81 Fran Ayuso Ros Ian Curtis goes to America 81 Ian Curtis Goes to America Has vencido y yo sucumbo. Pero de aquí en adelante tú también has muerto, ¡has muerto para el Mundo, para el Cielo y para la Esperanza! En mi existías tú, y mira en mi muerte; por esta imagen que es la tuya, cuán enteramente te has asesinado a ti mismo. William Wilson, Edgar Allan Poe. En primer plano se ven unos pies que se mueven con un ligero balanceo; están colgando en el aire. La escena se sitúa en un pequeño salón de aspecto modesto en el que se agolpan los muebles sobrios y diversos objetos que delatan la vida cotidiana de aquellos que lo habitan: una taza de té, pañuelos, un biberón, un paquete de tabaco, una botella de licor,… Al fondo de la imagen, junto a una lámpara encendida y un teléfono, se sitúa el televisor. Está en marcha. En él se ve a un pollo que baila sobre una plataforma circular al ritmo de una música estridente. Se trata de una simple atracción de feria en la que con cada moneda se activa la música y el animal emprende de nuevo la danza. Una canción folk norteamericana, al estilo de las que se interpretan en los bailes populares, en la que se combina la sonoridad de la armónica con sonidos vocales agudos dirigidos a animar el baile. Un conjunto que nos lleva de lleno a ese espacio imaginario conocido como la “América profunda”. De esta forma, en el film 24 hour party people (Michael Winterbotton, 2002) se establece la conexión entre el suicidio de Ian Curtis, cantante de Joy Division, y la película Stroszek (Werner Herzog, 1977). Tal como se puede leer en Touching from a distance, las memorias en las que Deborah Curtis relata su vida junto al cantante así como las peripecias que llevaron a Joy Division a ser una de las bandas más influyentes del siglo XX, Ian Curtis ocupó sus últimas horas viendo el film de Herzog y escuchando repetidamente el álbum Idiot (1977), de Iggy Pop, antes de que decidiera poner fin a su vida colgándose de una cuerda en la cocina de su casa. Era la madrugada del domingo 18 de mayo de 1980. Al día siguiente, la banda iba a emprender su primera gira americana, en la que iban a presentar su segundo álbum, Closer, pendiente de edición en ese momento y en cuya portada se reproducía la fotografía de una tumba América es el destino elegido por Bruno Stroszek para emprender una nueva vida, junto a Eva, una prostituta con la que se reencuentra a salir de la cárcel, y su vetusto y excéntrico vecino Scheitz. Juntos toman un barco, al más puro estilo de los pioneros que viajaron a la tierra prometida, rumbo a Nueva York, donde son recibidos por la estatua de la libertad y donde pueden admirar la espectacularidad de un escenario tan cinematográfico desde lo alto del Empire State. Antes de terminar en Wisconsin, tierra de granjeros que empuñan un rifle montados en sus tractores, de banqueros sin escrúpulos, de nativos amaestrados y de famosos asesinos en serie, como Ed Gein. Un entorno en el que Bruno se siente de nuevo rechazado, marginado, fuera de lugar, y donde decide acabar con su vida disparándose con un rifle. 82 En Inglaterra se sucedían los disturbios sociales, las huelgas, las manifestaciones, los conflictos raciales. Los jóvenes se revelaban con odio contra el viejo sistema que se eternizaba imponiendo la resignación, el conformismo: “no future”. Los Sex Pistols son fruto de este odio, su música se concebía como un ataque frontal al orden establecido, como una patada a los huevos. No un producto de la industria o una mercancía acorde a las tendencias en boga, sino una iniciativa personal de cuatro jóvenes de clase obrera que aprenden a tocar sobre la marcha (y que consiguen el equipo para ensayar gracias a la eficaz cleptomanía de Steve Jones) guiados por el lema: “Hazlo tú mismo”. “Don’t ask us to attend/ ‘cos we’re not all there/oh don’t pretend ‘cos i don’t care/i don’t believe illusions /’cos too much is real /so stop your cheap comment/’cos we know what we feel” (Pretty vacant, Sex Pistols). Para Greil Marcus “fue un período de duda, caos, cólera, vacilación, confusión, y finalmente no hay otra palabra para definirlo, júbilo. Tu propia historia yacía en el suelo hecha añicos, y tenías la oportunidad de recoger los pedazos o ignorarlos. Nada era trivial, nada incidental. Todo estaba relacionado con una totalidad, y la totalidad era cómo querías vivir, si como sujeto o como objeto de la historia”. En este estado de cosas, los Sex Pistols supusieron un revulsivo, el grito de guerra que dio origen a muchas bandas, como Joy Division. Cuando sus todavía púberes integrantes vieron a Johnny Rotten escupir su rabia ante un micrófono en el Lesser Free Trade Hall de