LOS MISIONEROS HERMANOS: UN DESAFÍO PARA LA VIDA Y MISIÓN DE LA CONGREGACIÓN «Todos los miembros de la Congregación, tendiendo unánimemente al mismo fin, según la gracia que les ha sido otorgada (cf Rom 12,6), colaboran al bien de todo el Cuerpo. Cada uno, al vivir su vocación, debe apreciar grandemente y defender el propio don y las gracias concedidas a los demás por el mismo Espíritu (cf 1 Co 12, 7-11)» (CC 78). «Cada uno de nosotros realiza la vocación del ministerio de la Palabra desde su peculiar condición dentro del Pueblo de Dios: como ministro ordenado o como laico consagrado. Esta hora de Nueva Evangelización es también la hora de plena integración de los Hermanos en la vida misionera, según su condición laical» (SP 8). 0. Introducción En la circular «Hacia un renovado compromiso misionero» prometí unas reflexiones sobre los Misioneros Hermanos desde el «nosotros congregacional»1. Sirven de excelente contexto para este servicio las aportaciones y orientaciones del último Sínodo eclesial y la Exhortación apostólica postsinodal «Vita Consecrata» (VC). Estoy especialmente agradecido a Hermanos y Presbíteros con quienes he compartido los temas aquí tratados2. Cf. Ib. n. 33, nota 37. Inmediatamente después de disponer de estas aportaciones eclesiales, me pareció oportuno compartir con algunos Hermanos y Presbíteros, reunidos en Vic (del 28 de julio al 2 de agosto de 1996), nuestros puntos de vista sobre la vocación y misión de nuestros Misioneros Hermanos: cf NUNC 316 (1996) p.170. Además de las iluminadoras aportaciones que ofrecieron los participantes en esa reunión, he de agradecer sus palabras de aliento para concluir y publicar este texto. 1 2 Objetivo de esta Circular es promover la confianza en el futuro de la Congregación, cuyo carisma es compartido por Hermanos, Estudiantes, Diáconos y Presbíteros. Todos formamos la única Congregación, obra de Dios y de María, que desea anunciar con la vida y las palabras el Evangelio del Reino; todos hemos sido consagrados y enviados para que Dios Padre sea conocido, amado y servido3. La Circular plantea dos cuestiones vitales para nuestra Congregación e intenta ayudar a responderlas: 1. ¿Cómo comprender y vivir, en el momento presente, la vocación de los Misioneros Hermanos como vocación completa de vida consagrada, que expresa, desde la dimensión laical, el carisma de la Congregación y que, por ello, interpela a los Misioneros Presbíteros y Diáconos y los complementa? 2. ¿Cómo hacernos conscientes de que sin esta forma de vida consagrada claretiana, nuestra Congregación no es completa y carece de un elemento esencial para entenderse a sí misma y ser fiel a la misión recibida del Fundador4? Cf Autobiografía, 223. «La Congregación sin los Hermanos quedaría como mutilada en su ser, desfigurada en su personalidad y no podría cumplir su misión». Cf LEGHISA, A: Criterios para una recta formación, AC 50 (1970), 340. El P. J. Xifré puso mucho énfasis en sus escritos (Espíritu de la Congregación y Circulares) en que se considerase a los Hermanos como miembros de la Congregación «con las mismas atribuciones en lo espiritual y en lo material» que los Misioneros Sacerdotes. Añade: «Dos abusos debéis evitar en el trato y relación con los mencionados Hermanos: el primero es el de tratarles con el nombre de criado o sirviente, cosa verdaderamente fea y falta de caridad y de educación, además de probar poco afecto a la Congregación, ignorancia de lo que es ella». Espíritu de la Congregación...,Vich, 1867, p. 56. En el Capítulo General de 1937 la Comisión sobre los Hermanos dice: «recordar que los Hermanos son miembros de la Congregación, necesarios a ella..», cf ACTAS, p.70. A.G.CMF, A.D. 6-31. Durante la preparación del Capítulo General de 1961 se hizo una encuesta en la que se preguntaba sobre la «necesidad de los Hermanos en la Congregación». Las respuestas hablan del Hermano como parte de la Congregación...«sin él la Congregación no irá bien. No realizará perfectamente sus fines...es elemento necesario... así lo ideó nuestro Padre, así lo aprobó la Iglesia». Cf Cons I. n.5. cf Encuesta sobre vocaciones de Hermanos Coadjutores, Roma 23 de abril de 1961. A.G.CMF., A.D.8-2. 3 4 El momento que estamos viviendo nos invita a revisar la figura que nos hemos formado del Hermano y a disponernos a favorecer las llamadas de Dios a esta preciosa forma de vida claretiana y de ministerio eclesial. Esta circular quiere ser un punto de referencia para la reflexión compartida entre todos los claretianos y, en particular, entre los expertos: teólogos, canonistas, formadores y responsables de la pastoral juvenilvocacional. Por eso, algunos puntos quedarán abiertos a ulteriores reflexiones y resoluciones. Ofrezco, en primer lugar, un análisis de la situación que nos interpela y estimula a una nueva comprensión y cambio; presento, después algunas claves carismáticas, teológicas, antropológicas para entender bajo una nueva luz la vocación del Hermano en el conjunto de vida y misión de la Congregación; y, finalmente, propongo algunas conclusiones y decisiones prácticas que ayuden a crear un nuevo espacio para nuestros Hermanos Misioneros en la Congregación. I. La realidad que nos interpela: Indicadores de un nuevo contexto Aunque la circular del anterior superior general, P. Gustavo Alonso «Los Hermanos y la misión Claretiana hoy» (marzo 1981)5, sigue teniendo plena validez y actualidad, sin embargo, en estos dieciéseis últimos años la realidad que nos interpela es nueva y desafiante; hay indicadores de un nuevo contexto. 1. Algunos datos previos 1.1. Hermanos en las congregaciones clericales: tema importante de reflexión En los años 1982 y 1983 se celebraron varios encuentros intercongregacionales sobre «el Hermano en las congregaciones 5 ALONSO, G.: Los Hermanos y la Misión Claretiana hoy. AC 55 (1981) 3-14. clericales». La Unión de Superiores Generales se ocupó también de este tema en la reunión de mayo de 1985. La Plenaria de la Congregación de religiosos (1986) estuvo dedicada a la «identidad y misión de los Hermanos en los institutos laicales y en los institutos clericales»; este Dicasterio ha vuelto una y otra vez sobre el tema, pero todavía no ha ofrecido un resultado maduro de todas sus reflexiones6. El tema de los Hermanos pudo replantearse de forma nueva a partir de los Sínodos de 1985, 1987, 1990 y 1994, que dieron un especial relieve a la eclesiología de comunión orgánica 7: intentaron clarificar y promover la vocación y misión del laico8; la formación, la cual comporta un nuevo estilo de vida para el Sacerdote9, y el valor de la vocación y misión del religioso10. También la Congregación manifestó su interés por el tema en la Memoria Gubernativa para el Capítulo General de 1991. En ella el Gobierno General puso un especial énfasis en la situación de los Misioneros Hermanos en la Congregación (decrecimiento numérico y disminución de nuevas vocaciones). El Capítulo dedicó algunas sesiones a este tema y recomendó: JUAN PABLO II el 24 de enero de 1986 dirigió un mensaje a los miembros de la Plenaria. Cf V.R. 61 (1986) 291-293. La Unión de Superiores Generales publicó en 1991, un documento titulado «Hermano en los Institutos religiosos Laicales»; pero no se hizo algo similar referente a los Hermanos en institutos clericales. 7 Sínodo de 1985 que estuvo dedicado a la celebración, verificación y promoción del Concilio Vaticano II. Durante este Sínodo apareció en toda su relevancia «la iglesia como comunión», «la unidad y pluriformidad en la Iglesia». Cf Relación final II, c. 8 JUAN PABLO II: Exhortación apostólica sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo. Ed. Vaticana, 1988. 9 JUAN PABLO II: Exhortación apostólica sobre la formación de los sacerdotes en la situación actual. Ed. Vaticana, 1992. 10 JUAN PABLO II habló en la catequesis del 22 de febrero de 1995 sobre la vida consagrada de los Hermanos no sacerdotes. Resaltó la importancia de Hermanos en los Institutos clericales y la necesidad de cuidar su papel adecuado, «a fin de que puedan cooperar activamente en la vida y en el apostolado del Instituto». 6 «En los próximos años, el Gobierno General, los Capítulos y Gobiernos Provinciales han de plantear, en toda su amplitud y profundidad, la pastoral vocacional de los Hermanos, su formación inicial y permanente y su plena integración en la misión claretiana»11. Durante estos años, el Gobierno General ha recordado en los Capítulos Provinciales esta orientación. Y la Prefectura General de Formación, al elaborar el Plan General de Formación, ha tenido muy presente cuanto a estos puntos se refiere12. 1.2. Las estadísticas de nuestra Congregación Al cumplirse los primeros 50 años de vida de nuestra Congregación, las estadísticas reflejaban estas cifras: Sacerdotes 463; Estudiantes 430 y Hermanos 475. Algunos años antes la proporción de los Hermanos frente a los Sacerdotes era aún mayor, pues mientras los presbíteros eran 238, los Hermanos ascendían a 337. Esta tendencia se mantuvo algunos años más. En el año 1912, sin embargo, ya el número de Misioneros Sacerdotes era sensiblemente superior al de Hermanos (820 Sacerdotes frente a 536 Hermanos). El Capítulo de 1937 manifestó su preocupación por el descenso de vocaciones de Hermanos13. El número de miembros de la Congregación fue creciendo, pero no creció en la misma proporción el número de Hermanos. A finales de 1966 los Hermanos eran 564 y Sacerdotes 2.017. En 1996 los Hermanos son 26814 entre un total de casi 3.000 claretianos (menos de un 9%). La media de edad actual de toda la SP 8, 2. Cf MISIONEROS CLARETIANOS: Formación de Misioneros. Plan General de Formación, Roma, 1994, nn. 425 y ss. 13 La Comisión de Formación, hablando de los Hermanos, decía: «Deplora la Comisión la escasez de Hermanos, cada día más sensible, y expone la necesidad de buscar vocaciones y conservar las habidas». ACTAS Capítulo General 1937. En A.G.CMF, A.D. p.70 14 En el decenio 1984-1994 emitieron la primera profesión 20 Hermanos y la profesión perpetua 23, mientras que fallecieron 78 y abandonaron el Instituto 31. 11 12 Congregación es de 48,43 años. Sin embargo, en los Hermanos es de 62,7%; y entre ellos el 62,6% tienen más de 60 años y sólo el 9,6% tiene menos de 40 años. El 48,5% del número total de Hermanos (130) está en Iberia; el 26,1% (70) está en América Latina; el 14,1% (38) en Europa (CEC); el 5,2 % (14) en USACanadá; el 4,7% (12) en Africa; y el 1,4% (4) en Asia15. Algunos Organismos se han tomado en serio la tarea de responder a esta situación: han preparado buenos materiales para una adecuada presentación de la vocación del Hermano en el conjunto de la Congregación. Sin embargo, el desequilibrio entre Presbíteros y Estudiantes, por una parte, y Hermanos por otra, se mantiene. A estas fechas se puede repetir lo que reconocía la Memoria Gubernativa del último Capítulo General (1991): La promoción de vocaciones de Hermanos ha dado frutos muy escasos y no hay perspectivas a medio plazo de recuperación numérica16. Estos datos piden que nos preguntemos por la identidad y misión de los Misioneros Hermanos de cara al futuro. La cuestión transciende la situación de nuestro propio Instituto y nos introduce dentro de la clarificación de identidades y competencias de los presbíteros, religiosos y seglares en la vida y en la misión evangelizadora de la Iglesia. 2. Grave crisis de identidad Afirmamos, ya de principio, que la vocación del Hermano tiene un valor propio17 y constituye en sí misma un estado de profesión 15 El Capítulo de 1985 también expresó su preocupación por las vocaciones, sobre todo de Hermanos. «Lo cual resulta más alarmante cuando en organismos de mayor florecimiento vocacional apenas existen»: CPR, 25. 16 Existen en la Congregación en este momento dos Organismos (muy fecundos vocacionalmente hablando) que no tienen ningún Hermano. Hay tres Organismos que sólo tienen 1 Hermano. Igualmente tres Organismos tienen 2 Hermanos cada uno de ellos. Seis Organismos cuentan con 3 Hermanos y dos Organismos tienen 4 Hermanos. Entre dieciséis Organismos sólo suman 35 Hermanos. 17 Exhortación apostólica postsinodal «Vita Consecrata» (VC), 60. de los consejos evangélicos18. De ahí que se sitúe en el conjunto de las otras vocaciones en la Iglesia como «profecía viviente»19. Pero esta afirmación no impide que podamos preguntarnos: ¿cómo se encuentran nuestros Hermanos Misioneros en la Congregación actual? ¿Cómo se identifican carismáticamente en ella y qué tipo de identidad se les permite? Hay entre ellos hombres de rica espiritualidad evangélica, centrados en su trabajo, diversificado según las tareas que realizan, felices por pertenecer a una Congregación que quiere vivir en fidelidad al carisma misionero de Claret20. Bastantes de ellos sienten pena al verse casi sin seguidores. No faltan quienes caminan con sus inquietudes, fracasos y decepciones. Sin disminuir su seguridad vocacional y su entrega a la misión claretiana, hay un buen grupo que se pregunta por la identidad de esta vocación claretiana y espera respuestas alentadoras. 2.1. Algunos síntomas 1. Expresiones indicativas: Expresiones que se oyen o actitudes que se exteriorizan dejan entrever que no se ha captado ni valorado suficientemente la vocación específica de los Cf PC 10. De hecho, no faltan todavía en la Congregación personas que siguen pensando y actuando como si la vocación del Misionero Hermano fuese una vocación a medias, no completa. Sería un camino para los menos capacitados, para quienes no están adornados de cualidades intelectuales o pastorales. Un reflejo de esto es el escaso eco que encuentra la propuesta de la vida misionera vivida como Hermano en la promoción vocacional. De hecho, en la praxis pastoral se está privilegiando la orientación hacia el ministerio presbiteral de nuestros posibles candidatos y se trabaja menos por suscitar vocaciones laicales dentro de la iglesia. 19 Cf JUAN PABLO II: En las palabras del «Angelus» del 2 de octubre de 1994. OR. (3 -X-1994) 4. 20 Las impresiones y apreciaciones que aquí se reflejan están tomadas de algunos grupos de Hermanos que, en diversas reuniones, han expresado su situación y de los Miembros del Gobierno General, que ha recorrido toda la Congregación para hacer las visitas a los Organismos. También se han tenido en cuenta las aportaciones del grupo de reflexión en Vic: cf NUNC 316, l.c. 18 Hermanos21. Más de uno hace consideraciones como ésta: «las vocaciones de Misioneros Hermanos están llamadas a desaparecer por tratarse de una expresión coyuntural, es decir, de un modo de vivir la vocación claretiana que ha sido válido para un tiempo determinado, pero cuya fecha de caducidad ha vencido ya». Y otros, si no se atreven a hacer una reflexión tan drástica, al menos actúan como si de hecho esta vocación no tuviese ya vigencia en la Congregación. ¿Quién no ha oído decir que si los Hermanos faltaran de la Congregación no pasaba nada, pues pueden ser suplidos por laicos en los servicios prestados hasta ahora por ellos?22. Un detalle sintomático: ¿no sigue apareciendo en algunas comunidades nuestras o en los membretes de las cartas «Padres Claretianos» en lugar de «Misioneros Claretianos», que es lo correcto? ¿Por qué no hemos puesto más insistencia en que nuestros Hermanos son evangelizadores desde el testimonio de su vida y desde su acción apostólica laical? Todo esto cuestiona los planteamientos con los que nos movemos aún en la Congregación y nos invita a repensar el valor que concedemos a las personas y el rol que les otorgamos en nuestra comunidad misionera. 2. Confusión en torno a la identidad y misión del laico: En los últimos años hemos asistido a un redescubrimiento de la vocación y misión de los laicos dentro de la Iglesia. Se han hecho esfuerzos admirables por promover el laicado y su participación en la misión evangelizadora de la Iglesia. En algunas partes han surgido grupos que participan de la espiritualidad y de la misión Esta falta de valoración de la vocación de Hermano viene de tiempo atrás. Fue reconocida por la Congregación durante la preparación del Capítulo General de 1961. Cf. Encuesta sobre vocaciones de Hermanos Coadjutores, Roma 23 de abril de 1961. A.G.CMF.,A.D.8-2. 22 Ya el P. Nicolás García, durante el XV Capítulo General (1949), siendo aún Superior General, pidió que se subrayara que los Hermanos son, según la mente del Fundador, parte integrante de la Congregación. Lo decía «contra la idea de algunos desaprensivos que creen que los Hermanos no son necesarios en la Congregación»: Cf ACTAS del XV Capítulo General, sesión 31, pp.117-121. 21 de la Congregación. El texto de nuestras Constituciones habla de otras personas, además de los Presbíteros, Diáconos, Hermanos y Estudiantes, que de modos diversos están en comunión con nosotros en la misión23. Y ahora algunos se preguntan si no basta esta promoción de laicos comprometidos que están realizando ya competentemente las tareas y funciones que nuestros documentos de renovación pedían a los Hermanos. Esto quiere decir que, para quienes así se expresan, la vocación de los Misioneros Hermanos se hace irrelevante e innecesaria. 3. La crisis de identidad ¿sólo afecta a los Hermanos?: Cuanto se refiere a los Misioneros Hermanos afecta a la Congregación entera. No podemos seguir pensando que el tema de los Hermanos es asunto que les incumbe sólo a ellos24. Los nn. 7 y 78 de nuestras Constituciones, son de gran trascendencia para entender la estructura corporativa de la Congregación y la figura del Hermano en ella. No es cuestión de que ellos reclamen la atención y aprecio debidos a su vocación. Somos los Presbíteros y los Estudiantes los que deberíamos sentirnos incómodos y desajustados al ver que en nuestra comunidad misionera no están siendo plenamente integrados los Misioneros Hermanos. No faltan quienes dicen que la crisis de identidad no es tanto de Hermanos cuanto de Presbíteros. ¿No se ha producido entre no pocos de nuestros Presbíteros un desdibujamiento notable de su ministerio ordenado carismático, que ha dado lugar a que empeñen casi todo Cf CC 7. El P. Gustavo Alonso escribió en 1981 su circular sobre «Los Hermanos y la misión claretiana hoy». En la conclusión dice: «Esta circular es un llamado apremiante a todos los Claretianos, urgiéndoles a tomar conciencia de la situación extremadamente crítica que pasa en la actualidad la vocación del Hermano Misionero en la Congregación. Es claro que no se trata de un simple problema de grupo. Está en juego la Congregación misma como fraternidad misionera diseñada por Claret; está en juego una dimensión sustancial de esta fraternidad. De ahí que no se pueda menos de invitar a todos los Claretianos a superar la indiferencia que parece rodear esta situación, a no reducir a silencio este tema que, por el contrario, debe encontrarnos disponibles para el diálogo clarificador y para una búsqueda impostergable de soluciones adecuadas»: L.c. 14. 23 24 su tiempo en funciones que no son aquellas que el Pueblo de Dios tiene derecho a pedir a sus ministros ordenados? ¿No tenemos presbíteros dedicados, a veces por destino de los superiores y otras por propia opción, a tareas muy dignas, pero que serían más propias de nuestros Hermanos o del laicado cristiano (administración, dirección de obras materiales, etc.)? 