R28 b COLUMNA LATERCERA Sábado 20 de abril de 2013 Lo Innombrable… ¿Puede realmente creerse que cuando se han juntado todos esos ingredientes, dignos de una enorme y contundente cazuela, de ellos sólo emergerá un pálido caldo de hospital? La palabra “revolución” -o etapa prerrevolucionaria, si lo prefierenpuede ser innombrable, pero no parece haber otra que se ajuste mejor a lo que se siente, se huele y se ve en el aire. H AY CIERTA vieja historia de un español dueño de rotisería que destacaba por su porfía, la cual, en su caso, iba más allá de lo que es normal en un porfiado del montón, de uno común y corriente. La contaba mi madre en tiempos remotos, esos cuando el país disfrutaba cierta inocencia y era inconcebible la quisquillosidad políticamente correcta hoy reinante, esta enfermiza y arrogante sensibilidad que dificulta hacer chistes o contar historias que involucren a géneros, preferencias, etnias, nacionalidades, razas y culturas. La historia va así: un día dicho rotisero, en vez de echarse a la boca una porción de queso mantecoso, se echó una pastilla de jabón. Sus empleados se lo advirtieron: “¡Don Pepe, hombre, cuidao que está usté comiendo un jabón!”. Y don Pepe, obcecado como el que más, respondía: “pues tiene gusto a jabón, huele como jabón y echa espuma como jabón, pero es queso….” El cuento no se aleja mucho de lo que sucede hoy en Chile. El país se ha echado a la boca una revolución y está en trance de aprestarse a comérsela y digerirla, pero quienes no desean ni siquiera oír hablar de eso se obstinan en decir que no, que cómo se le ocurre decir eso, que se está exagerando, que todo no es sino “la demanda ciudadana de un pueblo empoderado”. O, para replicar en su verdadera extensión la historia del rotisero, estos personajes porfiados podrían decir lo siguiente: “es verdad que hay una enorme mayoría de jóvenes deseando cambiar o incluso demoler el modelo, un gran contingente de gente de izquierda redescubriendo sus aspiraciones, clichés y tropismos adolescentes, partidos y/o movimientos y/o sectas que agitan todo lo que puede agitarse, un Estado débil al cual le cuesta un mundo o hasta le resulta imposible imponer el orden, un discurso ideológico deslegitimando todas las instituciones del actual sistema, valores novedosos y “progresistas” imponiendo su devocionario con cierta violencia verbal y conceptual y echando a empujones del escenario a los antiguos, un elevado grado de crispamiento político y emocional dividiendo ya incluso las familias, amen de etnias y comunidades aspirando a la autonomía y otras acercándose a lo mismo, poderes paralelos -la calle y los movimientos sociales- atreviéndose a todo, incluso a bailar zapateado americano sobre la mesa de los Honorables, en fin, que hay eso y mucho más, pero aun así eso es sólo “la demanda ciudadana de un pueblo empoderado…” En otras palabras, parece jabón, pero es queso… Cinematografía Hollywoodense… La dificultad -a veces total- para hacerse cargo de qué está realmente sucediendo en Chile tiene muchos orígenes. Uno de ellos es la negación psicótica, casi in- vencible, de quien no desea, no puede y se resiste a aceptar un hecho cuyo reconocimiento le resultaría angustioso. Es el caso de la población de 50 años de edad o más, la que experimentó los años de beligerancia primero, de encarnizamiento después y al final de asfixia vividos entre 1971 y 1990. Salvo casos aislados de individuos que sufren un alarmante cuadro de reblandecimiento mental, el cual conlleva una segunda infancia política ligada a las consignas e ideas de los años 60, sencillamente estos ciudadanos rechazan la sola idea de ver siquiera una pálida y diluida imitación de dicho período. Otra causa que conspira contra la aceptación de lo que está sucediendo ante nuestros ojos es una concepción infantil, superficial, acerca de qué son y cómo se desarrollan esos procesos. El cine ha ayudado mucho a distorsionar el entendimiento del fenómeno. A la voz “revolución” asaltan la mente imágenes sacadas de una producción de la Metro-Goldwyn-Mayer con desquiciadas turbas callejeras asaltando la Bastilla. O la clásica y muy latinoamericana de barbudos de uniforme verde oliva entrando a la capital, ya victoriosos, montados en jeeps y disparando al aire mientras un tirano de opereta huye tras bambalinas. O del cine ruso que algunos vimos de cabros chicos en el Instituto Chileno-Soviético de Cultura, con bolcheviques de gorra de cuero y Colt al cinto asaltando el Palacio de Invierno. Imágenes, en breve, de un estado de turbamulta, agitación, violencia, sangre,