Guía N° 6 Padrenuestro: ustedes, cuando oren, digan: «Padre» Continuamos con la oración del Padre nuestro, dando un paso más. Ahora nos fijaremos en la palabra Padre… Recuerda, tómate el tiempo necesario, tú sabrás cuál es tú medida, y acude a la actitud de los discípulos cuando le dijeron al Maestro: “Enséñanos a orar”. Ojalá esta guía te ayude a ese encuentro personal con Dios. Déjate llevar… Él cambiará tu vida. Anexamos un pequeño relato de los que recorren la internet, sencillo pero muy diciente. Digan: “Padre” En el punto anterior centramos nuestra atención en la súplica que precede en Lucas a la enseñanza del Padrenuestro. En Mateo va a continuación de una serie de consejos de Jesús sobre la oración y, al acabar éstos, leemos: «Ustedes, cuando oren, digan: Padre...» (Mt 6,9). audacia de los niños: «Abba!» Y es que todo lo de Jesús viene escondido en lo pequeño, en lo sencillo, en lo que casi pasa inadvertido: una aldea casi desconocida, una mujer llamada María como mil otras, un niño envuelto en pañales en las afueras de un pueblo, el hijo de un carpintero, un galileo rebelde crucificado, como tantos otros, fuera de las murallas de Jerusalén, una piedra de sepulcro descorrida sin ruido cuando apenas estaba amaneciendo. Un poco de pan y vino y una comunidad de gentes casi sin cultura, compartiéndolo con alegría y sencillez de corazón. ¡Qué asombro, qué instintiva reacción de incredulidad y sobresalto en el grupo de discípulos que rodeaba a Jesús al oír que el Maestro les ofrecía aquella pequeña palabra aramea; «Abba» (padre querido, papá..., en nuestra equivalencia) para dirigirse a Dios! Fue como si todo el misterio inconquistable del Nombre divino quedara al descubierto. Entonces, no eran definitivos los nombres que Israel, a lo largo de su historia, había dado al Innombrable: «Elohim», «El Sadday», «Adonay», «Yahvé»... Entonces, el temor reverencial y los truenos y relámpagos del Sinaí y el velo del Templo no eran lo último, eran sólo una paciente pedagogía de Dios y ahora se quedaban viejos, se retiraban ya superados, dejaban de tener sentido. En los labios del hombre estaba ya esa palabra que sólo puede decirse con la tranquila Una pequeña palabra, apenas cuatro letras en nuestro idioma, dos sílabas minúsculas con tan poca apariencia como un grano de mostaza, una raíz en tierra árida, un manojo de mirra, una piedrecita blanca... Después nosotros hemos inventado las catedrales, el Pantocrátor, el Vaticano, las misas polifónicas y los tratados de teología. Y está bien y es bello y quizá necesario. Pero, sobre todo, es que no sabemos hacerla mejor, no poseemos el secreto de hacer las cosas con esa milagrosa sencillez con que Dios viste a Padrenuestro: Digan Padre… Para el camino N°6 una flor del campo con todo el esplendor de las vestiduras regias de Salomón. mundo, no comprendemos cómo Dios, que es Padre, puede permitirlo. En la oración no podemos evadirnos de la dureza y conflictividad de la vida: es precisamente en ella donde podemos aprender a vivir todo eso como Jesús. Una pequeña palabra para rezar y en ella toda la experiencia relacional de Jesús, toda la hondura insondable de su saberse Hijo, toda la gloria de su confianza incondicional en Alguien mayor. Elige alguna situación de sufrimiento que te afecte especialmente, no rehuyas el contemplarlo, escucha el clamor que nace en ti, al enfrentarte con eso que Pablo llama «gemidos de parto de la humanidad». «A Dios nadie lo ha visto nunca: el Hijo único que estaba junto al Padre nos lo ha dado a conocer” (Jn 1,18). Y nos ha dicho que podemos llamarle: ABBA. No rechaces tus sentimientos de queja, oscuridad, preguntas, rebeldía... Cuando vayas a orar Las sugerencias prácticas van dirigidas a ayudarte a hacer la experiencia filial, a sentirte hijo, como Jesús, delante de Dios. Acude con todo ello a Jesús, apóyate con fuerza en su confianza inquebrantable en el Padre, entra en sus sentimientos y exprésale tu deseo de fiarte más de El que de tus impresiones. a) Desde nuestra vida Nuestra imagen de Dios no coincide muchas veces con la de Jesús y eso condiciona negativamente nuestra oración. Pero eso hoy, antes de ponerte a orar, trata de purificar las imágenes falsas («ídolos», según la Biblia) que te ocultan el rostro de Aquel a quien Jesús llama «Padre». Puede ayudarte el terminar por escrito, espontáneamente, estas frases: