CRÓNICA Con el trasfondo del Río de los Pescados L Héctor Domínguez Ruvalcaba o primero que expresó cuando lo conocí fue su deseo de escribir, y lo siguió recordando a cada oportunidad que se presentaba. Nada me indicaba que este deseo no fuera genuino y gocé de imaginar su nombre impreso en hojas impecables. Voy a llamarlo Ismael porque convenimos en no revelar su identidad. Todo sonrisa sueña entusiasmado. Va y viene entre sus fantasías y su intensa biografía de riesgos y privaciones. Su mirada inquieta interroga entre líneas, espera mi asentimiento, y solicita un gesto de complicidad. Se asoma desde su corta edad y su muy versada capacidad de vivir, desde el interior mismo de lo que llamamos interior del país. Cuando tenía doce años se largó del lado de su madre porque no toleraba más sus maltratos. Recuerda las continuas mudanzas entre diversas ciudades pequeñas del país cuando niño, al cuidado de la abuela en Tezuitlán, de una amiga de la madre, de una tía, mientras ella trabajaba en los bares por las noches. No conoce otra forma de vivir más que una lenta nomadía entre Tuxpan, Xico, Ciudad Valles, Chipancingo, Huamantla, etc. Entre trabajos temporales tan diversos que de repente su historia se transforma en una novela picaresca. Se fue en una feria y siguió el peregrinar de las fiestas. Aprendió a dormir en las calles, a acomedirse, a aguantar sonriendo, a darse en la madre contra el miedo hasta vencerlo. En cierto punto empezó a boxear: “Ganes o pierdas te pagan”. Era objeto de apuestas y objeto de tantas corrientes benévolas y perversas que entretejen las peripecias de una historia episódica. El hombre que discurría frente a mí era un individuo concreto, perteneciente a un mundo demasiado real que transcurre junto a nosotros y que pocas veces interrogamos. A lo largo y ancho de nuestras ciudades vemos aparecer y mudarse ferias, tianguis, vendedores con megáfonos que dominan con su estridencia el paisaje sonoro de los barrios populares, las plazas, las terminales, que mueven el contrabando, las artesanías, los productos piratas, los robados, las antigüedades, el tarot, los juegos de apuestas... un inmenso mercado informal, semiformal, temporal, peregrino, legal, semilegal, ilegal, organizado bajo sus propias estructuras de proteccionismos, chantajes e intercambio de favores, tributarios de caciques y de grupos criminales y uniformados, conforman una clase con derechos mínimos y existencias extenuantes... Tras un silencio, me revela en voz baja: “Los de Protección Civil son los que cobran las cuotas en las ferias porque son de la letra”. La última letra del alfabeto, de resonancias funestas en la conciencia colectiva. Me cuenta su vida de lado, con pocos datos, dejándome la tarea de inferir los detalles; me esboza los 6 Lunes 25 de agosto de 2014 O2 Cultura Suplemento de La gaceta de la Universidad de Guadalajara momentos dolorosos, presentando las cicatrices de su cuerpo, haciendo de cada una un capítulo de su existencia. Me muestra dos largos gajos de piel lustrosa, alardeando a la vez su voluminoso bícep izquierdo. El músculo había sido abierto por dos profundos navajazos en un pleito de machos. Más que el dramatismo de la herida, pondera la intrascendencia del hecho que llevó a la reyerta. Un “y tú qué me miras”, y la cadena de retos que se siguen hasta el contrato de pleito, el espectáculo celebrado por los testigos, la excitación de ver la sangre que nos devuelve a las profundidades de la edad de piedra. Por nada, nomás porque sí, o porque es el deber del macho, el rito primordial de los goces violentos. Aprendió, dice, a evadir el pleito, pero no explicó cómo, y supongo entonces que se trataba de estrategias de fuga, y que esa manera suave y sonriente con que conversa lo ha librado de terminar destazado en esos caminos de Dios. O terminar autovictimado como lo ha intentado un par de veces. Dolorosamente, la conversación se concentra en el punto de despertar con un espejo de sangre sobre la mesa donde yace recostado. Coloridos tatuajes camuflajean delicadamente esas cicatrices que le recuerdan la razón de vivir. Y me sorprende, con el trasfondo bullente del Río de los Pescados a su paso por Xico, con un rítmico y trágico rapeo: Ella, María Magdalena, llora por las noches/ con sangrante inspiración de luna llena./ Piensa en sus padres, en su hijo/ y en el hombre que la aterra./ Ángeles y demonios imparten una guerra/ y está en medio de ella./ Ella, María Magdalena es una chica humilde/ que vive de la tierra/ junto a su familia, sus hermanos y el demonio/ que la acecha, la brecha es muy estrecha (...). Después entendió los pecados de la tierra,/ que no había Adán ni Eva./ Vivía en los suburbios, trabajando/ en un tugurio rondando por el inframundo/era tour nocturno y zurdos que se ríen de la absurdo/ y la belleza de ella a los demonios cautivaba,/ (...) pero en ese momento nadie lo sabe,/ el muy infeliz le ofreció un vaso de agua con un gesto amable./ Haciéndole esa noche un daño irremediable.../ María Magdalena no sabía nada,/ mientras él la golpeaba, tumbada en la cama,/ pobre alma perdida/ no sabía lo que pasaba,/ María Magdalena se encontraba drogada. Tan duro que golpean las imágenes en la mente... Como aquél personaje de Molière que no sabía que había estado hablando en prosa toda su vida, Ismael no sabe que ya es un escritor... es cuestión de ponerlo a rapear. [