ESCUELA DE PADRES. CLAVES PARA LA EDUCACIÓN EFECTIVA DE NUESTROS HIJOS: UNA GUÍA PARA PADRES Juan José Olivencia Lorenzo. Psicólogo Clínico Adolfo J. Cangas Diaz. Psicólogo. Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico. Universidad de Almería 1 ÍNDICE 1. Introducción: ¿Qué significa haber cumplido bien nuestro cometido como padres con nuestros hijos? 2. ¿Qué son las drogas? Tipos y efectos. 3. Causas de la drogadicción. 4. Estilos educativos y familiares de riesgo 5. Factores de protección iniciales (a largo plazo) que previenen el consumo de drogas, ¿qué puede hacer un padre para proteger a su hijo de las adicciones? 6. Medidas de protección inmediatas (a corto plazo) que previenen el consumo de drogas. Cuando el problema se acerca. 7. ¿Cómo sé que mi hijo se droga? 8. Y si mi hijo se droga, ¿cómo puedo ayudarle? 9. Otras adicciones en adolescentes (Internet, videojuegos, ludopatía, etc.). 2 1. INTRODUCCIÓN:¿Qué significa haber cumplido bien nuestro cometido como padres con nuestros hijos? Introducción: La adolescencia se considera una etapa crítica de la vida, caracterizada por profundas transiciones en la conducta emocional, intelectual, sexual y social de los seres humanos. En una sociedad compleja, como la nuestra, resulta difícil para el adolescente asimilar tantos cambios sin aún haber tenido tiempo de desarrollar su propia personalidad y modo de relacionarse con los demás. Como consecuencia de ello, este período en la maduración de un hijo va a estar caracterizado por la existencia de inseguridades, déficits en habilidades sociales, carencia de valores claros, sentimientos contrapuestos, etc., que van a condicionar el comportamiento individual y social del menor a la hora de enfrentarse a los nuevos escenarios sociales. Del mismo modo, hay que tener presente que en nuestra sociedad existe diferentes factores que invitan a un estilo de vida consumista, marcado por la búsqueda de nuevas sensaciones, el hedonismo, el éxito fácil, la individualidad, el placer inmediato sin tener en consideración las consecuencias a medio o largo plazo, etc., lo que va a propiciar también el inicio en las adicciones. Ante estas influencias, tanto la familia como el sector educativo, tienen un papel primordial, de ahí la importancia de la prevención en estos ámbitos. Aunque siempre han existido sustancias tóxicas, que se han tomado por múltiples motivos (relacionados, por ejemplo, con experiencias lúdicas, en ceremoniales religiosos, para aumentar el rendimiento físico, etc.), hoy en día el porcentaje de personas que las consumen, el contexto donde lo realizan y las consecuencias que provocan representa un problema social de primer orden. Por ello, los padres, conscientes de este problema y de la vulnerabilidad de los jóvenes en la adolescencia, cada día se preocupan más sobre qué hacer para llevar a cabo una mejor educación de sus hijos. Su papel puede ser importante en la prevención de problemas 4. ESTILOS EDUCATIVOS Y FAMILIARES DE RIESGO Tal y como hemos visto en el apartado anterior, los factores familiares son determinantes, junto con los personales y las amistades, a la hora de predecir los primeros acercamientos a las drogas. Esto es debido al papel principal de la familia en el proceso de socialización, transmisión de los códigos sociales, desarrollo de la autoestima, formación de una personalidad sana y aprendizaje de un estilo de vida incompatible con el consumo de drogas. En el punto 5 y 6 se hablará de forma más detallada de estos aspectos; a continuación, haremos mención a los estilos familiares de educación que van a interferir o bloquear el proceso de socialización mencionado. Dos pueden ser los procesos por los cuales los padres cumplen un papel determinante en la no-prevención del consumo de drogas en sus hijos. En primer lugar, por la influencia que estos puedan tener en los menores al transmitirles valores o modelos de conducta inapropiados que favorezcan el consumo de drogas. Un ejemplo de ello lo constituirían aquellas familias desestructuradas que consumen alcohol sin moderación, desinformadas sobre el problema de las drogas, autoritarias en la relación con sus hijos y excesivamente críticas. En definitiva, todo un conjunto de actitudes que si son aprendidas (o adquiridas) por sus propios hijos pueden favorecer el consumo de sustancias tóxicas (véase el cuadro 4). 3 (a) Valores inadecuados que justifican el consumo de drogas. (b) Ejemplos de consumo de drogas. (c) Evitación como forma de enfrentarse a los problemas. (d) Conductas agresivas. (e) Castigos físicos o verbales. (f) Crítica excesiva. (g) Intolerancia ante los problemas de la vida. (h) Actitudes de sobreprotección. (i) Rigidez excesiva Cuadro 4. Actitudes típicas de los estilos educativos de riesgo por “exceso” En segundo lugar, correspondientes al grupo de estilos educativos de riesgo por “déficit”, estarían aquellas familias en las que, aunque no existan “malas actitudes que imitar”, tampoco se dan aquellas otras condiciones imprescindibles para una maduración necesaria en el desarrollo de los hijos. En este grupo se encontrarían principalmente las familias con escasa compenetración y apoyo mutuo, menos intereses intelectuales, culturales, sociales y recreativos, y un reducido control en cuanto al cumplimiento de normas. En estos casos es fácil que el niño no adquiera múltiples reglas o un adecuado estilo de vida, facilitando así el consumo de sustancias. Algunas de las características que presentan estas familias se exponen en el cuadro siguiente. (a) (b) (c) (d) (e) (f) (g) (h) (i) Carencias en la enseñanza de repertorios alternativos (hábitos de salud). Deficiente educación moral. Falta de habilidades sociales para relacionarse con los demás de forma adecuada. Inflexibilidad. Permisividad excesiva. Ausencia de empatía hacia los demás. Carencia de responsabilidad. Estructura de comunicación inexistente o deficiente (no dialogo) Escaso desarrollo de vínculos afectivos entre padres e hijos Cuadro 5. Características de los estilos educativos de riesgo por “defecto”. 