Audiovisual: Coyote, narrado por Martha Escudero Transcripción Al norte de México se extiende un enorme desierto, el desierto de Sonora, característico por su flora y por su fauna. Habitan allá unos animalitos que se llaman coyotes, pero no siempre han existido los coyotes. Cuentan que hace mucho tiempo, allá en medio del desierto de Sonora había un pueblo. En aquel pueblo vivían entre otros tantos vecinos, seis hermanas. Seis hermanas que eran seis muchachas bonitas…no, hombre, qué digo bonitas... eran preciosas, chulas rechulas. Y nuestras seis hermanas, todos los domingos se iban a pasear a la plaza del pueblo ; bueno, eso lo hacían todos los muchachos y muchachas de ese pueblo. Porque esto que les cuento pasó hace mucho tiempo. Y en aquel tiempo los muchachos y las muchachas no podían andar así juntos y revueltos…¡no hombre! Las muchachas por un lado, los muchachos por otro. De lejecitos y cuidado si se escapaba alguna miradita porque se armaba la balacera. Así que siguiendo la ley natural, los muchachos y muchachas buscaban relacionarse y habían encontrado una estrategia que les funcionaba muy bien. Se iban para la plaza del pueblo, allá en medio de la plaza del pueblo había un kiosco y la estrategia consistía en lo siguiente: Llegaban los muchachos todos guapos, bien planchados, bien peinados, y comenzaban a pasear alrededor del kiosco, caminando siempre para el mismo lado, digamos pa'llá. Y las muchachas que llegaban guapísimas ellas, echando tiros, pues comenzaban a caminar alrededor del kiosco siguiendo siempre la misma dirección, digamos: pa'cá. Y pues dando vueltas y vueltas se iban encontrando. A la encontrada se miraban, a la segunda vuelta, a la segunda encontrada pues ya como que se saludaban. Ya para la tercera vuelta, tercera encontrada pues ya se hablaban: Buenos días señorita…Buenos días caballero. Y así seguían dando vueltas y vueltas. Ya cuando iban por la vuelta número 28 pues ya quedaban para tomar algo. ¡Uy! Y si seguían sumando vueltas y domingos, ya cuando llegaban de la vuelta 132 pues se hacían novios. Y seguían sumando vueltas y domingos, y por ahí de la vuelta 325, matrimonio, matrimonio seguro, no les fallaba. Así que nuestras seis hermanas cada domingo, se ponían más bonitas, se tejían unas buenas trenzas, con unos vestidos bien vistosos y se iban para la plaza del pueblo. Solo que ellas tenían un problema, en aquel pueblo había un muchacho. Un muchacho que no era mala persona, se llamaba Coyote y el problema con Coyote es que estaba enamorado, profundamente enamorado de las seis hermanas. Y en cuanto las veía aparecer por la plaza del pueblo…!Uy! se les pegaba como si fuera un chicle. ¡Ay señoritas, qué chulas, qué hermosas, qué bonitas, repreciosas! ¡Ay! las 6 hermanas ya estaban cansadas de soportar aquel pesado, todo el tiempo pegado a ellas y molestando con la misma cantaleta. Estaban tan cansadas de él que un domingo, que había fiesta en el pueblo, que tocaba la banda a todo lo que daba, que estaban echando cuetes, pues las 6 hermanas aprovecharon uno de aquellos cuetes bien grandotes, que suben bien alto al cielo y que se cogen de él. Y allá subieron al cielo y allá se quedaron. Allá desde arriba vieron cómo se aparecía coyote por la plaza del pueblo buscándolas. Una de las hermanas, para molestarlo lo llamó diciendo: ¡Co-yo-tee, coyo-ti-toooo! Coyote escuchó su nombre, pero no atinaba saber de dónde procedía aquella voz. ¡Uy!, las 6 hermanas, lo divertidas que estaban, lo volvieron a llamar: ¡Co-yo-tee, coyo-ti-toooo! Y Coyote miraba para un lado, miraba pa'l otro y daba vueltas como trompo chillador y nada que atinaba saber de dónde venía aquella voz. Umm, pues lo volvieron a llamar: ¡Co-yo-teeee! Y entonces sí, entonces sí porque coyote era lento pero no tonto, se dio cuenta que aquella voz venía del cielo, y fue entonces que levantó la cabeza y allá las vio, a las seis hermanas brillando, convertidas en seis estrellas que siempre están juntas, como las muchachas cuando salen a pasear. ¡Ay pobre Coyote! Cuando las vio allá