El ojo de la cerradura Relato corto por Sergio Pellizza Asesor Literario y corrección Profesor Raúl Ordoñez El oficial de alto rango estaba exhausto. Venía de una importante derrota. Llegó enfermo a la casona de La Tablada, después de una marcha de 18 leguas en 15 horas. Los disgustos del día y el abatimiento que se había apoderado de su espíritu al ver derrumbarse las posibilidades de seguir la lucha, lo mantenían postrado en su lecho. Miraba la vieja pared agrietada con ojos enrojecidos por la fiebre. Las rajaduras las veía como ríos en el mapa de la batalla, así como también los verdes manchones de humedad le parecían bosques. En medio del profundo silencio de la noche comenzó a despuntar el alba de ese sábado 9 de octubre. De pronto el silencio sordo a todo ruido comenzó a vibrar con un susurro de pasos, arrastrados, ahogados en la cautela. A pesar del cuidado se filtraban también suaves aristas de sonido de metales que se clavaban en el silencio abriendo pequeñas cuñas de alerta. Sonó la voz de alarma desde el retén de guardia que estaba atento. ¡A las armas se viene una partida¡ El general saltó de su lecho sable en mano y salió al patio abierto con una bufanda de vicuña a pesar de su estado de salud. -¿Qué está pasando? -¿Qué clase de enemigo es? -Son paisanos le respondieron. -¿Como cuántos? -Veinte o treinta. -No hay cuidado entonces, cierren bien la puerta, manden ensillar que nos abriremos paso a sablazos. La antigua puerta de calle fue cerrada con precipitación, lo que produjo inmediata reacción en la fuerza enemiga que intentó derribarla, pero la fuerte puerta de madera resistió. El general observó la partida enemiga por el ojo de la cerradura. En ese momento sonó un balazo, luego un par más tirados contra la tosca y fuerte puerta de cedro. Este fuego sin dirección hecho por la patrulla enemiga tuvo una virtud que jamás soñaron. Una de las balas entró por la cerradura e hirió al general. La herida era mortal. El general cayó cerca del zaguán. Su sangre que manaba en abundancia empapó su bufanda de vicuña. Después se supo que el autor de su muerte era un mulato llamado José, a quien luego habría de conocerse entre algunos federales como el “héroe de la cerradura” Así cayó el bravo General don Juan Galo de Lavalle, ese sábado 9 de octubre de 1841.Héroe de Río Bamba, magnífico soldado de Nazca y Granadero de San Martín. Sus huesos, dado que fue necesario descarnarlos para poder huir de su perseguidor Oribe que lo ansiaba tenazmente para llevar su cabeza a Rosas, después de muchas peripecias llegaron a Potosí y fueron depositados en la Catedral. En 1858 los restos del General Lavalle fueron traslados a Buenos Aires. Actualmente descansan en el cementerio de la Recoleta y el epitafio de su tumba encierra el postrer homenaje del pueblo argentino. “Granadero vela su sueño y si despierta dile que su patria lo admira”