Carpeta N°2 – LOS ENEMIGOS DEL ALMA – Lección 16: “La Incredulidad” INTRODUCCIÓN: La incredulidad es un pecado que nos priva de las bendiciones, y hiere el corazón de Dios. Vamos a estudiar juntos este enemigo del alma. 1. Desconfianza de Dios: Con este título podemos definir la incredulidad. Ser incrédulos equivale a ser desconfiados con Dios. ¿De qué desconfiamos? • De su voluntad, la cual no creemos que sea agradable y perfecta. • De su protección y sustento. • De su disciplina. No la creemos útil. En definitiva, desconfiamos de su amor para con sus hijos. En cambio cuando creemos en su amor para con nosotros, se disipan las dudas y temores (1 Juan 4:16-19). El diablo, que es el padre de mentira (Juan 8:44), se ocupa de manera especial de sembrar la incredulidad en los corazones, para que crean a la mentira y no a la verdad de Dios, que es Cristo. (Ver Mateo 13:19, 2 Corintios 4:3-4, Romanos 1:25 y 2 Tesalonicenses 2:8-12). La incredulidad no permite al hombre alcanzar la salvación y si ya somos hijos de Dios, como decíamos al principio, nos veremos privados de las bendiciones de Dios y heriremos su corazón. 2. ¿Qué es la FE? Comencemos diciendo que la fe es un don de Dios, una gracia comunicada por el Espíritu Santo (Efesios 2:8 y Gálatas 5:22). Esto quiere decir que la fe de Dios no es algo mental, sino revelado; y por otra parte, que dependemos de Él para crecer en fe. ¿No tenemos que poner nada de nuestra parte? Desde luego que sí, la tierra (el corazón), donde la semilla de fruto requiere, por lo menos, de 3 elementos: • Sinceridad • Perseverancia • Abnegación (negarse por Cristo) Ahora sí, veamos la clásica definición de la fe que nos proporciona Hebreos 11:1: “Es pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. ¿Cómo estar seguros de lo que no vemos? He aquí la paradoja: Viendo, no más con los ojos naturales, sino con los ojos espirituales que el Espíritu Santo alumbra, cuando oímos la Palabra de Dios (Romanos 10:17). De tal manera que se cumple lo expresado en 2 Corintios 4:18: “No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven, son eternas”. “Mirando… las cosas que NO se ven…” es decir, mirando a Cristo, que es la imagen de Dios, por la obra del Espíritu Santo. Si lo deseas, puedes orar así: “Padre Santo, te pido perdón por mi incredulidad, y te pido que por la gracia de tu Espíritu Santo, abras lo ojos de mi corazón para que por medio de la fe pueda contemplar la grandeza, el poder y el amor de nuestro Señor Jesús, y así vivir confiadamente”. 3. Un triste ejemplo de incredulidad El libro de Números 13 y 14, nos refiere un triste y aleccionador ejemplo de incredulidad, el que el autor de la carta a los Hebreos recoge para hablar sobre el reposo de Dios (Hebreos 3:7 y 4:13). La lección general que estamos viendo es: “El corazón incrédulo no encuentra paz, ni reposo, y pierde las bendiciones de Dios”. En el episodio mencionado nos encontramos con el pueblo de Dios a las puertas de la tierra prometida, en el lugar llamado Cades Barnea. Todo estaba listo para tomar lo que Dios había prometido. La presencia de Dios estaba con ellos, y el Señor había hecho grandes señales ante sus ojos, y prometido ir delante de ellos para tomar la tierra. Pero, ¿qué pasó? ¿Creyeron a la promesa, a la Palabra de Dios? Lamentablemente no fue así. Quisieron ver con sus propios ojos si lo que Dios decía era verdad, si con sus solas fuerzas (no confiando en las de Dios) iban a poder conquistar la tierra. Es por ello que comisionaron espías para que recorrieran aquel territorio. “Ver para creer” fue el lema. Lo triste del caso es que lo que vieron les provocó desánimo y pavor, pues en sus fuerzas no lo iban a lograr, y sólo Josué y Caleb, se mantuvieron firmes en la fe. Dios se irritó con aquel pueblo: “¿Hasta cuándo me ha de irritar este pueblo? ¿Hasta cuando no me creerán, con todas las señales que he hecho en medio de ellos?” Números 14:11 El veredicto fue: “No verán la tierra de la que juré a sus padres; no, ninguno de los que me han irritado la verá” Nm 14:23 4. La desconfianza en nuestras relaciones personales: Aquél que es desconfiado no solo desconfiará de Dios, sino también de aquellos que lo rodean. En este particular, la desconfianza hacia nuestro prójimo destruye las relaciones personales y no permite edificar nada duradero. El amor que todo lo cree, y que es el vínculo perfecto, es vencido por la desconfianza. El desconfiado mira a todos como potenciales enemigos, siempre está a la defensiva. Siempre está sospechando de todo y de todos, aún de aquellos que lo tratan bien (¡No me van a pasar! ¡No me van a engañar! ¡A mí, no! Son sus pensamientos). Nadie quiere estar con el desconfiado; ya que de hecho la desconfianza contiene acusaciones solapadas para con el otro. Desconfío del otro porque pienso que puede ser ladrón, mentiroso, aprovechador, impuro, etc… Una cosa es ser prudente, y otra muy distinta es vivir con este pecado de la desconfianza. Vale aclarar que cuando desconfiamos de Dios, también lo estamos acusando. Antes de terminar este punto, sería bueno que pensemos si la desconfianza nos ha atrapado para con algunas personas en particular. ¿Desconfío de algo de mi marido, o de mi esposa? ¿Desconfío de mis hijos? ¿Desconfío de mis autoridades o de aquellos que están bajo mi cuidado? Tal vez haya otra persona con la que sientas sistemáticamente desconfiado.. Si es de nuestra familia, el tema debe ser hablado y debemos disculparnos si hemos fallado en nuestra confianza. Si no lo reconocemos tanto, debemos por un lado ser prudentes, y por el otro, no juzgarlo ni marginarlo, sin pruebas. Pedirle perdón si lo hemos ofendido, será muy valioso. CONCLUSIÓN: Ya hemos visto que la incredulidad es particularmente ofensiva para Dios, porque desvirtúa su persona. ¿Qué hacer cuando pecamos de incredulidad? Arrepentirnos y pedirle perdón de todo corazón. Renunciar a creer la mentira, y homenajear la verdad de Dios. Puede proclamar como un canto de victoria lo que la Palabra de Dios dice y promete. Finalmente, pedirle a Dios humildemente que abra nuestros ojos a la verdad, que por su gracia acreciente el don de la fe. Dios no rechaza a un hijo sincero, que como aquel hombre atribulado de Marcos 9:24 se atrevió a decir: “CREO, AYUDA MI INCREDULIDAD” Y Jesús lo ayudó. Y te ayudará a ti también en esta carrera de la fe ¡Gloria a Dios! Año 2015 Iglesia “Rey de Reyes” Pastores Claudio y Betty Freidzon