LECTURAS RECOBRADAS César Uribe Piedrahita C on el número anterior (Diciembre 2003, núm. 3, págs. 219-231) Palimpsesto inició la publicación de novelas inconclusas de importantes autores colombianos. Se comenzó con «Camilo» de Jorge Isaacs, y hoy continuamos con «Caribe» de César Uribe Piedrahita, novelista antioqueño nacido en Medellín en 1896 y muerto en Bogotá en 1951, quien publicó Toá Narraciones de caucherías en 1933 (Manizales, editor Arturo Zapata, Nota preliminar de Antonio García, ilustraciones de Arturo Arango, Alberto Arango Uribe y César Uribe Piedrahita) y Mancha de aceite, en 1935 (Bogotá, editorial Renacimiento, con grabados de Gonzalo Ariza). El primer capítulo de «Caribe» se publicó en la revista PAN (núm. 9, julio de 1936, Bogotá, págs. 54-57) que dirigía su amigo Enrique Uribe White y donde publicaba su compañero de exploraciones Enrique Pérez Arbeláez, con quien fundara (1931) el Herbario de la Universidad Nacional. Se ha querido ver en César Uribe Piedrahita un destino inacabado, disperso en múltiples talentos, por lo escasa que ha sido entre nosotros la vocación que para su plenitud desvanece fronteras, por la radical indiferencia entre la Ciencia y el Arte y por la falta de continuidad entre las generaciones del país. Todo lo hecho por César Uribe Piedrahita está indisolublemente atado por su ética y responsabilidad, por una vigorosa fuerza moral. Toá es un libro más depurado que La vorágine y capta las cosas con más justeza y mayor intensidad. Allí se describen el Putumayo, el Caquetá y el Yarí, o sea todos los brazos de la llamada hoya maldita, con el caucho, la siringa, la cascarilla, la quina y los demás árboles que trajeron el suplicio y la muerte a los habitantes de los bosques . En Mancha de aceite dominan las síntesis crudas, los contrastes fragorosos, las descripciones esquemáticas y los toques hábiles de disección social o política [Ricardo Latcham, 1946]. 310 FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS - UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA LECTURAS RECOBRADAS Desde el punto de vista político [Mancha de aceite] fue una de las novelas más ambiciosas y agresivas, en su intento de testimoniar un hecho concreto, entre todas las de su tiempo [Álvaro Medina, 1977]. En César Uribe Piedrahita, cercano a las ideas de izquierda y quien vive además el proceso fundamental del gobierno de López Pumarejo, la idea de modernidad política va acompañada de una conciencia liberadora desde el punto de vista científico y cultural [ ] tanto Toá como Mancha de aceite constituyen ante todo novelas de iniciación [ ] frente a la desconocida geografía del mundo que es pues el comienzo del extrañamiento o sea el enfrentar ese yo consigo mismo. La aventura se torna así en una situación límite donde la vida puede mirarse desde aquel lado que había permanecido a oscuras. Sólo que en ese proceso de encontrarse a sí mismo, le iba a suceder lo que a Rivera: encontrarse con la ruda y amarga realidad de un país. [ ] Por un lado la presencia de las compañías explotadoras del caucho ha supuesto el genocidio de los grupos indígenas, la destrucción despiadada de sus valores religiosos y culturales y la conversión de aquel ámbito que fue sagrado reposo del mito, espacio de lo sagrado en un escenario dantesco: ríos, ciénagas envenenadas, cuerpos humanos destrozados por centenares, etc. [ ] aquel paisaje intacto, reino de una mitología, ya jamás regresará [ ] la pérdida y el fracaso de ese escenario se dan como regreso al vacío. [ ] El genocidio adquiere de este modo su alucinante dimensión apocalíptica: los estragos de la Casa Arana y su inaudita violencia ¿en qué se diferencian del genocidio que actualmente y en nombre del progreso se hace en muchas regiones del Brasil? Esta visión objetiva de grupos indígenas a la deriva, mujeres violadas, niños asesinados, ancianos amarrados y conducidos como bestias son a la postre la inquietante y conmovedora imagen de la derrota de lo sagrado. Colocar palabras indígenas como definición de los capítulos no es una ingenuidad indigenista como podría pensarse, sino una referencia directa a ese espacio sagrado que desaparece bajo esa violencia inclemente. [ ] la sangre de los habitantes sin nombre, de esas culturas sin futuro ya, de esos lenguajes que no se guardarán ni siquiera como curiosidad etnográfica, porque se han perdido para siempre los espacios, los silencios, los sonidos que los justificaban como expresión de lo sagrado. Ahora tiritante sabe que esos ríos de sangre siguen corriendo y en sus delirios, parte ya de aquello que se pudre, el mar se constituye en la imagen necesaria a la muerte: un más allá de espacios claros, refulgentes donde las aguas azules del vasto mar funden por fin el anhelo de los sueños imposibles. [ ] Ciérrese los ojos; abráselos; agudicen el oído, desde el susurro más ligero hasta el ruido más intenso, desde el sonido más simple hasta la armonía superior, desde el grito más fuerte de la pasión hasta la palabra razonable más dulce y sólo tendremos a la naturaleza que habla, a su ser mismo, su fuerza, manifestándonos su vida y sus relaciones, de suerte que al ciego, al igual le está excluido el acceso a lo infinitamente visible, en lo audible puede captar algo infinitamente vivo. Mancha de aceite es una novela de los sonidos. La naturaleza, como señala Goethe, es aprehensible a través de todos los sentidos y así llega a estar dentro de nosotros, incorporada como una dimensión del cosmos. Sólo que esa armonía que buscó Goethe así como Hölderlin aquí se transforma una vez muerto el mito, verdaderamente en el caos. Despojado el hombre de su humanidad, que es lo que lo hace un dios, como afirma Max Scheler, pasa entonces de lo sagrado a la vulgaridad de las economías que lo alienan y despojan; así, el antiguo habitante de aquello que como naturaleza fue sonido y olor, calor y sabor es ahora una comparsa sin nombre abocado a la reivindicación de lo inmediato: la comida. [ ] las razones de un hombre, la significación de una vida no importan en absoluto así como no importa en absoluto la calidad de un medio, el origen de una especie vegetal, la sobrevivencia de un pez: el agua muerta del golfo donde ya no hay ni peces ni pájaros, es eso una metáfora cruel [ ] la realidad sobra ante esta fuerza tecnológica [ ] El diálogo ha muerto, en el doble sentido: porque ha muerto el alma donde reposan los afectos, los recuerdos, las imágenes primeras y últimas de toda vida y porque ha muerto la fuente de la poesía, la raíz del origen, el bosque, la naturaleza. [ ] El hombre sometido a este Poder no es nadie [Darío Ruiz Gómez, 1992]. Me asusta la orfandad científica de Colombia. Tantas endemias, tantos tesoros perdidos en la selva. Todo esto reclama mi trabajo. Quiero dar cima siquiera a media docena de las investigaciones que he verificado durante toda mi vida. Me asusta dejar sin respuestas tantos problemas nacionales que yacen olvidados [César Uribe Piedrahita, 1948]. 