2.2. Motivos de esta crisis de identidad Cuantos se ponen a reflexionar sobre la actual situación de los Misioneros Hermanos señalan algunos motivos que es importante tener en cuenta: 1. El desconocimiento de nuestra historia: Sólo acercándonos a los hechos de vida comprenderemos lo que han sido y lo que podrán ser los Hermanos en el futuro. Necesitamos ser más conscientes de qué pensaba el P. Fundador sobre los Hermanos; cómo fueron reconocidos como Misioneros los Hermanos; cómo se sintieron Hermanos entre Hermanos; cómo fueron defendidos por el P. J. Xifré25. Necesitamos revisar la historia de las separaciones, de los conflictos, de las posibilidades cerradas en una imagen de Hermano, etc. 2. La excesiva clericalización de la vida de la Congregación: La excesiva clericalización de la vida congregacional está siendo, sin duda, una traba que impide avanzar en la recuperación de una nueva imagen del Hermano. El Presbítero ha sido hasta hace bien poco, y da la impresión de que sigue siendo aún, el paradigma al que había que tender. Si alguien en la Congregación quería vivir a fondo la vocación misionera debía ser sacerdote, porque él era quien la realizaba de modo acabado. De hecho, se sigue invitando a quienes se sienten con vocación de Hermanos a que se ordenen Cf ÁLVAREZ, J.: Misioneros Claretianos. I, Retorno a los orígenes (editado en español e inglés). Es muy estimable el trabajo de licencia realizado por el P. Fernando Vega Cortés, sobre «Los Misioneros Hermanos en la Documentación Oficial de la Congregación de los Hijos del Corazón de María», Claretianum. Roma, 1995. 25 de sacerdotes porque así serán más útiles para la evangelización. Este hecho causó extrañeza en el último Capítulo General26. De ahí la mentalidad difusa de la superioridad del Sacerdote, cuya dignidad se contraponía a la humildad en el servicio propia del Hermano. Los cargos de superiores, de formadores, de ecónomos y de responsables en la mayoría de las actividades eran ocupados por Sacerdotes. Los Sacerdotes hablaban y los Hermanos escuchaban. Hemos sido los Sacerdotes los que hemos justificado, como sacerdotales, no pocas actividades técnicas que podían haber sido llevadas por Hermanos. Los Sacerdotes no sólo hemos suplido, sino suplantado a los Hermanos. 3. El olvido de la vida religiosa como elemento integrante de nuestra vocación: Tengo la impresión de que entre nosotros se ha valorado excesivamente la acción, la ministerialidad, las actividades apostólicas y se han dado por supuestos la consagración religiosa, la vivencia de los votos, la vida fraterna en comunidad, etc. Estos valores en muchos claretianos quedan implícitos, demasiado implícitos, y no suficientemente resaltados. ¿Por qué persiste la falta de una propuesta vocacional para Misioneros Hermanos en las comunidades cristianas? ¿No está detrás la carencia de aprecio a la vida consagrada que comporta nuestra vocación misionera? Y la facilidad con que algunos Sacerdotes piden pasar al clero secular, ¿no está demostrando que lo que importa es el sacerdocio, pero no la vida religiosa? Probablemente sea este punto uno de los más fuertes desafíos que nos lanzan los Hermanos a los Presbíteros, quienes también estamos llamados a vivir los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia en fraternidad apostólica. Igualmente manifestaron su preocupación los Presidentes de las Conferencias en la reunión con el Gobierno General durante el mes de noviembre de 1993. El P. Fundador no quería que los Hermanos fueran sacerdotes, sino que fueran fieles a su vocación religiosa como tales. Cf Carta al P. Xifré (19.1.1865), EC II, 853-854. Cf. ALVAREZ, J.: O.c., 406. 26 4. El mantenimiento de una imagen inadecuada de Hermano: A pesar de los cambios socioculturales y eclesiales, persiste arraigada la mentalidad de que la identidad e imagen del Misionero Hermano ha sido diseñada como «hermano coadjutor» y debe continuar en vigor. Habría que restaurar la figura de Hermano del pasado de la Congregación. Esta postura desconoce que la imagen de Misionero Hermano que nos ha legado la tradición congregacional responde a esquemas y moldes culturales hoy obsoletos y caducos y que la fidelidad al don carismático exige cambiar el cliché, que piensa en los Hermanos fundamentalmente desde categorías de servicio doméstico y administrativo. Procesos como el de tecnificación, secularización y emancipación han provocado una auténtica revolución en las relaciones con Dios, con los hombres, entre los varones y las mujeres y con el mundo. Vivimos procesos de democratización y liberación de nuestros pueblos, que tienden a influir en nuestras estructuras y formas de vida. Hemos crecido en el aprecio por el valor y la dignidad de la persona. Reconocemos el derecho a un mayor nivel cultural y técnico. Hemos ganado en profesionalidad. Estos cambios y transformaciones han hecho la vida más compleja; han aumentado la perplejidad y la desidentificación de los roles que hasta hace no mucho tiempo estaban bien definidos y universalmente aceptados. Ahora los perfiles vocacionales están mucho más difuminados. Ya no es tan clara la distinción entre trabajo intelectual y trabajo material, entre dirigente y dirigido Estamos entrando en un nuevo sistema simbólico que suplanta al viejo modo de entender las identidades en un contexto de vida plenamente estructurada y organizada. 5. La persistencia de estructuras jurídicas e institucionales inadecuadas: También han influído en la crisis causas de orden institucional y jurídico. No han faltado quienes piensan que la identidad y misión de los Hermanos quedaría sin resolverse si antes no se les da plena participación en el gobierno en todos los ámbitos y niveles. Esta cuestión es candente y no habría que desperdiciar ningún apoyo que permitiera resolver el problema de las relaciones entre el sacramento del orden y la jurisdicción. Por eso, es obligado estudiar a fondo qué posibilidades tiene la Congregación Claretiana de recalificarse jurídicamente entre los «Institutos mixtos»27. 2.3. Un razonable malestar Las reacciones ante esta crisis de identidad son muy diversas según las situaciones de vida y de trabajo, los temperamentos, las cualidades, la formación, las formas de pensar y de entender el pasado y el proceso de renovación. La reacción ante esta crisis se expresa en un «razonable malestar». En algunos de nuestros Hermanos se dan sentimientos de inseguridad, sensación difusa de pérdida de relevancia y significatividad dentro y fuera de la Congregación, de autorrelegación en la vida de comunidad o de inhibición en ella; por eso se dan huidas a terrenos seguros en el ámbito del trabajo. Y, detrás de todo esto, se descubren hechos lamentables como entre los Presbíteros: la falta de aprecio de la vocación del Misionero Hermano, el escaso reconocimiento de sus servicios, las demasiadas desigualdades en el trato y hasta las discriminaciones, la valoración del Hermano más por lo que hace que por su condición de consagrado. Existe una indebida desproporción entre la altura de miras y de metas que reflejan las Constituciones, Directorio y Documentos y la realidad vivida. 2.4. Signos de esperanza Este análisis de la realidad no sería completo si no resaltara las posibilidades y las virtualidades de cara al futuro. El Espíritu sigue guiando nuestra historia, poniendo luz y orden, recreándola continuamente y suscitando nuevas posibilidades. Para El la noche es clara como el día28 y, aunque caminemos por valles oscuros, su Cf VC 61. Cf Sal 138. Basta leer las Constituciones, Directorio, Documentos Capitulares y Circulares de los Superiores Generales. 27 28 vara y su cayado nos sosiegan29. Por eso conviene tener en cuenta algunos signos que nos invitan a mirar el futuro con la confianza: 1. La Congregación se ha esforzado por la renovación: Podemos lamentar que no haya existido una adecuada proporción entre los valores proclamados y la realidad vivida, pero hay que reconocer que la Congregación ha sabido mantenerse a la altura del proceso de renovación eclesial. Desde el Capítulo especial de 1967 se ha venido trabajando, en toda la Congregación y en cada una de las Provincias, por la integración, participación y formación de los Hermanos en la vida comunitaria y corresponsabilidad en la misión, llegando incluso, aunque fuese por vía excepcional, a proponer a Hermanos para responsabilidades directivas, de formación y de gobierno. Se ha trabajado mucho en la formación inicial y permanente de los Hermanos y ha aparecido la propuesta explícita de esta forma de vocación misionera en la pastoral vocacional. En verdad se puede decir que otros «profetizaron sobre la gracia destinada a vosotros»30. 2. Sigue habiendo vocaciones de Hermanos: Otro signo de esperanza es el hecho mismo de la existencia de vocaciones de Misioneros Hermanos. Dios nos sigue enviando jóvenes que desean vivir el carisma claretiano bajo esta forma concreta de vida consagrada31. Es verdad que son pocos, pero vienen a nosotros con un talante bastante diverso del que hasta ahora era habitual. Las nuevas vocaciones para Misioneros Hermanos traen consigo una experiencia de Iglesia distinta. Generalmente llegan movidos por la exigencia de un mayor compromiso evangelizador. Proceden de un contexto cultural más elevado y poseen mayor preparación intelectual y técnica. Les son extraños los problemas vividos por algunos Hermanos durante el proceso de renovación eclesial y congregacional. Cf Sal 22. 1 P 1, 10. 31 A finales de 1995 había 17 postulantes, 4 novicios y 20 profesos temporales en toda la Congregación. 29 30 3. Aumenta la voz en favor de los Hermanos: En la conciencia eclesial crece de día en día el aprecio y la reafirmación del valor de la vida religiosa en sí misma, sin añadidos ministeriales. No han faltado quienes han considerado un verdadero «signo de los tiempos», en el interior de la Iglesia y de la vida religiosa, la insistente llamada a tomar en serio la vocación de los religiosos Hermanos en los Institutos laicales y en los Institutos clericales y a dar reconocimiento a los Institutos mixtos. Se ha pedido que los derechos y deberes de los Hermanos sean considerados a la luz del carisma del Instituto, pues sólo así pueden evitarse los univocismos y extrapolaciones que se observan en el lenguaje, creando excesiva ambigüedad y confusión con la índole secular de los fieles laicos. Durante la preparación y celebración del último Sínodo se pidió reiteradamente mayor clarificación. La exhortación apostólica postsinodal «Vita Consecrata» recoge esta preocupación y, a la vez que ofrece palabras de aliento en torno a las vocaciones de religiosos Hermanos, abre un camino de esperanza proponiendo el estudio de los problemas inherentes a los Institutos mixtos32. Al mismo tiempo, en la reflexión teológica y en el magisterio eclesial se aprecia un desplazamiento acusado hacia lo sustantivo de la Vida Religiosa, dando preponderancia a lo nuclear del ser sobre el quehacer histórico del religioso33. En el interior de la Congregación últimamente en varios Organismos se han celebrado encuentros sobre la identidad y misión de los Hermanos. En ellos han participado Presbíteros y Estudiantes junto a los Hermanos. 4. Las nuevas perspectivas: El Plan General de Formación, publicado en 1994 y en fase de aplicación en los diversos Organismos, considera que la tarea formativa es idéntica para Cf VC 60 y 61. En sus discursos el Papa Juan Pablo II ha dejado sentir su preocupación por la vida religiosa laical: cf JUAN PABLO II: Identidad y misión de los Hermanos en los Institutos Laicales y en los Institutos Clericales: OR (25, I, 1986) 4. Id.: La vida consagrada de los Hermanos no sacerdotes: OR (22, II, 1995) 4. 32 33 todos en la Congregación (unidad carismática y vocacional), pero tiene, al mismo tiempo, unos acentos peculiares irrenunciables, según el don de gracia que se le ha otorgado a cada uno (diversidad y complementariedad). Es de esperar que su paulatina aplicación contribuirá a una mejor articulación de la vocación misionera y facilitará la corresponsabilidad en la vida misionera de la Congregación. La toma de conciencia de la universalidad misionera de la Congregación es también un signo y un reto que se nos ofrece. La universalidad del don de Claret y la progresiva implantación del Instituto en otras latitudes son una ocasión propicia para ofrecer nuevas formas de entender y vivir la vocación del Misionero Hermano, que hasta ahora han estado excesivamente vinculadas a un modelo occidental demasiado dependiente de una sociedad agraria . El talante misionero y la creciente apertura a la misión «ad gentes» nos piden creatividad y audacia para abrir nuevas fronteras a la misión de los Hermanos en nuestra Congregación. Así estará representada toda la comunidad congregacional. 5. Un momento de gracia «a pesar de todo»: la situación de las vocaciones de Misioneros Hermanos en la Congregación puede ser interpretada como un kairós, una ocasión propicia que nos ofrece el Señor para preguntarnos por lo esencial de nuestro ser y misión, para releer nuestra propia historia y encontrar en ella caminos y propuestas nuevas, para ofrecer, ante los desafíos del mundo actual, la profecía de la igualdad, el testimonio de la fraternidad. Los Misioneros Hermanos tienen mucho que hacer en el programa propuesto por Juan Pablo II a los religiosos: «ser fermento evangélico y evangelizador de las culturas del tercer milenio y de los ordenamientos sociales de los pueblos»34. JUAN PABLO II en el anuncio del Sínodo sobre la vida consagrada. OR. (3-4, II, 1992) 5. 34 II. Llamados «al estilo de los Apóstoles» La mejor perspectiva para reflexionar sobre la realidad anteriormente analizada es evocar nuestros orígenes, nuestra historia carismática y el movimiento del Espíritu en nuestro tiempo35. En esta línea hemos de preguntar: ¿qué intentó nuestro P. Fundador, movido por el Espíritu, al fundar la Congregación36 y cómo integró en esa intención a los Misioneros Hermanos? ¿Cómo ha acogido la Congregación esa intención a lo largo de su proceso de renovación? ¿Cómo delinear en el futuro, ante los signos de los tiempos y los desafíos de la urgente evangelización, la identidad y misión del Hermano Misionero? Por los datos en los que aparece la mente del Fundador frente a lo misionero, al servicio de los laicos y al sacerdocio, es razonable pensar la figura del Misionero Hermano como un auténtico servidor de la Palabra desde la vida y a través de múltiples actividades que puede y debe desarrollar. 1. Ante todo, hagamos memoria Antes de cualquier reflexión iluminativa es fundamental que reconozcamos lo que nuestros Hermanos han sido en la historia de la Congregación, para agradecer a Dios sus dones y pedir perdón por los pecados cometidos contra ellos. El punto de partida es muy importante, por las consecuencias que de él se derivan. Si el punto de partida fuera la noción abstracta de la vida consagrada, subrayaríamos los elementos comunes a los religiosos laicos y religiosos sacerdotes, pero encontraríamos dificultades a la hora de expresar la unidad existencial y la diversidad de modos de vivir el mismo carisma; propiciaríamos, sin pretenderlo, dualismos, dicotomías y superposiciones entre lo religioso y sacerdotal, lo laical y lo religioso. Si partimos del dato institucional, ofrecido por el Derecho Canónico, afirmando que somos congregación clerical, en ese caso, podemos caer en el reduccionismo de entender a nuestros Hermanos como meros coadjutores de los sacerdotes. Aquí adoptamos el punto de partida histórico-carismático, pues parece el más congruente. 36 MCH, 52. 35 1.1. Acción de gracias Nuestra historia Congregacional está engastada de Misioneros Hermanos que junto a los predicadores, «misioneros», prelados, escritores, teólogos y directores espirituales, han descollado por su sabiduría evangélica, por introducir lo extraordinario en lo ordinario de la vida y por sus trabajos especializados y eficaces al servicio del Reino de Dios. Hubo entre ellos personas de una talla humana y espiritual enorme. Por nuestros Hermanos la Congregación ha crecido en fidelidad al don del Padre y ha irradiado la Palabra con el testimonio de su entrega al Evangelio hecho vida. Se hace en ellos realidad aquello que decía el Capítulo General de 1985: que lo más valioso de la Congregación son las personas37. Los Hermanos han llenado nuestros corazones de testimonios callados: ¡cuánta oración silenciosa, cuántos sacrificios desconocidos, cuánto trabajo escondido, cuánta sencillez y acogida fraterna, cuánta servicialidad hasta desvivirse por los formandos, los enfermos y los ancianos de nuestras comunidades! Por eso es menester que, en nombre de toda la Congregación, exprese el agradecimiento de todos por la presencia de los Misioneros Hermanos en la vida y la misión del Instituto y por cada uno de los Misioneros Hermanos que ahora viven gozosamente su vocación y se sienten realizados como personas desde ella. Gracias por tantas personas de ayer y de hoy que han sido y siguen siendo mediación de gracia para todos nosotros a través de la oración, del sacrificio o del trabajo bien hecho. ¿Cuántos no debemos nuestra llamada a la Congregación o nuestra fidelidad vocacional al testimonio o al apoyo de Misioneros Hermanos? 1.2. Evocación Quisiera evocar aquí brevemente algunos nombres de Hermanos que brillan con luz propia en el firmamento claretiano 37 Cf CPR, 49. y que es bueno que nuestros misioneros jóvenes los conozcan y aprecien: 1. Misioneros Hermanos místicos: dotados de una especial sensibilidad para gustar y entender los grandes misterios. Entre ellos están el H. Manuel Giol 38 y el H. Miguel Xancó. 2. Misioneros Hermanos que vivieron intensamente el ministerio apostólico. El H. Pedro Marcer fue, por su sencillez, cercanía y dotes particulares apóstol de la pastoral familiar en Chile. Otros han sido eficaces difusores de la buena prensa o de la devoción al Corazón de María, como Ricardo Alzate, Juan Moso, Takao Sato, José López Salvat, Juan Arzuaga y Joaquín Abad. Otros Misioneros Hermanos se distinguieron por su compromiso y entrega en la misión «ad gentes» de la Congregación. Sin la presencia de Hermanos como Pedro Padró, José Martins, Pablo Rubio y Ramón Ollé en Guinea, Salvador Masó y José Magem en el Chocó, por poner sólo dos ejemplos señeros, la evangelización hubiese sido materialmente imposible. En Colombia destacó especialmente como arquitecto y constructor el H. Vicente Galicia y en Filipinas el H. José María Torres, quien, desde su tarea asistencial y sanitaria, fue un anuncio explícito para los musulmanes del Dios que se ocupa con cariño de todos sus hijos sin mirar su color o credo. En Marsella sigue vivo el recuerdo del H. Miguel Serra, alma de la comunidad y padre para los pobres y emigrantes. En la parroquia de Hirschtetten en Viena aún se habla del H. Jakob Roca, evangelio vivo en sencillez y cercanía a todos los feligreses, y en Brasil del catequista H. José Roset. 3. Siguiendo las huellas trazadas por los Hermanos Luis Vilajuana (primer Hermano dedicado a la enseñanza el año 1870) o Pedro Cabré (director del Colegio de enseñanza de Cervera), muchos Hermanos han hecho y siguen haciendo de la misión educativa el centro de sus desvelos por el Reino. 38 Para conocer a los Hermanos que citamos, se puede consultar el NECROLOGIUM CMF, Roma, 1995, donde aparece la referencia de la respectiva necrología. 