─¡Zape! ─decía doña Tranquilina cuando alguien quería saber sobre hechicerías. Ese tema era tabú y no se tocaba de ninguna forma debido a una sentencia bíblica que sostenía que quienes consultaran adivinos serían desterrados del paraíso prometido el día de la resurrección de los muertos. Por eso, hasta tocar el tema estaba prohibido. Más tarde Rosa diría que con sus cuentos, la abuela del escritor despertaba más interés que las telenovelas que años después se convertirían en la casi única entretención de los habitantes que se quedarían viviendo en el pueblo. Según Rosa, daba gusto escuchar a doña Tranquilina comentando los hechos. "Sí, anoche un duende cayó aquí mismo, en el techo de la casa... y eso ocurrió por tal cosa...", decía. Y a continuación venía una larga explicación de por qué el fenómeno había ocurrido. Ella creía en las brujas y cuando alguien moría oraba para que su alma no regresara a molestar. Más de una vez, cuando sentía un leve olor a azufre, que seguramente venía impulsado por los vientos al pasar por unas aguas termales ubicadas a corta distancia del pueblo, se le escuchaba decir alarmada: "Este es el demonio que ha entrado". Entonces mandaba a traer una botella que tenía guardada y regaba agua bendita por la casa al tiempo que todos se hacían la señal de la cruz. Mientras invocaba al cielo y le ordenaba al espíritu que se marchara del pueblo, daba por terminada la tertulia y en medio de un ambiente de pavor y misterio, todos se iban a dormir. Al despedirse camino a sus dormitorios, cada quien iba mirando con cierto recelo los rincones oscuros de sus casas, aunque rara vez los mayores admitían estos temores. Estas tertulias sobre temas sobrenaturales, aparte de ofrecer una entretención gratuita y supuestamente educativa, contribuían a estrechar los vínculos entre el vecindario. El interés que despertaban estos hechos paranormales no conocía las barreras generacionales y hacía posible que todos participaran sin diferencia de edades; los niños y jóvenes haciendo toda clase de preguntas y los mayores contando sus experiencias y describiendo las visiones espeluznantes que supuestamente habían visto alguna vez o el testimonio de sucesos extraños que otros habían tenido, con la seguridad de quien ha vivido mucho y a lo largo de su vida ha adquirido una sabiduría paralela a su conocimiento del tema. Lo cierto es que hasta los escépticos participaban con algún comentario que en vez de disipar las dudas, parecían confirmar la existencia de un mundo invisible para los vivos y la necesidad de la oración para no quedar atrapados en el tormento de estos espíritus.