1950: Revista Semana (núm. 183), abril, Bogotá. 1951: El Tiempo, «Suplemento Literario», Bogotá, diciembre 30. 1977: Revista Gaceta Colcultura, núm. 14, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá. 1979: César Uribe Piedrahita, Toá Mancha de aceite, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá (incluye, entre otros textos, Pesca de perlas y artículos de: Elisa Mújica, Manuel Zapata Olivella, Luis E. Nieto Caballero, Jaime Paredes Pardo ). 1992: César Uribe Piedrahita, Toa Mancha de aceite, Ediciones Autores Antioqueños, vol. 70, Medellín (con un estudio de Darío Ruiz Gómez. Incluye fotografías y dos dibujos de Ricardo Rendón). 1996: César Uribe Piedrahita, Apuntes para una geografía médica del ferrocarril de Urabá y otros escritos, Universidad de Antioquia, Facultad de Medicina, Medellín (incluye dos capítulos de Caribe, Pesca de perlas, comentarios sobre Pedro Nel Gómez, Carlos Correa y Sebastián de las Gracias, entre otros textos). PALIMYHSTOS - PALIMPSESTVS - PALIMPSESTO 311 «CARIBE» César Uribe Piedrahita «CARIBE» (FRAGMENTO DE UNA NOVELA INCONCLUSA) Capítulo I ¡Mieh coleh! ¡Qué escuridá y el zipote brisa que tá soplando ! ¡Arría la escandalosa, y cóge rizoh al foque que vamos sin ná e lastre! El piloto apretó el timón bajo la axila y aflojó la botavara siguiendo el impulso de la racha. Crujieron los palos al inclinarse la barca sobre las crestas fugaces de las olas panzudas. Los marinos silenciosos vigilaban el aparejo envejecido y desigual. cándose en los borbotoneh de sangre. No eran culesquier toyos y ¿Loh vihte tú? No yo que me pongo a pensá! ¡Andá! Déja de sé pendejo y cálla la jeta que paece una mejma mujé. ¿Entonces no puedo hablá? ¿No puedo decí naa e Pompilio? ¡Ahup!... ¡ahup!... ¡Buena mareta de loh diablos! No sé por qué el patrón Clemente se le metió aparejar ehte mugre´balandro como si fuera una goleta. ¡Cógele más rizoh al foque! ¿No veh que ehtá intranquilo el noroete? ¿Onde diabloh estaremoh? El balandro se hundía temblando en los valles profundos del oleaje y se inclinaba de costado, siguiendo el ritmo de las ondas. En el rincón de popa se oyeron unos golpes contra el banco de culata y se apagó la lucecita Como no hay estrellah No hay sino ejeurana Pero vamoh con buen rumbo. ¡Ahup! ¡Mieh coleh! Recoge mah rizoh al foque y chica el ag´üe la cola Vámoh a virá pal sú. La noche cerrada y espesa hundía su sombra entre los senos del mar. Una lucecilla roja e intermitente se veía en el fondo de la húmeda barcaza. La luz, apenas un fulgor de brasa, no alcanzaba a alumbrar el rincón de popa. ¿Qué hubo compa? Ya cogí loh rizoh al foque. Pero ehte mugre sigue bailando. Suéltale a la botavara. La lucecilla insistía en acentuar la densa oscuridad. Se movió vacilante en el fondo de la barca. Hágase pa llá blanco que voy a arriá esta vela. No se siente ái en ese pozo. ¿No ve que ehte tiehto hace agua por todoh ladoh? Y esa agua ehtá ya rancia y ¡Cállate! Déja tranquilo al dotó y déja de está charlándole a todo mundo y ¡Ahup! ¡Cónfiro! Sopla que ni en El Águila. El viento hacía trepidar el velamen haraposo y la noche pesaba sobre el mar ondulante y salpicado de hirviente espumarajo. Ohí. ¡Cómpa! ¿Parece que vamos arrimando a la cohta? Qué sé yo. Con ehta noche tan negra ¡Cómpa! Qu´ihque el otro día había una manch´e sardah en bocah del Lión que no se había vihto