Elige a tres de los personajes y haz una descripción detallada de cada uno de ellos. Mujer: Era una mujer joven, recién entrada en la treintena. Sus facciones eran delicadas y suaves como las de una princesa de cuento. Los pómulos eran algo prominentes pero enmarcaban con su rostro en un ovalo perfecto. Su piel era blanca como la nieve, aunque sus mejillas tenían algo de color y sus labios carnosos y rojos, hacían juego con su rizado cabello. La soledad y las preocupaciones le habían cincelado diminutas arrugas en torno a los ojos. Y el pelo, color café, permanecía atrapado en un fino coletero bajo la forma de una coleta alta, que oscilaba al son de su paso apresurado. Su cuerpo mostraba los vestigios del deporte practicado en su juventud, delineando así una esbelta y estilizada figura. Aún así, su caminar era lento y vacilante como si llevara sobre sus hombros una gran carga invisible que le impedía avanzar. Loco: Hubo un tiempo en que él fue un médico de prestigio. Concretamente uno de esos reputados cirujanos requerido por cualquier centro de renombre. Vivía en un complejo residencial junto con su esposa y sus hijos. Y se podía decir que era feliz. Se le podía reconocer fácilmente por su atuendo, casi siempre compuesto por gafas de montura ancha, barba incipiente, traje con corbata, bata doblada sobre el regazo y maletín de piel colgando de una de sus manos. Pero un día todo cambió. Perdió su licencia, su mujer le dejó y se llevó consigo a los niños dejándolo en la ruina junto con una casa vacía que no podía pagar Así que sustituyó el maletín por una botella, la bata y el traje por un raído y maloliente chándal. Una larga barba le cubría el rostro en su totalidad y, su porte antes aristocrático ahora parecía el de una triste marioneta sin vida. Aquellos días de dicha parecían una lejana ensoñación y en su lugar habitaba en una negrura que le llevó directamente a la locura. Amante: De niño no despuntó por su atractivo físico. Y este hecho en la adolescencia no mejoró. Su único consuelo eran los estudios, los cuales le trajeron la fama de empollón de la clase. Este hecho no hizo mucho en su favor en cuanto a las relaciones sociales se dice, pasándose gran parte de los veranos de su adolescencia pidiendo ejercicios extra. Y si no tenía amigos, menos aún novias. Pero hoy a sus treinta y tantos se perfilaba como un gran ejecutivo, de cuerpo atlético y musculado (todo ello gracias a una estricta rutina de ejercicios y comidas). Con su metro ochenta, su sonrisa perfecta y los ojos azul celeste, los problemas para tener parece habían pasado a la historia. Ya no era aquel muchacho enclenque e inseguro que tenía problemas para socializar. Ahora era un hombre hecho y derecho dispuesto a comerse el mundo. Ejercicio corregido Mujer: Era una mujer joven, recién entrada en la treintena. Sus facciones eran delicadas y suaves como las de una princesa de cuento. Los pómulos eran algo prominentes pero enmarcaban con su rostro en un óvalo perfecto. Su piel era blanca como la nieve, aunque sus mejillas tenían algo de color y sus labios carnosos y rojos, hacían juego con su rizado cabello. La soledad y las preocupaciones le habían cincelado diminutas arrugas en torno a los ojos. Y el pelo, color café, permanecía atrapado en un fino coletero bajo la forma de una coleta alta, que oscilaba al son de su paso apresurado. Su cuerpo mostraba los vestigios del deporte practicado en su juventud, delineando así una esbelta y estilizada figura. Aun así, su caminar era lento y vacilante como si llevara sobre sus hombros una gran carga invisible que le impedía avanzar. Loco: Hubo un tiempo en que él fue un médico de prestigio. Concretamente uno de esos reputados cirujanos requerido por cualquier centro de renombre. Vivía en un complejo residencial junto con su esposa y sus hijos. Y se podía decir que era feliz. Se le podía reconocer fácilmente por su atuendo, casi siempre compuesto por gafas de montura ancha, barba incipiente, traje con corbata, bata doblada sobre el regazo y maletín de piel colgando de una de sus manos. Pero un día todo cambió. Perdió su licencia, su mujer le dejó y se llevó consigo a los niños dejándolo en la ruina junto con una casa vacía que no podía pagar Así que sustituyó el maletín por una botella, la bata y el traje por un raído y maloliente chándal. Una larga barba le cubría el rostro en su totalidad y, su porte antes aristocrático ahora parecía el de una triste marioneta sin vida. Aquellos días de dicha parecían una lejana ensoñación y en su lugar habitaba en una negrura que le llevó directamente a la locura. Amante: De niño no despuntó por su atractivo físico. Y este hecho en la adolescencia no mejoró. Su único consuelo eran los estudios, los cuales le trajeron la fama de empollón de la clase. Este hecho no hizo mucho en su favor en cuanto a las relaciones sociales se dice, pasándose gran parte de los veranos de su adolescencia pidiendo ejercicios extra. Y si no tenía amigos, menos aún novias. Pero hoy a sus treinta y tantos se perfilaba como un gran ejecutivo, de cuerpo atlético y musculado (todo ello gracias a una estricta rutina de ejercicios y comidas). Con su metro ochenta, su sonrisa perfecta y los ojos azul celeste, los problemas para tener parece habían pasado a la historia. Ya no era aquel muchacho enclenque e inseguro que tenía problemas para socializar. Ahora era un hombre hecho y derecho dispuesto a comerse el mundo. Corregido por Alberto Calcerrada Sánchez-Crespo, Grupo A