4. Los ha habido que trabajaron en el mundo de la salud y la pastoral asistencial, como lo hicieran, si bien dentro de casa, tantos Hermanos; entre ellos cabe destacar a Fausto Benito (enfermero y farmacéutico) o a los Hermanos Pedro Les, Ramón Font y José Mendióroz, por citar algunos. Recientemente la asunción de los ministerios instituidos ha dado ocasión a muchos Hermanos a canalizar su vocación misionera a través de la atención espiritual a los enfermos como el H. Jesús Hernández. 5. Particular memoria merecen nuestros Hermanos mártires, que rubricaron con su sangre su servicio misionero. Baste aquí recordar al H. Mariano González, fusilado en México en 1914 por no revelar el paradero de sus Hermanos de comunidad o la figura heroica y extraordinaria del H. Fernando Saperas, mártir de la castidad y de la fidelidad vocacional hasta extremos impensables. Entre los mártires de Fernán Caballero (Ciudad Real) destaca por su heroísmo el H. Felipe González. Con especial relieve hay que resaltar los cinco Beatos Mártires de Barbastro: Gregorio Chirivás (56 años), Manuel Buil (21 años), Alfonso Miquel (22 años), Francisco Castán (25 años) y Manuel Martínez (24 años). Estos Hermanos se sentían religiosos misioneros, Hermanos entre Hermanos. 6. Muchos Misioneros Hermanos han hecho de su trabajo en las labores domésticas o en los oficios técnicos una ofrenda agradable a Dios y nos han acercado al Jesús que sigue vivo entre nosotros como el que sirve y se revela a los pequeños y sencillos de corazón. ¿Quién puede olvidar la vida del Siervo de Dios H. Miguel Palau Vila? Aquí la lista se alargaría con muchísimos nombres. La grandeza y la gloria de aquellos Hermanos, que hoy recordamos con gratitud, no estriba en que cuanto hicieron revelaban ser auténticos Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, Misioneros Claretianos. Su vida evangélica y su celo apostólico empaparon los oficios y trabajos realizados. 1.3. Los Hermanos hoy Hoy encontramos a los Misioneros Hermanos en posiciones y ocupaciones muy diversas a aquellas del pasado. Junto a tareas de acogida y servicios en las comunidades, los hallamos inmersos en trabajos de pastoral familiar y catequesis, dirigiendo Procuras Misioneras en varias Provincias, en la administración local y provincial, en labores asistenciales y de promoción humana, como asesores en departamentos de psicología y pedagogía e incluso como formadores de futuros Misioneros Presbíteros. Gracias a nuestros Misioneros Hermanos, Jesús, Palabra del Padre, continúa hablando el dialecto de los signos que acompañan y confirman el anuncio en forma de cercanía, sencillez, servicio desinteresado, ayuda eficaz y transformación. 2. Los Hermanos, parte integrante de la Congregación 2.1. En el proyecto fundacional Nuestra Congregación, a punto ya de cumplir sus 150 años de existencia, confiesa con gratitud y confianza: «A nosotros, Hijos del Inmaculado Corazón de María, llamados a semejanza de los Apóstoles, se nos ha concedido también el don de seguir a Cristo en comunión de vida y de proclamar el Evangelio a toda criatura, yendo por el mundo entero»39. Este «nosotros» está constituido por Presbíteros, Diáconos, Hermanos y Estudiantes. Ha llegado a esta convicción por experiencia de gracia, compartida por sucesivas generaciones. La vocación y misión del Hermano se encuadra, pues, dentro de una comunidad convocada por el Espíritu para el anuncio misionero de la Palabra. En esta comunidad todos somos seguidores y discípulos de Jesús, todos somos apóstoles y profetas del Reino que inauguró con su vida, muerte y resurrección. ¿Quiso nuestro fundador este modelo de Congregación? Es obvio, que de la visión que tengamos del P. Claret depende nuestra 39 CC, 4. comprensión de la Congregación. Si pensamos en él como fundador el 16 de julio de 1849 y olvidamos que a lo largo de toda su vida continuó siendo Padre, Modelo y Maestro para la Congregación, será muy difícil dar razón de lo que la Congregación considera su proyecto fundamental en la espiritualidad misionera, en la diversidad de apostolados, en la formación de sus miembros y en la constitución orgánica. El P. Claret fue un hombre alcanzado y seducido por la Palabra de Dios. Cuando era poco común contemplar y saborear la Palabra de Dios, él se sintió especialmente llamado a conocer e interiorizar la Sagrada Escritura y a proclamar el Evangelio40. Entró en la escuela de los grandes profetas, se propuso seguir a Jesucristo al estilo de los Apóstoles y tomó como ejemplo a los Santos Padres y a otros santos41. Inspiró y motivó toda su vida apostólica y misionera en el amor a Dios y al prójimo42. A partir de esta original y fundante experiencia se comprometió ante el Señor a predicar, escribir y hacer circular libros buenos y hojas volantes a fin de ahogar el mal con la abundancia del bien43. Aprovechó en su contexto eclesial y cultural todas las fuerzas y las organizó de manera que se cumpliera su objetivo: «extender a todo el mundo la voz del Evangelio»44. Claret fue más que un predicador o un emprendedor de obras de apostolado; ante todo fue un Misionero Apostólico con el estilo de vida propio de los Apóstoles45, en castidad, pobreza y obediencia. Cf Aut 68, 113-120. Cf Aut 214-233. 42 Cf Aut 438-448. 43 Cf Aut 453. 44 XIFRÉ, J: Declaración en el Proceso Apostólico de Vic (PAV), sesión 43, ad.25. 45 «Misionero Apostólico» ha tenido a lo largo de la historia diversas acepciones. En el tiempo del P. Fundador esta expresión se aplicaba con un sentido jurídico a un sacerdote enviado por la Santa Sede a suscitar la Iglesia allí donde no estaba establecida o a un sacerdote recomendado por la Sede Apostólica al Ordinario de la Iglesia establecida para que éste le diera la misión canónica a fin de animarla o reevangelizarla. Pero el P. Fundador vivió esta misión canónica desde la gracia carismática, con sentido teológico y evangélico. El vive y quiere que sus misioneros vivan «a la apostóli40 41 Es verdad que en la celda del Seminario de Vic, aquella tarde de la fundación, no había ningún Hermano46. Tan sólo comenzaba «una grande obra»47, que tenía desde el origen el perfil preciso de una comunidad apostólica48. De hecho, cuando todavía no había sido reconocida la Congregación, los Hermanos aparecían ante el Ayuntamiento de la Ciudad de Vic como sirvientes o ayudantes; en cambio, cuando la Congregación fue aprobada, aparecieronn en el censo de 1860 como Misioneros Hermanos49; y, ya antes, al aceptar las Constituciones de 1857 entre los firmantes estaban los Hermanos, en calidad de auténticos Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María50. ¡Fijemonos que el nombre de misioneros estaba entonces reservado para los Sacerdotes! El P. Fundador lo hizo extensivo a todos los miembros de la Congregación51. ca». Durante mucho tiempo se ha hablado de Institutos apostólicos en cuanto se dedicaban a las obras de apostolado. En 1983, la Congregación de religiosos comenzó a denominarlos como apostólicos, «Ellos -los religiosos- son genuinamente apostólicos, no precisamente porque ejercen un apostolado, sino porque viven como los apóstoles vivieron: siguiendo a Cristo en servicio y comunión, según las enseñanzas del Evangelio, en la Iglesia que él fundó». CRIS: Elementos esenciales..., 26. 46 El H. Miguel Puig Cadena fue el primer Hermano en la Congregación. Ingresó el 15 de septiembre de 1849. 47 El P. Jaime Clotet, al narrar la historia de la fundación, trae estas palabras del P. Claret: «Hoy se ha comenzado una grande obra». Añade: «Algunos de los nuestros se sonrieron y él dijo: «Ya lo verán Vds»». Notas para los Anales (1848-1882), f.1. 48 El P. J. Xifré dice que, durante los ejercicios de la fundación, «se habló y propuso la conducta de vida apostólica, que privada y públicamente deberían guardar los Misioneros». Crónica de la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, Anales 15 (1915) 207. El mismo P. Claret escribiendo a Caixal el 5 de septiembre de 1849, le decía que los Misioneros llevaban «vida perfectamente pobre y apostólica» (EC, I, 305) y en la Autobiografía, narrando la fundación, añade: «Así comenzamos y así seguíamos estrictamente una vida perfectamente común. Todos íbamos trabajando en el sagrado ministerio» (Aut 491). 49 Así consta en las hojas del Padrón de vecinos de la ciudad de Vic, correspondientes a los años 1849 y 1860 hechos por el Ayuntamiento de Vic. 50 «Y los Misioneros, Hijos del Inmaculado Corazón de María, infrascritos, las aceptamos y hacemos propósito de observarlas fiel y constantemente, Siguen las firmas...» Acta del 8 de septiembre de 1857. Constituciones para los Misioneros de la Congregación.., Barcelona, 1857, p.75. 51 «Yo en retorno le deseo las mismas felicidades para V. y para todos los Misioneros Sacerdotes y Hermanos»: Carta al P. Xifré (26-XII-1864), EC, II, 840. « ...en el Aunque el P. Claret era hijo de su tiempo y miembro de una Iglesia marcada por las orientaciones del Concilio de Trento, sus intuiciones de Fundador fueron por delante de sus formulaciones52. Un caso claro es que, en una época en la que los laicos son simplemente oyentes, él los convierte en agentes de evangelización y, cuando el ministerio de la Palabra estaba reservado a los Sacerdotes, él encomienda a los Hermanos el ministerio de la enseñanza, que incluye la catequesis53, interpretando y extendiendo lo que decía el n. 63 las Constituciones: catequizar a los niños, a los pobres y a los privados de educación. Nuestros Hermanos han sido siempre miembros de pleno derecho de la Congregación y han sido llamados con toda verdad Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. Su consagración religiosa ha tenido proyección apostólica y muchos han destacado por su santidad, su laboriosidad y su sencillez evangélica. En momentos difíciles para la economía de la Congregación, los Hermanos constituyeron un apoyo insustituible y eficaz54. Pero en la Historia de la Congregación ha habido épocas oscuras, momentos de dificultades y conflictos. Contribuyeron a orden primero están los que forman la Congregación que se llama de los Hijos del Inmaculado Corazón de María, y son sacerdotes y hermanos enteramente consagrados a Dios y a María Santísima, y ocupados continuamente en las misiones, en dar ejercicios espirituales al clero, a las monjas, etc. según sus reglas». Los clérigos regulares que viven en comunidad. EE, 318. El título de la Congregación en las Constituciones de 1865 era de «Congregación de Misioneros...» y con el título de Congregación de Misioneros fue aprobada el 27 de enero de 1866 (cf Decreto de la SC, 27, I, 1866, previa audiencia del 22 de diciembre de 1865). A la vez que, desde el principio los Hermanos son reconocidos como Misioneros, ha sido tradicional llamarles Hermanos Coadjutores. Así quedó expresado en las CC de 1857 nn 5 y 141. La denominación, hoy común, de «Misioneros Hermanos» es posterior. Aparece por primera vez en la Comisión precapitular de 1973. 52 Cf ALONSO, G.: Hermanos Misioneros en la Congregación (texto inédito). 53 Cf Carta al P. J. Xifré, 16 de julio, 1869. EC, II, 1405-1407. 54 Cf. GARCÍA, N.: A los Hermanos Coadjutores (1927), en Colección de Circulares, pp. 556 y ss. ello la consabida separación de secciones, impuesta por la legislación canónica; el descuido en la capacitación; la diferente formación; el reduccionismo de la vocación del Hermano, que es misionero, a simple religioso, cuyo estilo de vida estaba marcado por «la fuga mundi» y la ascética de las virtudes; y la falta del justo aprecio de su trabajo, generalmente doméstico. Los Misioneros Presbíteros y los Estudiantes no siempre hemos sabido reconocer el don de Dios en nuestros Hermanos, no hemos apreciado su humildad y sacrificios, no hemos sabido colocarnos a su lado y no hemos asumido nuestra responsabilidad ante su futuro. Como Congregación pedimos perdón al Señor y a nuestros Hermanos por tanta inconsciencia, olvido y marginación. 2.2. En el proceso de renovación En los trabajos del Capítulo de 1967 se reconoció que los Hermanos no han surgido en la Congregación sólo por razones históricas contingentes (colaboración y cooperación necesarias) o porque la Iglesia los haya reconocido como parte integrante del Instituto. Los Hermanos existen por necesidad carismática55, de tal manera que la Congregación no podría llevar a cabo su misión, según nos la transmitió el P. Fundador, sin la presencia y fraterna colaboración de nuestros Hermanos laicos56. Por eso, este primer Capítulo de renovación declaró: «En la Congregación realizan plenamente, al servicio de la Iglesia, la dignidad de su vocación religiosa como los demás miembros del Instituto, y participan, conforme a su vocación laical, del carisma y de la común vocación apostólica. Como miembros del Instituto en sentido pleno participan enteramente de su patrimonio espiritual y enriquecen su propia vida asociándola con la de los Hermanos Sacerdotes en un solo espíritu, una sola vocación y una misión común»57. 55 Cf DC 5. 56 PE 129. 57 Cf PE, 130. A partir de este Capítulo, la Congregación ha seguido un camino ascendente, de mano de las orientaciones de la Iglesia, en la renovación de los Hermanos. Remito a los documentos de los distintos Capítulos Generales y, sobre todo, a las Constituciones renovadas; a las citadas circulares de los PP. Antonio Leghisa y Gustavo Alonso; al Directorio de 1987 en el que se recoge hasta ese año la comprensión y orientaciones de la vida y misión de los Misioneros Hermanos y al Plan General de Formación (1994) que diseña la propuesta formativa para ellos. Las Constituciones ofrecen los contenidos de nuestro proyecto de vida misionera. En ellas tenemos todos (Presbíteros, Diáconos, Hermanos y Estudiantes) nuestro camino de Evangelio. Y hay que asimilarlo desde el misterio de comunión fraterna que revelan los números escritos en plural de primera persona: «nosotros». La vocación del Hermano no tiene sentido sino en comunión profunda de vida misionera con los otros miembros de la Congregación. 3. «Misioneros» por el Reino: dignidad e igualdad 3.1. Todos misioneros en fraternidad carismática Misionero, para nosotros claretianos, no es algo adjetivo, sino «sustantivo»58. El Misionero Hermano, como también el Presbítero, 58 Ha sido un término que se ha ido enriqueciendo progresivamente durante el proceso de renovación postconciliar. Los Capítulos Generales de 1967 y 1973 insistieron respectivamente en las dimensiones de apostolado y de vida religiosa de la Congregación. De ahí que, para afirmar la unidad vocacional y evitar dicotomías, hubiera necesidad de presentar el carisma con las palabras «religioso-apostólico». Desde la Comisión Precapitular de 1979, ayudados por un mayor conocimiento de las fuentes carismáticas, las orientaciones de la Iglesia y la permanente confrontación con los desafíos de nuestra misión evangelizadora, comenzó a verse el carácter sustantivo que encerraba para nosotros la palabra «misionero». A partir de entonces, define el título de la Primera Parte de nuestras Constituciones: La Vida Misionera de la Congregación. De ahí la aclaración del Directorio: «Con la palabra «misionero» se han querido expresar todos y cada uno de los elementos constitutivos de nuestra vida. En este Directorio, al igual que en las Constituciones, la palabra «misionero» debe ser entendida desde la experiencia de San Antonio María Claret: es su modo ejemplar de expresar la vida y el estilo de los Apóstoles. Implica, por lo mismo, comunidad de vida con es una persona llamada como los profetas y los apóstoles59. Quien se siente seducido por Jesús, queda, como él, implicado de forma total y definitiva en la proclamación y anticipación del Reino. Así se explica que la vida evangélica de Claret esté toda ella orientada a la misión. Hoy podemos decir que cada misionero claretiano es «memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado del Padre y ante los hermanos. Es tradición viviente de la vida y del mensaje del Salvador»60. La experiencia inconfundible y fundante de nuestra vida misionera es el principio originante y estimulante para la libertad interior y para la disponibilidad sin condiciones. La respuesta a la vocación no está sometida a cálculos racionales ni a aspiraciones de poder o de prestigio. La castidad, la pobreza y la obediencia son signos de que el Reino de Dios ha llegado y son exigencias intrínsecas de la caridad apostólica que le lleva a dedicarse por entero a su extensión. La pasión por el Reino, en términos claretianos, es el celo por la gloria de Dios y el bien del prójimo. En los últimos años de su vida, como expresión de su madurez espiritual y apostólica, escribe Claret: «El fuego del Espíritu Santo hizo que los santos Apóstoles recorrieran el universo entero.(...) Inflamados por el mismo fuego, los misioneros apostólicos han llegado, llegan y llegarán hasta los confines del mundo para anunciar la Palabra de Dios; de modo que pueden decirse, con razón, a sí Jesús y en Jesús, y vivencia efectiva de los llamados consejos evangélicos en el anuncio del Reino o evangelización»: Directorio CMF, Roma, 1987, n. 27. 59 Cuando el P. Claret fundó la Congregación, de lo primero que habló a los Confundadores fue de la vocación y de la misión, resaltando la iniciativa divina en la llamada y la gratitud del llamado. El tema del segundo día de los ejercicios comenzó con el texto de S. Pablo: «Cuando Aquel que me segregó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre...» (Gal 1,15-16). Y en el comentario habla de las vocaciones y misiones de Jeremías, Elías y de los Apóstoles: Cf CCTT, p. 564. 60 VC 22. mismos las palabras del apóstol San Pablo: Charitas Christi urget nos. La caridad o el amor de Cristo nos estimula y apremia a correr y a volar con las alas del santo celo. (...) Quien tiene celo, desea y procura por todos los medios posibles que Dios sea cada vez más conocido, amado y servido en esta vida y en la otra, puesto que este sagrado amor no tiene ningún límite»61. Esta caridad ardiente por la gloria de Dios y el bien del prójimo es la base constitutiva de nuestra común vocación misionera. «Un Hijo del Corazón de María es un hombre que arde en caridad y que abrasa por donde pasa...»62. Presbíteros y Hermanos estamos invitados a vivir desde estas raíces carismáticas. La perspectiva del Reino de Dios (y más allá de la perspectiva eclesiológica) abre un nuevo espacio a la comprensión de las vocaciones dentro del Pueblo de Dios, sin rangos ni precedencias. El Reino de Dios proclama y promueve la igualdad de todos los seres humanos; integra y da sentido a lo natural y lo sobrenatural, a lo material y lo espiritual, a lo temporal y lo escatológico. De todo ello es sacramento la Iglesia y debe serlo la Congregación dentro de la Iglesia. El Concilio resaltó este dinamismo sacramental, y basado en él, comenzó a eliminar desigualdades y monopolios en la Iglesia y a proclamar la llamada universal a la santidad, la participación y corresponsabilidad de todos los bautizados en la vida y misión evangelizadora, si bien cada uno según el don recibido: «poniendo cada uno la gracia recibida a servicio de los demás», contribuyan, «como buenos dispensadores de la multiforme gracia recibida de Dios (IP 4,10), a la edificación de todo el cuerpo en la caridad (cf Ef 4,16)» 63. CLARET, A.M. El egoísmo vencido. EE, p.417. Aut 494; CC 9. 