El cuento del domingo Había una vez una madre coneja hambrienta, que había salido de la madriguera para buscar comida. Sin embargo, aunque recorrió la sierra de arriba abajo, no encontró ni una sola brizna de hierba tierna para dar de comer a sus gazapos. En aquel momento, apareció un mago que lucía un sombrero acabado en punta y una túnica azul que le llegaba hasta los pies. -¿Qué te pasa, coneja? -preguntó. -Que no encuentro nada para comer y mis hijos se morirán de hambre. Entonces, el mago hizo aparecer de la nada un saco con unos manojos de hierba más tierna que los barquillos. -Coge los manojos y empléalos de la mejor manera. Si lo haces así, comprobarás que son mágicos –explicó el mago y desapareció en seguida. La coneja colgó la bolsa de su cuello y se fue más contenta que unas pascuas en dirección a la madriguera. Unos pasos más adelante, se percató de la presencia de una oveja coja que lloraba como si le arrancaran el alma a mordiscos. -¿Qué te pasa, oveja? -¡Ay, ay, ay! Tengo tanta hambre que me comería un puñado de piedras, si no fuera porque están tan duras. Entonces, la coneja le dio un manojo de hierba. Antes de llegar a la madriguera se cruzó con una vaca y su ternero. -¡Ay, coneja! -exclamó la vaca-. Tenemos tanta hambre que los intestinos se han cansado de hacer groc-groc. ¿Tú no nos darías un manojo de hierba? La coneja les dio un manojo y continuó caminando hasta llegar a la madriguera. Y como sólo le quedaba un manojo de hierba, lo repartió entre sus gazapos. De repente, se oyó un ruido muy fuerte y apareció el mago del sombrero acabado en punta y la túnica azul. -¿Qué has hecho de los manojos de hierba, coneja? -preguntó. -Creo que los he utilizado de la mejor manera que he sabido. -¿Eso crees? ¡Mira, asómate fuera de la madriguera! La coneja salió atemorizada; sin embargo, en seguida, observó que toda la tierra que rodeaba la madriguera estaba cubierta de hierba tierna y, por si fuera poco, tres ríos de aguas cristalinas cruzaban aquel territorio.