Resumen del Huasipungo La hija de Alfonso Pereira, dueño de Cuchitambo —la hacienda donde transcurre la acción—, va a ser madre. El padre busca entre las indias una nana para el bebé y elige a Cunshi, la mujer del protagonista, Andrés Chiliquinga. El indio, creyéndose abandonado por Cunshi, va a trabajar al monte y pierde una pierna en un accidente. El patrón le encomienda entonces trabajos más simples, como atender la cementera. Así, Chiliquinga se queda en el huasipungo. Al enfrentamiento entre el indio y el patrón, que es inevitable componente social, se aúna uno nuevo: el patrón pretende seducir a Cunshi. Asimismo, la mayoría de los indios es enviada a. construir una carretera con la cual los amos, el inversionista extranjero, el juez y el cura del pueblo serán los únicos beneficiados. En cambio, Chiliquinga ha sido encargado para ayudar en las obras junto con sus compañeros, lo que los obliga a soportar largas jornadas de trabajo y la actitud despótica del capataz, incluso hasta arriesgar sus vidas y perderlas. Éstas son, para el amo, la mercancía más barata. El río crece con las lluvias y las obras de construcción de la carretera se interrumpen. La corriente arrasa el sitio por donde debía pasar la carretera e inunda huertas y casas de los indios. El hambre casi los vence y para alimentar a sus familias deciden, Chiliquinga entre ellos, desenterrar el cadáver de una res muerta en la inundación. La carne, casi totalmente putrefacta, causa la enfermedad y muerte de Cunshi. Chiliquinga, desesperado, debe afrontar una vez más la evidente separación de los mundos de blancos e indios; su esposa muerta no puede ser enterrada en el cementerio de la iglesia si el cura párroco no recibe una fuerte suma. Andrés roba entonces una res para conseguir el dinero que garantizaría el entierro de Cunshi, pero es severamente castigado por el patrón. En respuesta, él y sus compañeros se rebelan. Lleno de indignación, Andrés congrega a la indiada enardecida, y se desatan la violencia, la venganza y el asesinato, descargando así el cúmulo de odio y rencor tanto tiempo reprimidos. Andrés toma desquite del teniente político y de don Alfonso, cuya hacienda él y los suyos asaltan, pero en donde no había nadie, pues los amos han huido a Quito. El ejército, avisado por el terrateniente, llega al pueblo para aplastar la rebelión. Los indios insurrectos se repliegan hacia los cerros. Ancianos, mujeres y niños caen bajo las balas de los soldados. La cacería se prolonga. Ya sólo quedan unos pocos rebeldes, entre ellos Andrés Chiliquinga y su hijo, quienes se refugian en una choza junto con otros compañeros. De repente, advierten que el techo es pasto de las llamas; ese incendio es el preludio de una muerte segura. En un heroico alarde de orgullo y soberbia, Andrés torna a su hijo en brazos y, angustiado se entrega a las balas gritando: "¡Ñucanchic huasipungo!” De pronto, como un rayo, todo enmudeció para él, para ellos. Rápidamente la choza terminó también de arder. El sol Se hundió definitivamente." El párrafo final denuncia el abuso, la opresión, el sufrimiento ancestral, y documenta la desesperada voluntad de luchar para terminar definitivamente con ello: "Al amanecer, entre las chozas deshechas, entre los escombros, entre las cenizas, entre los cadáveres tibios aún, surgieron, como en los sueños, sementeras de brazos flacos como espigas de cebada que, al dejarse acariciar por los vientos helados cielos páramos de América, murmuraron en voz ululante de taladro: "¡Ñucanchic huasipungo”.