El pensamiento de John Locke Índice 1. Vida y obras 2. El pensamiento político 3. La tolerancia en John Locke ***************** 1. Vida y obras. John Locke, uno de los mayores representantes del empirismo y el padre del liberalismo político, nació en Inglaterra en 1632. Al igual que Hobbes, estudió en Oxford sin adherirse a la filosofía de los escolásticos que allí imperaba. Su trabajo al servicio de Lord Hasley le permitió visitar Francia e incluso residir por un tiempo allí, donde entró en contacto con el círculo de Gassendi (atomismo naturalista). Entre 1675 y 1679 permaneció en Francia y entre 1683 y 1689 residió en Holanda. Retornó a su patria con la llegada al trono de Guillermo de Orange, en 1689. Se estableció entonces en Essex hasta su muerte, acaecida en 1704. Sus dos obras más importantes, Ensayo sobre el entendimiento humano y Dos tratados sobre el gobierno civil, fueron publicadas en 1690. Su pensamiento influyó de forma determinante en las ideas de la Revolución Gloriosa y la Declaración de Derechos Británica de 1689. A sus últimos años en Inglaterra corresponden Pensamiento sobre la educación (1693) y La razonabilidad del cristianismo (1695). Locke, al igual que Descartes y la mayoría de los filósofos modernos, prestó una especial atención al problema del origen y fundamento del conocimiento. Coincidía con Descartes en que el objeto de conocimiento no son las cosas sino las ideas (“lo que constituye en nuestra mente el objeto del entendimiento”) pero, a diferencia de aquél, sostenía que las ideas provienen solamente de la experiencia. Rechazaba las "ideas innatas" cartesianas y afirmaba que, antes de la experiencia, el entendimiento se encuentra vacío como una hoja en blanco o como una tabla rasa. No hay ideas innatas ni en el plano teorético ni en el práctico o moral. 2. El pensamiento político. La obra política más relevante de Locke, sus Dos tratados sobre el gobierno civil, se publicó después de la revolución inglesa de 1688. Parece, sin embargo, que fue escrita en 1680. Esto indicaría que esta obra no sería una mera justificación de la “Revolución gloriosa”, sino 1 El pensamiento de John Locke una llamada a la revolución. Debe recordarse que los sistemas políticos vigentes en Europa, durante el siglo XVII, eran absolutistas y monárquicos. En ellos el poder del monarca era, además de irrevocable, indivisible, es decir, ostentado exclusivamente por el rey. Esta situación cambió por primera vez en Inglaterra con la revolución de 1688, que supuso el triunfo del parlamento frente al rey, y la primera quiebra del absolutismo político en Europa. Es en este contexto de lucha contra el absolutismo en el que debemos entender la obra política de Locke. Dos eran las teorías que lo justificaban, y que Locke combatió: 1. La teoría del origen divino del poder, defendida por los clérigos R. Filmer (1588-1653) en Inglaterra y J. Bossuet (1627-1704) en Francia. Para Filmer la autoridad política tiene su origen en el poder patriarcal dado a Adán por Dios, que los monarcas tienen por sucesión hereditaria. Para Bossuet, toda autoridad proviene en última instancia de Dios, que como ser todopoderoso puede dar y quitar el poder según su voluntad. Si Dios consiente que el monarca gobierne, éste tiene derecho a hacerlo. 2. La teoría absolutista de Thomas Hobbes (1588-1679). En la situación de naturaleza el ser humano lleva una vida «solitaria, pobre, malévola, salvaje y corta», consecuencia de “la guerra de todos contra todos” por la supervivencia. Pero esta situación no interesa a nadie. De ahí que el ser humano entregue el poder de defenderse, que tiene en el estado de naturaleza, a un soberano (o Leviathan) para que éste, investido de todo el poder y de toda la fuerza, ponga orden y logre la paz. Esto interesa a todos y, por ello, todos aceptan el acuerdo o pacto social de someterse al poder absoluto de un soberano (sea éste un rey o un parlamento), concediéndole un poder ilimitado y exclusivo, imprescindible para que éste pueda lograr la paz y la seguridad de los súbditos. Locke no estaba de acuerdo con ninguna de estas dos teorías. En la primera parte de los Dos tratados sobre el gobierno civil rebate la teoría del origen divino del poder afirmando que Dios no ha distinguido a nadie con el signo de una autoridad natural, y considerando que de un análisis riguroso de la Biblia no puede derivarse ni establecerse ninguna sucesión hereditaria desde Adán que conduzca hasta los actuales monarcas, como pretendía R. Filmer en su obra El Patriarca. La autoridad política debe distinguirse de otro tipo de autoridades «naturales», como la autoridad que tienen los padres sobre los hijos, o la autoridad espiritual que tiene el sacerdote sobre su congregación. Podría decirse que el pensamiento político de Locke afirma la necesidad de respetar los