Ejercicios espirituales

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Yo soy.......................................................................
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Mi esposa me había hablado muchas veces de él,
pero la verdad es que nunca me había interesado por
él en serio, hasta que me lo trajeron para juzgarlo.
Nunca le había visto en persona hasta entonces. Y la
verdad es que esperaba encontrármelo en otras circunstancias, porque
contaban cosas curiosas de él. Sin embargo me lo encontré así, atado,
acusado de mentiroso, traidor a su patria y enemigo de Roma.
Cuando mi mirada se cruzó con la suya, extrañamente serena,
reconozco que sentí cierta confusión. Como un sentimiento fugaz, como
la sospecha de que allí había algo gordo, que era un momento importante
para mí. Pero yo era el jefe, el que tenía la sartén por el mango, el duro
de la película; y había mucha gente mirando, esperando a mi reacción,
pendiente de mis palabras.
Y yo le interrogué. Y él siguió mirándome, sin contestar. Aquellos ojos me
decían algo; ahora, años después, no sabría decir si era una invitación o
una provocación, pero la cuestión es que era una situación
comprometida para mí, porque estaba rodeado de gente y se me pedía
una toma de postura.
Por un momento, parecía que fuera él mi gobernante y mi juez, en vez de
al revés. Pero yo no podía perder el control ni dejar que la situación se
me fuera de las manos. O sea que continué interrogándole con voz
autoritaria. Y él siguió en silencio.
Yo no sabía qué hacer. Entonces decidí sondear la opinión de la
gente. En cuanto salí al atrio, la muchedumbre se calló. Y yo pregunté:
“¿Qué queréis que haga con él?” La respuesta fue clara y contundente:
“¡Crucifícalo!”.
Volví a entrar en la sala y allí seguía él. En silencio, mirándome. Le
interrogué:
- “¿De dónde eres tú?”. Y él, callado.
- “¿Te atreves a no contestarme? ¿No sabes que yo tengo autoridad
para soltarte o para hacer que te claven en una cruz?”
Entonces, para sorpresa mía, habló. Su voz, cansada, no temblaba lo más
mínimo:
Poncio
Pilato
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- “No tendrías autoridad sobre mí si no te la hubieran dado. Por eso,
el que me ha entregado a ti tiene mayor culpa”.
Por primera vez, sentí deseos claros de dejarle libre. Y salí de nuevo al
patio y dije:
- “Escuchadme: yo no encuentro en este hombre nada que merezca la
muerte. Así que – era la solución perfecta para dejar contento a
todo el mundo y mi conciencia tranquila - lo azotaré y lo dejaré
libre”.
Pero la cosa se complicó. La gente – movida por los jefes judíos – gritaba
como loca:
- “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”.
Lo último que me convenía era tener a la gente en contra. Los
idealistas no se dan cuenta de que, si para todos es importante lo que
piense la gente de uno, para un gobernante es mucho más importante
aún. Tener a la gente contenta es la clave del éxito siempre. Decidí
volver a preguntarle:
- “Dime la verdad: ¿por qué te acusan?”
- Por decir la verdad. Yo he venido para dar testimonio de la verdad”
Me quedé pensativo unos segundos. Y le contesté:
- “Ya… y ¿qué es la verdad?”
Claro que era una evasiva. Ya lo sé. Pero ¿qué otra cosa podía hacer?
Tenía que decidir entre juzgarlo conforme a la verdad… o conforme a la
conveniencia. Bueno y ya sabéis el resto. Me lavé las manos para
quedarme tranquilo e hice lo que la gente quería. ¿Que qué habría sido si
me hubiera atrevido a apostar por la verdad, a fiarme de él? Pues no lo sé.
Preferí lo malo conocido, y no arriesgar. Hasta entonces había actuado
siempre según la conveniencia y me había ido más o menos bien. Al menos
gozaba de ese equilibrio inestable que me permitía estar donde estaba. Y
no iba a cambiar ahora. Mi mujer habría hecho lo contrario, ya lo sé. Pero
me tocó decidir a mí. Como te tocará a ti.
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Conocí a Tamar en la fracción del Pan en la
comunidad de Santiago. Era una anciana de mirada
penetrante que prefería sentarse en algún lugar de
penumbra y hablaba raras veces. De joven debió de haber sido muy
hermosa y aún conservaba algo de su antigua belleza. Alguien me dijo que
había ejercido la prostitución en una de las callejuelas de la ciudad vieja.
Guardaba celosamente el secreto de su conversión y nadie se atrevía a
preguntarle sobre ello, pero en sus ojos aparecía un fulgor extraño
cuando se hablaba de Jesús.