Manchester el 4 de junio de 1976 decidieron formar un grupo punk con el nombre de Warsaw. En el libro de Marcus, Rastros de carmín, se cita la reacción que sintió Bernard Summer, guitarrista de Joy Division, ese día: “vi a Los Sex Pistols. Eran horribles. Y me parecieron grandiosos. Yo quería ponerme de pie y ser horrible también”. De ahí que eligieran, con evidente ironía, un nombre con unas pretendidas resonancias nazis que se vieron refrendadas en la portada de su primer single, algo que les parecía lo suficientemente provocativo y de mal gusto como para ser punk. Más tarde se decidieron por el nombre de Joy Division, el nombre de un burdel en el que los soldados de las SS satisfacían sus deseos sexuales con prisioneras judías y que aparece en la novela de Ka-tzetnik The House of Dolls (1955). 2 Pero Joy Division no se contentaron con ser una banda de punk más, en su música reverberaba la angustia y la desolación propias de una sociedad post-industrial en decadencia gracias a la desgarradora poesía de Ian Curtis. En palabras de Tony Wilson, “ ‘Fuck you’, era una palabra de una o dos sílabas, una expresión de rabia casi necesaria para dar paso al Rock and roll. Antes o después alguien iba a querer decir algo más que ‘que te jodan’, por ejemplo: ‘estoy jodido’, y Joy Division fue el primer grupo que lo dijo. Usaron la energía y la simplicidad del punk para expresar emociones mucho más complejas”. If you want my future, forget my past. Spice Girls 1 Day in, day out, I’d have the world around to see just whatever happen, stood by the door aloneand then it’s fade away, I see you fade away, don’t ever fade away, I need you here today. Digital, Joy Division A mediados de los años 70 se tenía la sensación en el Reino Unido de que el partido laborista no había hecho nada por la clase obrera, hasta tal punto de que ésta había perdido la conciencia de sí misma, tal como se señala en The filth and the fury (Julian Temple, 2000): “Eran tiempos fríos y deprimentes. Nadie tenía trabajo, no había trabajo, todo dios estaba en el paro. Si no nacías con pasta ya podías despedirte de tu vida, no llegarías a nada. El germen, la semilla de los Sex Pistols nació de eso”. El mismo Ian Curtis tenía sus esperanzas puestas en el partido conservador, según cuenta su viuda: “Quién sabe si sus ideas habrían luego cambiado, aunque sinceramente pensaba que, tras la terrible recesión vivida durante los años de gobierno laborista, los políticos conservadores contribuirían a un mejor futuro”. LO APRENDIDO NO ES SUFICIENTE We are reaping what was sown in the 1960s. Margaret Thatcher Fran Ayuso Ros 83 Ian Curtis Goes to America 3 Este excedente de actitud, esta resistencia artística frente a las formas dominantes heredadas del pasado, se puede rastrear en las huellas dejadas por toda una serie de intervenciones subversivas de corte juvenil que encuentran uno de sus principales referentes en el movimiento situacionista, sobre todo en la figura de Guy Debord, y que vivirán su momento de máxima eclosión en la revolución cultural de la década de los sesenta. Se trataba de superar la idea del arte por el arte para implementar nuevas formas artísticas que posibilitaran la crítica política. Así, las propuestas más interesantes de la novela, el teatro, la pintura y la música de los últimos años cincuenta y la década de los sesenta provienen de la música popular y son amplificados por los nuevos mecanismos comerciales de difusión de la cultura de masas, sobre todo por la gran influencia que ejercerá la televisión. Un fenómeno que adquirirá categoría académica gracias al auge de los florecientes cultural studies en las universidades británicas. En el ámbito cinematográfico, los jóvenes van a empuñar las cámaras de nuevo formato, de 16 y 8 mm, y van a salir a la calle a filmar todo lo que estaba ocurriendo, a reflejar la realidad social del momento histórico que les había tocado vivir y a evidenciar, con actitud provocadora, la urgencia de cambiar el sistema. Este relevo generacional tomará cuerpo en un nuevo cine en países como Brasil, Francia, España, Japón o Gran Bretaña. En este último, los jóvenes cineastas harán patentes sus intenciones en un temprano manifiesto en febrero de 1956 ya bajo el nombre con el que se conocerá al movimiento: Free Cinema. Firmado por Lorenza Mazzetti, Lindsay Anderson, Karel Reisz y Tony Richardson, este documento sirvió como presentación de sus primeros trabajos en el National Film Theatre y como muestra de una actitud que les era común: “Implicit in this attitude is a belief in freedom, in the importance of people and in the significance of the everyday. (…) The image speaks. Sound amplifies and