5. FACTORES DE PROTECCIÓN INICIALES (A LARGO PLAZO) QUE PREVIENEN EL CONSUMO DE DROGAS. ¿Qué puede hacer un padre para proteger a su hijo de las adicciones? La OMS (Organización Mundial de la Salud) afirma que la educación sanitaria ha de centrarse no tanto en formas de comportamiento aisladas (hábito de fumar, consumo excesivo de alimentos, etc.) sino en el estilo de vida en general, donde gran parte de los esfuerzos deben dirigirse hacia la institución que tiene mayor importancia en este proceso, a saber, la familia (OMS, 1983). Por ello, en la actualidad, la familia constituye una de las principales destinatarias de los programas de prevención, ya que este ámbito es el que más influye en las primeras fases de la socialización y, por tanto, puede preparar mejor a los jóvenes para que posteriormente puedan enfrentarse a cualquier tipo de conducta social de riesgo, como puede ser el consumo de drogas, conductas predelincuentes, el sexo no seguro, consumo excesivo o restrictivo de alimentos, adicción a Internet o a las videoconsolas, juegos de azar, etc. A continuación pasamos a reflexionar sobre el papel de los padres en lo que respecta a tres componentes esenciales del proceso de socialización para la prevención del consumo de drogas. 4 Interiorización de normas y valores. Los padres, conscientes o no, vamos a transmitir ciertos valores y a fijar las normas de convivencia cuando nuestros hijos son pequeños. En un principio esta influencia se da de forma directiva, al instruir e incorporar al niño en nuestras prácticas para, después, de manera más compartida, razonar y ponerse de acuerdo sobre los criterios de convivencia a seguir. Por otra parte, en condiciones normales, vamos a ayudar a que los niños diferencien entre dos tipos de normas en función de su importancia; primero, aquellas socialmente establecidas en nuestra cultura, como requisito indispensable para la convivencia familiar (rechazo de la violencia, igualdad entre los miembros, libertad de expresión, responsabilidad sobre las propias obligaciones, negación del consumo de drogas, etc.); y, segundo, aquellas otras que han de adaptarse y negociarse con los hijos en función de la edad de estos, sus gustos y sus circunstancia personales (ej.: la cuantía de la paga mensual, el lugar para pasar el tiempo libre, la hora de llegada a casa, la posibilidad de quedarse a dormir en casa de un amigo, el tipo de ropa a elegir cuando se va de compras, etc.). Ahora bien, esto que parece tan sencillo, en la práctica se topa con diferentes dificultades (véase el cuadro 6). En primer lugar, la falta de tiempo y de actividades en común que permita a los padres relacionarse con los niños y, en segundo lugar, la falta de conocimiento o de empatía acerca de las necesidades de nuestros hijos y del significado de su comportamiento. Sobre el primer punto, es fundamental compartir tiempo con los niños, ya que la colaboración que se desprende de la convivencia va a constituir la base sobre la que se puedan asentar las normas y valores antes señalados. En relación con el segundo punto, la falta de empatía tan necesaria para relacionarse con los niños y adolescentes, hay que destacar que en estas edades se percibe el mundo de forma diferente a como lo vemos los adultos. Así pues, la existencia de determinadas necesidades (afectivas, de independencia, curiosidad, etc.) y carencias (desarrollo moral incompleto, desconocimiento de los “límites” al relacionarse con los demás, incomprensión de las intenciones de los adultos, desequilibrio entre los derechos y las obligaciones, tendencia a fantasear, egocentrismo, etc.), van a explicar la manifestación de ciertos comportamientos inapropiados del menor que, por otra parte, han de ser corregidos de forma gradual. Algunos aspectos fundamentales que pueden facilitar la transmisión de normas, favorecer las relaciones padres-hijo y mejorar las habilidades sociales del menor se detallan a continuación (ver también cuadro 6): Revelar los propios sentimientos a los hijos en el contexto diario de relación y convivencia con ellos. Discutir de forma adecuada procurando: (a) Controlar las emociones que puedan interrumpir el diálogo. (b) Ayudar al niño y procurar uno mismo centrarse en el problema que se está debatiendo. (c) Ampliar o explicar con otras palabras los argumentos que defendamos con el fin de hacerlos más comprensibles y evitar repetir siempre lo mismo. (d) Evitar a toda costa discutir con la intención de hacer daño como