63 Cf ChL 20. La Exhortación «Christifideles laici» ha sido un paso de afirmación muy decisivo para entender la participación del seglar en la misión evangelizadora de la Iglesia. Está entre nosotros aún por descubrir y aplicar toda su doctrina en la vida de la Congregación y, en concreto, respecto a los Hermanos. Cuanto en esta Exhortación se dice de la participación en la vida y misión de la Iglesia debe ser adecuadamente asumido por nuestros Misioneros Hermanos. 61 62 Junto con todos los hombres y mujeres de la tierra hemos sido llamados a entrar en el Reino y a ejercer en él nuestro carisma y ministerio. Junto con todos los bautizados hemos sido llamados a vivir en Cristo Jesús y participar en su ministerio profético y hemos sido consagrados con los dones del Espíritu para poder realizarlo. Junto con todos los misioneros claretianos participamos de un mismo carisma, aunque cada uno de nosotros con su peculiar y personal don ministerial. Un valor de nuestro tiempo es la aguda sensibilidad por la igualdad entre los seres humanos. Esto es algo profundamente cristiano. Cuanto más se vive el Evangelio más se potencia esta sensibilidad. Pero ¿qué tipo de igualdad hay que buscar en la Iglesia y en la Congregación? Todos hemos sido llamados gratuitamente al seguimiento de Cristo, sin que valgan nuestras cualidades, méritos o títulos. Hemos sido bautizados en Cristo y reunidos en la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu y llamados a ser misioneros para dilatar el Reino de Dios, ante todo, con el testimonio de nuestra vida. Esa igualdad radical (vocación común y comunitaria) precede a cualquier distinción carismática y ministerial en la Iglesia y en la Congregación. Como no hay unos bautizados que sean más bautizados que otros, no se puede decir que haya entre nosotros alguien que sea más claretiano que otro. Pero no todos expresamos existencialmente esa misma vocación de idéntica forma. Somos Misioneros siendo Presbíteros, Diáconos, Hermanos y Estudiantes64. Redescubrir nuestras comunes raíces carismáticas en la persona de Cristo evangelizador, nos lleva a afirmar la común identidad antes que la diferencia y a relativizar las expresiones históricas del carisma primigenio y permanente. Pretende acercarnos al 64 Cf CC 7. Cuando se habla de diversidad o diferencias, hay que entenderlo en su justo sentido. Diferenciar no es discriminar. Las diferencias se dan como gracias y no como desgracias. Todo lo que entre nosotros suene a discriminación o postergación hay que erradicarlo de nuestro lenguaje como no cristiano. sentido de plena pertenencia y comunión en el cuerpo misionero congregacional. Es una llamada a la comunión interna de la comunidad y a no restar por diferencias, sino a integrar a todos, sin desnaturalizar el don de gracia que cada vocación aporta a la comunión interna. El don de la llamada a seguir a Jesús y prolongar su estilo de vida, que abrazó también en fe la Virgen María65, sustenta y dinamiza el «nosotros congregacional». Cuando reconocemos el don de Dios en «nosotros», damos consistencia y energía a la vida en fraternidad y a la misión que hemos de realizar; se hace fácil la convivencia y el discernimiento de lo más urgente, oportuno y eficaz; se facilita el trabajo en equipo para llevar adelante nuevas y arriesgadas empresas misioneras. Cuando nos sentimos animados de «un mismo espíritu» y buscamos un mismo fin, pierden aristas las inevitables distinciones entre Presbiteros, Diáconos, Hermanos y Estudiantes. Este don, que es previo a cualquier tipo de organización e institucionalización, se vuelve vínculo de unidad y razón suficiente para entregar la vida sin añadiduras, ni pretensiones humanas. ¡Nos basta con el título de Misioneros! 3.2. Todos al servicio misionero de la Palabra con talante profético Si algo ha quedado resaltado desde el Capítulo General de 1967 ha sido el servicio misionero de la Palabra. Las Constituciones lo reafirman: «Nuestra vocación en el Pueblo de Dios es el ministerio de la Palabra con el que comunicamos a los hombres el misterio íntegro de Cristo»66. El último Capítulo General lo subraya: «Somos una comunidad convocacda en el Espíritu para el anuncio misionero de la Palabra» 67. Estas afirmaciones, aparentemente elementales y aceptadas por todos, tienen una gran trascendencia 65 CC 5. 66 CC 46. Cf. CC 2 y 4. 67 SP 7. para entender la Congregación como comunidad de presbíteros y laicos unidos en el servicio al Evangelio y para delinear la figura del Misionero Hermano dentro de la comunidad. Nuestro servicio misionero de la Palabra implica «una forma de ser, de actuar y de significar»68. La Congregación ha ido tomando conciencia de la amplitud y densidad de este ministerio69, cuyo objetivo es la transformación del mundo según el designio de Dios 70. Lo cual postula estar en las fronteras de la evangelización; compartir las esperanzas y los gozos, las tristezas y las angustias de los hombres, principalmente de los pobres71; asumir los contextos sociales y culturales; dialogar con otras religiones y promover los valores del Reino. Por eso, se nos pide a los claretianos entrar en una fase abierta y creativa, llena de posibilidades y estimulante. Hoy todos estamos llamados a participar, cada uno desde su propia condición, en el proceso colectivo de búsqueda, discernimiento, clarificación de prioridades, desplazamientos, agilidad y flexibilidad misioneras, espíritu de mutua complementación, etc. La inventiva se hace más imprescindible a la hora de querer ofrecer respuestas a las nuevas necesidades creadas en las grandes urbes. Urge aprender hablar según la mentalidad y cultura de los destinatarios. Y el profetismo en la Nueva Evangelización se concretiza en profecía de los ojos, de las manos, de los pies, de los oídos y de nuestra lengua. Profecía de la presencia que escucha y vigila; que presta servicios pequeños, inmediatos, y de largo SP 21. Cf CONCILIO VATICANO II: LG, DV, CD, PO. PABLO VI: EN. JUAN PABLO II: ChL. Estos documentos han inspirado los trabajos de los Capítulos Generales y la elaboración del texto renovado de las Constituciones. Una lectura atenta del documento «Oyentes y servidores de la Palabra» (SP) nos permite destacar las múltiples implicaciones del servicio misionero de la Palabra. En la presentación del proyecto Palabra-Misión (Vol.1) han quedado recogidos en 11 puntos los aspectos fundamentales para lograr una comprensión de nuestro servicio misionero de la Palabra. 70 CC 46; SP 10, 1 y 2 71 Ib. 68 69 alcance. La palabra del Misionero, inspirada en la bondad y ternura del Corazón de María, se hace voz de los que no tienen voz 72. Ante estas perspectivas, cabe preguntar: ¿Qué nos está pasando para que este servicio, como forma de ser, de actuar y de significar, no sea capaz de dar pleno sentido a la vocación de Misionero Hermano? ¿No será que no hemos percibido toda la riqueza de nuestra vocación misionera en la Iglesia y, por eso, no nos sentimos motivados a proponerla como estilo de vida? 3.3. Intercambio de dones y reciprocidad El estudio de las identidades del presbítero, del religioso y del laico nos ayudan a comprender mejor nuestra comunión orgánica. Para nosotros no son vocaciones aisladas ni contrapuestas. Tanto el Presbítero como el Hermano son religiosos y, por lo tanto, hay que subrayar el sustrato común de consagración. No podemos pensar el ministerio presbiterial y diaconal al margen de la vocación religiosa, pues se dan en unidad de vocación misionera. Al igual que no podemos hablar del Misionero Hermano como si fuese un seglar. El Hermano es un laico en cuanto que no tiene el ministerio ordenado, pero es un laico consagrado en unidad de vocación misionera. Presbíteros, Diáconos y Hermanos, como misioneros, coinciden en el mismo carisma del seguimiento de Jesús y se correlacionan desde la ministerialidad eclesial. El Presbítero y el Diácono como ministros ordenados por la gracia sacramental y los Hermanos como ministros no ordenados que participan en el oficio sacerdotal, profético y real de Jesucristo por el Bautismo y la Confirmación. Cuanto mejor se comprenda la identidad del Presbítero claretiano, mejor se apreciará la vocación del Misionero Hermano. Y viceversa. Porque el Presbítero claretiano, en tanto que está 72 Cf Religiosos y Promoción humana, CRIS, 1980, n. 4. En «La vida religiosa. Documentos conciliares y postconciliares». Publicaciones Claretianas, Madrid, 1990, p. 227. dotado de un carisma de servicio a la comunidad cristiana, se siente urgido a acoger y a hacer fructificar los dones que el Espíritu otorga a los fieles, entre los cuales se encuentran los Hermanos de su comunidad misionera. Otro tanto le sucede al Misionero Hermano quien ha recibido el don y la capacidad para hacer comunidad, para testificar y fomentar la fraternidad universal, para ser signo e instrumento del Reino de Dios en este mundo. Evidentemente con quien primero ejerce esta función profética y ministerial es con los Presbíteros, sus más próximos hermanos. La reciprocidad entre comunión y misión es fecunda pues la comunión es misionera y la misión es para la comunión. La vida de comunión es signo para el mundo y fuerza atractiva que conduce a creer en Cristo73. La comunidad claretiana no puede cerrarse sobre sí misma. Sería un suicidio. Sus Presbíteros, Diáconos y Hermanos no realizan plenamente su vocación ministerial si no hacen extensiva su ministerialidad a los miembros del Pueblo de Dios, Obispos, Sacerdotes, religiosos y seglares. Nacimos en la Iglesia para colaborar en el servicio misionero de la Palabra74. La comunión orgánica en la comunidad claretiana es energía misionera para la comunión universal de todos los fieles y de todos los hombres. El primer servicio misionero que presta toda la comunidad claretiana, y no sólo los Presbíteros, al Pueblo de Dios y a la humanidad entera es su unidad en la diversidad por ser una comunidad que testifica la acción trinitaria en la historia y transparenta la gloria de Dios en la comunión fraterna75. Por el contrario, sería un contrasigno, un motivo de escándalo, si sus miembros mantuvieran entre sí la distancia por la apropiación de sus dones, Cf ChL 31 y 32. VC 46. Cf CC 13. Esta «colaboración» es un modo de ser y de comportarse que no es exclusivo de los Presbíteros ni es reductible a las buenas relaciones con los obispos, el clero, los religiosos y fieles cristianos. Es una forma de ser misionero que comporta diálogo, trabajo en equipo, solidaridad. 75 CC 10. 73 74 la separación por el afán de poder, la desigualdad por reivindicaciones, la competitividad por autosuficiencia. La colaboración en el ministerio de la Palabra ha de ser la expresión práctica de la fuerza profética de nuestra convocación o de nuestra identidad carismática. En ella se hace operativa la complementariedad de carismas y ministerios. Esta perspectiva se halla expresada en el texto constitucional cuando habla de los Hermanos como cooperadores en la misión, cooperadores de la verdad o colaboración en la comunidad misionera.76 El empeño por promover una Iglesia participativa es completo cuando concedemos puesto y misión a todas las vocaciones en esa Iglesia. En ella hay que dar cabida a todos los dones: ministros ordenados, consagrados, asociados y seglares. Entre nosotros, habría que cuidar con más esmero la participación de nuestros Hermanos Misioneros y de los Seglares Claretianos. Es evidente que, en la realización de tareas apostólicas o profesionales que no requieren la presencia del ministro ordenado, la sustitución de un Hermano por un seglar es siempre posible porque el éxito de la tarea dependerá, en buena parte, de la preparación y cualidades de cada persona. Pero no se puede caer en la tentación de valorar la vocación religiosa sólo desde la utilidad o la eficacia productiva, ni medir su profundidad y densidad con el baremo de los resultados. Hacer esto significa olvidar la dimensión más constitutiva de toda vocación eclesial, que es el don del Espíritu, y la entrega de la persona al Señor. 3.4. Aportaciones específicas en el servicio misionero de la Palabra Nuestras Constituciones nos piden que «cada uno, al vivir su vocación, debe apreciar grandemente y defender el propio don y las gracias concedidas a los demás por el mismo Espíritu»77. Tenemos que dinamizar esta invitación a base de una más explícita 76 CC 78 y 80. 77 CC 78. conciencia y mayor responsabilidad de lo que el Presbítero, el Diácono y el Hermano están llamados a ser y a ejercer en tanto que servidores de la Palabra. En este punto se abre un amplio campo para el estudio y la reflexión compartida. Hoy tenemos ya como algo firme que los Hermanos son Misioneros y que son ministros de la Palabra desde la doble dimensión carismática y ministerial78. No necesitan el sacramento del Orden para ser ministro de la Palabra. En el Directorio aparece un conjunto de posibles actividades apostólicas que pueden realizar los Hermanos79. La Iglesia reconoce hoy muchas de estas actividades o servicios como ministerios eclesiales80. El Hermano es sujeto activo en el ministerio profético desde el testimonio de su vida consagrada y a través de la transmisión de la Palabra de Dios, según las actividades que mejor se armonizan con su carisma misionero laical. Aporta, para bien de la misión de la Congregación las preocupaciones y esperanzas del mundo de hoy y son cooperadores de la verdad81. Esta expresión hay que entenderla desde todo lo que implica anunciar y anticipar el Reino de Dios. El Hermano es, por esto, ministro del Reino de Dios, juntamente con tantos otros y otras que colaboran para llevar adelante su dinamismo. Su ministerio no tiene por qué ser siempre «eclesiástico». Cuando las Constituciones indican a los Hermanos que tengan en gran estima todas las notas características laicales y que las vivan según su espíritu misionero, implícitamente les están invitando a abrirse a cuantas posibilidades ofrece el Reino Cf CC 7, 79, 80; Dir. 250 y 251. Plan General de Formación, 434, 435 y 436. Cf Dir 252. 80 «El Sínodo ha manifestado un gran aprecio por este tipo de vida consagrada, en la que los religiosos Hermanos desempeñan múltiples y valiosos servicios dentro y fuera de la comunidad, participando así en la misión de proclamar el Evangelio y de dar testimonio de él con la caridad en la vida de cada día. Efectivamente, algunos de estos servicios se pueden considerar ministerios eclesiales confiados por la legítima autoridad» VC 60. 81 Cf CC 80; 3 Jn 8. 78 79 de Dios y la Iglesia, como su servidora, a los seglares en el ejercicio de su misión82. En consonancia con nuestro carisma misionero, el Hermano puede ocuparse en tareas de preevangelización, evangelización y catequesis. Puede ayudar a discernir los signos de los tiempos y orientar el sentido de la vida de los hombres (enseñanza). La exhortación Evangelii nuntiandi 83, el Código de derecho canónico84 y la Christifideles Laici85 reiteran la multiplicidad de servicios que pueden y deben prestar los laicos en la evangelización86. Cuando hablamos de servicios, funciones o ministerios, estamos dando por supuesta la adecuada preparación humana, espiritual y pastoral que requieren. Así ha quedado ya reflejado en el Plan General de Formación87. «Son innumerables las ocasiones que tienen los seglares para ejercitar el apostolado de la evangelización y de la santificación. El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural tienen eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia Dios. Lo avisa el Señor: Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos (Mt 5,16). Este apostolado, sin embargo, no consiste sólo en el testimonio de vida. El verdadero apóstol busca ocasiones para anunciar a Cristo con la Palabra, ya a los no creyentes, para llevarlos a la fe; ya a los fieles, para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a mayor fervor de vida: Porque la caridad de Cristo nos constriñe (2 Cor 5,14). En el corazón de todos deben resonar aquellas palabras del Apóstol: ¡Ay de mí si no evangelizare! (1 Cor 9,16)»: AA 6. 83 EN 73. 84 CJC cc 224 y ss. 85 Cf ChL 23, 35, 36. 86 Queda, de todos modos, bastante por aclarar aún respecto a los ministerios, oficios y funciones de los laicos que pueden asumir y que repercuten en la vida de los Hermanos. Esto quiere decir que habrá que seguir muy atentos a lo que la Comisión pontificia, encargada de revisar el Motu proprio «Ministeria quaedam» diga sobre los diversos problemas teológicos, litúrgicos, jurídicos y pastorales surgidos a partir del gran florecimiento actual de los ministerios confiados a los fieles laicos. 87 PGF 427-441. En los primeros años de la Congregación ya se pedía a los Hermanos la adecuada preparación. «Será molt convenient que los Hermanos á mès de las qualitats morals y fisicas que demana lo sèu estat y ministeri, tingan una instrucció mediana y práctica en lo seguent»: Directori dels Hermanos ajudans de la Congregació del Inmaculat Cor de María, Vich, 1858, p.3. 82 El Misionero Presbítero es servidor de la Palabra desde su doble exigencia carismática y ministerial88. Es ungido por el Espíritu para anunciar la Buena Nueva a los pobres y para ser esforzado colaborador de los Obispos en el ministerio de la Palabra89. La imposición de las manos le capacita para hacer aquel anuncio de la iniciativa divina, del don de Dios en Cristo, que garantiza a la Iglesia su raíz y tradición apostólica. El sacramento del orden le confiere autoridad para comunicar y proclamar la Palabra de Dios en nombre de la Iglesia, y por tanto, para hablar oficialmente. Se le confía sacramentalmente los más altos grados de intensidad de la Palabra, como sucede en la proclamación de la muerte y resurrección de Cristo en la Eucaristía y en el perdón de los pecados. Con todo, el ministerio de la Palabra del Presbítero, y en su caso del Diácono, está al servicio de la función profética del Pueblo de Dios. Es una verdadera diakonía que no anula ni ahoga otras palabras, sino que las acoge y anima; que no se ejerce desde el dominio, sino desde la comunicación en la fe. Usa palabras sencillas y promueve otros «profetas» que proclamen la Palabra. 3.5. Hacer efectiva la solidaridad en el servicio Las relaciones mutuas entre ministros ordenados y laicos en la comunidad claretiana, sólo son fecundas teniendo en cuenta el substrato carismático que alimenta, a la vez, la gratuidad y la corresponsabilidad, la autonomía y la vinculación, la afirmación de la propia identidad y el reconocimiento, la diferencia y la comunión, el respeto y la mutua ayuda. Los dones personales y los ministerios juegan un papel dialéctico en el crecimiento comunitario (libertad y madurez para decir «nosotros») y en el dinamismo apostólico. Por eso, no basta tener claros los límites y las diferencias entre ministros ordenados y laicos en el seno de 88 Sobre la aportación al ministerio de la Palabra ejercido por ministros ordenados claretianos (presbíteros o diáconos), tanto las Constituciones (CC 81-85) como el Directorio (Dir 255-262) recogen las afirmaciones fundamentales que perfilan la peculiaridad de su servicio. 