comments. Size is irrelevant. Perfection is not an aim. An attitude means a style. A style means an attitude”. De alguna forma el “No future” de los Sex Pistols rima con el grito de Jimmy Porten en Look back in anger (Tony Richardson, 1959): “¡Quiero ser un alma perdida!”; y cuando la protagonista de A taste of honey (Tony Richardson, 1961) sugiere, tumbada en una cama que es “como un ataúd pero no tan cómoda”, que “todo se ve mejor a oscuras” no parece descabellado establecer conexiones con la clarividente oscuridad de las letras de Joy Division, por ejemplo en Interzone: “Down the dark streets, the houses looked the same, getting darker now, faces look the same, and I walked round and round. Trying to find a clue, trying to find a way to get out”. Al fin y al cabo, tanto la agitación cultural emprendida por los jóvenes cineastas en los años sesenta como por los grupos de rock de finales de los setenta se sustentaba en una visión realista de los problemas cotidianos de la gente. Un enfoque que aunaba la rebeldía trasladada al terreno del arte, la crítica social y el compromiso político y que encontraba, en el caso del cine, su referente inmediato en el documentalismo de los años treinta y, en el caso del punk, en los márgenes del rock. En ambos se toma por objeto la representación de las “clases populares”: la pobreza, las duras condiciones del trabajo industrial, la diversión en el pub, los ociosos jóvenes de los suburbios,… Se podría tensar, con ira, un hilo rojo que partiera del inconformismo que lleva a Colin Smith (The loneliness of the long distance runner, Tony Richardson, 1962) a correr, tratando de dejar atrás las penurias de la pobreza familiar y la represión del sistema educativo en los reformatorios; a la violenta revuelta estudiantil que arremete contra todo orden establecido, representado en la figura conservadora de la institución educativa (If, Lindsay Anderson, 1968); de ahí a Billy (Kes, ken Loach, 1969), el niño solitario e inadaptado que se evade de su dura vida entrenando a un joven halcón; siguiendo con el retrato entomológico, centrado en la juventud, de las miserias humanas, la soledad y la incomunicación, que hace Mike Leight en Break moments (1972); 84 Fran Ayuso Ros pasando por la sacudida violenta de A clockwork orange (Stanley Kubrick, 1971) y la eterna lucha entre lo viejo y lo nuevo de The duellists (Ridley Scott, 1977), en el año del nacimiento del punk, cuya irreverente explosión sería llevada a la pantalla al año siguiente por Derek Jarman en Jubilee. Habría que cerrar, no queda otro remedio, con Britannia Hospital (Lindsay Anderson, 1982), donde, ya en pleno thatcherismo, la crítica social estalla en una macabra, surrealista y desternillante sátira de una sociedad británica convertida en caldo de cultivo de la experimentación neoliberal. Este trazado fugaz y sin ninguna pretensión histórica, como otros posibles, va dejando un rastro de imágenes temblorosas que obligan a mantener una memoria activa, capaz de vislumbrar entre acontecimientos, de ver más allá del encuadre. Como si el olvido fuera ese fotograma que se quema lentamente ante nuestros ojos. El personaje de Stroszek, interpretado por Bruno S., tiene muchos puntos en común con las vivencias del improvisado actor (de hecho, comparten el mismo nombre), quien logra, de esta forma, dotarlo de una autenticidad y una sinceridad que resulta turbadora. El film da comienzo con el título sobreimpresionado a la imagen de las rejas de una prisión, justo en el momento en que el protagonista es puesto en libertad. No sin antes cumplir ciertos formalismos: “Las reglas son absurdas, pero hay que cumplirlas”, le espetará un funcionario cuando Bruno se extrañe de que debe recordar su nombre a quienes le han custodiado durante dos años para poder recuperar sus pertenencias. LA TRAGEDIA DE UN HOMBRE GROTESCO Tras emitir una señal con su recobrada corneta, Bruno proclama su renovada libertad. Por corte se inicia el genérico sobre la imagen difusa de unos obreros trabajando, al tiempo que da comienzo una música extradiegética, una pieza al piano que recuerda la sonoridad de una caja de música. Resulta muy difícil situar la acción, que se da a ver al espectador a través de una superficie cristalina que deforma la imagen tornándola irreal, onírica, incluso hipnótica por su ensamblaje con la delicada música. Por el modo en que se estilizan las siluetas y por el sombreado en los bordes se adivina una superficie cóncava y circular. Un simulacro de realidad resultado de la combinación de luces y sombras en movimiento que se aproxima a la idea de dispositivo cinematográfico, el cual pone en escena sobre una pantalla, o