Un día dejó de venir a la casa donde nos reuníamos y, como supuse
que estaba enferma, fui a visitarla para ofrecerle mis conocimientos de
medicina. Vivía en una casa humilde cerca de la muralla y no pareció
sorprendida al verme aparecer. Le receté unas hierbas para su fiebre y,
cuando volví a la cabo de unos días, la encontré casi curada y con deseos
de hablar. Me contó cosas de su pasado: los lugares que había conocido,
las fiestas en las que había participado, las joyas que había poseído… Y
yo iba adivinando que detrás de todo aquello se escondía la experiencia
de una enorme soledad.
Un sábado, al pasar cerca de la sinagoga, oyó los comentarios
escandalizados de un grupo de fariseos: “¿Qué diríais que se ha atrevido
a decir Jesús? ¡Las prostitutas os precederán en el Reino de Los cielos!”.
Al verla, uno de ellos escupió con desprecio, mientras ella sonreía con
amargura, reconociendo a uno de sus más asiduos clientes. Pero aquellas
palabras extrañas que había escuchado le dejaron perpleja: ¿Quién sería
aquel hombre que se atrevía a pronunciarlas? Por eso se juntó un día a la
multitud que se dirigía a Galilea para ver y escuchar a Jesús. Muchos la
miraban y cuchicheaban entre ellos; por eso tuvo que sentarse sola, lejos
de todos, en el lugar de exclusión que ella misma había elegido.
Lo vio llegar con su grupo de amigos, rodeado por la gente que se
empujaba para tocarle y se dio cuenta de que uno de los suyos le dijo algo
al oído mirándola, como avisándole de un peligro de impureza. Pero él no
hizo caso y vino a sentarse cerca de donde ella estaba. Dirigiéndose a la
Tamar
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gente comenzó a decir: “Sed compasivos como vuestro Padre es
compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis
condenados. Perdonad y os perdonarán…” (Lc 6, 36-38).
Y fue entonces cuando ella se sintió mirada como nunca nadie lo
había hecho: sin juicio, sin desprecio, sin deseo. Aquella mirada inundaba
su vida turbia con un chorro de agua limpia, y su pasado quedaba
envuelto en un perdón sin límites, en una compasión sin orillas, en una
confianza que le abría hacia el futuro. Volvió a su casa como si estuviera
borracha, cortó relaciones, rompió viejas costumbres. - ¿Qué le ocurre a
Tamar? – murmuraban los que la conocían.
Un día supo que Jesús comía en casa de Simón el fariseo y
comprendió que había llegado el momento. Fue a su casa, tomó el más
caro de sus perfumes, entró en la sala del banquete y, en medio del
asombro de comensales y sirvientes, soltó su larga cabellera de color
cobrizo, se arrodilló detrás de Jesús y se puso a ungir sus pies con una
extraña mezcla de perfume y de lágrimas. Sintió sobre ella el peso de los
reproches y la reprobación de los que se creían puros, el murmullo de sus
críticas, el desconcierto de los que se sentían agredidos por la irrupción
de su desmesura y por el torbellino de su conducta atrevida. Y, sin
embargo, ella sabía que alguien la estaba mirando de manera diferente,
que alguien aprobaba lo que para otros era locura.
Jesús, sabiendo lo que por la cabeza de su anfitrión estaba pasando,
tomó la palabra y dijo: “Simón, ¿ves a esta mujer?. Cuando entré en tu
casa no me diste agua para lavarme los pies, pero ella ha bañado mis pies
con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste el beso
de la paz, pero ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No
ungiste con aceite mi cabeza, pero ésta ha ungido mis pies con perfume.
Te aseguro que si da tales muestras de amor es que se le han perdonado
sus muchos pecados; en cambio, al que se le perdona poco, mostrará
poco amor.” Y, dirigiéndose a Tamar, terminó diciendo: “Tu fe te ha
salvado. Vete en paz” (Lc 7, 36-49).
La que salió de la casa era una mujer nueva.
(tomado de D. ALEIXANDRE, Esta es mi historia, CCS)
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ZaQueo
Visité Jericó en un día cálido de verano y me
alojé en casa de Silas, un joven catecúmeno que
había manifestado gran interés en hablar
conmigo. Se había enterado de que yo iba recogiendo testimonios y
recuerdos de lo que Jesús hizo y dijo y él poseía en su memoria un tesoro
que quería compartir conmigo. He aquí su testimonio (Lucas dixit).