89 CC 82. nuestra comunidad claretiana. Es preciso promover la docilidad a la acción del Espíritu Santo que es quien hace servidores del Evangelio a los Presbíteros y Diáconos y a los laicos. No es cuestión de fomentar las buenas relaciones entres Presbíteros y Hermanos, sino de sacar todas las consecuencias de ser todos «miembros de un mismo Cuerpo»90. No se hace uno Misionero Claretiano, sea Presbítero o Hermano, para distinguirse, sino para realizar la misión de la propia vida. Perteneciendo a la Congregación, cada uno según su don, y colaborando, es decir, poniendo al servicio de los demás el propio don, hacemos la comunidad apostólica que vive y trabaja por el Reino. No perdamos tiempo litigando en si esto corresponde a uno o a otro. Pongamos la mirada en los proyectos misioneros que podemos y debemos realizar juntos. A pesar de las limitaciones impuestas por los condicionamientos sociales y eclesiales y la normativa jurídica, la Congregación tiene una historia rica de solidaridad fraterna. Este espíritu ha de continuar y crecer con amplios horizontes para la evangelización en el mundo contemporáneo. En un mundo secular, en un mundo en el que hay que luchar por la promoción de la paz y la justicia y por liberar al hombre de las lacras de la pobreza, de la ignorancia, de la marginación, es más urgente que trabajen unidos el Hermano y el Presbítero. Hoy, desde la participación y corresponsabilidad en la vida misionera, se hace imprescindible promover la solidaridad de Misioneros Hermanos y Presbíteros a hora de inculturar el Evangelio y de ofrecer una imagen armónica de la comunidad cristiana. Otro tanto cabe decir a la hora de inculturar la vida religiosa y, por supuesto, la vida claretiana. Rom 12, 4-5; 1 Co 12, 12-27; Col 1, 18 ss; Ef 1, 23. Esta imagen paulina está reiteradamente propuesta por el P. Fundador a la Congregación. Cf CC 1857, n. 56; CC 1865 II p; cap. IX, n. 21. Nuestra comunidad no se basa en motivos de organización o rendimiento, sino que es una forma de hacer presente el misterio de la Iglesia de Cristo. 90 A veces se invocan como obstáculos para la colaboración motivos extrínsecos de organización, de oportunidad, de capacitación, de medios, etc., cuando la verdad radica en una desidentificación vocacional que intentamos ocultar con falsas justificaciones o en una inadecuada formación. Aludí al principio al excesivo clericalismo que aún existe entre nosotros. Todavía tenemos que superar tanto el complejo de superioridad de los Presbíteros como el afán de clericalización de los Hermanos. Pero la desclericalización no se produce por nivelacionismo o la indiferenciación vocacional, que también en esto hemos caído y estamos cosechando errores, sino por la conversión al Espíritu que nos convoca y envía y por la adquisición de actitudes conforme al don que cada uno ha recibido. Sólo cuando los Presbíteros claretianos sean lo que tienen que ser, y nada más, según su vocación de servicio en el Pueblo de Dios y en la comunidad, y cuando los Misioneros Hermanos sean lo que tienen que ser, y nada menos, conforme a su vocación de servicio en la Iglesia y en la comunidad, estaremos en condiciones de vivir la unidad de misión y la complementariedad de las formas de ejercer el ministerio de la Palabra. 4. Fraternidad y servicio: un camino de espiritualidad misionera La Congregación en su proceso de renovación ha ido abriendo un camino de espiritualidad misionera. Lo ha ido formulando desde la inspiración carismática y desde el intento de responder a las provocaciones del mundo contemporáneo. La fuerza profética de la comunidad claretiana está en su arraigada experiencia en la Palabra de Dios que la convoca, la recrea y la relanza hacia misiones arriesgadas. Dos aspectos son claves para entender nuestra espiritualidad claretiana: la fraternidad y el servicio. Es la traducción de la llamada a vivir «al estilo de los Apóstoles». 4.1. Como Claret: primer Hermano y servidor En Claret, nuestro Fundador, descubrimos el prototipo del camino espiritual personal y comunitario que hemos de recorrer. El P. Fundador percibió su ministerio de presbítero y de fundador en la perspectiva del Jesús de la última cena, que sirve a la mesa y lava los pies91. Supo colocarse en el último lugar, y no por ascética o penitencia, sino por un sentimiento de pequeñez ante el gran regalo que Dios le había hecho en sus compañeros -todos ellos agraciados con el mismo espíritu del que él se sentía animado92-. Dos textos lo expresan elocuentemente: «Ayudado de vuestra gracia, decía a Dios y a la Sma Virgen María, y de los compañeros que me destinéis, formaré esta Congregación, de la cual yo seré el último y el criado de todos; y por lo mismo les besaré los pies, les serviré a la mesa y me tendré por muy dichoso de ejercer estos oficios»93. «Yo tengo tanto cariño a los sacerdotes que se dedican a las Misiones que les daría mi sangre y mi vida, yo les lavaría y besaría mil veces los pies, yo les haría la cama, les guisaría la comida y me quitaría el bocado para que ellos comiesen, les quiero tanto que de amor me vuelvo loco por ellos, ni sé lo que haría por ellos...»94. Que estas palabras no eran simple retórica se comprobó en los primeros días de vivir en la Merced, cuando el Fundador, ya electo obispo de Cuba, hizo de enfermero a Don Mariano Aguilar, que atendía la iglesia de la Merced, y al P. Domingo Fábregas. Le tocó ejercer funciones que eran entonces propias de los Hermanos. Este mismo espíritu de entrega al servicio de unos a otros contagió a todos, como nos recuerda el P. Clotet en sus notas para los Anales: «Sus delicias eran servirse los unos a los otros en la Cf Jn 13, 1-16; Lc 22, 27; Mt 20, 28. Cf Aut 489. 93 XIFRE, J: Espíritu de la Congregación...Vich, 1867, p. 2. 94 EC, II, 352. 91 92 mesa y aun en los oficios más bajos»95. Eran signos del espíritu evangélico que les animaba. Los testimonios de fraternidad de Claret son múltiples en Vic, Cuba, Madrid, Segovia y Prades96. La espiritualidad de servicio empapa toda su vida misionera y se expresa en su laboriosidad incansable, su aprovechamiento del tiempo, el empleo de todos los medios a su alcance, la transformación de lo que encuentra en plataformas misioneras. Además de darles ejemplo de vida, Claret pide a sus misioneros en las Constituciones espíritu de fraternidad, sobre todo cuando habla de la caridad fraterna, de los medios para la misión, de la autoridad y de los enfermos97. De esto se deduce, ¡habríamos tenido que deducirlo siempre!, que el espíritu de servicio humilde es propio de todos, Presbíteros y Hermanos. Jesús nos dio ejemplo. El P. Fundador lo ratificó. 4.2. Espiritualidad de fraternidad misionera Jesús dice a los miembros de la comunidad de seguidores y seguidoras: «y vosotros sois todos hermanos»98; nadie ha de considerarse jefe, ni maestro, ni padre. «El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se ensalce será humillado y el que se humilla será ensalzado»99. La comunidad claretiana es lugar donde llegamos a ser hermanos de distintas razas, pueblos, culturas, edades, tiempos100. Nuestro camino espiritual nos lleva hacia la fraternidad. 95 FERNANDEZ,C.: La Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, Madrid 1967, 128 96 La Historia de la Congregación narra hechos significativos de esta fraternidad en cada uno de los lugares citados. Escribiendo el P. Fundador a D. José Caixal el 12 de julio de 1850, le decía: «El martes día 16 se cumple el año de nuestra reunión; por tanto si le es posible, le suplico y mando que suba para acompañarnos en la fiesta que deseamos celebrar junto con todos los Hermanos» : EC, I, 410. 97 Cf CC, 1857 y 1865. 98 Mt 23, 8. 99 Mt 23, 11-12. 100 Cf CIVCSVA: La vida fraterna en comunidad, Roma, 1994, c. II. En este camino el Misionero Hermano es para todos memoria permanente e instancia crítica. La vida fraterna según el Evangelio es el mejor correctivo del clericalismo y es la mejor forma de potenciar la profecía del Reino. Cuando nos consideramos todos hermanos, no hay clases, no hay privilegios, no hay desplazamientos innecesarios. Se dan con espontaneidad la comunicación, la participación y la corresponsabilidad en todo aquello que es vida de comunidad claretiana. Y porque nuestra comunidad es esencialmente misionera, no podemos olvidar que somos «signos» de la fraternidad universal entre los hombres. Hemos sido convocados a expresar la fe, la esperanza y la caridad para que el mundo crea que Jesús es el enviado del Padre101. 4.3. Espiritualidad del servicio misionero El primer servicio de un Misionero, Presbítero o Hermano, es su vida perfectamente consagrada102. Nuestro servicio comporta la disponibilidad evangélica del siervo y del enviado, del que no espera nada en recompensa y que está siempre pronto a cumplir la voluntad de Dios en la misión confiada. Implica la humilde y absoluta entrega en gratuidad de la propia vida hasta el final, lejos de cualquier cálculo interesado. Es lo que, en definitiva, profesamos cuando hacemos voto a Dios de seguir a Jesús en castidad, pobreza y obediencia. Estas actitudes las hemos de cultivar todos en el ejercicio de nuestro ministerio, sea sacerdotal o laical. Son las actitudes de Jesús, Verbo del Padre, que se abaja y humilla para servir a los hombres y, como signo de su servicio, 101 Cf Jn 17,21. «El consagrado es por antonomasia el Hermano universal, con el que los demás Hermanos saben que pueden siempre contar, encontrando escucha, acogida, vida compartida. El servicio más específico que se pide hoy a las personas consagradas es el de ir al encuentro de la mayor parte de las pobrezas de nuestro tiempo: debido al rechazo de Dios, muchos han perdido hoy el sentido de su vida». JUAN PABLO II: «Angelus» del 2 de octubre, 1994. 102 «Antes que en las obras exteriores, la misión se lleva a cabo en el hacer presente a Cristo en el mundo mediante el testimonio personal. ¡Este es el reto, éste es el quehacer principal de la vida consagrada! Cuanto más se deja conformar a Cristo, más lo hace presente y operante en el mundo para la salvación de los hombres» (VC, 72). lava los pies a sus discípulos103. Son las actitudes reflejadas por Claret en el memorial sobre el Hijo del Corazón de María que arde en caridad, que aborda los trabajos, abraza los sacrificios; «no piensa sino cómo seguirá e imitará a Jesucristo en trabajar, sufrir y en procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas» 104. Por eso, en la Congregación sirven los enfermos y los ancianos. La soledad, el dolor y el sufrimiento, unidos a la pasión de Cristo, son servicios de incalculable valor. Cuando se viven estas actitudes, estamos dispuestos a realizar cualquier servicio sin mirar si es alto o bajo, si nos lo reconocen o no; y sin contar las horas que hemos invertido en hacer bien a los que nos necesitaban. En la vida de comunidad hay servicios que son comunitarios y no van unidos ni a la vocación clerical ni laical. En la práctica de estos servicios hacemos efectiva nuestra comunión: «Como signo y expresión del amor y servicio fraternos, participen todos los miembros de la comunidad en los trabajos comunes y en las tareas domésticas, como exigencias de la vida común, a fin de crear y mantener un auténtico clima de familia»105. 4.4. Intercambio de dones como expresión de espiritualidad Hemos de intercambiar los dones porque somos hermanos y estamos llamados a formar una familia106. Todos los Misioneros seguimos el mismo camino de espiritualidad, Cf Jn 13, 1-5. VC 75. Aut 494. 105 Dir 152. 1 HH 13. 106 «Para las personas consagradas, que se han hecho un corazón solo y una sola alma (Hec 4, 32) por el don del Espíritu Santo derramado en los corazones (cf Rom 5,5), resulta una exigencia interior el poner todo en común: bienes materiales y experiencias espirituales, talentos e inspiraciones, ideales apostólicos y servicios de caridad. En la vida comunitaria, la energía del Espíritu que hay en uno pasa contemporáneamente a todos. Aquí no solamente se disfruta del propio don, sino se multiplica al hacer a los otros partícipes de él, y se goza del fruto de los dones del otro como si fuera del proprio» (VC, 42). 103 104 pero sin olvidar las características de la condición eclesial de cada uno: presbítero o laico. El Misionero Hermano es para el Misionero Presbítero memoria permanente de que somos religiosos, vivimos en comunidad y fraternidad; contribuye a que la Congregación se mantenga más evangélica y menos clericalizada; su modo de seguir a Jesús es el mejor antídoto contra toda tentación de instrumentalizar la vida religiosa y de ampararnos en cualquier tipo de clericalismo que trate de encubrir afanes de activismo, de dominio o de prestigio. Por otro lado, el Misionero Presbítero recuerda al Misionero Hermano que formamos parte de la Iglesia y contribuímos a su vida y misión con todas nuestras vivencias y actividades107. El Misionero Hermano aporta, desde su condición laical: una especial capacidad de acogida y solidaridad, que manifiesta con gestos y palabras; cercanía a los más sencillos sintiéndose como Jesús, Hermano entre Hermanos; sintonía con las preocupaciones causadas por la pobreza, la injusticia, el desempleo, la soledad y tantas otras formas de dolor y angustia humanos. Como consagrado que es, en esta relación con las familias, con el mundo del trabajo o de la cultura, según sus diversas capacidades y posibilidades, se convierte en transmisor de las inquietudes y las aspiraciones de los hombres y mujeres a los que la comunidad claretiana tiene que ayudar a descubrir el camino hacia Dios. Al contemplar a tantos Misioneros Hermanos como hemos visto, integrados vocacionalmente y viviendo este talante de fraternidad y servicio, ¿seguiremos pensando que pueden ser sustituidos por laicos? El Misionero Presbítero puede aportar la llamada a la reconciliación, a la comunión, a la participación y al crecimiento de la comunidad claretiana en la vida sacramental y apostólica de 107 Cf JUAN PABLO II: Identidad y misión de los Hermanos en los Institutos Laicales y en los Institutos Clericales: L. c. las iglesias particulares y en su relación con los distintos miembros de las comunidades cristianas. El Presbítero recuerda especialmente la vinculación eclesial de la vida y de la misión claretiana. El intercambio de dones queda bloqueado, cuando no vivimos de acuerdo con nuestra propia condición dentro de la Congregación. No sólo hay crisis en torno a la identidad del Misionero Hermano, también la hay en relación a la identidad del Misionero Presbítero108. No pocos presbíteros apenas ejercen su ministerrio sacerdotal al servicio del Pueblo de Dios y necesitan revivir la gracia que les fue concedida por la imposición de las manos; por las razones que sean, personales o institucionales, tienen adormecidas las exigencias del ministerio sacerdotal. Fiados del estado adquirido, no desarrollan todo el potencial misionero que llevan dentro para hacer Iglesia, para hacer comunidad cristiana, para extender el Reino más allá de las propias fronteras. El ministerio no es sólo culto, y menos para nosotros, pues debe tener una dimensión marcadamente kerigmática. El Presbítero debe ejercer como ministro, como servidor, y con espíritu de servicio debe situarse en la comunidad claretiana, tanto por lo que se refiere a su vida de relaciones fraternas como de misión apostólica109. La reconciliación con la identidad ministerial presbiteral repercute recíprocamente en la espiritualidad del Hermano Misionero. 5. La Congregación, ¿Instituto clerical o mixto? Lo expuesto hasta aquí nos permite plantearnos esta cuestión que no es tan marginal como a primera vista pudiera parecer. 108 La crisis de identidad en nuestros Misioneros Presbíteros se manifiesta frecuentemente en las deficientes formas de vivir su pertenencia a la comunidad claretiana. Muchos no aciertan a integrar armónicamente en unidad de vida su condición de religioso y su relación con el presbiterio diocesano, con los movimientos eclesiales que animan, con los grupos de trabajo en la escuela o en la parroquia. No basta que sepan que son presbíteros, sino que su ministerio lo han de ejercer como misioneros, miembros de una comunidad religiosa. 109 El Capítulo General de 1967 había ya pedido que no se ocupara facilmente a nuestros sacerdotes en tareas ajenas a su ministerio sacerdotal: PE 38. Sobre todo, si seguimos manteniendo que todos somos misioneros servidores de la Palabra desde la participación en el carisma evangélico y evangelizador de Claret. 5.1. Breve apunte histórico Se puede decir que hasta el postconcilio la Congregación se ha comprendido a sí misma como instituto sacerdotal, o clerical, aunque poniendo el acento, sobre todo, en la dimensión misionera. En los preparativos y comienzos de la Congregación es clara la referencia a la condición sacerdotal de la primitiva comunidad110. En las Constituciones de 1857, además de señalar que la Congregación constará de Sacerdotes y Hermanos ayudantes, se dice que el Director General habrá de ser elegido por todos los Misioneros Sacerdotes111 y los Consultores serán elegidos de entre todos los Sacerdotes112. Si bien en la primera edición del Derecho Adicional (CIA), la Congregación era presentada como Instituto misionero113, en 1953 comenzó a ser considerada como Instituto clerical114. El mismo Capítulo General de 1967, que enfatizó tanto el carácter apostólico de nuestro carisma en la Iglesia, afirmaba que, «aunque la Congregación es primordialmente sacerdotal por razón de su particular índole apostólica, no podría llevar a cabo su misión, según nos la transmitió el Fundador, sin la presencia y fraterna colaboración de nuestros Hermanos laicos» 115. En el Decreto sobre los Hermanos se muestra receptivo ante cualquier disposición de la Sede Apostólica para que los Hermanos puedan ejercer cargos directivos116. El Capítulo de 1973, a la vez que acepta las nuevas Cf Aut 488 y 489. Cf CC 1857, n. 6. En las CC de 1865 se dice expresamente que el Superior general ha de ser sacerdote, n.7. 112 Ib n. 24. Otro tanto se dice en las CC de 1865, n. 19. 113 Cf CIA, 1925, n.46; CIA, 1940, n.44. 114 CIA, 1953, n.46. 115 PE, 129. 116 1H, 15. 110 111 disposiciones para los institutos clericales, reitera la disposición del Capítulo anterior ante posibles nuevas orientaciones117. El problema surgió al presentar el Gobierno General el nuevo texto de las Constituciones a su aprobacion por parte de la Sede Apostólica. Se había evitado intencionadamente en él una declaración explícita del carácter clerical de la Congregación, porque, a medida que se iban estudiando los escritos del Fundador y sus intuiciones carismáticas, se comprobaba que «lo misionero» constituía el eje central en la vida y servicio de la Congregación y no tanto lo clerical. Sin embargo, en 1982, la Sede Apostólica nos exigió que incluyéramos en el texto constitucional la condición clerical de la Congregación118. Actuaba en previsión de lo que pediría el Código de Derecho Canónico que estaba próximo a ser publicado119. En las Constituciones se recoge este mandato con 117 «El Capítulo reafirma la validez de la doctrina de los Documentos Capitulares de 1967 sobre el carisma del Misionero Hermano. Asimismo, acepta las nuevas disposiciones emanadas de la Santa Sede para los institutos de índole como la nuestra (Decr. Sag. Cong. De Religiosos, 7-XI-1969), incorporándolas a nuestra legislación, y mantiene la actitud del Capítulo de 1967 que acoge de antemano muy gustosamente cualquier nueva disposición que la Santa Sede pueda dar en el futuro (HH, 15)»: 2HH 29. 