forma de castigo cuando no lo convencemos. Actitudes de los padres que no contribuyen al desarrollo de normas y valores positivos No disponer de tiempo para la familia o limitación de las actividades en común. Actitudes de los padres que favorecen la interiorización de normas y valores que previenen el consumo de drogas Favorecer un buen clima familiar (comer juntos, celebrar en familia días festivos y fechas importantes, toma de decisiones en común en aquello que sea posible, realizar actividades de tiempo libre, etc.) 5 No hacerse cargo de los problemas escolares o delegar esa responsabilidad en los profesores. Atender a los problemas que puedan surgir en el ámbito escolar. Suministrar información veraz en cada momento de su desarrollo. Ocultar información Hacerle chantaje afectivo, transmitiéndole la idea de que si hace algo inapropiado "no se le querrá". Enseñarle a cumplir normas, en un ambiente de afecto incondicional (es decir, de tal forma que sientan que se les quiere tanto cuando se les premia como cuando se les castiga). Cuadro 6. Hábitos y actitudes de los padres influyentes en la interiorización de normas y valores. Desarrollo de la autoestima. La autoestima representa un pilar básico sobre el que se asienta el comportamiento de todas las personas. Entre otros motivos, porque la opinión que se tiene sobre uno mismo constituye el punto de partida para la toma de todas las decisiones que se realizan en la vida. La importancia de la autoestima, como factor de prevención para el consumo de drogas, estriba en el papel de los progenitores en su conformación desde su infancia. En los primeros años, va a depender de las actitudes de los padres ante las conductas del niño, es decir, de las explicaciones que ofrezcan a sus hijos sobre la naturaleza del comportamiento esgrimido por el propio niño. Ante comportamientos inadecuados realizados por los hijos, si un padre reacciona etiquetando al niño de “inútil”, “tonto”, etc., el niño puede llegar a interiorizar que él mismo posee esas características, no diferenciando entre el comportamiento concreto que realiza y lo que "él mismo es”. Tampoco se está facilitando que el niño entienda las cosas con argumentos y que se sienta ayudado y comprendido para cambiar sino que, en su lugar, se deriva un sentimiento de inoperancia o de poca valía. No es difícil observar así, que precisamente los hijos de padres muy exigentes y críticos presentan una personalidad insegura y con baja autoestima. Por otro lado, los padres demasiados protectores que no dejan que sus hijos vayan afrontando solos las situaciones y responsabilidades propias de su edad, pueden propiciar el desarrollo de una autoestima frágil, principalmente porque impide a los niños que aprendan a aceptar el fracaso como parte de la vida y favorece que se interprete el comportamiento protector de los padres como una necesidad de estar siempre “arropado”. A continuación se señala, resumidamente, qué actitudes de los padres pueden contribuir al desarrollo de una adecuada o baja autoestima. Actitudes de los padres que favorecen el desarrollo de una adecuada autoestima Actitudes de los padres que contribuyen al desarrollo de una baja autoestima No respetar la libertad de opinión de los hijos o manifestar alguna de las siguientes conductas ante opiniones o actitudes inapropiadas de nuestros hijos: Dialogar acerca de aquellos sucesos en los que Ridiculizarlos, insultarlos, etiquetarlos, no se esté de acuerdo explicando al niño cuáles gritarles o pegarles. son nuestras impresiones y pensamientos sobre Dejarlo al margen de la toma de decisiones, lo que nos está diciendo (todo ello con una no empatizar e imponer las ideas. actitud de “respeto”). Juzgar peyorativamente las acciones del hijo. Mantener una actitud excesivamente 6 autoritaria. Culpabilizarlo de todos los problemas de la familia. Aconsejarles sobre lo que puedan estar haciendo inapropiadamente conforme vayan demandando nuestra opinión (tiende a ocurrir de manera espontánea cuando de forma previa existe una buena relación entre padres e hijos). . Programación de actividades diarias, de colaboración conjunta, que permitan escuchar los sentimientos, necesidades y opiniones de nuestro hijo. Comunicar al niño nuestros deseos de entenderlo cuando aún no estamos de acuerdo con ellos. Favorecer la relación con los demás y el desarrollo de una mayor y progresiva autonomía. Aceptación del enfado de nuestro hijo a la par que: Tenemos paciencia y esperanza en que progresivamente, con el tiempo, se pueda llegar a un acuerdo. Meditamos para el día siguiente sobre lo que nos haya comentado y la forma en la que podemos volver a explicarle aquello que parece que no entiende. Aceptar aquellas decisiones con la que no estamos de acuerdo, por tener nosotros unos gustos diferentes a ellos. Darles multitud de consejos cuando no nos los piden, reprochándoles que no los tengan en cuenta (sino los llevan a cabo). No tenerles en cuenta para realizar actividades en común. Cortar el diálogo con cierta actitud de indiferencia tras apreciar que está equivocado. Exigir dependencia excesiva de los padres en aspectos en los que pueden valerse por sí mismos. Reaccionar agresivamente ante las manifestaciones de desacuerdo que el menor tenga hacia lo que