sobre un muro tal como lo refiere Platón al inicio del Libro VII de La República, un mundo posible y como tal es presentado a los ojos de los prisioneros-espectadores. Nos situamos, así, en pleno reino de las sombras. Volviendo al genérico del film, el golpe de unos dedos sobre la superficie impresionada va a hacer que la imagen se diluya en arcos concéntricos, como cuando lanzamos una piedra a un charco, o como se suele representar cinematográficamente el despertar de un sueño. Momento en que la voz de Bruno va a dar sentido a la imagen espectral que comentamos: “Puedes quedarte mi televisor”. Un largo zoom va a abrir el encuadre hasta situarnos en la celda en la que Bruno se dispone a despedirse de los que han sido sus compañeros. La televisión a la que se refiere, aquella cuyas imágenes borrosas ocupan el genérico, no es más que un jarrón de cristal con agua que, colgado junto a la ventana, refleja lo que ocurre al otro lado, parte de la vida que transcurre en el exterior. El reflejo deformado de un mundo invisible que habita detrás (o al lado) de la apariencia de las cosas. Al poner en evidencia el dispositivo cinematográfico, la mera construcción discursiva, el espectador toma conciencia activa de su posición ante aquello que se le muestra, de su capacidad para interpretarlo y ponerlo en relación con su propia experiencia. Por otro lado, la noción de 85 Ian Curtis Goes to America sombra define muy bien a los protagonistas que se mueven invisiblemente en los márgenes de la sociedad, vagabundeando de aquí para allá en busca de un espacio imaginario. Un espacio construido a partir de imágenes inconexas que enlazan unas con otras por ese propio deambular que, más que un escenario real, define un tránsito interior, un trazado personal que roza la fina membrana que separa el sueño de la realidad, rastreando cavidades por las que puedan colarse los fantasmas. Además, esa idea de la televisión como ventana a un mundo exterior supone, vista desde el interior de una prisión (o desde la comodidad de un sofá casero), una doble reclusión. Sus llamativos colores ocultan la más común de las cegueras, dado que la espectacularización de la realidad que construyen los medios masivos resulta un simulacro que se ofrece como experiencia compensatoria de lo que ocurre en el exterior, de las relaciones sociales. El álbum Closer de Joy Division se inicia con Atrocity exhibition, un largo tema que tiene de fondo un sencillo e insistente ritmo de percusión sobre el que gravitan toda una serie de sonidos metálicos y chirriantes que parecen recrear el ambiente sonoro propio de una industria, como el de un matadero. Los distorsionados rugidos de las guitarras se confunden con el que producirían viejos motores movidos por cadenas o con el agudo ruido de la sierra eléctrica. El repetitivo tamborileo y los arcos eléctricos componen un ritmo circular que se mece acompañado en algunos momentos por lo que parece el cascabeleo de un sonajero chamánico. FERIA DE LA CARNE 1 En conjunto, esta canción se asemeja al acompañamiento musical de un ritual trance, como los que facilitan el acceso a un estado hipnótico y ayudan a ver las cosas de distinta forma: “This is the way, step inside”. En este caso, la letra abre las puertas a una sociedad en la que el padecimiento humano adquiere el estatuto de macabra atracción de feria; un espectáculo que de tan ajeno se percibe con desafecto. Una sociedad en la que el camino del éxito, trazado por los “arquitectos de la ley”, está trillado de cadáveres. 2 Una revelación similar es la que va a tener Bruno Stroszek en Estados Unidos, cuando vea cómo poco a poco se le van cerrando todas las puertas, eso sí, “con sutileza, ahora estamos en América. Pensé que aquí las cosas irían mejor”. Así se lo confiesa a Eva, su compañera, quien se dispone también a abandonarle. Cuando emprendió su viaje pensó que en la tierra de las oportunidades alcanzaría su meta, pero no, a Bruno se le aplasta como si no existiera. Aunque de forma diferente, en algo se ha de notar el progreso, no se pisotea a la vista, “pero moralmente sí. En los hospicios ocurría lo mismo que aquí. Durante la época nazi, si alguien se meaba en la cama, tenía que estar todo el día en el patio sujetando la sábana. Y detrás estaba el educador con una porra. (…) Hoy, naturalmente, todo ha cambiado. Ya no te meten miedo así o así. Se hace con buenos modales, y eso es peor. Se intuye… y se nota más”. 86 24 Hour Party People, Michael Winterbottom, 2012 Fran Ayuso Ros 87 Stroszek, Werner Herzog, 1977 Ian Curtis Goes to America 88 Stroszek, Werner Herzog, 1977 Fran Ayuso Ros 89 Stroszek, Werner Herzog, 1977 Ian Curtis Goes to America 90