118 La respuesta oficial fue la siguiente: «Del Documento para el «Decretum laudis» en posesión de este Sagrado Dicasterio, de la declaración oficial del mismo Instituto (cf Codex Addicticius, Pars I, cap. I, n. 46 &1) y de su práctica la Congregación de Misioneros Hijos del Inmacualdo Corazón de María ha sido considerada como Instituto clerical con las consecuencias que de él se derivan . En el presente contexto, a fin de que resulte claro que un Instituto goza de la situación teológica y jurídica fundada sobre su carácter clerical, esta Sagrada Congregación ha considerado oportuno que tal carácter sea claramente expresado en las Constituciones de los Institutos clericales presentadas a la aprobación después de su revisión por parte de los mismos Institutos. Por tanto la petición hecha por la Sagrada Congregación a este propósito mira sencillamente al reconocimiento explícito de parte de la Santa Sede en la ley fundamental del Instituto de una situación ya existente». Carta del Cardenal Prefecto, Eduardo Pironio, al Superior General, P. Gustavo Alonso, el 23 de enero de 1982. Prot. a.V.15-3/79. 119 Mientras el Código del año 1917 definía los Institutos por el número de miembros para ver si eran clericales o laicales (CIC 1917, c. 488, 41), el actual dice: «Se llama instituto clerical aquel que, atendiendo al fin o propósito querido por su fundador o por tradición legítima, se halla bajo la dirección de clérigos, asume el ejercicio una expresión suave y pasiva: «se cuenta entre los institutos clericales»120. En la preparación del Sínodo sobre la Vida Consagrada apareció la inquietud de no pocos institutos masculinos que no se sentían reflejados en la drástica división de institutos religiosos en clericales o laicales, según el nuevo Código de Derecho Canónico121. De hecho, el Instrumentum laboris del Sínodo hablaba abiertamente de Institutos «mixtos» y de la participación en el gobierno con estas palabras: «Se preste una atención especial a la vocación y misión de los Hermanos laicos en los institutos laicales y en los institutos clericales y mixtos. (...) Se pide al Sínodo que se resuelva la cuestión de la participación de los Hermanos en el gobierno de los institutos clericales y mixtos, de modo que, respetando su propia naturaleza y tradición, sea regulada por la legislación de cada uno de los institutos»122. Durante el Sínodo muchos Padres Sinodales pidieron con insistencia el reconocimiento de los institutos mixtos en orden a del orden sagrado y está reconocido como tal por la autoridad de la Iglesia» (CIC, c.588,2). 120 CC, 86. 121 Así aparecía en los Lineamenta del Sínodo: «Hoy parece necesario profundizar y valorar la dignidad, la formación, la participación y el servicio apostólico propio de los Hermanos laicos, sea en los Institutos laicales como en los clericales dentro de las comunidades y en la colaboración con el apostolado propio de la Iglesia. Su presencia y su obra es preciosa, tanto por el testimonio de su vida consagrada como por la originalidad y multiplicidad de sus servicios apostólicos» : Lineamenta, 19 b. Una de las conclusiones del Congreso internacional de vida religiosa, organizado por la Unión de Superiores Generales, decía : «Consideramos que se debería promover la igualdad y la corresponsabilidad de todos los miembros de nuestras comunidades, en el respeto de la naturaleza de cada carisma. En esta perspectiva vemos necesaria una revisión del derecho canónico por lo que respecta a los institutos compuestos por clérigos y no clérigos. Las responsabilidades de gobierno en el interior de los institutos deben ser accesibles también a los no clérigos»: USG, Carismas en la Iglesia para el mundo, Roma 1994, p. 283. 122 IL 32. salvaguardar la dignidad e identidad de sus miembros, sin que esto obstara para que otros institutos se definieran como clericales o laicales, según su inspiración carismática. Fundaban esta petición en razones carismáticas, eclesiológicas, históricas y psicosociológicas. Surgieron también voces proféticas contra toda incorrecta situación de dependencia de los laicos en los Institutos por diferentes formas de clericalismo. Una proposición recogió estas aspiraciones y en ella se proponía, además, que, pidiéndolo los Capítulos Generales, quedasen abiertos los cargos de gobierno a todos sin discriminación123. La Exhortación «Vita Consecrata» postsinodal se hace eco de lo propuesto por el Sínodo y habla de los Hermanos en los Institutos llamados «clericales». Después de recordar el texto del canon 588, 2, añade: «En estos Institutos el ministerio sagrado es parte integrante del carisma y determina su índole específica, el fin y el espíritu. La presencia de Hermanos representa una participación diferenciada en la misión del Instituto, con servicios que se prestan en colaboración con aquellos que ejercen el ministerio sacerdotal, sea dentro de la comunidad o en las obras apostólicas»124. A continuación habla de los Institutos mixtos en estos términos: «Algunos Institutos religiosos, que en el proyecto original del fundador se presentaban como fraternidades, en las que todos los miembros, sacerdotes y no sacerdotes, eran considerados iguales entre sí, con el pasar del tiempo han adquirido una fisonomía diversa. Es menester que estos Institutos llamados mixtos, evalúen, mediante una profundización del propio carisma fundacional, si resulta oportuno y posible 123 124 Cf Proposición 10. VC 60. volver hoy a la inspiración de origen. Los Padres sinodales han manifestado el deseo de que en tales Institutos se reconozca a todos los religiosos igualdad de derecho y de obligaciones, exceptuados los que derivan del Orden sagrado (Prop. 10 y PC 15)»125. Para resolver los problemas conexos con esta materia se nombró una comisión de estudio; pero todavía se desconocen sus conclusiones. 5.2. Para seguir reflexionando y compartiendo De todos modos, considero legítimo y oportuno que la Congregación quiera tener ideas claras sobre este tema y, para ello, nada mejor que estudiar con talante abierto y lo más objetivamente posible la mente y propósitos del Fundador sobre la naturaleza, fin, espíritu y carácter de la Congregación126. Hemos de averiguar si la descripción del c. 588,2, que es bastante restrictiva, se cumple en nosotros. Lo que tenemos más claro es que, más allá de las formulaciones del tiempo, el P. Fundador vio a los Hermanos como Misioneros. Y, desde la autocomprensión adquirida por la Congregación en el proceso de renovación, los Presbíteros, Diáconos, Hermanos y Estudiantes forman parte de una misma comunidad misionera, con idéntica vocación y misión. No son grupos yuxtapuestos o arbitrariamente articulados. Considero igualmente oportuno que se estudie, a la vez, el alcance teológico de lo que puede significar ser instituto clerical y de las implicaciones que ello tendría para nosotros. ¿Cómo los Misioneros Hermanos, siendo religiosos no-sacerdotes, participan VC 61. En la reunión celebrada en Vic se sugirió que el Gobierno General se implicase en cuanto pudiera ayudar a esclarecer la naturaleza jurídica de los institutos mixtos y la modificación de la disciplina canónica vigente, a fin de lograr que los Hermanos puedan ejercer cargos de gobierno a todos los niveles. Sobre este punto, el Gobierno General acoge la indicación y hará todo lo que esté en sus manos. 125 126 del carácter clerical del Institituto? De hecho, entre nosotros, mientras que ciertamente se ha reflexionado sobre el ministerio presbiteral claretiano, ha sido muy escasa la atención prestada a la presunta índole clerical de la Congregación. El núcleo central del problema es que, desde el Concilio de Trento, la potestad de jurisdicción ha estado vinculada al sacramento del orden. En la redacción del Código de Derecho Canónico se ha partido de este hecho y son muchos los cánones que afectan a la relación entre orden y jurisdicción. Los Hermanos de un Instituto clerical, según esto, no podrían ejercer funciones de gobierno que afecten al ministerio de los Presbíteros. Por otro lado, el sacramento del orden, de por sí, no confiere cualidades para el gobierno religioso. A lo largo de la historia de la Iglesia hubo monjes y religiosos que ejercieron el cargo de superior en todos los niveles y sin estar ordenados en comunidades con religiosos presbíteros. En la reflexión teológica que hagamos, como hicieron notar algunos Padres Sinodales, habría que tener en cuenta la extendida sensibilidad ante los valores de la igualdad, la corresponsabilidad y la salvaguarda de los derechos humanos, la posición de las nuevas generaciones que no entienden cómo, dentro de una comunidad, puede haber discriminaciones jurídicas. Todo carisma se expresa en un contexto histórico con sus connotaciones culturales, sociológicas, teológicas y jurídicas. Al querer inspirarnos en los elementos carismáticos, ¿cuáles son esenciales y cuáles circunstanciales en el carisma claretiano? En el discernimiento hay que seguir manteniendo la precedencia de lo teológico y carismático sobre lo jurídico. Aunque la legislación canónica actual es restrictiva en lo que se refiere a la determinación de instituto clerical y nosotros, por indicación de la autoridad de la Iglesia, somos contados entre los llamados institutos clericales, es justo que nos aclaremos y, si llega el caso, pidamos el cambio de clasificación por razones carismáticas y teológicas. Para la necesaria relectura del carisma fundacional en orden a verificar que, por debajo de las formulaciones usadas en el marco cultural, teológico y normativo del tiempo del Fundador, existe un proyecto de fraternidad apostólica, hemos de contar con la ayuda de expertos y con la reflexión de todos los miembros de la Congregación. Somos conscientes de la trascendencia que tiene en la vida de la Congregación y todos debemos implicarnos en este punto. Esta circular puede servir de referencia para iniciar la reflexión y enriquecer las aportaciones para vivir íntegramente la misión de la Congregación, puesto que, en definitiva, de eso se trata. Aunque el tema ha de ocupar la atención de todos más allá de estos meses, dada la proximidad del Capítulo General, puede ser conveniente acelerar esta reflexión y hacer llegar al mismo Capítulo sugerencias y propuestas para que sean tratadas en él. III. Misioneros Hermanos en esta hora de «fidelidad creativa» 1. Un contexto propicio para suscitar nuevas perspectivas La Congregación está viviendo un especial momento de gracia. Tiene una viva conciencia de ser una comunidad universal animada por el Espíritu, cuyo carisma es el servicio misionero de la Palabra hablada, escrita, enseñada y expresada de otras formas. Al igual que los otros institutos religiosos, continúa siendo invitada a reproducir, con valor la audacia, la creatividad y la santidad de su Fundador como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy. Esta invitación es también una llamada a buscar la competencia en el propio trabajo y a cultivar una fidelidad dinámica a la propia misión 127 La preparación del XXII Capítulo General la está ayudando a situarse en lo más original de su carisma misionero y profético, a recordar los muchos dones recibidos y a abrir los ojos ante los amplios 127 Cf VC 37. horizontes de misión que se le presentan, en vísperas de celebrar sus 150 años de existencia y de entrar en el tercer milenio. Por otro lado, siendo la Congregación realidad y sujeto eclesial, es lógico que trate de asumir el momento que vive la Iglesia, y la vida religiosa en ella, con plena responsabilidad. La vida religiosa es un don en la Iglesia y para la Iglesia, pero lo es igualmente en el mundo y para el mundo. La exhortación postsinodal «Vita Consecrata» es, a la vez, punto de llegada de un proceso de deliberación y de compartir eclesial y punto de partida para continuar reflexionando en orden a construir una nueva historia128. La vocación del Misionero Hermano es un don que, por lo general, queda demasiado oculto, dada nuestra habitual forma de valorar por la funcionalidad y la utilidad. Un don que se hace profecía de la sobreabundancia de gratuidad129, pero que también nos lleva a la obligación del reconocimiento y de que se viva en plenitud. Quizá no hemos sabido acompañar a nuestros Hermanos en la necesaria relectura de su vocación ante los retos del mundo contemporáneo. Por otro lado, la carencia de vocaciones para Misioneros Hermanos nos ha llevado a la resignación. Ingenuamente hemos creido que podían ser suplidos por laicos. Así hemos llegado a una cierta insensibilidad. Apenas percibimos el clamor de la consagración religiosa, inherente a nuestra vocación misionera, que quiere hacerse visiblemente presente, sin otras añadiduras, como valor irrenunciable y calificador de nuestra comunidad. Afectados por la concepción utilitarista de la vocación del Hermano, hemos pasado a una neoclericalización de nuestra vida comunitaria y, en ocasiones, de nuestra misión. La insistencia en la eclesiología de comunión y la revalorización del laicado y de la vida consagrada, la frecuente referencia a la historia y a los contextos culturales, la invitación a la fidelidad creativa y al testimonio profético ante las grandes 128 Cf VC 13 y 110. 129 Cf VC 104. provocaciones, nos piden adoptar una actitud abierta e innovadora. Hemos de empeñarnos en alumbrar un nuevo modelo de Hermano, que no implica precisamente subir de rango, dignidad o prestigio, sino que es reconocido en toda la grandeza de su vocación y que puede prestar muchos otros servicios en el anuncio del Reino. La renovación sigue su curso y no puede quedarse en meros retoques. No basta, pues, actualizar el modelo tradicional del Hermano con una preparación técnica y apostólica, sino que hay que suscitar nuevas perspectivas y oportunidades para los Hermanos, en mayor consonancia con nuestro carisma misionero y las opciones que corporativamente la Congregación está poniendo en práctica en la realización de la misión que se le ha confiado en la Iglesia. 2. El nuevo perfil del Hermano Misionero La línea de continuidad se expresa en las características tradicionales de nuestros Misioneros Hermanos, que conservan hoy plena validez, aunque reinterpretadas en un diferente contexto cultural y congregacional: celo apostólico, expresado en la oración y en las obras de misericordia, piedad, devoción filial al Corazón de María, humildad, acogida, servicialidad, laboriosidad, abnegación, competencia en el propio trabajo, fidelidad en el cumplimiento de la vida común y amor a la Congregación. Los Hermanos, por su estabilidad en las casas, han posibilitado que éstas fueran consideradas verdaderas comunidades religiosas. Pero, al mismo tiempo, hemos de acoger el nuevo perfil de Hermano Misionero, que emerge en la Iglesia y en la Congregación. Quiero detenerme, pero en clave más práctica, en tres trazos de este perfil, que se desprenden de nuestra reflexión de la segunda parte: el Misionero Hermano como testigo, ungido para evangelizar, profeta de comunión y fraternidad y misionero creativo para la evangelización de todo el mundo. 2.1. Testigo ungido para evangelizar La figura del Misionero Hermano no queda suficientemente delineada si se toma sólo como referencia los nn. 79 y 80 de las Constituciones. Estos dos números hay que leerlos a la luz de la Constitución Fundamental, clave para interpretar nuestro proyecto de vida, y de toda la primera parte de las Constituciones, que está dedicada a «nuestra vida misionera»130. Esta se sitúa entre dos polos que le ponen en tensión: el polo del Padre, que nos envía al mundo y, por consiguiente, nos induce a asumir en perfecta obediencia su voluntad; y el polo del mundo al que somos enviados y, por lo mismo, son los hombres y sus necesidades los que han de marcar la agenda de nuestro quehacer131. En ese contexto global, el Misionero Hermano es un testigo, ungido para evangelizar. Su condición de testigo brota de la experiencia de Dios: vocación, consagración, envío. El Hermano proclama con su vida quién es Dios, quién es Jesús, cómo no se debe «anteponer nada al amor personal por Cristo y por los pobres en los que El vive»132. Así es testigo, signo escatológico, profecía viviente. Siguiendo a Jesús en castidad, pobreza y obediencia, hace incondicionalmente oblación a Dios de su vida entera. Su donación orienta su forma de pensar, de amar y de actuar. Viviendo el Evangelio, se halla habilitado para colaborar en la transformación del mundo133. 130 En la introducción al comentario de la Primera Parte de las Constituciones aparece el por qué del título: «La vida misionera de la Congregación» y la densa significación de la expresión «vida misionera». El sustantivo «vida» es complexivo e implica comunión con Cristo y participación en su misión. «La Congregación se define ante todo por su «vida» y no por sus prácticas. No somos un colectivo de funcionarios o de agentes de apostolado, sino un organismo «vivo». Esta vida se expresa ante todo en la comunidad virginal, pobre, obediente, orante, configurada con Cristo Redentor, misionera, itinerante»: Cf CMF: Nuestro Proyecto de vida misionera. Comentario a las Constituciones. II, Madrid, 1991, p 164-165. 131 Ib. 166. 132 VC 84. 133 Desde el Concilio, a la vez que se hablaba de la vocación y misión de los seglares en la Iglesia, comenzó a revalorizarse la vocación religiosa laical. Tanto en nuestros documentos capitulares como en el texto constitucional quedó resaltada la dimensión laical de la vocación de los Hermanos. Esta ha de verse arraigada en la expereriencia de Dios, en el amor primero que funda y da sentido a toda su vida personal. Desde ahí se abren a las grandes aspiraciones y esperanzas de los hombres de nuestro tiempo; Ante los presbíteros, el Hermano es laico; ante los seglares es religioso; y en la comunidad claretiana es Misionero Hermano. Tres relaciones diversas presididas por la unidad de su vocación específica y cuyo nombre es programático: Misionero Hijo del Inmaculado Corazón de María, sobre todo si nos atenemos al memorial que nos dejó Claret y que recogen las Constituciones134. La vocación del Misionero Hermano es una auténtica profecía viviente desde muchos puntos de vista. Por la profesión de los consejos evangélicos se convierte en símbolo que atrae a todos los miembros de la Iglesia al cumplimiento sin desfallecimiento de sus deberes cristianos135 y proporciona un preclaro e inestimable testimonio de que el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas136. Pero «la verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con El, de la escucha atenta de su Palabra en las diversas circunstancias de la historia. El profeta siente arder en su corazón la pasión por la santidad de Dios y, tras haber acogido la Palabra en el diálogo de la oración, la proclama con la vida, con los labios y con los hechos, haciéndose portavoz de Dios contra el mal y contra el pecado» 137. Para vivir con serenidad, gozo y entusiasmo, y ofrecer el testimonio profético de su consagración religiosa, el Misionero Hermano precisa un clima de intensa vida espiritual personal y comunitaria orientada a la plena configuración con Cristo pobre, casto y obediente. La espiritualidad misionera le lleva a fomentar el discernimiento de los signos de los tiempos, la caridad apostólica, la disponibilidad, el servicio y la solidaridad. Desde ella puede responder a las grandes provocaciones que se presentan a su vida quieren escuchar la llamada profunda del corazón humano y aliviar el ansia de paz, libertad y comunión, que son ansias de Dios. Su consagración les dota de energía y fortaleza para ser pioneros en las fronteras de la evangelización. 