nosotros le comentamos. Pretender que nuestros propios deseos no realizados los lleve a cabo nuestro hijo “por su bien”, no favoreciendo que tome sus propias decisiones. Continuar desempeñando un papel muy directivo en determinados aspectos de su vida, cuando ya tiene edad y se encuentra preparado para empezar a tomar decisiones de modo independiente. Dejar gradualmente que vaya tomando el control de su vida conforme va teniendo edad para ello. Desarrollo de hábitos de salud Una vez que nuestro hijo ha entrado en la adolescencia es más difícil enseñarle nuevos hábitos de salud. Por ello, desde que son pequeños es conveniente despertar su curiosidad por diferentes aficiones hasta que encuentren aquello que más les guste. Es importante no solo fomentar el desarrollo de actividades físicas (deportes, excursiones, etc.) sino también culturales (lectura, coleccionismo, teatro, etc.). Por supuesto, para el desarrollo de las mismas se debe de contar con la colaboración de la familia, conocidos y amistades. Asimismo, de forma más programada, hay un gran número de posibilidades en cursos, gimnasios, campamentos, equipos deportivos, etc., ideales para el establecimiento de hábitos de salud. 7 Por otra parte, la introducción de los mismos debe de realizarse de un modo agradable. No se trata de imponer a toda costa este tipo de hábitos, sin que se haga de un modo placentero. Es más, si no nos adaptamos a los intereses de los jóvenes (ofreciéndoles múltiples oportunidades para que ellos se vayan decantando por lo que más les guste) podemos provocar el efecto contrario. Se trata, por tanto, de abrir el abanico de oportunidades o intereses para que se vayan introduciendo poco a poco en alguno de ellos. Ni que decir tiene que es aconsejable, en la medida de lo posible, que los padres sean también ejemplos a imitar en la realización de este tipo de actividades. 6. MEDIDAS DE PROTECCIÓN INMEDIATAS QUE PREVIENEN EL CONSUMO DE DROGAS. Cuando el problema se acerca. Con medidas de protección inmediatas o a corto plazo nos referimos a aquellas actuaciones que podemos poner en marcha en los momentos más vulnerables del desarrollo del adolescente ante el inicio en el consumo de drogas. A continuación señalamos ejemplos de conductas de riesgo en el adolescente para evaluar hasta qué punto existen posibilidades de drogadicción: Marque con una cruz las respuestas afirmativas. ¿Alguno de los amigos con los que se relaciona su hijo consume drogas en la actualidad? ¿Sabe si le han ofrecido drogas alguna vez? ¿Ha tenido dificultad para decir que no al ofrecimiento de drogas? ¿Se ha sentido su hijo rechazado entre las personas de su entorno por no consumir drogas? ¿Cree que su hijo ha pensado alguna vez en consumir drogas para saber de lo que se trata? ¿Consume su hijo tabaco habitualmente? Si ha probado el alcohol alguna vez, ¿se ha sentido inclinado a hacerlo en sucesivas ocasiones? ¿Sabe si ha probado hachís o marihuana alguna vez? Por lo general su hijo, en su vida diaria, ¿tiene dificultad para decir „no‟ a las peticiones con las que no está totalmente de acuerdo? ¿Se deprime con frecuencia? ¿Suele sentirse culpable de las cosas que les ocurren a los demás? ¿Tiene dificultades para hacer amigos? ¿Suele tener dificultad para integrarse en grupos de amigos? ¿Tiene con frecuencia discusiones con los amigos? ¿No entiende, en muchas ocasiones, el porqué de las cosas que le pasan? ¿Desconoce las consecuencias negativas a largo plazo del consumo de drogas? ¿Desconoce las diferencias entre los distintos tipos de drogas y sus efectos? En la actualidad, ¿tiene dificultades para aprobar el curso escolar? ¿Ha cambiado recientemente de colegio, barrio, grupo de amigos, ciudad o ciclo escolar? ¿Suele aburrirse en su tiempo libre? ¿Mantiene una mala relación de convivencia con los padres? ¿Se siente normalmente incomprendido por los padres? Cuando algo le gusta, ¿tiene dificultad en poner un límite al tiempo dedicado a ello? Valoración: De 0 a 5 respuestas afirmativas: No se evidencia una especial vulnerabilidad al consumo de drogas. 8 De 6 a 14 respuestas afirmativas: Hay indicios de cierta tendencia hacia el consumo de drogas. Hable con su hijo sobre el tema, ampliando la información de los ítems contestados afirmativamente. De 15 a 20 respuestas afirmativas: Existe vulnerabilidad hacia el consumo de drogas. Replantéese el tema, para ayudar a su hijo, antes de que sea tarde. 21 o más respuestas afirmativas: Su hijo está en factor de riesgo para el consumo de drogas (u otras adicciones) y posiblemente para el desarrollo de otros problemas. Sea comprensivo, pues va a necesitar su apoyo y colaboración. Le aconsejamos pedir ayuda especializada. La intervención que le recomendamos en estos casos va a estar compuesta fundamentalmente por dos tipos de actuaciones. La primera, de carácter informativo, basada en explicar los efectos que producen cada una de las sustancias (sobre todo en casos donde notemos una idealización del consumo de drogas o ideas inexactas sobre las mismas). Y la segunda, la puesta en marcha de medidas que contrarresten las conductas de riesgo. A continuación le indicamos las más relevantes: Intente conocer a los amigos de sus hijos, participando en la medida de lo posible en la vida de estos. Son medidas