Valentín de la Sierra: Historia de un mito Jean Meyer El Colegio de Michoacán Antonio Estrada era un chiquillo, casi un bebé, cuando lo cargaba su mamá en las montañas de Durango, Zacatecas y Jalisco, entre Huazamota, Huejuquilla el Alto y Tenzompa; en compañía de huicholitos comió tierra mojada para callar el hambre y la sed. Andaban huyendo entre 1934 y 1936 con su padre Florencio Estrada, jefe cristero en la primera etapa, condenado ahora a andar por el monte. “Los cristeros eran unos lobos con una cruz en la enanca y aquella serranía de 300 kilómetros a la redonda, un corral donde tenían que dar vueltas y vueltas”. Un día, por fin, alcanzaron a Florencio y, en burla sangrienta, pasearon su cuerpo durante largas ho­ ras alrededor de la plaza, mientras los músicos tocaban un son alegre. Después el niño Antonio creció en el asilo de Tlalpan donde la señora Izaguirre, esposa del general Amaro, reco­ gía a huérfanos cristeros. Su vida fue breve —murió repentinamente a fines de los años 60— intensa, peligrosa. Animado por una doble voca­ ción de escritor y de testigo, se ganó a duras penas el pan de sus hijos, trabajando como periodista y miluso. Valiente, pu­ blicó reportajes atrevidos sobre el caciquismo en Baja Cali­ fornia y San Luis Potosí; a la hora del movimiento cívico potosino encabezado por el Dr. Nava se la jugó publicando La grieta en el yugo, libro que le valió la persecución, los sustos, el acoso constante que le llevaron a una muerte prematura. Juan Rulfo admiró su talento y lo defendió en la Casa del Escritor Mexicano. Publicó en 1961, en la editorial Jus, Res­ coldo y La sed junto al río, novela y relatos ambientados en su región natal. Rescoldo es de todo punto notable, en cuanto al fondo y en cuanto a la forma. Cuenta sencillamente, escuetamente la reanudación de la Cristiada en 1934 y la búsqueda de la muer­ te. Un lenguaje perfectamente dominado al servicio de un pensamiento tan claro como simple, hace de este libro el me­ jor libro, obra novelesca u obra histórica, escrito sobre los Cristeros. Debería figurar en la colección “Lecturas Mexi­ canas”. En nuestro último encuentro me regaló una copia del manuscrito que publicamos hoy. V alentín de la Sierra La historia no sólo suele ser escrita por los vencedores... También por los trovadores, y en mejores condiciones: hasta con música. Era el año 1928. En la región comprendida por los últimos Altos de Jalisco y las montañas de Zacatecas y Durango es­ taba en su apogeo la rebelión cristera. Allí empieza la Sierra Madre Occidental y de ésta le vino a Valentín el mote, que no apellido, el cual se perdió al nacer el corrido. Valentín era un cabecilla jalisciense de segunda catego­ ría que actuaba bajo el mando de Pedro Quintanar, el próspe­ ro ranchero y excoronel carrancista de Chalchihuites, Zac., que inició la rebelión cristera. En una sorpresiva acción de las fuerzas federales adscri­ tas a la Zona del Estado de Zacatecas, Valentín, hasta antes del corrido, más afamado por su pintoresco modo de ser que por méritos de armas, fue hecho prisionero. Hasta aquí coin­ ciden el romance y la verdad histórica, que dicen: Voy a cantar un corrido de un amigo de mi tierra llamádose Valentín, que fue fusilado y colgado en La Sierra. Era un domingo de invierno, ni me quisiera acordar, cuando por su mala suerte cayó Valentín en manos del Gobierno. La tragedia fue compuesta por los Hermanos Pacheco, campesinos de Huejuquilla El Alto, Jal. Aún viven y en sus ratos libres todavía plasman para la posteridad los grandes sucedidos de su región. Pocas semanas después, la travesu­ ra... Como era lo más natural, el corrido también prendió en las guitarras del destacamento federal que capturara al “mentado” Valentín. Por “puntada”, por ocurrencia que por cierto era común a los dos bandos: parodiar a favor de su cau­ sa cualquier canción en boga, a partir del tercer verso un ro­ mancero federal hizo modificaciones, y la tragedia quedó a placer de los vencedores. El general le decía: “Yo te concedo el