JOSÉ SALGUERO LA CAUTIVIDAD DE BABILONIA Y LA ESPIRITUALIDAD DEL DOLOR La cautividad de Babilonia fue una época fecunda en transformaciones religiosas por parte de Israel. Aquí se analizan las referidas al dolor. En él es donde la religión logra su dimensión interior g de donde los «anawim» o «pobres de Yahvé» sacan su espiritualidad. En estos procesos juegan un papel de primera línea los profetas: ellos han sido los primeros en vivir en carne propia la lección que Dios ha querido dar a su pueblo; por ello pueden constituirse. en guías g ejemplares. Finalidad del dolor según el Antiguo Testamento, La Ciencia Tomista, 90 (1963) 369395 LA TRANSFORMACIÓN DE ISRAEL Antes del destierro Antes del destierro el dolor es considerado como una pena medicinal y vindicativa, pero no como expiatoria. Ante los frecuentes pecados de Israel, Dios envía castigos. Estos castigos tenían finalidad medicinal. Sin embargo, llega un momento en que la apostasía es tan general en la nación, que Dios anuncia un desastre terrible en el que parece haberse ofuscado el aspecto medicinal para aparecer sólo el de vindicación: la destrucción del pueblo. Sin embargo, Yahvé es fiel a sus promesas, y detrás del anuncio del desastre deja entrever un rayo de esperanza: Dios conservará un Resto escogido del que hará brotar el nuevo Israel, un Israel purificado. En el destierro Llegó el destierro, y en su corta duración (587-538) se operó una honda transformación en Israel. El hundimiento de las estructuras políticas nacionales impulsó a poner la religiosidad en algo más profundo y espiritual, en un contacto más vivencial con Dios. La nueva religión será la de una comunidad, de una "iglesia", casi totalmente desligada e independiente de los cuadros nacionales. De este modo, bajo las ruinas del Israel político comenzó a surgir un Israel nuevo. En este resurgir religioso tuvieron gran importancia los escritos sagrados del pasado, que los cautivos habían llevado consigo y que en aquellos momentos de persecución y de desaliento eran escrutados en busca de fe y de consuelo. Sin embargo, el papel principal de la resurrección religiosa de Israel hay que asignarlo a los profetas: Jeremías, cuyas profecías leyeron, releyeron y copiaron los desterrados; Ezequiel, que, viviendo entre los mismos exilados, dedicó toda su vida a la conversión de ellos; y el DeuteroIsaías, que evidentemente se dirige a los desterrados anunciándoles un retorno glorioso. Así se fue formando, en medio de la indiferencia general de los restantes israelitas, un grupo, un pequeño Resto, de almas fieles y dóciles, cuyo único deseo era servir a Dios en plena conformidad con las directrices que les dictaban los profetas. En este pequeño Resto es donde va a operarse la transformación en y por el dolor. En un primer momento se vive aún del colectivismo preexílico: el pecado es algo nacional, y JOSÉ SALGUERO el pueblo entero ha de sufrir las consecuencias. Pero tras el hundimiento de la religiosidad nacionalizada, se abre paso el individualismo religioso: sólo el individuo que peque ha de ser castigado (Ez 3, 16-21; 18; 33,1-20). Pero entonces ¿por qué los justos sufren el destierro al igual que los impíos? Un primer intento de solución lo da Ezequiel: mediante estos sufrimientos los justos pagan por sus propias faltas y obtienen de Dios ser el pequeño Resto de donde saldrá el nuevo Israel. (Ez 18; 36,2428). La solución más importante la da la segunda parte de Isaías (40-55). Los sufrimientos de los justos son considerados como el rescate por el pueblo culpable. Mediante los sufrimientos expían el pecado de la nación culpable, y hacen que la hora de la salvación se acerque. El vaticinio del Siervo de Yahvé (Is 52,13-53, 12) es la expresión más sublime de esta idea. Pero también en otros textos se dice lo mismo de los justos, aunque de una manera mucho más restringida (Is 40;2; 41,8-20; 44,1-5). En la tercera parte de Isaías (5666) las pruebas de los justos ya no son consideradas como el medió por el cual