En base a «La celebración del sacramento de la reconciliación» del Centro Nacional de Pastoral Litúrgica (Francia) Vivir y proponer la Reconciliacion 3 EL PRIMER PASO: EL DOLOR DE LA OFENSA Ten piedad de mí, oh Dios, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito y limpia mi pecado. Porque yo reconozco mi culpa y tengo siempre presente mi pecado. Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad ante tus ojos; así serás justo cuando juzgues e irreprochable cuando sentencies. Hazme sentir gozo y alegría, salten de gozo los huesos quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista y borra todas mi culpas. (Salmos 50, 1-4.8-9) El primero de los actos del penitente es el dolor por el pecado cometido y la resolución de no volver a pecar; esto se llama contrición. De este dolor y propósito de conversión depende la verdadera penitencia. Así, pues, la contrición no es solo un sentimiento y menos aún, un impresión. Es, en primer término, reconocimiento del pecado revelado por la Palabra de Dios y decisión de convertirse, de cambiar de vida según el Evangelio. La contrición es un acto de fe que compromete el modo de vivir. Sin embargo, es importante distinguir bien entre el sentiminto de culpa, la conciencia de la falta y el sentido del pecado. El sentimiento de culpa es una reacción del psiquismo ante situaciones que nos atañen personalmente y a partir de las cuales se desarrolla el miedo de no ser estimado por los otros y el sufrimiento de perder la autoestima. Este sentimiento procede de la persona y del juicio que establece ella respecto a los valores morales o culturales de su entorno. Es un efecto afectivo por la cual la persona se percibe limitada, impura, vulnerable. Va acompañado de vergüenza por darse cuenta que uno no es perfecto, todopoderoso, puro, pleno. La conciencia de falta no tiene nada que ver con un sentimiento incontrolado. Es el reconocimiento lúcido de una infracción, de algo que no se ha hecho de acuerdo con alguna regla moral o social. Implica una responsabilidad efectiva. Es la conciencia de de haber actuado en forma incoherente. Hazme oír la alegría de tu salvación El sentido del pecado no está solamente ligado a la ley moral. Solo se entiende en el contexto de una relación con Dios y el reconocimiento de un daño, que afecta a esa relación de Alianza. Culpabilidad y pecado pueden coexistir: «Soy culpable de haber desperdiciado tal ocasión». Pero la culpabilidad se puede sentir sin que haya pecado: las heridas o la muerte en un accidente del que no se es responsable; algunos jóvenes se sienten culpables de la separación de sus padres. A la inversa: se puede pecar sin sentirse culpable; por ejemplo: una estafa de la que se alegran porque han ganado dinero. Un cristiano puede acceder a la conciencia de su pecado por la culpabilidad que siente, pero no puede quedarse ahí porque ese sentimiento, por sí solo, no entabla una relación con Dios. Reconocerse pecador no rebaja en nada nuestra dignidad, al contrario, tener conciencia del pecado personal (que es inevitable) es una oportunidad para el encuentro sacramental con Dios. ¿Cómo estamos ayudando a nuestros jóvenes a formarse en el sentido del pecado? ¿Cuáles de nuestras prácticas educativas habituales no contribuyen a lo anterior?