Cuando pienso en Dios yo... Lo que no consigo entender de El es... A veces creo que Dios... Relee lo que has escrito y date cuenta de si está «en sintonía» con la imagen de Dios que nos transmite el evangelio. Lee a Jesús tus contestaciones, exponle, sin miedo, lo que sientes, piensas, dudas sobre Dios. Termina con la oración de súplica del evangelio: «Creo, Señor, pero ayuda mi incredulidad». Hazte consciente de que tienes dentro de ti el manantial inagotable de la experiencia filial de Jesús contra todas las experiencias en sentido contrario. Escúchale repetirte que la realidad última es acogedora, que la misericordia es mayor que el mal, que la esperanza es mayor que la frustración. Deja que sea El mismo, presente en ti por el Espíritu, el que diga una y otra vez desde lo más hondo de tu ser: «Abba», Padre... Nota: Tomado del Libro: “Iniciar en la oración”, de Dolores Alexaindre y Teresa Berruela, Edit. CCS, Cuadernos Proyecto Catequista Casi siempre nuestra mayor dificultad para llamar «Padre» a Dios está en que, al sentir el dolor y la injusticia en el 2 Padrenuestro: Digan Padre… Para el camino N°6 Relato: Reportándose Una vez un sacerdote estaba dando un recorrido por la Iglesia al mediodía... al pasar por el altar decidió quedarse cerca para ver quién había venido a rezar. En ese momento se abría la puerta, el sacerdote frunció el entrecejo al ver a un hombre acercándose por el pasillo; el hombre estaba sin afeitarse desde hace varios días, vestía una camisa rasgada, tenía el abrigo gastado cuyos bordes habían comenzado a deshilacharse. El hombre se arrodilló, inclinó la cabeza, luego se levantó y se fue. Durante los siguientes días el mismo hombre, siempre al mediodía, entraba en la Iglesia cargando una maleta... se arrodillaba brevemente y luego volvía a salir. El sacerdote, un poco temeroso, empezó a sospechar que se tratase de un ladrón, por lo que un día se puso en la puerta de la Iglesia y cuando el hombre se disponía a salir le preguntó: "¿Qué haces aquí?" El hombre dijo que trabajaba en una fábrica camino de la iglesia, tenía media hora libre para comer y aprovechaba ese momento para rezar: "Solo me quedo unos instantes, sabe, porque la fábrica queda un poco lejos, así que solo me arrodillo y digo: "Señor, sólo vine nuevamente para contarte cuán feliz me haces cuando me liberas de mis pecados... no sé muy bien rezar, pero pienso en ti todos los días... así que Jesús, este es Juan reportándose". El sacerdote, sintiéndose un tonto, le dijo a Juan que estaba bien y que era bienvenido a la Iglesia cuando quisiera. El sacerdote se arrodilló ante el altar, sintió derretirse su corazón con el gran calor del amor y encontró a Jesús. Mientras sus lágrimas corrían por sus mejillas, en su corazón repetía la plegaria de Juan: "Sólo vine para decirte, Señor, cuan feliz fui desde que te encontré a través de mis semejantes y me liberaste de mis pecados... No sé muy bien como rezar, pero pienso en ti todos los días... Así que Jesús, soy yo reportándome". Cierto día el sacerdote notó que el viejo Juan no había venido. Los días siguieron pasando sin que Juan volviese para rezar. Continuaba ausente, por lo que el sacerdote comenzó a preocuparse, hasta que un día fue a la fábrica a preguntar por él; allí le dijeron que Juan estaba enfermo, que pese a que los médicos estaban muy preocupados por su estado, todavía creían que tenía una posibilidad de sobrevivir. La semana que Juan estuvo en el hospital trajo muchos cambios, él sonreía todo el tiempo y su alegría era contagiosa. La Jefe de enfermeras no podía entender por qué Juan estaba tan feliz, ya que nunca había recibido ni flores, ni tarjetas, ni visitas. El sacerdote se acercó al lecho de Juan con la enfermera y ésta le dijo, mientras Juan escuchaba: "Ningún amigo ha venido a visitarlo, él no tiene a dónde recurrir". Sorprendido, el viejo Juan dijo con una sonrisa: La enfermera está equivocada... pero ella no puede saber que todos los días, desde que llegue aquí, al mediodía, un querido amigo mío viene, se sienta aquí en la cama, me agarra de las manos, se inclina sobre mí y me dice: "Sólo vine para decirte, Juan, cuan feliz soy desde que encontré tu amistad y te liberé de tus pecados. Siempre me gustó oír tus plegarias, pienso en ti cada día... Así que Juan, este es Jesús reportándose". Anímate, comienza con sólo unos minutos…ya verás… 3