270 Documentación complementaria Como sabemos que este tema de la comunicación verbal, tan injustamente desatendido muchas veces por los manuales, es difícil de preparar en poco tiempo, adjuntamos una síntesis propia de lo que debería incluir. 1. Escucha y recepción Escuchar, dentro del proceso comunicativo, es una de las acciones más importantes y también más difíciles. Nos interesa hablar de escucha activa, que implica los siguientes aspectos: • escuchar tanto lo dicho como lo no dicho; • lo superficial como lo profundo o intencional: por ejemplo, saber llegar a las necesidades y deseos del interlocutor; • lo consciente como lo inconsciente; • no conformarse con oír: hay que interpretar. Por último, no hay nada que siente peor a una persona que el que se minusvaloren sus problemas o se ridiculicen con diversas expresiones. Por ello, la escucha tiene que ser empática, esto es, tenemos que tener la capacidad de ponernos en el punto de vista del otro, como ya hemos explicado en esta unidad. 2. Esquema de dificultades de la comunicación oral Distinguimos cuatro planos fundamentales: lingüísticas, psicosociales, psíquicas y físicas. No obstante, y para no alargarnos demasiado, solo abordaremos en esta documentación las dos primeras. 2.1. Dificultades lingüísticas. DIFICULTADES LINGÜÍSTICAS EN EL PLANO DEL MENSAJE EN EL PLANO ACÚSTICO EN EL PLANO MORFOSINTÁCTICO EN EL PLANO LÉXICO 2.1.1. Dificultades en el plano del mensaje. Marta O. Piero di Luca (1983) acuña tres conceptos que son de capital importancia: unidad temática, niveles de generalización y “mensaje aglomerado”. Según estos conceptos, cualquier hablante puede incurrir en tres comportamientos comunicativos no recomendables: • Hablante divagador: atenta contra la unidad temática; cualquier asociación mental del momento le hace desembocar fuera del tema tratado. • Hablante generalizador: no consigue utilizar unos niveles de generalización adecuados, puesto que argumenta con generalidades u obviedades que nada nuevo aportan. • Hablante confuso: incurre en el “mensaje aglomerado”; no logra expresar con claridad las ideas que sustenta sobre un tema. 2.1.2. Dificultades acústicas: la voz y la entonación. Los elementos que hay que cuidar en este plano son los siguientes: Voz (con un tono, intensidad y timbre adecuados), acento y entonación. Aunque nuestro mensaje puede sea coherente y bien estructurado, debemos comunicarlo adecuadamente cuidando los elementos citados. Si no es así, (por ejemplo, si exponemos nuestra opinión gritando), nuestro mensaje no será bien recibido por el receptor al que nos dirigimos. 2.1.3. Dificultades en el plano morfosintáctico. 271 En primer lugar, la situación que comparten emisor y receptor favorece las elipsis (supresión de elementos sobreentendidos) y la deixis (abundancia de demostrativos, adverbios deícticos, etc.). Asimismo, abundan las repeticiones en las construcciones sintácticas (menor complejidad y recursividad), las interjecciones y las exclamaciones. Además, los interlocutores se interrumpen porque, con pocas palabras, interpretan la plenitud del mensaje y desean responder sin dilación al estímulo; de esta forma, la sintaxis queda rota muchas veces. Dos son los objetivos de un buen orador en este capítulo: conseguir una corrección morfológica y sintáctica y una variedad de construcciones. Para alcanzarlos, sin que se resienta ni la naturalidad ni la claridad, es habitual recomendar la sencillez sintáctica. 2.1.4. Dificultades en el plano léxico. La tensión y el nerviosismo que domina a muchos hablantes a la hora de exponer cualquier tema en público afecta directamente a la variedad y precisión del léxico. Se ha calculado que se produce una pérdida de vocabulario activo cercana al cuarenta por ciento. Esto provoca que el orador repita muchas palabras. Por lo tanto, cualquier comunicador debe ejercitarse, cada vez que tenga la oportunidad, en controlar dicha tensión, así como en utilizar sinónimos y antónimos. Tendrá que huir también de los términos vicarios o palabras baúles y de la utilización reiterada de hiperónimos. Otra dificultad léxica, que proviene del poco tiempo de que se dispone entre pensamiento y habla, es la repetición de los conectores o la machacona utilización de coletillas, que dotan al hablante de unos instantes en que pensar cuanto va a decir a continuación. Hay que practicar, en nuestra habla diaria, la obtención de una variedad de conectores, la supresión progresiva de nuestras coletillas y del paralenguaje dubitativo. 