derechos individuales naturales a la vida, la libertad, la propiedad y la felicidad, unos derechos humanos innatos anteriores a cualquier ordenamiento político y a la constitución de cualquier sociedad. Es 2 El pensamiento de John Locke de resaltar que si bien su empirismo le llevará a negar las ideas innatas en el conocimiento, su liberalismo le lleva a afirmar que el hombre sí nace con unos derechos humanos innatos. Cualquier Estado tendrá como misión proteger esos derechos y las libertades individuales del ciudadano. Según Locke, en la situación de naturaleza los hombres son iguales y libres. La ley que rige en esta situación es la ley natural inscrita en la naturaleza humana por Dios, que otorga a todos los seres humanos el derecho a la vida, a la propiedad y a la libertad. Si estos derechos son violados el ser humano tiene el derecho a resarcirse y así: “Quien derrama la sangre de un hombre está sujeto a que otro hombre derrame la suya”. Pero esta situación se convierte en un estado de guerra cuando por causa de la codicia humana no se respetan los derechos individuales naturales. Es entonces cuando, para protegerse de los que transgreden estos derechos, se consiente en constituir una sociedad política mediante un contrato social cuya finalidad es la protección de los derechos individuales. Por él, los individuos renuncian a ser los intérpretes de la ley natural y a tomarse la justicia por su propia mano, sometiéndose a un poder legislativo (que elaborará y promulgará las leyes) y a un poder ejecutivo (que se encargará de aplicar la ley y castigar a sus transgresores). Pero este poder que surge del consentimiento de los individuos tiene como finalidad lograr la paz y la seguridad de todos, de modo que, si no lo hace, el pueblo ostenta siempre “el derecho de deshacerse de quienes violen esta fundamental, sagrada e inalterable ley de autopreservación, guiados por la cual entraron en sociedad”. De modo que, para Locke, el pueblo conserva siempre el poder de revocar el poder otorgado, a diferencia de lo que pensaba Hobbes, y disolver la legislatura si ésta atenta contra la vida, propiedad y libertad de los súbditos. El gobierno, por tanto, deberá estar constituido, para Locke, por un rey y un Parlamento, en el cual se exprese la voluntad popular y donde se elaboren las leyes que todos tendrán que cumplir, tanto el rey como el pueblo. Por eso puede señalarse a Locke como el padre del parlamentarismo moderno y de las monarquías parlamentarias que hoy existen en Europa, la primera de las cuales fue la británica por influencia de este autor. El tipo de Estado al que da lugar el contrato social es el Estado liberal, en el que el poder de legislar puede entregarse a una asamblea elegida por los ciudadanos, pero también a un monarca (elegido o nombrado por sucesión hereditaria), o a unos pocos. Pero sea quien sea quien ostente este poder legislativo debe ejercerlo respetando los derechos individuales ya señalados. Si no lo hace, su poder es revocable. Además, el poder de aplicar la ley debe ser independiente del poder de legislar. Este poder ejecutivo deben integrarlo jueces justos e imparciales que se sometan al imperio de la ley. Locke también concibió un tercer tipo de poder al que denominó poder federativo, cuyo papel es la defensa del Estado frente a otros Estados, pues en el ámbito 3 El pensamiento de John Locke internacional aún nos encontramos en una situación de naturaleza. (Se anticipa, de alguna manera, a Montesquieu, en quien influyó). Según Locke, el poder del gobierno emana del pueblo, y no debería ser absoluto, sino que siempre debería respetar los derechos humanos naturales y las leyes en que estos se expresan. Se considera a Locke un representante del iusnaturalismo, opinión según la cual existen una serie de derechos en la naturaleza humana, independientemente de que los códigos legales los reconozcan o no. 3. La tolerancia en John Locke. En una sociedad así organizada, existirá una pluralidad de ideas que sólo será posible si existe una tolerancia mutua entre todas aquellas que respeten los derechos naturales y las leyes. El Estado debería vigilar que sea posible esa pluralidad dirimiendo los inevitables conflictos entre los ciudadanos siempre con el objetivo de respetar esos derechos. La Carta sobre la tolerancia, publicada en 1689, es una de las más destacadas justificaciones de la libertad de conciencia que podemos encontrar en toda la Historia de la Filosofía. Los argumentos empleados en este escrito en favor de la libertad religiosa y de la no intervención del Estado en materia religiosa conservan todavía hoy su validez. Locke trata de establecer sólidamente los límites del poder civil en materia religiosa. Divide las acciones y las opiniones de los hombres en tres clases. En la primera incluye aquellas “que no se refieren