Lengua de Fuego …y como la sombra del ave que pasa volando sintió la presencia de eso que imagino antes de ver. Su corazón empezó a latir más fuerte, sus piernas se pusieron firmes. Con la mano trémula tomó una piedra. Ya había dejado ir el rebaño de cabras. De pronto salió a vista, ahí iba, vestida de color de noche. Él odiaba ese movimiento perfecto que hacía con su cuerpo – cómo demonios se mueve así, si no tiene patas- Afilo la mira a la cabeza… pero ella se detuvo, miró hacia atrás, y como desafiando al pobre niño asustado saco la lengua y lo miro fijamente. Él se quedo petrificado. Era como si ella le amenazara, o le advirtiera sobre su acto. Cuando él reaccionó, ya se había escondido entre las raíces de un sabino. Entonces recordó lo que hace años le había contado su abuelo sobre las serpientes: las serpientes cautivan con sus ojos, hechizan con su lengua; nunca corras frente a ellas. No trató de sacar la serpiente. Ya tenía mucho que no veía una, y menos aún que una lo veía de esa forma. Dio cuenta que su ganado le había dejado, y sintió que él se había perdido del rebaño, y no lo contrario. Silbó fuerte varias veces, de esa manera tan curiosa que a la gente le daba risa, pero que a sus cabras les daba por contestar, oyó el grito de la cabra Mancha, su fiel Mancha. Caminó hacia esas, que estaban cerca del pequeño rio, muy pensativo. Cada vez que se acercaba más al rio y escucha más el fluir del agua, le parecía escuchar voces confusas como melodía de la corriente. No molestó a su ganado, estaba unido y en buen lugar. Se sentó junto al fluir del agua en una roca grande. De pronto, volvió a sentir aquella presencia de hace minutos. Su cuerpo se volvió a poner duro, su vista buscaba por todas partes y, también, sus manos torpes una roca a sus costados. Y apareció frente a él, en una poza que simulaba un lago en diminuto, danzando sobre el agua - también le aterrorizaba que aquel animal pudiera andar sobre el agua. Cómo, si no tiene ni patas ni manos- Y la serpiente volvió a levantar la cabeza, a verlo fijamente y sacar su lengua de fuego. Él de nuevo se paralizo. Pero de repente un águila grito, él, como por inercia, soltó la piedra y dio en la cabeza de la serpiente. Hizo una mancha de sangre, y la cabeza se hundió primero, como si todavía quisiera huir aún sin moverse, y sumergió al último la cola. Se di cuenta que había vuelto a perder el rebaño, y volvió a silbar fuerte…