo, 2000; A. DORADO, Religioso y cristiano hoy, Madrid, Perpetuo socorro, 1983; J. LUCAS HERNÁNDEZ, La vida sacerdotal y religiosa, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1986; T. MATURA, El radicalismo evangélico, Madrid, Inst. Teol. Vida religiosa, 1980: Idem, La vida religiosa en la encrucijada, Barcelona, Herder, 1980; A. MORTA, Los consejos evangélicos, Madrid, 1968; A. RENARD, Las religiosas en la hora de la esperanza, Barcelona, Herder, 1982; B. SECONDIN, Seguimiento y profecía, Madrid, Paulinas, 1986; J. M. TILLARD, En el mundo y sin ser del mundo, Santander, Sal Terrae, 1983. - Sacerdocio ministerial: es signo personal de Cristo Sacerdote y Buen Pastor, a modo de «instrumento vivo» (PO 12), para obrar «en su nombre» (PO 2) y servir en la comunidad eclesial, como principio de unidad de todas sus vocaciones, ministerios y carismas (PO 6.9). El sacerdocio común de todo creyente es sacerdocio «espiritual» y «real» (1 P 2,4-9; Jn 4,23; Rm 12,1), porque se celebra en el Espíritu de Cristo (en quien ya se cumplen las promesas mesiánicas) y es participación y colaboración en el reino de Cristo. Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana, y, regenerados como hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia. Por el sacramento de la confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo, y con ello quedan obligados más estrictamente a difundir y defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo, por la palabra y juntamente con las obras (LG 11). La familia, como la Iglesia doméstica (LG 11), es un lugar privilegiado de este culto cristiano. En ella se aprende la donación personal como encuentro con Cristo en el signo de cada hermano. Los cónyuges cristianos, en virtud del sacramento del matrimonio, por el que significan y participan el misterio de unidad y amor fecundo entre Cristo y la Iglesia (cf. Ef 5,32), se ayudan mutuamente a santificarse en la vida conyugal y en la procreación y educación de la prole, y por eso poseen su propio don, dentro del Pueblo de Dios, en su estado y forma de vida (LG 11). «La Iglesia encuentra en la familia, nacida del sacramento, su cuna» (FC 15) 14. 14 Puebla 568-616, Ver Exhortación Apostólica Familiaris consortio, de Juan Pablo II (22 noviembre 1981). Estudios en colaboración: La familia, posibilidad humana y cristiana, Madrid, Acción católica, 1977; La familia. Doctrina de la Iglesia católica acerca de la familia, el matrimonio y la educación, Madrid, 1975. Otros estudios: F. ADNES, El matrimonio, Barcelona, Herder, 1979; B. FORCANO, La familia en la sociedad de hoy, problemas y perspectivas, Valencia, CEP, 1975; F. MUSGROVE, Familia, educación y sociedad, Estella, Verbo Divino, 1975; E. SCHILLEBEECKX, El matrimonio, realidad terrena y misterio de salvación, Salamanca, Sígueme, 1968; A. LOPEZ TRUJILLO, Familia, vida y nueva evangelización, Estella, EDV, 2000; A. VILLAREJO, El matrimonio y la familia en la "Familiaris consortio", Madrid, San Pablo, 1984. Documento de la Conferencia Episcopal Española: Matrimonio y familia hoy, Madrid, PPC, 1979. Ver también Documento de la Conferencia Episcopal Española: La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad, Madrid, San Pablo, 2001. La oblación cristiana que transforma la vida en donación tiene lugar por medio del trabajo como servicio a los hermanos. Precisamente porque «el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene» (GS 35), «el hombre como sujeto del trabajo es una persona independientemente del trabajo que realiza» (LE 12); por esto, «el primer fundamento del valor del trabajo es el hombre mismo como sujeto» (LE 6). El valor del trabajo consiste, en la donación personal a imagen de Dios Creador y de Cristo Redentor (cf. GS, 1ª parte, III) 15. 