adecuadas invitarlos a comer o a dormir u ofrecerse a ayudarles en alguna actividad en la que puedan necesitar de nosotros (desplazamientos en coche, proveer de material para alguna actividad lúdica, ejercer de árbitro en determinadas actividades deportivas, etc.). También es recomendable conocer a los padres de estos. Manténgase informado sobre su rendimiento y actitud en el colegio, entrevistándose con el tutor asignado. Los profesores pueden suministrarle información privilegiada sobre algún cambio reciente en su comportamiento. Valore la posibilidad de hacer actividades agradables en compañía de sus hijos, en las que inicialmente participe alguna persona amiga de ambos, que facilite de modo natural la reconstrucción de la relación con usted. Controle el dinero que manejan así como aquello en que lo gastan. Asesórese a ese respecto, estableciendo límites acordes a su edad y necesidades. Haga un esfuerzo por comprender un poco más la vida, sentimientos y pensamientos del adolescente, buscando la ocasión para hablar con él sobre aquellas cosas que puedan preocuparle. 7. ¿CÓMO SÉ QUE MI HIJO SE DROGA? Inicialmente, tras la primera toma de contacto con la droga, no suele ser habitual que se produzcan cambios importantes en el comportamiento general del adolescente en las diferentes áreas de su vida. En estos casos, la detección de los utensilios usados para el consumo de droga, los restos de la misma sustancia o la propia confesión de allegados al respecto, es lo que al principio nos puede poner sobre aviso. Solo con posterioridad, una vez que se empieza a constituir en hábito, es más frecuente que se observe un deterioro generalizado en el modo de comportarse con los demás, en el desempeño de sus responsabilidades, abandono de sus anteriores metas, etc. Al final, si la adicción se ha desarrollado en toda su amplitud, la pérdida de control sobre su vida se hace tan manifiesta que difícilmente va a pasar desapercibida. En este último caso, el deterioro físico, los conflictos legales, la necesidad de dinero, el incumplimiento de los horarios más elementales o su incomunicación respecto a la familia van a ser las notas predominantes y, por lo general, llegado a este punto ya ha sido detectada con anterioridad la adicción a las drogas como problema de base. Su detección precoz es de gran importancia con vistas a la disminución de los problemas sociales asociados al desarrollo de la adicción. Por ello, a continuación, pasamos a elaborar una lista de los indicios que de forma gradual tienden a darse en un joven que se inicia en el consumo de sustancias siguiendo un orden de menor a mayor importancia según el grado de adicción con el que suelen ir correlacionados: 9 Cambios en los grupos de amigos. Sustitución de los amigos anteriores por otros que toleran o consumen drogas habitualmente. Frecuentes salidas de casa. Participación en fiestas o celebraciones que duran más de lo habitual (una noche entera o más) sin manifestar cansancio o la necesidad de dormir. Evita hablar con nosotros o mirarnos a los ojos cuando vuelve de “divertirse” con los amigos. Disminución de la motivación y rendimiento escolar o ausencias de clase. Quejas de los profesores sobre mal comportamiento en general. La falta de motivación y de interés por rutinas, aficiones, tareas, responsabilidades, etc., que anteriormente (meses atrás) llevaba a cabo. Conducta más irresponsable e indisciplinada. Negativa a dar explicaciones sobre sus actividades, amigos o gastos de dinero. Deterioro en el grado y calidad de las relaciones con los miembros de la familia. Irritabilidad, con tendencia al aislamiento y al empleo reiterado de la mentira para resolver sus problemas. Deterioro de su aspecto físico (palidez, ojeras, cansancio permanente, somnolencia). Cambios del cuidado físico en general, gustos, alimentación, ritmos de sueño y vigilia. Cambios de carácter con bruscas e intensas alteraciones de humor. Petición de dinero a los amigos, familiares, pequeños hurtos en la escuela o en el hogar. Por otra parte, hay que tener en cuenta que el inicio en el consumo de drogas se va a introducir, en la mayor parte de los casos, de forma gradual en el tiempo y en una escalada que va desde el consumo de alcohol, hachís o éxtasis hasta las denominadas “drogas duras” (cocaína y heroína). Por ello, dependiendo del momento en este proceso, y de la rapidez en su desarrollo, van a manifestarse un tipo u otro de síntomas con una mayor o menor intensidad. En los casos en los que el consumo es esporádico o de fin de semana es más difícil de detectar. Las horas tardías de llegada a casa, el tipo de amistades, el cansancio al día siguiente (tras el “bajón”) y los lugares de diversión (ej.: macrofiestas, determinados pubs, etc.) constituyen los primeros indicios que nos pueden hacer sospechar del inicio en el consumo. No obstante, y a pesar de la variabilidad del fenómeno, ofrecemos a continuación un auto-test1 para padres que de forma más o menos objetiva les puede ayudar a valorar los cambios en la dirección de un posible consumo. La secuencia en la que se describen estos síntomas se realiza de menor a mayor importancia. Aunque ha de tenerse en cuenta que suelen existir excepciones y que muchas de estas conductas pueden aparecer, por diferentes motivos, en adolescentes que no se drogan. Marcar la casilla con una cruz en el caso de respuesta afirmativa: ¿Ha perdido interés por las aficiones, los deportes u otras actividades que realizaba anteriormente? ¿Ha dejado a sus antiguos amigos? ¿Ha cambiado sus hábitos de sueño o comida? ¿Ha empezado a mantener encuentros y/o conversaciones telefónicas con desconocidos? ¿Acude a lugares para divertirse donde permanece más de 8 horas sin dar muestras de cansancio, sin comer y manteniendo una elevada actividad física? ¿No le va bien en el colegio? ¿Han empeorado las calificaciones escolares o la asistencia es irregular? 