ni cuando se comieron a Pompilio el chocosano. Eso sí fue una behtialidá eran por nubeh un revoltijo e sardah que daba miedo los mesmo diabloh revol- 312 FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS - UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA * Soplaba con furia sobre la playa llena de troncos y despojos de palmeras. En el rancho de Clemente se hallaban varios hombres flacos y morenos sentados alredor de una mesa ¡Den las cartas aprisa! ¡Qué vaina!... ¡Nana! ¡Nanaá! ¡Señor! Oye, hija, cierra esa puerta que el viento está apagando la lámpara. ¡Nana! ¡Nanaá! ¿A ver, señor? Nana, tráenos más ron. Pero no demores Oye, hija No, nada tráenos el ron. Clemente dio un puñetazo sobre la mesa y barrió luego las cartas con la mano. ¡Qué carajo! No juguemos más. Oigan, oigan esa brisa que corre y cómo golpea la mareta. ¡Miércole! Apuesto a que esos brutos dejaron perder el balandro. Te lo dije, hermano, tú debías ir. Ese Florentino es un pendejo. Anda a ver cómo está el mar. ¿Qué hubo?... ¡que vayan a ver el mar! ¡Nana, Nanaá! A ver, señor. Ah, muy bien, préstame el ron, eso es Muy bien, hija. Oye, ¿crees que Florentino se perdió esta noche? CÉSAR URIBE PIEDRAHITA Yo no me hubiera perdido. Yo no. ¿Verdad, hija? ¿Recuerdas en el Cabo Tiburón? Sí, señor. ¡Qué vas a recordar! Oye cómo zumba la brisa. ¿Oyes el maretazo que rompe en El Hoyito? Florentino se va a perder, va a dejar perder el balandro. Saca la lámpara a la punta de La Falúa y no la dejes apagar Anda, pronto ¡Nana! Oye, ¿por qué no trajiste el ron? Volvieron los hombres empapados por la lluvia que arreciaba. Clemente sirvió las copas y continuó hablando, mientras su boca parecía sonreír. ¿No ven? Mando a Mareta a que se llegue hasta Acandí y viene con el contrabando mojado, y en lugar de los Cámels me trae ese pendejo de botas y con cara de ladrón. Ojalá se pudra ese cachaco y se lo lleve el diablo con esas fiebres. ¿No ven? Florentino . ¡ah pendejo! Dejó perder el balandro, y ahora sí no me queda nada. ¡Nana! ¿Nana! ¿Nanaá! ¿Qué quiere, señor? Que traigas otro poco de ron. Este tiempo está tan raro ¿No ven? Sopla el Noroeste, y sin embargo se suelta un chaparrón de los diablos. Oye, hija dale vuelta al cachaco, a ver si ya se murió. Llévale café con algo de ron ¿Oyes? Déja aquí el ron, después le damos. Los hombres se sentaron de nuevo cerca a la mesa y se dispusieron a beber y oír el monólogo de Clemente. El Mareta, flaco y encogido de hombros, miraba la lámpara. Era un hombre moreno, de ojos verdes y pelaje enmarañado. Se decía, no sólo en El Damaquiel, sino a todo lo largo de esas costas salvajes, que no había un piloto igual, ni un hombre más silencioso y atrevido. No obstante su color, más bien claro que oscuro, aceptaba ser hermano del negro Clemente, viejo filibustero, contrabandista y hombre de muchas aventuras, riesgos y encontrones con carabineros de Panamá y de Colombia. Clemente se sentía orgulloso de su hermano El Mareta y repetía con frecuencia que era su hermanito de padre y madre. ¡Carajo! Ya sí estoy creyendo que aquellos pendejos se perdieron. Ahora sí Perdí mi goleta en Barlovento, perdí la balandra Lucía, y ahora pierdo este cascarón, último trasto que me quedaba. ¡Si no me faltara esta pierna! Porque, yo si soy marino de veras. ¿No es cierto, Mareta? Yo sé manejar el sextante y medir la altura del sol y consultar el almanaque náutico. Yo sí sé de buques y no me da miedo de nada, ni de