Posdata pd COMPLICIDADES Carlos Marzal Escritura interrupta A menudo me asombro de poder acabar cualquier texto, de tener la casi imposible tranquilidad necesaria para concentrarme en su desarrollo y llegar al final. En cierta medida, la Historia de la Escritura consiste en la Historia de los esfuerzos del escritor por conseguir aislarse de todos aquellos elementos que amenazan con no dejarle escribir. Una verdadera vocación literaria también es la aptitud para saber dejar a un lado los mil estímulos, las mil tentaciones, las mil molestias que pretenden que una vocación literaria no se cumpla. Sin necesidad de caer en la paranoia (pero sí en una cierta hipérbole muy veraz), se podría decir que el universo conspira contra el arte, contra el artista. El mundo, aunque los disfruta y los reclama, jamás facilitará la tarea del artista y del arte, porque está acostumbrado a que ambos obren contra los elementos, a pesar de las dificultades, frente a la adversidad. Se diría que los escritores, que por lo común trabajan robándole el tiempo que no tienen a su misma vida, deben defenderse de la vida misma, que conspira para robarles ese escaso tiempo. A veces he soñado con el imposible de conocer la intrahistoria de la redacción de algunas obras maestras; es decir, con estar al tanto de las interrupciones que ¿Cuántas veces abandonó las retrasaron, que las Dostoievski sus novelas molestaron, que a punto para abismarse en los estuvieron de conseguir garitos de juego de San que no existiesen (pero Petersburgo? ¿Cuántas que a la vez, por paradójiborracheras de Faulkner co que parezca, también le hicieron dejar su vieja contribuyeron a su exisUnderwood a un lado? tencia, porque la literatura también supone una forma de sobreponerse a todo lo que significa su obstáculo, su perdición). ¿Cuántas veces, por ejemplo, abandonó Dostoievski sus novelas para abismarse en los garitos de juego de San Petersburgo (y que por otra parte lo obligaban a escribir a destajo para pagar las deudas contraídas)? ¿Cuántas borracheras de Faulkner, cuántas resacas, le hicieron levantarse de la mesa y dejar su vieja Underwood a un lado (esas resacas y borracheras que, por otro lado, dotan a su fraseo, a su estilo y a su visión del mundo de una cierta pátina alucinada y alucinatoria que les son tan sustanciales)? A mi manera, practico una variedad modesta de la escritura interrupta. En realidad, vivo permanentemente interrumpido, y de vez en cuando consigo escribir algo, para ser justos con la proporción, esa magnitud que suele convertir nuestra vida en desproporcionada. Me interrumpen mis hijos, que siempre tienen una necesidad inaplazable, que da paso a otra no menos urgente, y así hasta el infinito. Me interrumpen los ruidos: ¿por qué hay siempre una vecina que conoce todos los éxitos del verano de todos los veranos?, ¿por qué siempre hay un vecino de obras en su casa?, ¿por qué siempre en la finca contigua hay una niña que practica escalas con el clarinete? Me interrumpe el teléfono: ya sé que lo podría descolgar, pero entonces me interrumpiría la preocupación de estar incomunicado. Me interrumpe mi mujer para recordarme cien obligaciones: ya sé que me podría divorciar, pero entonces me interrumpiría la peor de las interrupciones: la infelicidad. Me interrumpo yo; la conciencia es una fábrica de estorbos: ya sé que me podría suicidar, pero en ese caso me sobrevendría la interrupción definitiva que acaba con las interrupciones, y prefiero estar vivito e interrupto. Suplemento semanal de cultura Editorial Prensa Valenciana, S. A. DIRECTOR Ferran Belda COORDINA Arantxa Bea levante.posdata@epi.es Boris Vian El perfecto «amateur» Se reeditan «La espuma de los días» y «Escritos pornográficos», de Boris Vian, cuando se cumplen cincuenta años de la muerte del novelista y dramaturgo francés. pd Personajes POR RAFA MARTÍNEZ M e gusta Boris Vian. Me gusta porque casi todo en él es desenfadado; porque, en otras palabras, hizo lo que quiso cuando quiso desde un punto de vistaamateur,esto es, sin ataduras de ningún tipo. Ingeniero de formación —y hasta cierta fecha, de profesión—, todo en él tendía al humor, a ese chisporroteo inconformista que tanto le caracterizaba, al juego, a la sátira. Se tomó tan en serio la vida que quiso ser un hombre feliz; y así, efectivamente, fue un hombre que disfrutó de la vida todo lo que ésta dio de sí en su premura: le faltó así para llegar a los cuarenta años. Pero no, ni siquiera tuvo tiempo para eso; su debilitado corazón ya había dado de sí todo cuando desfalleció en plena proyección en un cine cercano a la avenida de los Campos Elíseos. Vian (Ville