1 Adaptado y modificado de la prueba desarrollada por la Fundación Manantial («http://www.manantiales.org»). 10 Si fumaba con anterioridad, ¿ha observado un gran incremento del consumo de tabaco recientemente? ¿Su hijo se muestra retraído, desanimado, agotado, inexpresivo y descuidado en su aspecto personal? ¿Últimamente se han deteriorado las relaciones de su hijo con los demás miembros de la familia? ¿Se manifiesta hostil y falto de cooperación? ¿Muestra una actitud agresiva y desobediente, que anteriormente no era habitual en él, ante la petición de responsabilidades? ¿Presenta cambia bruscos de humor y de ánimo? ¿Usa perfumes o desodorantes para ocultar algún olor? ¿Está más pálido y menos aseado de lo habitual? ¿Se deja el pelo descuidado últimamente? ¿Ha perdido peso de forma considerable en los últimos meses? ¿Tiene dificultades para hablar, manifestando un lenguaje difuso o lento? ¿Tiene las pupilas dilatadas, los ojos enrojecidos o la mirada imprecisa? ¿Utiliza colirios o usa gafas de sol fuera de contexto? ¿Tiene molestias en la nariz, le sangra o gotea a menudo? ¿Huele mal o de forma extraña su ropa, su cama o él mismo? ¿Demanda más dinero sin ofrecer explicaciones convincentes sobre su destino o sin que se observe en qué lo ha gastado? ¿En su casa se echan en falta objetos de valor o dinero? ¿Ha visto a su disposición objetos que, sin ser usados para otros fines, puedan emplearse para desmenuzar y cortar la droga como, por ejemplo, hojas de afeitar, tarjetas duras o cuchillos? ¿Ha encontrado gran número de mecheros quemados, tubitos, papel para liar tabaco, bolitas de papel de aluminio liadas, plásticos de pequeño tamaño, etc.? Valoración: De 0 a 3 respuestas afirmativas: Se descarta el consumo de drogas. De 4 a 10 respuestas afirmativas: Es aconsejable estar pendiente, observar el comportamiento de su hijo, horarios de salida y de entrada, conductas no habituales, las amistades y el uso que hace del dinero. De 11 a 15 respuestas afirmativas: Es posible que se haya iniciado en el consumo de drogas. 16 o más respuestas afirmativas: Casi con toda certeza su hijo tiene un problema con las drogas y va a necesitar ayuda. 8. Y SI MI HIJO SE DROGA, ¿CÓMO PUEDO AYUDARLE? En primer lugar, recordemos que un buen número de jóvenes han consumido en alguna ocasión algún tipo de droga (sobre todo las perteneciente al grupo de las sustancias legales o drogas blandas), sin que eso signifique que vayan a convertirse en consumidores habituales. Si la familia descubre este hecho, la actitud más positiva es informarse e intentar actuar contra el consumo de drogas sin romper las relaciones. Por otra parte, debido a las connotaciones negativas de la adicción a las drogas, suele ser frecuente que los padres ante un problema de estas características, se resistan a afrontarlo, lo justifiquen, lo oculten o se comporten de una manera pasiva ante la vergüenza de solicitar ayuda. Puede ser también que reaccionen adoptando medidas disciplinarias severas y represivas que lleven 11 al castigo y aislamiento del mundo exterior. O bien, que desemboquen en actitudes vigilantes, moralizantes, paternalistas o culpabilizantes de todos los males de la familia. Sin embargo, ninguna de estas opciones va a resultar beneficiosa a largo plazo, dado que el consumo de drogas y la pérdida de control que conlleva la adicción va a necesitar de la colaboración del adolescente para lograr, con el paso del tiempo, una desvinculación definitiva de las drogas. Por ello, una vez que se sabe del consumo de algunas sustancias potencialmente adictivas, lo principal es fomentar de modo natural la comunicación con nuestro hijo (véanse los capítulos 5 y 6 sobre las medidas para prevenir el consumo de drogas) a la par que se sigue la siguiente secuencia: 1) No se enfrente a un joven que se halle bajo los efectos de las drogas. Espere a que esté sobrio para hablar con él. Entonces explíquele sus sospechas con calma y objetividad y busque la ayuda de otros miembros de la familia para respaldar sus observaciones. Una vez reconocido su consumo y de forma respetuosa, interróguele para conocer qué toma, en qué cantidad, con quién y con qué frecuencia. 2) Tras indagar si conoce los efectos y riesgos de la sustancia consumida, pase a deshacer los mitos y a describir las consecuencias psíquicas, físicas y sociales que va a experimentar gradualmente si no abandona su consumo (indicados en capítulos anteriores). 3) Indague, con la colaboración del adolescente, los motivos y situaciones sociales que propiciaron los consumos iniciales con el objetivo de que él mismo comprenda el proceso gradual en que se han desarrollado los acontecimientos. 