Mi padre perdió su cosecha por culpa de una sequía y tuvo que
pedir dinero prestado a un tal Zaqueo, publicano y usurero, muy
conocido y detestado en Jericó. Era un hombre pequeño, astuto e
implacable que se fue apoderando de nuestras tierras y, cuando ya no
tuvimos nada, nos empleó a su servicio en su casa donde llevábamos una
vida casi de esclavos. Allí crecí y allí aprendí a trabajar duro y a
aborrecer al amo. Un día, llegó la noticia de que aquel galileo de Nazaret
que estaba dando tanto que hablar en Judea, había llegado a la ciudad y
se marchaba al día siguiente.
Jericó, la ciudad más antigua del mundo, con sus oasis de palmeras y
sus casas de gente rica, no debía de ser del gusto de Jesús, del que se
decía que vivía casi a la intemperie y enviaba a los suyos sin alforja para el
camino.
Escuché los comentarios despectivos de mi amo pero, como era un
hombre curioso, no me extrañó que me pidiera que le acompañase hasta
el lugar que es paso obligado para los que abandonan Jericó.
Había un gentío inmenso y mi amo se dio cuenta de que, a causa de
su pequeña estatura que tanto le mortificaba, no iba a poder ver nada.
Le señalé un sicomoro (árbol típico de aquí) como posibilidad para
encaramarse y, aunque temí que reaccionara golpeándome por mi
insolencia, accedió a mi propuesta y yo mismo le ayudé a trepar. También
yo quería conocer al tal Jesús, y al verle llegar supe que estaba delante
de un profeta. Éste había dejado atrás ya el árbol donde estaba mi amo,
cuando, inesperadamente, retrocedió unos pasos y miró hacia arriba. Mi
pensamiento, como un relámpago, imaginó su denuncia: “Zaqueo,
conozco tu conducta: oprimes a los pobres, explotas a inocentes, prestas
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con usura y eres un vil colaborador de Roma. Conviértete y vuelve al
camino de la justicia, si no quieres que la desgracia caiga sobre tu casa”.
Pero, en vez de eso, escuché con asombro que le decía: “Anda Zaqueo,
baja, ¡me gustaría tanto comer en tu casa!”. Mi amo debía de estar aún
más asombrado que yo, pero bajó apresuradamente y creí leer en sus ojos
una expresión de alegría que nunca había visto en ellos. También la gente
estaba desconcertada: “Y éste que dicen que es profeta, ¿cómo es que va
a hospedarse en casa de un sinvergûenza así?”
Al llegar a la casa, el amo nos dio órdenes tajantes y extrañas en
alguien tan avaro: “El banquete tiene que ser espléndido: sacad los
mejores vinos, preparad los mejores manjares”.
Yo servía la mesa, y durante el festín, cuando miraba a Jesús
reclinado junto a Zaqueo, conversando amistosamente con él, riendo y
contando cuentos, tuve que disimular mi decepción y mi ira por lo que
estaba ocurriendo: si Jesús era tan justo como decían, ¿por qué no
condenó la conducta de mi amo? ¿Por qué dejó pasar la ocasión de
denunciar la injusticia como hubiera hecho un profeta?
Al final de la comida, Zaqueo se puso en pie y, mirando a Jesús, dijo
con una voz ahogada por la emoción: “Señor, la mitad de mis bienes se la
daré a los pobres y, a los que he defraudado, voy a darles cuatro veces
más de lo que les robé”. Todos le mirábamos atónitos. Todos menos
Jesús, que no parecía extrañado, como si supiera desde siempre que el
corazón de mi amo escondía aquella capacidad asombrosa de
generosidad y derroche. “Hoy ha entrado la salvación a esta casa”, dijo al
despedirse.
Era verdad; y la transformación del amo transformó también la vida
de nuestra familia: nos pidió perdón llorando, nos devolvió las tierras, nos
construyó una casa, llenó nuestros graneros para poder sembrar. Pero,
mucho más que todo aquello, agradezco lo que viví junto al sicomoro
aquel día, el día en que conocí a Alguien capaz de mirar más allá de las
apariencias, capaz de creer en la bondad que se oculta en la persona más
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despreciable, capaz de acercarse al otro, no para exigirle, ni para
corregirle, ni para cambiarle, sino sencillamente para quererle y acogerle,
para ofrecerle una mirada amistosa y una mano tendida.
(tomado de D. ALEIXANDRE, Esta es mi historia, CCS)
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El joven
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NO PUEDO VIVIR SIN TI (MIGUELI)
ES POR TI (JUANES)
Sabes que no oigo tu voz
todo lo clara que quiero,
sabes que me asusta el riesgo,
que necesito un empujón.