para nada al gobierno ni a la sociedad” y entre estas pone las opiniones puramente especulativas y el culto divino, que comprende también los ritos y los actos de culto. En la segunda, da cabida a las que sin ser buenas ni malas, se refieren a la sociedad y a las relaciones entre los hombres y entre estas pone las que conciernen al trabajo, al matrimonio, la educación de los hijos, etc. En la tercera incluye aquellas que no sólo conciernen a la sociedad, sino que además son buenas o malas en sí mismas, como las virtudes y los vicios morales. En cuanto a la primera clase de opiniones y acciones, Locke propugna una tolerancia ilimitada; con respecto a la segunda clase, defiende una tolerancia limitada por la exigencia de no debilitar el Estado ni causar daños a la comunidad; en cuanto a la tercera clase, excluye toda clase de tolerancia. En la Carta sobre la tolerancia, el concepto de tolerancia se establece mediante un análisis comparativo del concepto de Estado y del concepto de Iglesia. El Estado es “una sociedad de hombres constituida para conservar y promover solamente los bienes civiles” entendiéndose por “bienes civiles” la vida, la libertad, la integridad del cuerpo y la posesión de las cosas externas. Este objetivo del Estado determina los límites de su soberanía, mientras que la salvación del alma queda fuera de estos límites. En efecto, el único instrumento de que dispone el magistrado es el sometimiento a la Ley; pero este sometimiento es incapaz de conducir a la salvación porque nadie puede ser salvado en contra de su voluntad. La salvación depende de la fe y la fe no puede ser inducida en las almas por la fuerza. Por otra parte, ni los ciudadanos ni la propia Iglesia pueden pedir la intervención del magistrado en 4 El pensamiento de John Locke materia religiosa. La Iglesia es “una sociedad libre de hombres que se reúnen espontáneamente para honrar públicamente a Dios del modo que creen será agradable a la divinidad, para obtener la salvación del alma”. Como sociedad libre y voluntaria, la Iglesia no puede hacer nada que concierna a la propiedad de los bienes civiles o terrenos, ni puede recurrir a la fuerza por ningún motivo, ya que la fuerza está reservada al magistrado civil. Además, la fuerza, incluso ejercida por la Iglesia, es inútil y dañosa para promover la salvación. Ciertamente, la Iglesia tiene el derecho de expulsar de su seno a aquellos cuyas creencias considere incompatibles con sus propios fines, pero la excomunión no debe transformarse por ningún concepto en una disminución de los derechos civiles del condenado en tanto que es un ciudadano. “A éste, dice Locke, se le deben conservar inviolablemente todos los derechos que le corresponden como hombre y como ciudadano; estas cosas no pertenecen a la religión. Un cristiano, lo mismo que un pagano, debe ser defendido de toda violencia y de toda injusticia.” Ni la Iglesia puede derivar ningún derecho del Estado, ni el Estado de la Iglesia. Locke no pretende negar o disminuir el valor de la religión, reduciéndolo a la pura fe. A pesar de la pluralidad y disparidad de cultos religiosos y de creencias basadas en la fe, afirma y defiende la posibilidad del carácter racional de la religión y reconoce al Cristianismo como una religión racional, dotada de un núcleo esencial exento de supersticiones que lo hace aceptable por la razón y lo convierte en auxiliar de la razón en lo que respecta a la vida moral de las personas. Este núcleo esencial del Cristianismo es el reconocimiento de Cristo como Mesías y el reconocimiento de la verdadera naturaleza de Dios, que constituyen los artículos de fe necesarios para el cristiano y configuran una religión sencilla, adecuada a la comprensión de todos, tanto si son ilustrados como si carecen de formación intelectual. En consecuencia, la justificación del Cristianismo radica en su razonabilidad y utilidad. Sin el Cristianismo, “la parte racional y pensante del género humano” hubiera podido descubrir “al único Dios supremo e invisible”, pero este descubrimiento hubiera quedado oculto para todo el resto de la humanidad. La revelación cristiana lo ha difundido por todo el mundo. Además, ha dado autoridad y fuerza a aquellos preceptos morales que de otra manera habrían sido patrimonio exclusivo de los filósofos. Esto es, el Cristianismo representa una nueva promulgación, más amplia y eficaz, de la ley moral y de las verdades fundamentales que rigen la vida humana. El Cristianismo no es algo ajeno a la razón, sino que necesita de la ayuda de la razón para ser depurado de los contenidos supersticiosos y caducados. La razón es, en cierto modo, intrínseca al propio Cristianismo, la “razonabilidad” resulta connatural al Cristianismo y constituye un rasgo que le ha proporcionado una función histórica tanto en el pasado como en el presente. 5