4) Infórmese, si existiera, del sistema de valores, actitudes, costumbres y símbolos del grupo (subcultura) en el cual el adolescente se ha iniciado en el consumo de drogas. Rechace, argumentando con detenimiento, aquellos valores desadaptativos y perniciosos, explicando las consecuencias que a largo plazo acarrean. 5) Si es posible, póngase en contacto con las familias de los amigos con los que nuestro hijo consume drogas. 6) Entrevístese con el tutor del colegio para conocer con qué personas se relaciona, cómo va su rendimiento académico y su actitud ante los demás. 7) Una vez conseguida la concienciación y compromiso por parte del adolescente para el abandono de las drogas, póngase de acuerdo con éste para la organización de un plan de apoyo social, familiar y escolar que facilite el mantenimiento de la abstinencia. Se debe prestar especial atención a la modificación de todas aquellas actividades o compañías relacionadas directamente con el consumo de drogas, con especial atención a los compañeros con los que se inició en ese hábito y que aún continúan haciéndolo. Es de vital importancia que no se relacione con estos mientras continúen consumiendo este tipo de sustancias. Es muy importante que en todo momento el argumento principal que justifique nuestra postura de rechazo al consumo de drogas sea las consecuencias que de ello se van a derivar. Por lo cual, cada uno de los pasos anteriores debe ser llevado a cabo atendiendo a esta argumentación. En el caso de que se manifieste una actitud de rechazo a colaborar, negando que consumir drogas sea un problema, es conveniente mantener una actitud firme, sin ceder en ningún momento a excusas y/o chantajes tales como: “todo el mundo lo hace; me voy a ir de casa si me agobiáis; soy libre para hacer lo que quiero; yo controlo, no confiáis en mí”, etc. Hay que insistir, haciendo hincapié en el punto dos de este mismo apartado (las consecuencias) a la vez que se solicita el compromiso señalado en el punto siete para organizar un plan de apoyo para no volver a consumir. No obstante, puede ser de utilidad, empezar por poner un plazo de prueba de varias semanas, cumpliendo las recomendaciones apuntadas en este último punto, a la espera de que él mismo vea con más claridad las cosas tras mantenerse alejado del ambiente de consumo. Esta medida puede también ser útil para "hacer evidente" la incapacidad de control sobre el comportamiento de consumo y la toma de conciencia sobre su propia dependencia. 12 También puede resultar de utilidad recurrir al mayor número de personas (amigos o familiares) con los que el adolescente tenga confianza con el fin de que comprenda las consecuencias y abandone el consumo de sustancias tóxicas. Posteriormente, tras la concienciación y toma de decisión para el abandono del consumo, nos vamos a encontrar con la etapa más difícil y delicada para el adolescente. El abandono de su antiguo círculo de amistades, los efectos a corto y largo plazo de la abstinencia a las drogas consumidas y la confusión reinante sobre todo lo acontecido en las semanas previas, va a favorecer la aparición de nerviosismo y de dudas sobre la decisión adoptada. Por ello, es recomendable la planificación de actividades de ocio alternativo en compañía de personas de confianza y todo el apoyo emocional que se le pueda prestar, procurando, en la medida de lo posible, retomar las responsabilidades que le corresponden según su edad, animándolo a poner en marcha aquellos proyectos a corto y medio plazo compatibles con el mantenimiento de la abstinencia. Si observamos que estas medidas no surten efecto es aconsejable acudir a una institución especializada en el tratamiento de la drogadicción, ya que probablemente el problema esté muy arraigado o existan múltiples aspectos que requieren tratamiento. 9. OTRAS ADICCIONES EN ADOLESCENTES (INTERNET, VIDEOJUEGOS, LUDOPATÍAS, ETC.). Suele equipararse la adicción a las drogas con otras adicciones, o hábitos perniciosos, como el uso excesivo y fuera del control voluntario de los juegos de azar, Internet, videojuegos, alimentación (obesidad o anorexia), ejercicio físico (vigorexia), etc. Todas ellas comparten la existencia de unos factores previos (sociales, de amistades y educativos) que facilitan un primer acercamiento, diferentes características personales que propician una gran adhesión y el papel de la familia para prevenir, o ayudar a superar, el desarrollo de las mismas. Por este motivo, muchas de las características y consejos comentados para la prevención del consumo de drogas en adolescentes podrían aplicarse a estas otras adicciones. La principal dificultad a la hora de enfrentarse a cualquier adicción desarrollada a partir de actividades habituales en nuestra sociedad (conectarse a Internet, jugar, hacer ejercicio físico, restringir la ingesta de alimentos o comer en exceso, etc.) estriba en establecer los “límites” a partir de los cuales dichas actividades dejan de ser una ocupación saludable a la que el adolescente dedica mucho tiempo para convertirse en una adicción o trastorno psíquico. Una vez se ha desarrollado la adicción suele ser fácil su detección, debido principalmente a que en estos casos el deterioro psicológico, físico y social suele ser tan grande