nadie, ¡carajo!... ¡Nana, Nanaá! A ver. ¿Por qué no traes más ron? No hay más, señor. Pues búscalo, búscalo. Con esta noche Oye, Nana, ¿qué tal el cachaco? ¿Se murió ya? No, señor. Está dormido y hablando cosas. Tiene una fiebre No parece gente mala, más bien Nana, Nana, oye déjate de entrar donde ese hombre. Déjalo solo. Y Qué hubo del ron, hija Después del chubasco el viento comenzó a ceder y la noche a serenarse. Aún batía el oleaje contra las barrancas y se oía el susurro de la hirviente resaca. La playa de El Damaquiel estaba solitaria, las casuchas cerradas y los perros dormidos. Clemente solo, echado en el chinchorro rezongaba: Florentino, Florentino, dejó perder el balandro. ¡Ah pendejo! * ¡Ahup! Que ya vamos a entrá. Siquiera el mar no está tan malo pa entrar al Hoyito. Arría pronto, que estamo pa cae. Cóge loh remo ¡Ahup! La barca dio un cabezazo y, después de un viraje forzado, saltó sobre la resaca y resbalando contra las barrancas arenosas fue empujada por las olas hasta el abrigo hirviente de la zanja que los contrabandistas llamaban el puerto del Hoyito. ¡Miehcoleh! ¡Qué nochecita! ¡Cómo estará Clemente! Nos va a jodé a todoh. Salte por aquí dotó. Ya le traeremoh loh coroto. Amarra duro, que pue que se ponga feo ehte diablo e golfo. El patrón de la barca se adelantó hasta la casucha de Clemente. El otro hombre quedó arreglando los aparejos, mientras el pasajero esperaba, sentado en la maleta. La noche suspiraba. La resaca extendía sus redes fosforescentes sobre los anchos lomos de las olas hinchadas. Un silencio negro cubría la tierra. Vamoh ya dotoh. La casa de Clemente no ehtá lejo. Bueno, Florentino, yo sí creí que se los había tragao el mar. Tenía rabia si se hubiera perdido el balandro Pero, es que No le hace que lleguen tarde Vea, Clemente. Es que tuvimoh que recogé un señó. ¿Qué? Clemente, lo traemoh, porque andaba huyendo y noh obligaron y No más, ¡carajo! ¿Otro prófugo, otro? Clemente miró en los ojos al aturdido Florentino. No podía reprimir la sorpresa que le producía la coincidencia de las dos expediciones. La noche antes Mareta, su hermano, habíale traído un jovencito pálido y enflaquecido que el piloto había aceptado como pasajero en Turbo, y a la noche siguiente llegaba Florentino con otro hombre desconocido. ¿Qué significaban esos hallazgos? Nunca le había pasado tal cosa en sus largos años en los mares e islas del Caribe. Creyó Clemente que esos hombres debían significar algo en el porvenir de su vida azarosa y decidió aceptarlos como una fatalidad, a la cual no debía oponerse. ¡Nana, Nanaá! Arréglale petates a otro señor que viene Esto es una fonda, ¡carajo! Oye, tráete al hombre ese. Es un dotó. PALIMYHSTOS - PALIMPSESTVS - PALIMPSESTO 313 «CARIBE» Vaya al carajo el dotor a mi qué me importa que sea dotor Dótores y ladrones son lo mismo pa mí Que sea dotor, ¿a mí qué me da?... En ese instante llegó el desconocido a la cabaña de Clemente. Saludó sonriendo. Buenas noches, señores. Perdonen que me les aparezca a estas horas. Clemente Figueroa, pa servile. Don Carlos, ésta es Nana, mi hija. Es una negrita cualquiera, pero es una tonina en el mar y una roca en el timón. Vete Nana y cierra la puerta a ver si no se apaga la lámpara. Y ve que esté arreglada la cama para el huésped y que le des agua al enfermo y que mirés si está completo el aparejo de la balandra y que esté la carga segura y... deja candela y café listos y Está bien, señor. Tome asiento, don