indulto, pero me vas a decir cuál es el curato y la casa de Justo”. Tratándose de persecución religiosa, lo más natural era que las fuerzas federales se esforzaran por descubrir el Cura­ to provisional o casa donde se ocultaba el Señor Cura. Tem­ plos y casas cúrales estaban cerrados desde los comienzos de la lucha. También lo más natural era que en Huejuquilla, ba­ luarte cristero, los soldados callistas quisieran dar con la “casa de Justo”: Don Justo Jaime, hombre rico y muy católi­ co que favorecía a los rebeldes. El trovador federal cambió las dos últimas líneas: pero me vas a decir cuál es el jurado y la causa que juzgo. Continuaban los Hermanos Pacheco: Valentín muy asustado de todo les dio razón. “Por una ofensa que tengo de Ignacio Serrano me quiero vengar”. Ignacio Serrano era otro cabecilla cristero de la región. El romancero federal parodió: Valentín, como era hombre, de nada les dio razón. “Yo soy de los meros hombres que han inventado la revolución Aquí el meollo del mito. Luego que les dijo esto se vieron unos a otros. “Si esto lo haces con ellos, mañana o pasado lo harás con nosotros”. Así decía el corrido original dejando implícita la conclu­ sión a que llegaron los jefes callistas: “Pena de muerte por traidor...” El cancionero federal prefirió ignorar esta parte, lo mismo que la siguiente: El general le pregunta quiénes son los alzados. “Justo Jaime, Herminio Madera y Pedro Quintanar. Andan en malos caballos y ni parque traen”. Es por eso que ambos versos no aparecen en el corrido como hoy se le conoce. En el siguiente, de común acuerdo Hermanos Pacheco y el gobiernista: El coronel le pregunta cuál es la gente que guían. “Son ochocientos soldados que trae por la Sierra Mariano Mejía”. Mariano Mejía fue un mestizo de sangre cora que para la causa cristera alzó gente de la serranía nayarita. En acción los trovadores de Huejuquilla: El general le pregunta cuál es la gente que mandan. “Son ochocientos soldados que tienen sitiada la Hacienda Los Landa”. La letra que perduró dice: El general le pregunta cuál es la gente que mandas. “Son ochocientos soldados que tienen sitiada la Hacienda de Holanda”. Además de que Valentín nunca tuvo tropa a su mando, en la región no existió Hacienda llamada “De Holanda”... Los Landa eran ricos terratenientes. Su finca estaba ocupa­ da por un destacamento federal, de ahí el asedio cristero. En juego inventiva de Los Pacheco: Al pasar por Huejuquilla Valentín quiso llorar... —La parte complementaria se ha perdido. Habla­ ba de que el cristero se hincó a pedir clemencia. El callista dejó así las cosas: Antes de llegar al cerro Valentín quiso llorar. “Madre mía de Guadalupe, por tu religión me van a matar”. El falseador resultó más ferviente católico que Valentín: la verdad es que en ningún momento invocó éste a la Guadalupana. Cómo podía hacerlo si acababa de entregar a quie­ nes “también por ella peleaban”. El final es la perfecta antítesis entre lo testimoniado por Los Pacheco y lo que asentó el trovador federal: Vuela, vuela, palomita, párate en aquel jazmín. Estas son las mañanitas de un hombre traidor que fue Valentín. Vuela, vuela, palomita, párate en aquel jazmín. Estas son las mañanitas de un hombre valiente que fue Valentín. El hecho de que para la posteridad sobreviviera la paro­ dia y en cambio fuera olvidada la letra original, tiene senci­ lla explicación: Los corridos de los Hermanos Pacheco no han logrado salir más allá de Fresnillo, Zac., y la Ciudad de Durango. Por el contrario, la tropa federal a la que se debe esta “travesu­ ra”, durante la misma lucha cristera se movió de aquí para allá en la región. Después, al venirla paz, recorrió las más di­ versas partes del país llevando consigo como imprescindible trofeo “su” Corrido de Valentín de la Sierra. Así, dondequiera que estuvo, este destacamento vence­ dor de cristeros dio fama a la “historia”. Lo sentido de músi­ ca y letra completaron la obra: la consagración del corrido como uno de nuestros romances más identificados con el alma popular.