134 Aut 494; CC 9. 135 Cf LG 44. 136 LG 31. 137 VC 84. consagrada y ofrecer la «terapia espiritual» que ayuda a la humanidad, herida por el pecado, a orientar los valores de la sexualidad, la posesión y la libertad en la perspectiva del bien absoluto, que es Dios. La escucha e interiorización de la Palabra de Dios, la vivencia del misterio pascual en la Eucaristía, la entrega filial al Corazón de María y la constante referencia a las necesidades del pueblo, sobre todo de los más pobres y necesitados, le ayudan a mantenerse en constante actitud de conversión y de permanente éxodo. Avivando la fe, la esperanza y la caridad, puede alimentar y fortalecer sus motivaciones vocacionales, superar todo riesgo de interpretar el sentido de la vida sin referencia a lo que es y hace como consagrado por la causa del Reino y vencer cualquier tentación de refugiarse en la competencia profesional o de aspirar a otra vocación que no es la suya, aunque se presente como urgente y necesaria. Me refiero al sacerdocio. 2.2. Profeta de comunión y fraternidad La fraternidad es el paisaje interior del alma del Hermano. En este cuadro de referencia adquiere sentido toda su vida y misión. La vida fraterna es un acto profético en nuestra sociedad, que esconde un profundo anhelo de fraternidad sin fronteras138. Lo es en la Iglesia, que no se halla exenta de extraños comportamientos en el ejercicio de la autoridad ni acaba de adoptar el camino de la sencillez y de la humildad. Y lo es en el interior de la misma vida consagrada, que tampoco termina de liberarse de los atavismos clericalistas y de las nada evangélicas diferencias. Las comunidades religiosas, convocadas y alimentadas por el Espíritu, tienen la misión de ser signos particularmente legibles de la íntima comunión que anima y constituye a la Iglesia y de ser apoyo para la realización del plan de Dios139. Son hermanos entre hermanos. No sólo en la propia comunidad, sino también en la comunidad cristiana y entre los que no forman aún parte de ella. 138 139 VC 85. CIVCSVA: La vida fraterna en comunidad... Roma, 1994, n. 10. En la tradición de la comunidad claretiana los Hermanos han estado ofreciendo el rostro materno de la Congregación con su acogida, cercanía, ternura, compasión y servicialidad. Han hecho de la casa un hogar y de la vida en común una vida familiar. Se han desvelado y desvivido por todos y por todo en la casa. La novedad del signo profético inherente a la fraternidad está hoy en el amplio radio de acción y en la densidad espiritual que comporta la vida misionera. Los Hermanos tienen algo muy importante que hacer y decir ante la insistente llamada de la Iglesia a los religiosos, a quienes considera «expertos en comunión» en un mundo profundamente dividido140. En los Misioneros Hermanos tiene la Congregación la avanzadilla de su misión en el mundo141. Pueden llegar a fronteras que no son accesibles o adecuadas al Presbítero y pueden ser vínculo con hombres y mujeres que se hallan en ámbitos de trabajo en los que no es fácil aceptar al presbítero. Para ellos es más fácil participar en movimientos que denuncian la discriminación y se ocupan de la dignidad humana de los marginados y de los excluidos, o en iniciativas laicales en favor de la vida y la integridad y seguridad de la creación. Los Hermanos llevan dentro de sí un caudal inmenso para hacer converger a los miembros de nuestras comunidades entre sí, a los de dentro con los de fuera de casa, a los Presbíteros con los fieles, a los que creen con los que no creen. Tienen especial carisma Cf CRIS: Religiosos y promoción humana, Roma 1980, n. 24 . VC, 51 afirma a este propósito: «La Iglesia encomienda a las comunidades de vida consagrada la particular tarea de fomentar la espiritualidad de la comunión, ante todo en su interior y, además, en la comunidad eclesial misma y más allá de sus confines, entablando o resaltando constantemente el diálogo de la caridad, sobre todo allí donde el mundo de hoy está desgraciado por el odio étnico o las locuras homicidas. Situadas en las diversas sociedades de nuestro mundo, frecuentemente laceradas por pasiones e intereses contrapuestos, deseosas de unidad pero indecisas sobre las vías a seguir, las comunidades de vida consagrada, en las cuales conviven como hermanos y hermanas personas de diferentes edades, lenguas y culturas, se presentan como signo de un diálogo siempre posible y de una comunión capaz de poner en armonía las diversidades». 141 «Los Hermanos aportan, para bien de la misión de la Congregación, las preocupaciones y esperanzas del mundo de hoy, a ellos tan cercanas»: CC 80. 140 para el servicio de reunir a las gentes y hacerles pasar de los caminos a la mesa del Señor. En la pastoral familiar, en el trabajo con seglares, en la promoción de la dignidad de la mujer, en el mundo de la marginación, en la promoción de la paz y de la justicia y en tantos otros campos de apostolado, siguen encontrando formas adecuadas para hacer presente el signo y el ejercicio de la fraternidad. Pero en el umbral del tercer milenio se les abren nuevos horizontes para hacer de la fraternidad una gran señal de la «civilización del amor». Ahora que parece haberse creado una conciencia de pertenencia a esta «aldea global», surgen las migraciones, los trasvases culturales y económicos, el despertar religioso y el florecimiento de las sectas, etc. Todo ello hace más urgente y necesaria la creatividad para saber elegir las formas de comunicación y establecer el diálogo interracial, interétnico, intercultural e interreligioso y ecuménico. Seguramente que nos abrirán a todos a una nueva espiritualidad de comunión, con todo lo que implica de novedad en la forma de pensar, de decir y de obrar, y con todo lo que exige de coherencia para adoptar una vida más inserta entre los que son excluidos. Sin descuidar ni disminuir esa exquisita atención a los otros miembros de su comunidad claretiana, el Misionero Hermano, en tanto que testigo y artífice de comunión, se ve invitado a habilitarse para el diálogo, la acogida, la iluminación, la orientación y la solidaridad, y a ensanchar las relaciones con cuantos pueden esperar de él cercanía, aliento, esperanza y reconciliación. Lo cual postula un alto grado de madurez humana, espiritual y pastoral. Es un nuevo talante el que hay que adquirir para saber superar la diversidad y la discrepancia, el afán de defender la privacidad y el narcisismo, la insolidaridad y el egoísmo; y hacer realidad la familia de los hijos de Dios. 2.3. Misionero creativo para la evangelización de todo el mundo Desde los primeros años de la Congregación se pedía a todos los que deseasen entrar en ella, fueran Sacerdotes o Hermanos, «cualidades para ser un buen misionero»142. El buen misionero venía descrito en los capítulos dedicados a la vida evangélica y apostólica de las Constituciones. El texto renovado afirma que los Misioneros Hermanos tienen un quehacer de gran importancia en la evangelización de todo el mundo y les pide que renueven constantemente el espíritu misionero 143. ¿Qué significa hoy renovar ese espíritu misionero sino que actúen en fidelidad y solicitud ante los grandes retos que se le presentan a la evangelización? O con otras palabras, ¿que ejerzan su servicio misionero en aquella fidelidad creativa que brota del apasionado amor de Cristo y que apremia a correr y a volar al lado del necesitado? Fidelidad creativa y solicitud son actitudes básicas de quien se halla poseído por el Espíritu de Dios y volcado en el anuncio del Reino. El Misionero Hermano es fiel desde el amor que Dios le tiene y es solícito desde la ardiente caridad que el mismo Dios pone en su corazón. Su creatividad es fruto de la inspiración y la fuerza del Espíritu. Intenta asemejarse al siervo fiel y solícito del Evangelio, quien, por estar identificado con la voluntad de su señor, se siente disponible en todo y para todo; no distingue entre quehaceres grandes o pequeños; ni siquiera busca la recompensa, pues sabe que no ha hecho otra cosa que lo que tenía que hacer144. La servicialidad y la laboriosidad, inherentes a la vocación del Misionero Hermano, brotan espontáneamente de su carisma claretiano. En Claret, hombre todo de Dios, aprenden a trabajar incansablemente y a multiplicar sus servicios. De él heredan la incesante inquietud por lo más urgente, oportuno y eficaz. 142 CC, 1857, nn.39 y 44. El P. Xifré como primer requisito pedía «vocación decidida y espíritu apostólico»: Cf Relación sumaria del Instituto Religioso de los Misioneros Hijos del Corazón de María, Madrid, 1891. 143 CC 80. 144 Cf Lc 17,10; 12, 42-45; 16,10; 19,15-19; Mt 24, 42-45; 25, 21. La vocación de Misionero Hermano puede realizarse de múltiples formas, a través de diversas acciones o determinados ministerios. Está llena de posibilidades para hacerse presente y colaborar en la realización del Reino. El Plan General de Formación habla de los ministerios propios de los Misioneros Hermanos, tanto instituidos como no instituidos; y refiere un elenco de los relacionados directamente con el servicio misionero de la Palabra y de los que preparan, acompañan o complementan este servicio145. Es una buena enumeración, que podría ampliarse, porque pueden surgir nuevas posibilidades, a las que habría que estar abiertos. Parece congruente mantener esa doble referencia al servicio misionero de la Palabra (directa o indirectamente). No se descarta ningún tipo de servicio, incluyendo también el material y el doméstico, que hace posible el cumplimiento de la misión claretiana146. De todos modos, no se trata ahora de decir cuáles serían las actividades que habría que privilegiar, pues eso dependerá de las circunstancias personales y de los constextos culturales y sociales. Lo que parece más importante subrayar en estos momentos es que nuestros Misioneros Hermanos, en fidelidad al carisma misionero claretiano, traten de cultivar la capacidad de apertura y disponibilidad al Espíritu que se va manifestando en la historia y en cada contexto pide su colaboración sin reserva. El servicio misionero de la Palabra hablada, escrita, enseñada o expresada de otras diversas formas, requiere ser traducido creativamente, desde la vocación de Hermano, en el primer anuncio (misión «ad gentes») y en la nueva evangelización, que postula cambio de contenido, métodos, destinatarios y lenguaje; en la respuesta al desafío de la inculturación del Evangelio y del carisma religioso; en la forma de situarse en los nuevos areópagos de misión (la educación entendida en un sentido amplio, el diálogo entre fe y cultura, los medios de comunicación); en la forma de 145 146 PGF 435. Cf ALONSO,G.: Los Hermanos y la misión claretiana hoy, AC 55 (1981) 6. ejercer la solidaridad con los más pobres (inserción) y trabajar por la promoción humana, etc147. Estos horizontes de acción pueden entusiasmar e ilusionar a quien quiera entregarse sin reservas y hasta el final por amor a los más necesitados. Pero el Hermano, es cierto, no tiene por qué hacerlo todo ni valer para todo. Desarrolla su trabajo corporativamente y dentro del «nosotros congregacional» en el que cada uno aporta «según su ingenio». Lo que sucede es que para estar gozosamente disponible y asumir compromisos misioneros con altos riesgos y no pequeñas responsabilidades, es preciso pensar en personalidades fuertes, integradas, seguras, llenas de vida interior, capaces para la convivencia y para el trabajo en equipo, profesionalmente bien preparadas y animadas de un gran celo apostólico. La fidelidad y la creatividad, inherentes a su servicialidad y laboriosidad, les reclaman vigilancia y discernimiento ante los movimientos culturales, económicos, políticos y religiosos. Si quieren ser voz de los que no tienen voz, han de estar habilitados para iluminar una situación, para ofrecer una opinión, para defender un derecho, etc., con autoridad. Hermanos así preparados son los que harán avanzar la misión de la Congregación y la harán cruzar fronteras hasta ahora sólo tímidamente franqueadas. Como ejemplo pueden valer estos dos puntos. 1. Evangelización de la cultura: el divorcio entre la fe y la cultura, sigue siendo y lo será por mucho tiempo el drama del cristianismo: Hasta ahora ha sido un campo que parecía casi cerrado a los Hermanos. Sin embargo, creo que, siguiendo el espíritu de Claret, deberíamos darles en este trabajo más y más espacio. Será un gran bien para la Congregación el día en que tengamos Hermanos que, en fuerza de su fidelidad creativa, se 147 Son aspectos sobre los que la VC llama al compromiso a todos los religiosos: Cf VC 96-102. responsabilicen de la educación cristiana. Otro tanto cabe decir ante aquellos otros servicios que, en la evangelización de la cultura, son más conformes con su vocación laical. 2. Fundaciones en los nuevos frentes misioneros: estas fundaciones están pidiendo la presencia de Misioneros Hermanos en ellas. La Congregación tiene que ofrecer su rostro y su servicio desde la integridad del carisma claretiano, el cual no es monopolio de los Presbíteros. Por eso, los Hermanos están llamados a incorporarse en el desplazamiento congregacional, pedido por el último Capítulo General, hacia Asia, Africa y el Este Europeo. Cuando en los orígenes de una fundación no hay Hermanos, la comunidad claretiana no se puede expresar completamente y es muy difícil suscitar vocaciones para Hermanos. 2.4. María y José, modelos de identificación La espiritualidad de nuestros Hermanos Misioneros es un camino que puede conducir a las más altas metas místicas. Nuestros Hermanos, adecuadamente acompañados en su espiritualidad, tienen una vocación preciosa que lleva a la total configuración con Jesucristo. En este camino, ellos son y han sido especialmente sensibles a la experiencia de María y de José, o, si queremos, del hogar y taller de Nazaret. Vivir siempre en la presencia de María, como Hijos de su Inmaculado Corazón, ha sido y es un gran estímulo en la misión de nuestros Hermanos. María es reconocida por ellos como Madre, Maestra, Formadora. José ha aparecido como el «laico» justo, que sabe estar al servicio de Jesús, de María y de su pueblo a través de un estilo de vida servicial y creativo; como el laico consagrado que supo acoger la voluntad de Dios y dedicar toda su vida a Jesús y a María; como el contemplativo que tomó las decisiones más arriesgadas dentro de la más serena modestia. El mismo Jesús siguió el estilo de vida de José, hasta que llegó su «hora». Esa experiencia espiritual le sirvió de inspiración y base para su etapa profética y mesiánica. El Espíritu hace su obra en nuestros Misioneros Hermanos. Ellos deben reconocerlo y cultivar el don recibido por medio, sobre todo, del acompañamiento espiritual. Y, a su vez, los Misioneros Hermanos que hayan recibido el don de la paternidad espiritual con relación a otros, pueden y deben ejercerla, como José. 3. Desafío y compromiso para toda la Congregación ¿Tiene la Congregación capacidad para acoger, cultivar y formar vocaciones de aquellos Misioneros Hermanos que necesita para atravesar los umbrales del año 2000 con eficacia evangelizadora? ¿Qué está pidiendo a la Congregación una figura de Misionero Hermano para estos momentos de la Iglesia y del mundo? Probablemente lo más urgente que se nos está pidiendo es un examen personal y colectivo sobre los cuadros de referencia en los que nos movemos como misioneros claretianos y sobre el futuro que estamos alumbrando. Las preguntas formuladas tienen a la base estas otras: ¿Qué comprensión tenemos de nuestro carisma misionero y qué adhesión prestamos a las opciones radicales que de él derivan?148 ¿Hasta que punto tenemos asumido que la Congregación es una comunidad integrada por Presbíteros, Diáconos, Hermanos y Estudiantes? ¿Cómo nos corresponsabilizamos de su futuro? ¿Qué nos está suponiendo la ausencia de Misioneros Hermanos en la vida comunitaria? ¿Somos conscientes de que, siendo nuestra misión evangelizadora corporativa, la carencia de Hermanos la reduce y debilita? En defintiva, ¿qué valor concedemos a la vida religiosa en nuestra vocación claretiana? Y, tras las respuestas a estas preguntas, hemos de seguir interrogándonos por el tipo de formación que estamos dando a los Hermanos y el esfuerzo que estamos haciendo por ubicarles adecuadamente en la vida apostólica. 148 Cf MCH 161-179; CPR 72-91; SP 18-20. Estas preguntas son otros tantos estímulos para que reforcemos el propósito de hacer una Congregación más carismática y evangélica, más eclesial y dinámica en la colaboración con todos, más fraterna y más corresponsable, más corporativamente misionera y comprometida en los contextos culturales y sociales que vamos discerniendo como lugares de mayor urgencia para hacer presente el Reino de Dios. Para una Congregación así descrita seguramente que no faltarán nuevas vocaciones de Hermanos. 3.1. Un don que amar y que pedir Este es el gran desafío que nos traen los Hermanos hoy a todos los miembros de la Congregación: apreciar, celebrar y cuidar la gracia de su vocación. Los Hermanos son un don inestimable y un signo de benevolencia divina para la comunidad claretiana y para la comunidad cristiana. La vocación del Misionero Hermano es un don del Espíritu, que lo otorga a quien quiere y cuando quiere. Pero sólo arraiga en una comunidad que reconoce, agradece, ama y celebra este don. Su ambiente propicio es aquel en el que se vive el espíritu de las bienaventuranzas y está caldeado por el espíritu misionero universal. En un clima en el que se respira el Evangelio se siente admiración por lo que nos llega sin merecerlo, por la vida sencilla, humilde, abnegada y misericordiosa que se pone incondicionalmente al servicio del Evangelio. Se quiebran las valoraciones de las personas por el éxito, la eficacia, el prestigio y el poder. Si la Congregación no cree, ni estima, ni agradece tener Misioneros Hermanos, no los va a tener nunca. Por eso, lo mejor que podemos hacer es orar implorando la bendición del Señor y disponer nuestro corazón para acoger estas vocaciones. Hemos de hacer todo lo que esté de nuestra parte para crear un nivel de espiritualidad adecuado y ofrecer aquellas oportunidades que permitan desarrollar esta vocación con toda su capacidad misionera. En esta oración no debe faltar la petición de la intercesión de los cinco Beatos Misioneros Hermanos, Mártires de Barbastro. El testimonio de su amor a Jesucristo hasta la entrega de la propia vida ha de perdurar en nuestros corazones como incentivo para apreciar y promover vocaciones que imiten su ejemplo. Podemos estar seguros de que también oran con nosotros todos aquellos Hermanos que, en la vida cotidiana, han ejercido el heroísmo de la caridad. 