Carlos, y descanse. ¡Nana! ¡Nanaá! Tráete un poco de ron y de café Mala noche les tocó. Este diablo de golfo es así en verano. Pero como parece que ya va a llover, entonces sopla del sur y no es tan bravo No siempre es bravo el condenado. Y dígame, ¿de dónde lo echó este viento? ¿De muy lejos? Carlos miraba atentamente al negro Clemente. Alto y fornido, con la cabeza cubierta por un pelo espeso y rizado, hombros excesivamente anchos, y brazos como ceibas y amplio abdomen que acariciaba con las manazas de oso. Clemente permanecía sentado, debido a la falta de una pierna. El muñón sostenía las muletas contra el muslo un tanto recurbado por el peso del voluminoso tronco. Clemente parecía sonreír siempre. Tenía unos ojos brillantes y móviles que guiñaba alternativamente. No, señor. Venía de Panamá costeando y quedé varado en Cabo Tiburón. Parece que las autoridades me consideraban sospechoso y me vi obligado a pedir a Florentino que me embarcara. ¿Y usté es dotor en qué? Ni yo mismo sé ya, don Clemente. Hace tiempo que olvidé mis títulos. Ando por todas partes conociendo. Alguna vez me gradué en medicina ¿Y con cuánto le tuvo que untar las poleas, don Carlos? ¡Ah! Entonces podrá darle algo al otro tipo que vino anoche. Está hecho un escombro. Ese dizque es explorador o no sé qué diablos. Habla mucho, hasta cuando está privado por la fiebre. Quiere ir a Cartagena. Yo lo llevo si no se muere. ¿Y usté pa dónde va? Mi nombre es lo de menos, pero cuando me necesite, llámeme Carlos Urichea, servidor. Poca cosa. Lo que puede darle y lo que él se ganaba por transportar otro fardo más. Anoche trajeron otro hombre en la canoa que le arrendé al turco Benazaf. Ese también estaba varado y buscaba salir pa Cartagena. Pero no creo que llegue. Se lo están comiendo las fiebres. Junto a la cocina le arreglamos. Allá dormirá usté también, porque ya la tienda del turco está cerrada y ese hombre es una Sarda cuando lo despiertan. No hay más dónde. Perdonará lo malo. También para Cartagena a revalidar mis papeles. ¿No carga papeles? No, no tengo. Allá conseguiré, puesto que nací en el interior de Colombia. Y si no consigue. En todas partes estoy bien interrumpió Carlos. Lo mismo me da. Entró Nana con el café y el ron. Era una mulata de unos veinte años, esbelta y bien parecida. Sonreía siempre y mostraba unos dientes parejos y limpios, afeados por un casquete de oro, orgullo de su dueña y envidia de sus amigas. Miró rápidamente al recién llegado y luego a Clemente, quien no le quitaba los ojos. ¡Nana, Nanaá! ¿Ya está lista la cama? Hasta mañana o hasta ahora, dotor. Después nos veremos más a espacio. 314 FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS - UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA CÉSAR URIBE PIEDRAHITA [Capítulo II] PALIMYHSTOS - PALIMPSESTVS - PALIMPSESTO 315 «CARIBE» 316 FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS - UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA Revista PAN, núm. 15, 1937. CÉSAR URIBE PIEDRAHITA PALIMYHSTOS - PALIMPSESTVS - PALIMPSESTO 317 «CARIBE» [Capítulo III] PESCA DE PERLAS* El bote se balanceaba suavemente al impulso del oleaje. Brillaban las anchas escamas metálicas del mar trémulo al contacto de la tarde cargada de brisas. La playa lejana. Un islote blanquecino salía del agua, reseco como una vértebra al sol. Dulce rumor de chapoteos livianos, de espumas frágiles. En la paz de la tarde, el bote. En el bote un indio