que no pasa desapercibido. Por ello, a continuación se va a intentar esbozar, en líneas generales, el proceso de transición existente entre la práctica excesiva de una determinada actividad y el desarrollo de la adicción como tal; todo ello enmarcado en el periodo de la adolescencia o preadolescencia. La primera señal aparece cuando la realización de cualquiera de las actividades potencialmente adictivas empieza a copar todo el “horizonte” del adolescente con exclusión de otras actividades propias de la edad. En segundo lugar, cuando a pesar de la aparición de los primeros problemas derivados de la dedicación excesiva a dichas actividades (abandono de amistades, suspensos en las calificaciones escolares, discusiones con los padres, primeros problemas físicos, pérdida de dinero, etc.), nuestro hijo continúa sin hacer nada para evitarlos. Y, finalmente, cuando se observan cambios en su personalidad, irresponsabilidad, descuido personal, etc., que podemos relacionar con este tipo de comportamientos. Un ejemplo de lo anterior podría ser el caso de la adicción a Internet que ocurriría cuando: (a) Se abandonan actividades de recreo, escolares, familiares, etc., que anteriormente se realizaban, para dedicarse ahora en su lugar a estar conectado a Internet. 13 (b) El uso de Internet continúa a pesar de sufrir diferentes problemas por su utilización desmedida (trastornos del sueño, cansancio diurno, negligencia o retrasos en los encuentros sociales, cierta atrofia muscular, dolores de espalda). (c) Aparecen cambios generales en su conducta, como el desarrollo de cierta introversión y aislamiento de los demás, pensamientos obsesivos relacionados con lo que puede estar aconteciendo en Internet, etc. Inicialmente, de cara a la intervención y si aún no se ha desarrollado en su totalidad este tipo de adicciones (solo se cumplen algunos criterios), puede bastar con el establecimiento de ciertos límites en el número de horas para la práctica de estas actividades, el dinero manejado o el fomento de la realización de otras actividades de ocio alternativas. Ahora bien, en el caso de la cronificación de estos incipientes comportamientos, puede ser necesaria una mayor ayuda al adolescente que le permita retomar el curso de su vida sin volver a recaer en la misma conducta adictiva o en otras diferentes. En este sentido, lo primero sería ayudarle a hacer explícitos sus objetivos a corto y medio plazo para diferenciarlos de aquellas otras situaciones o actividades que, lejos de ayudarle, le puedan entretener o alejar de sus metas a largo plazo. En segundo lugar, ponerlo sobre aviso de los problemas que pueden aparecer en el proceso de abandono de una adicción (ansiedad, recuerdos, deseo, aburrimiento, desconcierto al iniciarse en actividades nuevas, etc.). En tercer lugar, y quizás sea lo más difícil, descubrir las dificultades personales que pueda experimentar a la hora de relacionar los problemas que se le presentan con aquello con lo que realmente tenga su origen para poder tratarlo de un modo más pormenorizado. Por ejemplo, un adolescente con baja autoestima, puede pensar erróneamente que los problemas que se le presentan son consecuencia de su supuesta “inutilidad”, sin realizar nada al respecto; o bien, un adolescente, trasgresor de normas sociales, no vincular la relación de esta conducta con el mantenimiento de la adicción; o, igualmente, el adolescente que tenga dificultades para relacionar el aburrimiento que experimenta tras abandonar la adicción con las dificultades para hacer amigos o realizar actividades alternativas. Un adecuado autoconocimiento sobre el origen de sus propias dificultades va a resultar muy útil para reencuadrar la vida del adolescente y buscar medidas correctoras. Para finalizar, conviene no olvidar, al intentar llevar a cabo lo anteriormente apuntado, que la misma adolescencia conlleva cierta falta de control sobre el comportamiento del joven y de referentes claros sobre aquello que le gustaría hacer en la vida. Esto, de entrada, va a situar a nuestro hijo en una situación desventajosa para vincular sus comportamientos perjudiciales con las consecuencias que de ellos se desprendan y para provocar cambios alternativos en su persona. De cualquier forma, si se observa que el problema lejos de mejorar se cronifica siempre es aconsejable acudir a un centro especializado en estas alteraciones. 14 PARA SABER MÁS ALONSO-FERNÁNDEZ, F. (1996). Las otras drogas: alimento, sexo, televisión, compras, juego y trabajo. Madrid: Ediciones Temas de Hoy. GARCÍA-RODRÍGUEZ, J.A. (2000). Mi hijo, las drogas y yo. Madrid: EDAF. GRAÑA, J.L. (1994)(Ed.). Conductas Adictivas. Teoría, Evaluación y Tratamiento. Debate: Madrid. FUNDACIÓN DE AYUDA CONTRA LA DROGADICCIÓN (1998). Drogas: conocer y prevenir. Madrid: Venaly. SECADES, R. (1996). Alcoholismo juvenil: prevención y tratamiento. Madrid: Pirámide. LORENZO, P.; LADERO, J.M.; LEZA, J.C.; LIZASOAIN, I. (1998). Drogodependencias. Madrid. Editorial Médica Panamericana. MEGÍAS VALENZUELA, E. (Dir.). (2002). Valores sociales y drogas. Madrid. Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD). MEGÍAS VALENZUELA, (Coord.). (2002). Hijos y Padres: Comunicación y Conflictos. Madrid. Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD). 15