3.2 . Llamada a la imaginación y la audacia Los Misioneros Hermanos ponen a prueba la imaginación y audacia de la Congregación entera sobre la forma de vida evangélica que llevamos, sobre el modo de expresar el carisma claretiano en su integridad y dinamismo misionero y, desde un punto de vista más amplio, la comprensión y vivencia del misterio de la Iglesia y de su misión evangelizadora. Es un desafío que apunta a lo esencial. Se nos pide lucidez para apreciar toda la riqueza que entraña nuestro carisma misionero en la Iglesia y para abrirle nuevos caminos. Llamados a construir un mundo nuevo y a trabajar corporativamente, aunando fuerzas y sin desperdiciar energías, hemos de saber bien quiénes somos y cómo conducirnos. No basta la buena fe. Hace falta más lucidez para remediar el vacío que experimentan quienes, envueltos en un torbellino de actividad, ponen entre paréntesis los valores esenciales de su vida religiosa. Es inútil que hablemos de desafíos antropológicos y culturales cuando nos hallamos desprovistos interiormente para darles una respuesta adecuada desde el testimonio de vida y desde la palabra oportuna. En comunidades sin preocupación por las grandes lacras sociales, sin sensibilidad evangélica, sin ejercicio de la fraternidad, sin clima de fe y oración y sin grandes compromisos apostólicos, no tienen puesto los Misioneros Hermanos. Nos está costando demasiado abrirnos a una nueva comprensión de la Congregación en la Iglesia y de su misión evangelizadora hoy. Estamos tan absortos en los contextos reducidos de nuestras comunidades locales y provinciales que creemos queeso es lo único que existe. Vamos funcionando y, en la medida en que todo va bien, quedamos satisfechos. Lo que va más allá de estos límites, aunque se conozca, tiene poca incidencia. Hacemos una lectura de nuestro carisma misionero demasiado superficial y de bajos vuelos. Es verdad que, por lo general, en los lugares donde trabajamos encontramos muchas urgencias, necesidades y nos parece imposible llegar a todo. Pero también es cierto que la visión de nuestro ministerio es muy recortada y clericalista. Nosotros, que tendríamos que ir por delante abriendo caminos en la forma de vivir y de evangelizar, raras veces levantamos la mirada para ver hacia dónde camina el Pueblo de Dios y qué alcance tienen para nosotros los grandes acontecimientos mundiales y eclesiales. Para muchos pasa desapercibido el cambio epocal que estamos experimentando, y quienes se dan cuenta de que ya estamos embarcados en la travesía, desconocen que el carisma claretiano tiene capacidad de respuesta a los nuevos planteamientos eclesiales y a los nuevos contextos socioculturales que van emergiendo. La audacia viene requerida para hacer una propuesta entusiasmante y convincente de la vocación de Misionero Hermano. Porque no basta tener las ideas claras o quedarse en la utopía; es preciso atreverse a presentar la figura del Hermano como un fiel seguidor de Jesús que consagra su vida al servicio misionero de la Palabra dentro del gran proyecto evangelizador de la Congregación. Este atrevimiento es comprometedor porque supone invitar a otros a participar plenamente en la propia vida misionera desde otro talante que no estamos acostumbrados a expresar. ¿No encontramos aún claretianos que piensan que los Hermanos siguen estando al servicio de los Presbíteros, como si fuesen sus «auxiliares», sin percatarse de que los Hermanos y los Presbíteros se corresponsabilizan unos de otros en el seguimiento de Jesús y en el servicio misionero de la Palabra? No en todas las comunidades, por ejemplo, Presbíteros y Hermanos miran en la misma dirección, se hacen signos sencillos y transparentes de la fraternidad y suman sus esfuerzos para llevar adelante proyectos comunes. Y, sin embargo, esto habría de ser lo habitual en nuestra vida claretiana. Suscitar y cuidar las vocaciones de Hermanos no es una tarea que les corresponda realizar sólo a ellos, ni sólo a los promotores vocacionales y a los formadores. Cada una de las personas de la Congregación tiene que contagiar este deseo de que otros sean llamados a participar en nuestro don y servicio. Cada claretiano y cada comunidad tienen que comprometerse en el descubrimiento de vocaciones de Misioneros Hermanos y hacer todo lo posible para que crezcan y lleguen a plenitud. 3.3. Hacer operativo el Plan General de Formación Según lo que se va diciendo, ¿qué cualidades habrán de tener los Misioneros Hermanos en nuestra Congregación? ¿Cómo habrán de ser formados? El Plan General de Formación se ha adelantado a dar la respuesta149. A lo largo de él está subyaciendo la figura del misionero claretiano que hoy debe integrar nuestra comunidad congregacional, sea Presbítero o Misionero Hermano. Está suponiendo que los candidatos son aptos para la vida fraterna en comunidad y para colaborar en la misión evangelizadora de la Congregación150. El desafío que tenemos ahora es cómo poner en práctica o hacer operativo este Plan en las Provincias. El criterio básico en la formación, sea para el ministerio ordenado o para Misionero Hermano, es la misión. La referencia al servicio misionero de la Palabra sirve también de criterio de selección vocacional y de orientación a la formación. El Plan General de Formación ofrece un conjunto de aspectos particulares Cf PGF nn. 425 y ss. Sobre todo, los nn. 428-433. «En el modo de vivir la vocación y realizar la misión hay que tener en cuenta: los carismas personales; las cualidades para ejercer un ministerio concreto; las necesidades de la Iglesia, de la Congregación y del mundo; la disponibilidad para el servicio universal; la capacidad para trabajar en colaboración con otros»: PGF, n. 426. 149 150 que habrá que destacar en la formación de los Hermanos151. Puede ser que a algunos, pensando en los Hermanos que hemos tenido y tenemos, les parezca demasiado alto el nivel propuesto. Pero no podemos renunciar a este nivel si mantenemos la conciencia del momento que estamos viviendo y las exigencias de la misión que estamos llamados a realizar. De ahí que, a parte de empeñarnos en suscitar vocaciones de Misioneros Hermanos, hayamos de ser muy estrictos en la selección vocacional. Es obvio que no a cualquiera que se presente con buenos deseos de ser misionero se le puede aceptar. Y también hay que ponderar mucho mejor el ofrecimiento a un candidato la posibilidad de ser Misionero Hermano porque no puede continuar los estudios sacerdotales. Aunque la primera profesión ha de hacerse según el estado de conciencia del momento152, puede haber casos en los que sea necesario seguir acompañando al formando en el proceso vocacional específico. Se debe evitar todo estado de indiferenciación, pero cabe estar abiertos al cambio y decidir definitivamente a la hora de hacer la profesión perpetua si responderán a su vocación como Presbíteros o Misioneros Hermanos. El desafío en estos casos se centra en el adecuado discernimiento, que han «Entre los aspectos particulares, cabe destacar los siguientes: - Una formación humanitaria sólida que posibilite el contacto con el hombre y la cultura de hoy y la adquisición de una particular sensibilidad hacia el mundo del trabajo, de la educación, de la economía, del arte, de la comunicación social y de las relaciones humanas. - Una formación bíblico-teológica que asegure la fundamentación de su vida claretiana laical y de la misión apostólica que ha de desempeñar. - Una formación pastoral, en línea con nuestro carisma misionero de servidores de la Palabra y de los ministerios propios de su condición laical, que le permita una plena integración en la misión claretiana (cf SP 8,2). - Una formación profesional en perspectiva misionera, especializada y, a ser posible, titulada, que le capacite para realizar servicios cualificados en la comunidad y una presencia testimoniante en otras situaciones temporales (cf Dir 252,c; 254, b). - Una formación sociopolítica para responder a las exigencias y opciones de nuestra misión y a los desafíos que plantea la realidad de cada pueblo»: PGF, 428. 152 Cf Dir 205. 151 de tomarse muy en serio tanto los candidatos como los formadores y superiores en orden a purificar y afianzar las motivaciones. La misión claretiana es universal y, a medida que pasa el tiempo, la Congregación se está haciendo más internacional y pluricultural. Conviene que para que los Misioneros Hermanos puedan compartir esta realidad y cooperar en las nuevas misiones, ya desde el inicio, aprendan al menos otra lengua extranjera. 3.4. La plena integración en la vida y misión de la Congregación Desde el Concilio se ha venido dando en la Congregación un proceso de integración en su vida y misión. Aunque hayan sido menos los Hermanos, se ha esmerado la formación y han asumido responsabilidades en actividades de pastoral, formación, gobierno y economía. En esta línea, ya se ha dicho, la Congregación seguirá abierta a cualquier paso sucesivo que haya que dar para que los Hermanos puedan ejercer servicios de gobierno como superiores. Pero, contando con todo esto, el desafío de la plena integración en la vida y misión de la Congregación viene de otro ángulo, cual es el servicio misionero de la Palabra. El Hermano tiene potestad de hablar, de anunciar y de denunciar. No es una concesión «darle la palabra»; es una obligación que le nace de su vocación. Lo cual significa que pueden y deben participar en el anuncio del Reino en los nuevos areópagos. Felizmente esta participación se está dando ya en algunas partes, y son en esos lugares donde más vivo es el deseo de que los Hermanos puedan ser superiores. A la vez que trabajamos por suscitar vocaciones de Hermanos, hemos de ir disponiéndonos para acogerles, hacer con ellos verdaderas comunidades fraternas y prepararles espacios en los que puedan colaborar corresponsablemente en la misión. Es urgente acabar con todo atisbo de clericalismo en la Congregación. Pero no va a ser posible hasta que no seamos capaces de hacer participar y corresponsabilizar a los Hermanos en la vida y misión de la Congregación. La vuelta al Evangelio y a las Constituciones es la única manera que veo para que cambiemos de mentalidad respecto al valor de la vocación de los Hermanos y para hacer entre todos, Hermanos, Diáconos, Presbíteros y Estudiantes, una fraternidad evangélica y evangelizadora. 4. Algunas recomendaciones Para concluir, me permito sugerir algunas tareas globales y básicas que ayuden a llevar a la práctica las reflexiones anteriores. 1. Necesitamos seguir estudiando el tema de la relación entre Presbíteros y Hermanos en nuestra comunidad misionera y de ésta con los seglares. Conviene que sobre ello se reflexione tanto a nivel personal como de grupos mixtos, en los que particpen Presbíteros, Estudiantes y Hermanos. Todos hemos de aportar nuestras ideas, iniciativas y compromisos. Así haremos entre todos una Congregación capaz de acoger el don de la vocación del Misionero Hermano y de hacerle corresponsable del proyecto misionero de la Congregación. Es preciso que en estos foros de trabajo se manifieste la reciprocidad y la complementariedad de los dones en nuestra vida misionera. 2. La mejor manera de conocer quiénes han sido y cómo han trabajado apostólicamente nuestros Misioneros Hermanos es elaborar una historia documentada de los Hermanos en la vida y misión de la Congregación. Igualmente, con motivo de los 150 años de la Congregación se podría elaborar un catálogo y un pequeño necrologio de los Claretianos más ilustres, singularmente de los Hermanos, que quizá son menos conocidos. 3. Hemos de asumir el compromiso de encontrar las vocaciones de Misioneros Hermanos, que el Espíritu nos está concediendo. En la pastoral vocacional debemos presentar esta vocación con entusiasmo, como una llamada llena de posibilidades inéditas en la Congregación. Por eso, no pueden faltar los Hermanos, si los hay, en los equipos de Pastoral Vocacional. 4. Es muy beneficiosa la presencia de los Misioneros Hermanos en la Formación, tanto inicial como continua; también de los Misioneros candidatos para el ministerio ordenado. A no pocos de ellos les es concedido el don de la paternidad espiritual. 5. Conviene que los Hermanos, aunque sean pocos, estén presentes en las nuevas fundaciones, sobre todo donde el futuro vocacional es esperanzador. Pero también deben encontrar en esas fronteras de misión todas las facilidades necesarias para hacer realidad su vocación misionera. 6. En nuestras comunidades han de celebrarse con especial solemnidad las fechas jubilares de la profesión religiosa de los Misioneros Hermanos y de los Presbíteros. Es una ocasión muy adecuada para recordar y agradecer la gracia que nos hace ser hermanos y servidores del Evangelio. CONCLUSIÓN Esta circular, como se ha podido advertir, es, ante todo, una invitación a vivir en fidelidad dinámica la gracia de nuestra vocación en Congregación. No es solamente una carta sobre los Hermanos, sino sobre la entera comunidad misionera, en la que los Hermanos son parte imprescindible. Si aquí se presta especial atención por los Misioneros Hermanos, se hace en favor de toda la Congregación y, en definitiva, en favor de la Iglesia como servidora del Reino. La Congregación ha sido agraciada con diversos dones del Espíritu, quien, a la vez, le ha otorgado la gracia de la unidad en la diversidad para que sea parábola, «profecía existencial de comunión», signo elocuente de su presencia y dinamismo entre los hombres. Ha querido contar con nosotros para hacer nuevas todas las cosas153. Pero ha querido 153 Cf Ap 21, 5. contar como le ha parecido: formando una comunidad de Presbíteros y Hermanos. «Ya es hora de despertar»154. Los dones que hemos recibido son para hacerlos fructificar en favor de los demás; en definitiva, para que el mundo crea y se salve. Repensar y reafirmar nuestras identidades se hace en vistas a algo más importante: dar coherencia a nuestras vidas y articular nuestras fuerzas para anunciar el Evangelio del Reino, sobre todo, a los más pobres y necesitados. No somos fieles a la vocación por el mero hecho de permanecer en la comunidad claretiana, sino haciendo, en docilidad al Espíritu, lo que está en nuestras manos para que cada uno y todos juntos crezcamos en santidad de vida y, en comunión con los pastores, los laicos y otros religiosos, contribuyamos a realizar el proyecto de la nueva humanidad salvada y reconciliada155. Volvamos nuestra mirada una y otra vez a María, la bienaventurada porque ha creido156, la Madre de Jesús y nuestra, la primera discípula y formadora de apóstoles. Ella nos ayuda a reconocer y a agradecer el proprio don; a ser «oyentes y servidores de la Palabra» y a recrear nuestra fraternidad; nos contagia su solicitud para el servicio; nos mantiene atentos a las necesidades de los demás y nos impulsa a salir con presteza a ayudarles. Porque es la Madre y Fundadora de la Congregación podemos estar seguros de que vela por el crecimiento de nuestra fidelidad personal y comunitaria. Descubriéndonos su Corazón traspasado nos invita a contemplar los rostros de hombres, mujeres y niños desfigurados por el hambre, la marginación, la humillación y el atropello de sus más elementales derechos, y nos anima a estar cerca de los que, por cualquier causa, sufren en el cuerpo o en espíritu. Encendiéndonos en la caridad de su Corazón Inmaculado Cf Rom 13, 11. Cf Col 1, 20-22. 156 Cf Lc 1, 45. 154 155 nos urge a ocupar puestos de vanguardia misionera, sin tener miedo a los altos riesgos, y nos pide que en los cinco continentes confesemos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. De su mano entraremos, a una con la Iglesia peregrina, en el tercer milenio, que confiamos será tiempo de gracia para todos los pueblos. Roma, 2 de febrero, 1997. Aquilino Bocos Merino, C.M.F. Superior General Índice LOS MISIONEROS HERMANOS: UN DESAFÍO PARA LA VIDA Y MISIÓN DE LA CONGREGACIÓN ..................................... 1 0. Introducción ................................................................................... 1 I. La realidad que nos interpela: Indicadores de un nuevo contexto 3 1. Algunos datos previos ................................................................... 3 1.1. Hermanos en las congregaciones clericales: tema importante de reflexión ...................................................................................... 3 1.2. Las estadísticas de nuestra Congregación ................................. 5 2. Grave crisis de identidad ............................................................... 6 2.1. Algunos síntomas ........................................................................ 7 2.2. Motivos de esta crisis de identidad ........................................... 10 2.3. Un razonable malestar ............................................................. 13 2.4. Signos de esperanza ................................................................. 13 II. Llamados «al estilo de los Apóstoles» ........................................ 17 1. Ante todo, hagamos memoria ...................................................... 17 1.1. Acción de gracias ..................................................................... 18 1.2. Evocación ................................................................................. 18 1.3. Los Hermanos hoy .................................................................... 21 2. Los Hermanos, parte integrante de la Congregación ................... 21 2.1. En el proyecto fundacional ....................................................... 21 2.2. En el proceso de renovación .................................................... 25 3. «Misioneros» por el Reino: dignidad e igualdad ........................ 26 3.1. Todos misioneros en fraternidad carismática .......................... 26 3.2. Todos al servicio misionero de la Palabra con talante profético 30 3.3. Intercambio de dones y reciprocidad ....................................... 32 3.4. Aportaciones específicas en el servicio misionero de la Palabra 34 3.5. Hacer efectiva la solidaridad en el servicio ............................. 37 4. Fraternidad y servicio: un camino de espiritualidad misionera ... 39 4.1. Como Claret: primer Hermano y servidor ............................... 40 4.2. Espiritualidad de fraternidad misionera .................................. 41 4.3. Espiritualidad del servicio misionero ....................................... 42 4.4. Intercambio de dones como expresión de espiritualidad ......... 43 5. La Congregación, ¿Instituto clerical o mixto? ............................. 45 5.1. Breve apunte histórico .............................................................. 46 5.2. Para seguir reflexionando y compartiendo .............................. 50 III. Misioneros Hermanos en esta hora de «fidelidad creativa» ...... 52 1. Un contexto propicio para suscitar nuevas perspectivas ............ 52 2. El nuevo perfil del Hermano Misionero ...................................... 54 2.1. Testigo ungido para evangelizar .............................................. 54 2.2. Profeta de comunión y fraternidad ........................................... 57 2.3. Misionero creativo para la evangelización de todo el mundo . 59 2.4. María y José, modelos de identificación .................................. 63 3. Desafío y compromiso para toda la Congregación ...................... 64 3.1. Un don que amar y que pedir ................................................... 65 3.2 . Llamada a la imaginación y la audacia .................................. 66 3.3. Hacer operativo el Plan General de Formación ...................... 68 3.4. La plena integración en la vida y misión de la Congregación . 70 4. Algunas recomendaciones ........................................................... 71 CONCLUSIÓN ............................................................................... 72