15 J. ALFARO, Hacia una teología del progreso humano, Barcelona, Herder, 1969; L. ARMAND, El trabajo y el hombre, Madrid 1964; F. BERRIOS MEDEL, Teología del trabajo hoy. El desafío de un diálogo con la modernidad, Pont. Univ. Católica, Santiago, 1994; M. D. CHENU, Hacia una teología del trabajo, Barcelona, Estela, 1965; O. FERNÁNDEZ, Realización personal en el trabajo, Pamplona, Eunsa, 1978; A. NICOLAS, Teología del progreso, Salamanca, Sígueme, 1971; G. THILS, Teología de las realidades terrenas, Bilbao, 1956. El sacerdocio ministerial comunicado por el sacramento del orden (que será el tema principal de los capítulos sucesivos) es un servicio especial para hacer que toda la comunidad eclesial, con todos sus componentes y sectores, ejerza su sacerdocio común y se haga oblación en Cristo para bien de toda la humanidad. El mismo sacerdote ministro pone en práctica su realidad sacerdotal bautismal a través de este servicio vivido con fidelidad generosa. Guía Pastoral Reflexión bíblica - Sintonía con los amores del Buen Pastor: al Padre (Lc 20,21; Jn 17,4), a los hombres (Mt 8,17; Hch 10,38); dando la vida en sacrificio (Jn 10,11-18; Lc 23,46). - La realidad sacerdotal de Cristo Mediador: ungido o consagrado (Jn 10,36), enviado para evangelizar a los pobres (Lc 4,18; 7,22), ofrecido en sacrificio (Lc 22,19-20; Mc 10,45), presente en la Iglesia (Mt 28,20). - El sacrificio total de la caridad pastoral: cordero pascual (Jn 1,29), para establecer una nueva alianza o pacto de amor (Mt 26,28) y salvar al pueblo de sus pecados (M 20,28). Estudio personal y revisión de vida en grupo - Cristo Sacerdote, «único Mediador» (1 Tm 2,5): por su ser de Hijo de Dios hecho hombre, por su obrar o función sacerdotal (anuncio, cercanía, sacrificio de inmolación), por su estilo de vida (PO 2; SC 5; Puebla 188-197: PDV 21-23: Dir cap. I). - Cristo 22,32,39,45). Mediador, centro de la creación y de la historia (GS - El sacerdocio de Cristo prolongado en la Iglesia, Pueblo sacerdotal (SC 6-7,10; LG 9; Puebla 220-281), especialmente en el anuncio de la Palabra (SC 33,35,52), en la celebración del sacrificio redentor (SC 47ss), en la acción salvífica y pastoral (SC 2,7), en la cercanía solidaria a los hombres (GS 1,40ss). - Relación armónica entre las diversas participaciones del sacerdocio de Cristo (LG 10-11; PO 2) y las diversas vocaciones (LG 31,42; PC 1; PO 2; GS 43). - Servicio de unidad por parte del sacerdocio ministro (PO 9). El sacerdocio, en virtud de su participación sacramental con Cristo, Cabeza de la Iglesia, es, por la Palabra y la Eucaristía, servicio de la Unidad de la Comunidad (Puebla 661). Orientación Bibliográfica Ver algunos temas concretos en las notas de este capítulo: sacerdocio en san Pablo (nota 3), san Juan (nota 1), carta a los Hebreos (nota 4), Corazón sacerdotal de Cristo (nota 6), Iglesia sacramento (nota 8), Iglesia Pueblo de Dios (nota 11), ministerios y nuevos ministerios (nota 10), carácter sacerdotal (nota 9), laicado (nota 12), vida consagrada (nota 13), familia (nota 14), trabajo (nota 15). AA.VV. El corazón sacerdotal de Jesucristo, en «Teología del Sacerdocio» 18 (1984). ____, El sacerdocio de Cristo y los diversos grados de participación en la Iglesia, XVI Semana Española de Teología, Madrid, 1969. ____, Vocación y misión del laico en la Iglesia y en el mundo, en «Teología del Sacerdocio» 20 (1987). ____, Sacerdozio comune e sacerdozio ministeriale, unità e specificità, «Lateranum» 47 (1981) n. 1. ALFARO, J. Las funciones salvíficas de Cristo como revelador, Señor y Sacerdote, en Mysterium Salutis, Madrid, Cristiandad, 1971, II/I, c. 7. 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