d’Avray, – París, ) vivió al límite, inmerso en una vorágine creativa. Hoy lo vemos en sus distintas facetas: Vian a la trompeta en el combo de Claude Abadie; Vian al volante de su quejoso BMW de seis válvulas; Vian pluma en mano urdiendo su venganza contra el jurado del Prix Pléiade (toda la plana mayor de Gallimard), que despojó a su obra del primer premio en beneficio de otra hoy totalmente olvidada, redactando una de sus crónicas para Jazz Hot o su columna —la efímera «Chronique du menteur»— en la revista de Sartre, Les temps modernes; Vian como animador del barrio parisino de aquel Saint-Germain-des-Prés de las cavas de jazz, existencialista y glamouroso, ávido del nuevo jazz; Vian como director de la colección de jazz de Philips poco antes de morir; Vian como azote del rock (también su amigo Henri Salvador), que quiso poner en ridículo; Vian como miembro de la cofradía patafísica, convertido en un personaje novelesco, singular, atractivo. Y sin embargo, en esas distintas facetas que hemos citado (y que son sólo un ejemplo de su frenética actividad), fue siempre el mismo que pensaba en pasárselo bien y en crear algo nuevo sobre las cenizas de lo que iba encontrando: «Sólo he hablado de cosas que ignoro por completo». Era su forma de tomar posición, verbigracia, ante el oficio de escribir. El escritor que fue Boris Vian tenía las cosas claras. Fue, podemos decirlo así, un escritor prolífico. Cinco novelas y un libro de relatos fue toda su producción literaria impresa en vida. Además de aquellos escritos para el teatro o la ópera, que también frecuentó, aunque en menor medida. Inéditos quedaron, entre otros, un Manual de SaintGermain-des-Prés. La historia de su carrera como escritor resulta incluso más jugosa. Su primer libro, Vercoquin y el placton, se lo quedó Gallimard, pero no fue el primero en salir de la imprenta. Antes vio la luz Escupiré sobre vuestras tumbas, que firmó como Vernon Sullivan y que publicó Les Éditions du Scorpion de un joven Jean d’Hallin. Curiosamente esta especie de bufonada escrita en apenas un par de semanas (le dijo a su editor que le confeccionaría un best-seller a medida) fue su libro más famoso. Sin embargo, el libro provocó un escándalo al que contribuyó un tal Daniel Parker, que arremetió judicialmente contra el libro. La causa no prosperó; bien al contrario, provocó un aumento considerable de las ventas. La espuma de los días, su siguiente libro, fue escrito expresamente para el Prix Pléiade, antes referido, que organizaba la editorial donde trabajaba su amigo Raymond Queneau, patafísico como él y como Ionesco, Prévert y otros. El otoño en Pekín y La hierba roja constituyen el resto de su obra mayor. Hilarantes, desternillantes. Puro Vian. Como músico, su dedicación al jazz instrumental (ver- El escritor y músico Boris Vian (París, 1920-1959). Narrativa BORIS VIAN La espuma de los días Traducción de Luis Sastre Cid ALIANZA EDITORIAL, MADRID, 2009 Escritos pornográficos Traducción de Sofía Tros de Ilarduya Ilustraciones de Manuel Alcorlo REY LEAR, MADRID, 2009 siones de standards fundamentalmente) en los cuarenta, y a la canción en sus distintas vertientes (¿hay que decir a estas alturas que eran ingeniosas y divertidas? Escúchense si no J’suis snob, La java des bombes atomiques, La complainte du progrès o en otro registro, su famoso alegato antimilitarista Le déserteur) algo más tarde, entrada la década de los cincuenta, marca el ritmo de una de sus principales pasiones. Sus primeros pasos los dio como trompetista en la orquesta de Claude Abadie, en la que también tocaban sus hermanos. Como entusiasta y hasta cierto punto promotor del jazz en Francia, Vian perteneció a la segunda generación de músicos de jazz franceses (la primera, la de los Panassié y compañía, fundó el Hot Club de Francia, al que también perteneció nuestro protagonista). Pero su actividad no se redujo a eso: supo atraer a primeras figuras como Miles Davis o Duke Ellington, que tocaron en el Tabou, el club donde Vian era «el príncipe». En la celebración del cincuentenario de su muerte en este se han reimpreso algunas de sus obras (La espuma de los días, Alianza), editado en nuevos formatos otras (Escritos pornográficos, Rey Lear) y publicado nuevas recopilaciones de su música (L’ingénieux romanesque, Wagram//Karonte). Aun así, es bueno constatar que ni siquiera tenemos que servirnos de una celebración algo forzada como ésta para acceder a la obra de Boris Vian: sigue viva, como cualquiera puede comprobar. Y disfrutar. El suplemento «Posdata» deja de publicarse durante los meses de verano. El siguiente número aparecerá el viernes de septiembre.