obtendrán salvación los pecadores; sino que acelerarán la intervención divina tanto para misericordia como para juicio (Is 65). Estas ideas tendrán gran importancia para el desarrollo ulterior del pensamiento judío (Neh 9,637). Después del destierro Vueltos del destierro, los israelitas continúan divididos en dos mundos: los malos israelitas que se adaptan a todas las situaciones sin abandonar su mal camino, y el grupo de almas escogidas que expían y se someten a Dios. A veces estos últimos, los anawim (que literalmente significa humillado, deprimido, pequeño) parecen sentir en lo más profundo de su alma una crisis de fe, a l ver cómo los impíos prosperan y gozan, mientras que ellos se ven material y espiritualmente ahogados (Mal 3,13 ss; Sal 73,3,ss.); de un lado están los impíos, los orgullosos, los honrados del mundo (Sal 10, 11), y del otro están los despreciados de todos, los que no cuentan nada ante el mundo. A los sarcasmos de los malvados, responden las maldiciones de los anawim. Esta situación se manifiesta claramente en los oráculos de la tercera parte de Isaías (56-66). En este contexto sociológico la aportación de las dos últimas partes de Isaías resultará liberadora, y fructificará en la figura de los anawim que los salmos postexílicos van a trazar. En primer lugar no se sentirán en una pasividad impotente frente a la oleada de infortunios que los arrasa: por sus sufrimientos expiarán por los demás, y con sus oraciones podrán acelerar la hora de la misericordia (Is 63,7-64,11; Sal 78; 105; 106; 136; Neh 1,5 ss; Esd 9,6). Esto significa que al que sufre ya no se le ha de considerar como un ser maldito de Dios y castigado por sus pecados. Todo lo contrario. El humilde, el pobre, el desgraciado viene a ser el predilecto de Dios. A éstos se les abrirá el festín mesiánico (Is 25,6-8; 55,1-6; 65,13 s; Prov. 9,1-6). Dios se complace en habitar en medio de ellos: "Yo habito en la altura y en la santidad, pero también con el contrito y el humillado, para hacer revivir los espíritus humillados, y reanimar los corazones contritos" (Is 57,15). JOSÉ SALGUERO Dios les muestra su complacencia, porque en su obediencia, su humildad, su total entrega en manos de Dios ante la adversidad, están siempre dispuestos a acatar su voluntad: "Mis miradas se posan sobre .los humildes, y sobre los de contrito corazón" (Is 66,2). En muchos Salmos trabajados y adaptados con vistas a la liturgia del segundo Templo, podemos contemplar la multitud de los anawim. Son el Resto de que nos habla Sofonías. Son los que -según el Salmo 34- "temen a Yahvé", "los que le buscan", "los que se refugian en Él", "los afligidos de espíritu y los de corazón contrito" (v. 8-11, 16,19). Los malvados les persiguen y les hacen sufrir; pero ellos, en lugar de protestar y rebelarse contra la mano de Dios que les hiere, como lo hace Job, se someten a su voluntad y le obedecen. Son los "fieles", "los íntegros", "los irreprochables", "los que confían y esperan en Yahvé" (Sal 37, 9, 18 ss). Más aún, el Siervo de Yahvé, el modelo que tratarán de imitar las almas justas, tiene como misión convertir a Dios las almas de buena voluntad, cualesquiera que sean; por esto, los hombres piadosos de la comunidad judía se habían habituado a descubrir en sus propios sufrimientos designios divinos da salvación universal (Sal 22). En efecto, los sufrimientos de un miembro cualquiera del pueblo de Dios son como un reflejo y una prolongación de la pasión del Siervo de Yahvé. De la lectura de la tercera parte de Isaías y del Salmo 22 (y otros), cuyo fondo histórico parece ser la comunidad postexílica, se saca la convicción de que los miembros verdaderamente auténticos del pueblo de Dios son aquellos cuyo destino reproduce el del Siervo de Yahvé: "mis miradas se posan sobre los humildes, y sobre los de contrito corazón, que temen mis palabras". De ahí se puede deducir con P. Volz que "la disposición fundamental de la piedad posterior al destierro, es la contrición del corazón. No es esto una