tan lejos se puso se puso tan triste que el corazón se le apachurró todito. Una de las hermanas sintió mucha pena por él, así que se quitó una de aquellas cintas que las muchachas se ponen en las trenzas, y la dejó colgando hasta la tierra. Cuando Coyote vio aquella cinta luego, luego comenzó a subir, a subir , y a subir, y a subir, y a subir y estaba a punto de llegar cuando otra de las hermanas que no estaba dispuesta a soportarlo ni en el cielo ni en la tierra, cogió unas tijeras y…!shaak! cortó la cinta. ¡Ay¡, y allá viene coyote cayendo y cayendo y cayendo, y cayendo. Y era tan brutal aquella caída que Coyote comenzó a perder un zapato, luego el otro zapato, y la camisa, y el pantalón, y los calzones y todo, todo, todito. Que cuando digo todo, todito, es todo ¿eh?. . . Perdió el pellejo, la carne y hasta el último de los pelos. En los puros huesos se quedó. Un esqueleto, un esqueleto que venía cayendo, cayendo, cayendo hasta que ¡¡ rájale !!, se azotó con la tierra y … se desperdigó todito. Con el ruido que hicieron aquellos huesos la abuela de Coyote se asomó a ver qué pasaba, y aquella abuela reconoció los huesos de su nieto, de su coyotito. Así que muy triste la mujer fue a juntar todos los huesos, desde el más grande hasta el más chiquito. Se los llevó para su casa, y en la cocina, en el metate, comenzó a molerlos. Fue transformándolos en una harina, en una harina blanca, finísima, una harina de huesos. Pero ¡claro! aquella mujer estaba triste, eran los huesos de su nieto, así que sus lágrimas resbalaban en sus mejillas y fueron cayendo sobre aquella harina. Y así se formó una masa como la del pan, sólo que de huesos y lágrimas. Con aquella masa la abuela hizo unas bolitas y las metió dentro de una olla, tapó la olla y la acercó al fuego y se fue a dormir. Pero no durmió mucho, no, por ahí de la madrugada se despertó sobresaltada, debido a un gran escándalo, barullo que se había formado alrededor de su casa. La abuela se levantó, fue a la cocina, destapó la ollita de barro y todas las bolitas de huesos y lágrimas habían desaparecido y en su lugar, afuera de la casa de la abuela había una enorme manada de coyotes. Aquellos animales comenzaron a correr y a desperdigarse por todo el desierto. Y desde entonces existen los coyotes, y por las noches, cuando los coyotes levantan la cabeza, miran al cielo y ven a las seis hermanas que siguen allá arriba brillando, es entonces cuando los coyotes: !Auuuuu!, aúllan y aúllan porque están muy dolidos y todavía están muy, pero que muy enamorados. Propuesta de resumen En medio del desierto de Sonora, en México, había un pueblo. Cada domingo, los jóvenes daban vueltas al kiosco de la plaza con la intención de conocerse, establecer relaciones y finalmente casarse. Seis hermanas, preciosas, acudían cada domingo al kiosco, vestidas y peinadas de la mejor manera. Coyote, un joven del pueblo, se enamoró de las seis hermanas y fue tanta su insistencia y empeño en cortejarlas que ellas se hartaron y una noche de fiesta mayor, se ataron a un cohete de los grandes y así subieron al cielo, donde se quedaron. Desde allí, se burlaban de Coyote. Una de las hermanas sintió lástima y soltó una de las cintas que llevaba en las trenzas para que el muchacho ascendiera. Cuando estaba a punto de llegar, otra de ellas cortó la cinta, de manera que el pobre chico cayó desde tal altura que al llegar a tierra, era un puro esqueleto. La abuela de Coyote sintió el estruendo de la caída, identificó a su nieto y molió los huesos hasta conseguir una harina finísima que, mezclada con sus lágrimas, sirvió para armar una masa con la que formó unas bolitas que guardó en una olla de la cocina. De madrugada, la abuela escuchó un gran barullo fuera; bajó a la cocina y vio que las bolitas que había montado se habían convertido en una manada de coyotes que se dirigía hacia el desierto. Y desde entonces existen los coyotes y por las noches se oye su aullido de enfado, porque están dolidos y aún siguen enamorados de aquellas seis hermanas que brillan en el cielo.