¡Y tú dale!, que soy libre,
que me dejas escoger,
y me haces pasarlo mal,
hasta que logro entender.
Cada vez que me levanto
y veo que a mi lado estás
me siento renovado
y me siento aniquilado
aniquilado si no estás
Tú controlas toda mi verdad
y todo lo que está de más
Tus ojos me llevan lentamente al sol
Y tu boca me habla del amor y el
corazón
Tu piel tiene el color de un rojo
atardecer
Pero te tengo que decir que,
que ya no puedo vivir sin ti,
que ya no puedo vivir sin ti,
que ya no puedo vivir sin ti.
No dices que tú me cuidas,
pues, ¡leche!, aclárate,
vivo así porque tú quieres
y poco me sale bien.
Tanta gente que anda chunga,
tanta movida sin paz,
necesito una señal
o lo vamos a dejar.
Y es por ti...
Que late mi corazón
Y es por ti...
Que brillan mis ojos hoy
Y es por ti...
Que he vuelto a hablar de amor
Y es por ti...
Que calma mi dolor
Pero te tengo que decir que...
Y cada vez que yo te busco
Y no te puedo aún hallar
Me siento un vagabundo
Perdido por el mundo
Desordenado si no estás
Como mueves tú mi felicidad
Y todo lo que está de más
Tus ojos me llevan lentamente al sol
Y tu boca me habla del amor y el
corazón
Tu piel tiene el color de un rojo
atardecer
Y es por ti...
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Sabes que dudo de ti
y que me canso en la lucha,
sabes que te hago culpable
de tanta calamidad,
y me ciego en mi interior,
todo me parece un bulo.
Y desde mi corazón
te mando a tomar por...
Pero te tengo que decir que...
Y ¿QUIÉN DICEN QUE ES ÉL? (PRAXIZ)
Y es que no es cualquier personaje pues éste carece del perecer
Para “C” me parece injusto la falta de homenaje que su imagen se merece
Merced al Padre por mandar a su hijo en Marzo
Mercenarios lo mataron mas de los muertos se alzó
Descalzo anduvo por un zoo lleno de víboras
Falsos fariseos oyeron “búscame y vivirás”
No estoy leyendo leyendas de las Islas Feroe
Hablo de mi héroe
Y en el desconsuelo empezó a temblar el suelo
Nubes grises cubrieron el cielo, y una mano rasgó el velo
Sobre aquel pobre bebé nacido en un pesebre
El pecado se clavó dejando al esclavo por fin libre
Algo pasó en el monte, donde tres cruces rompen la línea del horizonte
Algo importante suponte
Derramó su sangre hasta la última gota
Y así cambió la historia, y así es como recordamos Gólgota
Quien lo viera en el lugar de la Calavera
Se daría cuenta de quien verdaderamente él era
Repartía amor sin ser un mito estúpido como cupido
Y a cambio recibió ser escupido
Coronado con espinas, no vengas con pamplinas
Por tu ignorancia supina si a duras penas seriamente opinas
O fue Dios hombre o no fue tal
Mas no lo pongáis en el mural con los grandes maestros de la moral.
“y ¿quién dicen que es él? Un profeta más como Elías
Uno de tantos, ¡un líder revolucionario!
Dime pues, si como él hubo varios,
¿Cuál por ti murió crucificado en el calvario?”
Todos los caminos conducen a Roma
La “gran-diosa” Rima, ideologías, Mahoma y también Buda
Burdas atracciones como la mujer barbuda
Y sólo se oye el nombre de Jesús cuando alguien estornuda
No adivino cuando digo que él era un ser divino
Aunque creyeron que era un loco, un mentiroso, un bebedor de vino
Vino y fue tratado de impostor, nadie por él apostó, traicionado por su apóstol
Lo hicieron al revés pues soltaron a Barrabás
La vasca lo escogió mediante “ahora vas y lo cascas”
Mira, quien mora en mi no es una mera idea
Una aldea de Judea vio nacer al salvado de un mundo que hoy jadea
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Pecados escritos en sus heridas y hematomas
Cuanto más me tomas por loco más recuerdas a Tomás
¡Incrédulo! ignoras que se va a parar el péndulo
Cumplo con mi comisión y así estamos haciéndolo
Sabias palabras en sus parábolas,
Son alas para volar y escapar de entre las rejas
Palabras para labrar el camino que escojas
Lámpara a mis pies es, mira en la hojas con las letras rojas
Paradojas dijo como que el primero será el postrero
Palabras demasiado sabias para un carpintero
Sanaba lepra un hombre supra
Si vas a hablar “sopra contrariar” de él, ya tu sabes, sobras.
