Rosendo López González Docente Universidad Distrital rlopezg@udistrital.edu.co Los enemigos de la paz y la rehabilitación, están agazapados por fuera y dentro del gobierno. Otto Morales Benítez Guerra a la guerra En un comienzo, tanto el gobierno del presidente Santos como la guerrilla de las FARC aceptaron negociar al margen de lo que ocurriera en el campo de batalla. Negociar en esas condiciones, ha dejado una estela desalentadora de colombianos muertos. Según el Ministerio de Defensa, en estos dos años de diálogos, el Ejército ha dado de baja a 545 guerrilleros, ha capturado a 4.670 y se han desmovilizado 2.248, al tiempo que 561 miembros de la fuerza pública han muerto y 3.973 han resultado heridos. En medios de las conversaciones, la maldita guerra mata cada dos días 3 compatriotas. Esas cifras, que no muestran los estragos psicológicos y sociales del desplazamiento, las angustias de las mujeres por mantener la unidad familiar, el impacto negativo de la niñez por los disparos, en fin: el daño al entorno ambiental y cultural. Por esas razones, y otras de índole y repercusión del gasto público, la guerra debe terminarse. Un hecho importante, que alienta a seguir en esta lucha por la consecución de la terminación definitiva del conflicto es el rol de las víctimas. Se trata que el Estado garantice la máxima satisfacción para las víctimas, ¿qué significa todo este enredo? Las respuestas son contundentes, las diferentes comunidades en Colombia tienen el pleno derecho de hacer sus rituales de duelo acorde a sus costumbres ancestrales. Por ejemplo: el duelo en la etnia Wayuu es sinónimo de purificación de vida, y sobre todo, para ellos, el espíritu del muerto regresa a la comunidad en forma de lluvia. Seguramente, en la Colombia diversa encontraremos diferentes formas culturales de hacer duelos. Llorar los muertos es una reivindicación espiritual, poco entendida por el espectro de victimarios. Ahora bien, lo señalado en el párrafo anterior no es el interés de todas las víctimas. Algunas están por prebendas materiales, también es válida esa actitud. Reparar los daños materiales efectuados por los victimarios, hace parte de la satisfacción de las víctimas. Después de la retención 1, por el grupo insurgente Farc, del General ahora el nuevo término es desescalar la confrontación. Se trata de decisiones reciprocas de la insurgencia y el ejército. Es una buena opción. En realidad, como lo afirman muchos, 1 Según el derecho de Ginebra un general que está conduciendo operaciones de guerra no es un civil y el secuestro sólo opera cuando la persona afectada no es combatiente. En estricto Derecho de Ginebra cabe en la categoría de retenido, capturado o prisionero de guerra. es un cese al fuego disimulado y parcial de hostilidades buscando sacar del conflicto a la población civil. De parte del movimiento insurgente, esto traduciría en el escenario de la guerra: no afectar la infraestructura de los recursos naturales ni el medio ambiente, sacar a los menores de la guerra y entregárselo al Instituto de Bienestar Familiar para ponerlos a estudiar, desminar ciertas regiones, en fin disminuir la intensidad del conflicto. De parte del Ejército Nacional, desescalar podría ser: no bombardear en regiones donde se afecte la población civil, y no sé qué medidas más. De todas maneras, como dice “Pambele”, es mejor ser rico que pobre, si no se puede un cese bilateral de fuego. No cae mal desescalar. En medio de la tensión surge una luz: la iniciativa del alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, sobre pedagogía de la paz. El escenario para hacer pedagogía de la paz está servido. El Gobierno y las FARC ya han acordado tres de los cinco puntos y se espera, como lo han dicho las partes, que en los próximos meses se estampe la firma final al acuerdo. Como se tiene pensado, una vez se discutan y aprueben los puntos con las FARC, los colombianos tendrán que validar el acuerdo. La alcaldía de Bogotá informó sobre la creación de un ejército para la paz. Un ejército de 10.000 gestores de paz saldrá a las calles a tocar las puertas de las casas para explicar los acuerdos y convencer a los bogotanos y bogotanas de la importancia de vivir en paz. La Universidad Distrital Francisco José de Caldas (UDFJ de C), no puede estar expectante frente a esta iniciativa. Se trata de otorgar, en la finalización del conflicto, un nuevo sentido a la educación: educar para hacer las paces. Educar para hacer las paces, significa romper con la desconfianza y el sectarismo, que ha cultivado la violencia desde hace mucho tiempo. Hacer las paces: es educar para vivir juntos, para cooperar con los demás, para dialogar y llegar acuerdos entre diferentes. Diciembre 10 de 2014.