LA TORMENTA He observado una luz, escucho un ruido. Me asomo a la ventana y miro al mundo. Es un libro de plata tras el golpe azulado del relámpago. Un libro de la vida que moviese sus hojas con el viento, contra el viento, con él. Ahora todo es confuso en la tormenta. ¿A dónde fue mi madre en esta noche si en tiempos se escondía de los truenos? ¿Dónde está la señora que nos cuida? ¿Acaso ya no hay nadie que me ayude a pasar este mal trago? La tormenta se acerca, ahora está encima. Se mueve la persiana, tabletea; la trato de ajustar pero está rota. Por sus huecos se filtra la luz de otro relámpago. Me cubro los oídos a la espera del trueno. ¿Por qué mamá no está? ¿No le da miedo el ruido como entonces? Mi miedo era antes suyo, ¿qué herencia me ha dejado si se ha ido? Ya no hay mito detrás de la tormenta, ese choque brutal que desataba la fuerza de esa luz, el estampido. Este bramido es más que el viento que se escapa de una nube tras romper su dureza, sus escamas. No hay nada que explicar, todo está claro: este brote de fuego y el aire enrarecido por el humo; la boca de la nube, su condición de cueva. La tormenta se aleja, huele a azufre. Una parte del cielo se ha quemado con el último rayo que ha caído. Es de un color azul la herida de la esfera que chorrea. Es una llama opaca y consistente como la ausencia negra de la madre.