“y ¿quién dicen que es él? Un profeta más como Elías
Uno de tantos, ¡un líder revolucionario!
Dime pues, si como él hubo varios,
¿Cuál por ti murió crucificado en el calvario?”
El sol perdió el color y lo pájaros se detienen
El mar extraña el resplandor y el cielo no se mueve
Llueve en ascendente y la tierra mojada ya no huele
Y los niños preguntan quien es el hombre del shure
Que sube a las montañas y se dispone a gritar
Y en la noche se dedica a caminar sobre el mar
A exhortar tranquilidad en mitad de tempestad
Humildad en su superioridad es lo que da
Desde los doce sorprendió a sacerdotes con sus dotes
Con salero y gracia por el suelo dejándoles (¡olé!)
Sin dolor les explicó el por que de tal arte
Cuestión de estar o no estar en los negocios de su Padre
33 años, crónica de una muerte anunciada
ver un rumbo fijo, muerte y resurrección del Hijo
historias de un crucifijo
como narra Narman en la demo que dijo
“por esto me rijo”.
“y ¿quién dicen que es él? Un profeta más como Elías
Uno de tantos, ¡un líder revolucionario!
Dime pues, si como él hubo varios,
¿Cuál por ti murió crucificado en el calvario?”
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EL NAZARENO
Dime Tú cuando esta angustia acabará
Sólo tú podrás calmar mi alma
que hambrienta de tu amor está.
Sabes bien todo cuanto soy,
yo sé bien que mi vida sin ti no es nada.
Deja empaparme con tu sudor
y gozar con tu mirada.
QUIERO LLEVAR CONTIGO LA CRUZ,
SER DE ESTA TIERRA LA SAL Y LA LUZ.
QUIERO QUE ME LLAMEN TAMBIÉN
EL NAZARENO,
PORQUE EN MI VIDA TAMBIÉN
LLEVO UNA CRUZ.
Deja que coja mi cruz
y te siga hasta el final.
Deja que vea tu luz y tu cara;
clava en mi el poder de tu amor.
Quita mis miedos, Señor, que me impiden
ver tu rostro.
Deja que sepan, Señor, el porqué de mi dolor
y deja que llore al fin mi corazón;
y deja que llore al fin mi corazón.
QUIERO LLEVAR CONTIGO LA CRUZ... (BIS)
Quiero llevar contigo la cruz,
ser de esta tierra la sal y la luz...
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SÉ QUE VOY CONTIGO (BROTES DE OLIVO)
Sé que voy contigo, sé que me acompañas,
sé que tú me quieres haga lo que haga.
Quiero ser tu amigo, quiero ser tu casa,
ser tu confidente, ser, de ti, Palabra.
En tu presencia yo andaré
todos los días de mi vida
y con gozo sentiré que tú jamás me olvidas.
Sé que voy contigo, sé que me acompañas,
sé que tú me quieres haga lo que haga.
Quiero ser tu amigo, quiero ser tu casa,
ser tu confidente, ser, de ti, Palabra.
Confiarme siempre en ti,
sabiendo que nunca fallas,
y me trajiste a la vida tan sólo porque me amas.
Sé que voy contigo, sé que me acompañas,
sé que tú me quieres haga lo que haga.
Quiero ser tu amigo, quiero ser tu casa,
ser tu confidente, ser, de ti, Palabra.
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Te proponemos unas pistas para cultivar tu amistad con
Jesús.
ENCUENTRO CONTIGO MISMO
“El Reino de los cielos está dentro de vosotros”
(Lc 17, 21)
1. Atrévete a tener un rato diario de soledad y silencio para
escucharte por dentro.
2. Atrévete a reconocer tus capacidades y tus debilidades
3. Atrévete a ser libre, sin dejarte llevar por el ambiente
ENCUENTRO CON LOS DEMÁS
“Lo que hicisteis con uno de mis hermanos,
hicisteis” (Mt. 25)
conmigo lo
4. Atrévete a complicarte la vida por los que te rodean, en
lugar de quejarte tanto.
5. Atrévete a ser crítico con lo que ves y a ser coherente
con tus críticas
6. Atrévete a amar a los demás sin exigir que te quieran.
ENCUENTRO CON DIOS
“Cuando quieras rezar, métete en tu cuarto, echa la llave y
reza a tu Padre que está en lo escondido..”
(Mt 6, 6)
7. Atrévete, todos los días a leer una frase del evangelio y
aplicártela a tu vida.
8. Atrévete, en cada circunstancia de tu vida, a dirigirte a
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