Jueves, 22 de mayo de 2008. Año: XVIII. Numero: 6730. MADRID Inmigración Diario de un inmigrante subsahariano Conseguir los papeles para regular su situación en España es el sueño de la mayoría de los inmigrantes que cada día llegan a Madrid con el objetivo de encontrar un trabajo y una vida mejor. Sin embargo, puede convertirse para algunos en un auténtico calvario donde el miedo y la incertidumbre desembocan en situaciones de desesperación. Por ello, los centros de ayuda al refugiado ofrecen asesoramiento y asistencia personalizada para facilitar su integración BEATRIZ LANCHO Con una sonrisa perenne, que no acompaña la crudeza de sus palabras, Bakary Kone, inmigrante de origen subsahariano, no ha perdido aún la esperanza de encontrar una vida mejor lejos de la guerra, la muerte, el hambre y, en definitiva, la desesperación. Con esta consigna, Bakary dejó Costa de Marfil y decidió venir a España, hace tan sólo siete meses, fascinado por las descripciones de su tío, que era profesor de español en Africa, sobre un estilo de vida muy distinto y con futuro. Sin embargo la realidad se impone a unos sueños cada vez más lejanos. Con un visado de tres meses, este hombre de 42 años no dudó en quedarse en Madrid alentado por empezar una nueva vida y por la posibilidad de ayudar económicamente a su familia, que espera noticias suyas desde Camerún. «Mi mujer y mi hija se han trasladado para evitar la guerra, aunque espero que algún día puedan venir a vivir a Madrid conmigo», explicaba. Pendiente de la tramitación de asilo en nuestro país, este inmigrante no desiste en su lucha. «Sin papeles no hay trabajo y sin trabajo no hay papeles», comentaba desalentado. Fue en la oficina de asilo del Ministerio cuando se enteró de la existencia de un centro de ayuda a los inmigrantes subsaharianos perteneciente al Ayuntamiento y gestionado por la entidad CEAR (Centro Español de Ayuda a los Refugiados). Gracias a ellos, ahora tiene un lugar donde vivir durante, al menos, los 3 meses que dura el periodo de acogida. Mientras, espera regularizar su permanencia en Madrid. «Me gustaría sacarme la licencia para ser conductor de autobuses como lo era en mi país», manifestaba. Sueños rotos Sin embargo, la historia de Bakary no es la única. Como él, miles de inmigrantes de origen subsahariano llegan a España deslumbrados con promesas de fortuna y acaban en estos centros en busca de ayuda al descubrir que todo es muy diferente a como lo habían imaginado. Durante un mínimo de tres años, estos inmigrantes malviven, en muchos casos, hasta cumplir los tres años de estancia en España para que se les otorgue el denominado estado de arraigo. A partir de ahí, aún les queda tramitar los papeles que, en algunos casos, se convierte en un auténtico calvario que, para algunos, nunca acaba. Al menos así es para Amadou, un chico senegalés que llegó en un cayuco a Tenerife soñando con hacer dinero. Ahora sólo es uno de los tantos vendedores ambulantes de CD piratas que vaga por las calles de la capital. «Si lo llego a saber, nunca hubiese venido a España», sentenciaba. Dos años han pasado desde que Amadou tomó la decisión de enfrentarse a la mar y pasar la frontera para llegar a España. Su familia le apoyó afrontando un pago desorbitado para su viaje, algo que le pesa enormemente en su conciencia. «No puedo decirle a mi familia que he fracasado cuando lo han vendido todo para que llegase hasta aquí», añadía. Sin embargo, tal y como él lo describe, desde que puso un pie en Tenerife todo ha sido una sucesión de malas experiencias. Nada más llegar, él y los 76 compañeros con los que compartió la patera fueron conducidos a un Centro de Internamiento Temporal de la policía. Allí esperaron, junto con otros en su misma situación, a que pasasen los días para ser, o bien trasladados a otros centros, o puestos en libertad por no poder ser deportados a sus países de origen. «En mi país nunca hubiese corrido delante de la policía, ahora lo hago todos los días». Esta es la rutina de Amadeu y el futuro de muchos de los inmigantes subsaharianos que, encerrados en un callejón sin salida entre el deseo de volver a su país y el deber para con su familia, sienten haber fracasado. «Muchos no sabíamos que para trabajar en España se necesitaba tener papeles», insistía. Costurero y pescador en Senegal, este joven de 27 años, se encuentra en una situación de incertidumbre que es paliada por la asistencia que recibe de los centros de ayuda para inmigrantes. Además, estos centros, como el situado en la calle de Noviciado que está especializado en el colectivo de subsaharianos, les ofrecen talleres de español, asesoría jurídica, asistencia psicológica e incluso les proporcionan ofertas de empleo. Para Pathe y Rane, otros dos chicos senegaleses que llegaron a Canarias también en patera, esto puede incluso ser el comienzo de algo que llevan esperando mucho tiempo. «Vamos a empezar un curso de formación para ser electricistas, es lo que necesitamos para poder valernos por nosostros mismos», contaban entusiasmados. Como ellos, más de 4.000 inmigrantes han sido atendidos en los últimos tres años por centros de ayuda de Madrid. AMADOU, EL JOVEN DESENCANTADO Como tantos otros inmigrantes, Amadou quería vivir en España para conseguir dinero y volver rico a Senegal. Sin embargo, ahora siente haber defraudado a su familia por no tener trabajo y dedicarse a la venta ilegal de CD piratas por las calles de Madrid. Después de haber pasado casi dos años desde que llegó a Tenerife en cayuco, ahora vive en uno de los pisos de acogida que gestionas los centros de ayuda por parte del Ayuntamiento, a la espera de regular su situación y conseguir un nuevo trabajo. © Mundinteractivos, S.A.