2.2. Dificultades psicosociales del hablante y del oyente. Hablar en público acarrea una serie de dificultades que tienen que ver con el hecho de formar parte de un grupo. Por ello, en determinadas formas orales, hay conceptos propios de la dinámica de grupos (en M. Hewstone, W. Stroebe, J.P.Codol y G.M.Stephenson;1991): • Liderazgo: en todo grupo existe este efecto de liderazgo, que puede ser un liderazgo de trabajo o un liderazgo socioemocional. En la comunicación oral, el líder suele ser el primero en tomar la palabra, sobre todo, tras el difícil silencio inicial. • Efecto del que viaja gratis: en todo grupo hay una serie de integrantes que no toman la responsabilidad de intervenir para llegar a una conclusión; esperan que otros, generalmente los líderes, tomen la iniciativa. Además, para conseguir que el rendimiento comunicativo de un grupo sea bueno, deberemos tener en cuenta, aparte de su potencialidad, aspectos tan importantes como la motivación. En el plano psicosocial o de las actitudes afectivas, hay que distinguir dos instancias: el hablante y el oyente, papeles que debe desempeñar toda persona. Marta O. Piero di Luca (1983) va definiendo estas instancias. El perfil afectivo del hablante ideal viene marcado por su expresión justa, sin monopolizar el uso de la palabra. El hablante ideal intercambia ideas en busca de una verdad objetiva, posponiendo el orgullo de que triunfe su punto de vista. Debe hablar con libertad y seguridad en sí mismo, sin temor a la crítica. El perfil afectivo del oyente ideal parte del respeto al interlocutor, al que debe escuchar, para tratar de interpretarlo, sin interrumpirle. Evitará asimismo distraerse ni monologar. No obstante, alcanzar esos objetivos como hablante y oyente es una labor difícil y continua. 3. Problemas más frecuentes de los hablantes y oyentes 3.1. Problemas de los hablantes 1. Hablantes verborrágicos. Son los hablantes que hablan “por el gusto de escucharse”, que afirman cualquier cosa con tal de estar en el uso de la palabra, que dan rodeos, repitiendo siempre lo mismo; que inflan las oraciones ... 272 2. Hablantes discutidores. Buscan sólo imponer su punto de vista y lucirse con la pericia de su razonamiento. Es el egocentrismo infantil el que prima en ellos. Algunos de sus rasgos son: • afirmaciones categóricas que se basan en excepciones; • desvío del tema hacia otro aspecto, cuando siente que, por ese flanco, están a punto de vencerlo; • razonamientos falsos. 3. Hablantes inhibidos. Son personas tímidas que rehúyen hablar en público; en caso de verse obligados a intervenir, se adhieren con pocas palabras a la posición más votada, para no necesitar fundamentar ni cambiar opiniones. Son motivos de inhibición la inseguridad personal, la falta de conocimientos sobre el tema o el desconocimiento de los interlocutores ocasionales. 3.2. Problemas de los oyentes 1. Oyentes interruptores. Son los oyentes que no dejan concluir al emisor de turno y lo interrumpen para insertar su idea. No saben escuchar y son impacientes. 2. Oyentes distraídos. No escuchan lo que dicen sus compañeros y, por eso mismo, repiten conceptos ya vertidos o preguntan entorpeciendo el desarrollo del tema. 3. Oyentes monologadores. Desatienden al interlocutor por concentrarse en su propio pensamiento y siguen elaborando su próxima intervención. En algunos casos, se convierten en interruptores, cuando tienen una afirmación preparada antes de que acabe de hablar el compañero. En la comunicación oral habitual estos comportamientos como hablantes u oyentes se combinan de forma muy variable y, ocasionalmente, podemos incurrir en alguno de ellos. Sin embargo, cada persona suele tener una tendencia como hablante y como oyente. 4. Bibliografía complementaria Además de los libros mencionados en los apuntes anteriores, son interesantes, por ejemplo, el de Pedro Montaner y Rafael Moyano (1989), el de José Romera Castillo (1984) y un libro colectivo, AA.VV. (1991).