Conclusiones 89 90 Las artes plásticas en el siglo XVIII se vinculan estrechamente al pensamiento filosófico y a las condiciones presentadas a partir del desarrollo científico y en otros órdenes. El advenimiento de la corte borbónica en España se considera como la irrupción de un nuevo estilo en la tradicional postura barroca hispana; sin embargo, la nueva sensibilidad borbónica tardó mucho en difundirse fuera del ámbito de la corte madrileña. Sectores de la Iglesia, de la nobleza, de la burguesía y definitivamente la sociedad común permanecieron anclados al arte tradicional del siglo anterior. Como servidores de estos grupos, la mayoría de artistas españoles continuaron practicando la tendencia barroca; además las nuevas directivas no llegaron a toda la península al mismo tiempo retrasándose en aquellos lugares alejados del ámbito de influencia de la corte. Por todo ello mucho de lo mejor de la arquitectura, la pintura y la escultura de la época del barroco pleno y el “churriguerismo”, despreciado por los ilustrados, fue producido en el primer tercio del siglo XVIII. Finalmente, el estilo cedió ante el avance de los nuevos modelos estilísticos del rococó francés, primero, y el inspirado en la tradición clásica después, en un lento pero seguro decaimiento. La corriente antibarroca y antirrococó fue sólida entre los teóricos españoles orientados por las ideas ilustradas. Aunque las formas clasicistas ya se empleaban en el país, la creación de la Real Academia de San Fernando, por parte de Fernando VI en 1752, [91] 91 en Madrid, se considera como la fundación del estilo neoclásico como arte estatal en España, con vigencia hasta 1840. La academia hizo traducir al español los tratados de Vitruvio y de los maestros renacentistas. Premió a los alumnos más aventajados con la beca a Roma donde podían permanecer varios años comprobando directamente las enseñanzas teóricas que habían recibido. El afán controlista ilustrado encontraba en la academia un modo factible de conducir la actividad artística de acuerdo a sus designios en cada sector del proceso, desde la formación del artista hasta la distribución y comercialización del producto. El arte se convirtió en “una cuestión de Estado” y las academias se transformaron en instrumentos de centralización y control burocrático. Gaspar Melchor de Jovellanos fue uno de los escritores más relevantes a favor de las propuestas borbónicas. Sus libros se consignan en bibliotecas privadas en Lima en el siglo XVIII por lo que debió influir en la difusión de las mismas en los sectores involucrados con la actividad artística. En 1777, la corona española delegó a la Academia de San Fernando la labor de fiscalización de las construcciones en el imperio y otro tanto se delegó a los prelados para que cuidaran la pertinencia de los retablos en sus sedes, prohibiendo expresamente el uso de la madera para favorecer la piedra o a su imitación con estuco. La justificación relacionaba tanto la seguridad de los lugares, así como su orientación para eliminar una práctica considerada moralmente inconveniente porque conducía al oscurantismo y al retraso de los pueblos. Confirmada la disposición en 1791 por Carlos IV, en Lima el arzobispo Juan Domingo Gonzáles de la Reguera, coincidiendo con el espíritu del Estado y de los intelectuales, encargó la continuación de los trabajos en su sede al arquitecto presbítero Matías Maestro, cuyo estilo se extendió a otros templos y edificios civiles en la ciudad construidos o modificados en su tiempo. Así como en España, en Lima durante el siglo XVIII observamos tres momentos artísticos en los cuales se sucedieron estilos de propuestas distintas que reflejaron la movilidad del siglo en el avance del pensamiento hacia la afirmación del indivi- 92 duo y la defensa de la particularidad de sus manifestaciones artísticas. En los primeros años se mantuvo la tendencia estilística vigente el siglo anterior porque fue parte del proceso de reconstrucción, mejoramiento y ornamentación para revertir los efectos del sismo de 1687. El segundo momento comprendió las medidas tomadas coordinadamente por las autoridades religiosas y civiles para reparar los daños ocurridos durante el terremoto de 1746 en un momento en el cual la corriente francesa se extendía por el imperio. En esta ocasión fue importante la intervención del virrey Manuel Amat y Juniet. En la última etapa fueron determinantes las restricciones dictaminadas por la corona española, en 1777 y 1791, acerca de las obras de arte religioso en el territorio bajo su jurisdicción. Éstas fueron suscritas por las autoridades religiosas y materializadas, entre otros, por Matías Maestro, un artista que expresó las inquietudes de su época. 93