guajiro y su mujer. Los indios se miraron: Naporce cáurure. (Conchas no tienen perlas). ¿Cáurure?, guartás maís hináru. (¿Perlas?, están muy hondas). ¡Oh!... ¡Oh!... ¡Jaijá motso súpura aútin téchin!... oh (Oh falta un poquito para morir mi marido oh). La flotilla de barcas pescadoras de perlas dobló la punta del islote. De las bordas, colgaban los restos del aparejo de arrastre. Brillaban las escafandras y los hombres frotaban sus pechos y sus vientres mojados. En el fondo de las barcazas se amontonaban las conchas aún cerradas. Quizá llevaban un tesoro de tumorcillos engendrados por los arcos iris cuando se hunden en los vientres misteriosos del mar . ¡Pushácata somui! (Baja más hondo). Mira vale, ¡un bote de indios contrabandistas! Mapusas maí taya. (Estoy muy fatigado). ¡Viren pallá! Los cogeremos. Tendrán perlas. La mujer abrió otra concha, abrazó la carne tibia entre los dedos, luego la mordió en los tendones de inserción y repasó, con los dientes, la agria entraña. En el bote, el hombre respiraba penosamente a través de la sangre espumosa. Los pulmones habían estallado. El hombre dio un suspiro, abrió los brazos y los alzó sobre su cabeza reluciente. Se acercó a la borda y saltó como un delfín. Se hundió pataleando. Oh Jaijá motso súpura áutin téchin. Oh. Oh Ishá: maima ishá . (Sangre mucha sangre). A ver, india, ¿tienen licencia? ¿tienen perlas? Glu, gulú gulú Naporce cáurure ¡Maima ishá! (No tengo perlas ¡mucha sangre!). Un minuto ¿dos? ¿tres?... minutos de angustia. ¡Dame las perlas, india asquerosa, dámelas! La tarde jugaba con las escamas del mar. Naporce cáurure. Motso mostacilla. Motso Naporce cáurure Jaijá motso súpura áutin téchin ¡Maima ishá! Rodaban las nubes sobre sus cálidos flancos incendiados. Glu, gulú gulú Salió el hombre con una concha en la boca. La dio a su mujer, su cuerpo se estremeció, brillaron sus escápulas y corrió el agua por su espinazo ¡Ah!. Naporce cáurure. (No tiene perlas). Guartás maí shináru Ma pusas maí taya. (Están muy hondas, estoy fatigado). . ¡Va! El hombre se lanzó como una flecha y penetró en el mar, hasta el fondo del mar, allá en el fondo Un minuto ¿Dos?... ¿siglos?... Graznaron las gaviotas y volaron los pelícanos en escuadrilla en V ¿minutos, siglos? Por fin salió la cabeza del hombre. Sus manos intentaron agarrarse a las ondas. Se debatió por unos momentos. Glu, gulú gulú Oiga mi teniente, ese indio se está muriendo. Bajó demasiado y se cansó. ¡Dejémoslo! ¡Por bruto!, se le reventaron los fuelles. No se muere, pero no podrá volver a bucear. Si lo intenta estalla como una burbuja Por bruto A ver, dame las perlas Miren lo que sacó este indio pendejo Ja ja ja Mostacilla de segunda. No sacó nada. ¡La mostacilla pal mar! ¡Anda! ¡Icen!... ¡Mañana veremos si se les da un buen castigo a estos canallas, ladrones!... La tarde se fue detrás del islote. ¡Soplaron las sombras!... espumas de sangre esponjas rojas como el zumo de las pitahaylas Hilillos de sangre perlas sangrientas Estertores convulsos Oh jaijá motso súpura áutin téchin Ishá ¡Maima Ishá!... ¡Oh!... ¡Maima Ishá! . En el fondo de la barca estaba el hombre echado de espaldas. En lugar de una concha nacarada, mordía una esponja de espumarajo sangriento. La nariz anhelante hacía crepitar las espumas rojizas. 318 FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS - UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA * Revista de las Indias, núm. 6, Bogotá, mayo de 1939.