deficiencia, un signo de menos valor, sino la expresión de la más profunda religiosidad, del conocimiento más profundo de sí mismo y de la auténtica disposición para recibir a Dios". Y cuando Dios, después de probar a sus fieles, vie ne por fin en su ayuda,, esa liberación es para ellos una garantía de la implantación del reino de Dios sobre el mundo; no en vano prolongan al Siervo cuyos sufrimientos obtendrán la instauración del Reino. La liberación del justo que sufre, lo mismo que la liberación del Siervo de Yahvé (Is 53,11 ss) y de Israel de la cautividad babilónica (Is 40-55), será motivo de conversión de las gentes; y servirá para el triunfo universal del monoteísmo. La segunda parte de Isaías preludia la entrada de los paganos en la comunidad de los tiempos mesiánicos. Esta preocupación irá entrando en el culto y en la religión judía de la restauración. El tema misionero vendrá a ser una idea básica en los profetas postexílicos (ls 45,14 s; Sof 3,9s; Zac 14,16s; Mal 1,11; Jonás 1,1). El premio que Dios reserva a su Siervo es un destino glorioso, una posteridad espiritual, que, como él, se dedicará al servicio divino (Is 53,10); por esto mismo los justos que le imitan son sus testigos, pues anuncian al mundo el testimonio que dio el Siervo como agente de la liberación mesiánica. En suma, el dolor resulta ser el medio providencial para anudar una intimidad más profunda entre Dios y el israelita fiel. JOSÉ SALGUERO LOS PROFETAS, PRECURSORES DEL PUEBLO Los profetas fueron los verdaderos animadores de la transformación espiritual de Israel (exílica y postexílica), porque, antes, ellos habían experimentado idéntico proceso; de ahí que su ejemplo y su palabra llegaran a ser decisivos. Dolor e identificación con Dios En primer lugar, fueron los primeros en arrostrar el dolor. Su ministerio fue mal acogido por el pueblo, y la persecución se cebó en ellos. Ya Moisés tuvo que sufrir grandemente por las infidelidades de su pueblo (Ex 32,7-10; Num. 11,1-11, 14-15; 16). En tiempos de Ajab los profetas de Yahvé fueron perseguidos a muerte por la reina Jezabel (1 Re 18,4 s; 19,2,10 s; 21,20). Los profetas escritores de los siglos VII y VIII a. C. fueron, en su mayoría, famosos por sus sufrimientos. Los reyes, las autoridades, los falsos profetas y sus mismos compatriotas les odiaban y perseguían. Amós, Oseas, Isaías, Jeremías resultan nombres significativos a este respecto. Estudiemos más de cerca el caso de Oseas, en el cual aparece una peculiaridad notable. El profeta Oseas sufre las infidelidades de su esposa Gomer, y a pesar de ello persevera en su amor lleno de ternura y de misericordia, ordenándose toda su solicitud en enderezar de nuevo el corazón de su mujer. En su desgracia personal ha podido descubrir Oseas, bajo la iluminación divina, una figura de las relaciones existentes entre Dios y su pueblo. Israel es la esposa infiel que abandona a Yahvé su esposo, para prostituirse con los dioses paganos. El sufrimiento de Oseas es inmenso porque se da cuenta de que el adulterio de Gomer constituye sólo una parte de la infidelidad de Israel para con Yahvé. Así, Oseas, el justo, sufre por los pecadores, sin poder desinteresarse de ellos, porque su sufrimiento es como una participación del sufrimiento experimentado por el mismo Dios, a causa de las infidelidades del malvado: el profeta, que viene como a identificarse con Dios, sufre con Él a causa de las ingratitudes de Israel, y Dios a su vez sufre en sus profetas. Este sufrimiento es el efecto de su amor misericordioso para con los pecadores, amor que apunta veladamente hacia el Gólgota. El profeta es un hombre destrozado por su misión, e incluso participa de ese dolor misterioso que el pecado pueda causar en Dios. Dolor e interiorización El dolor lleva a la interiorización de la religiosidad. Este fenómeno lo hemos observado ya en Israel, cuando caídos los cuadros nacionales ha de poner su espiritualidad, no en ritualismos externos, sino en la contrición del corazón y en la actitud de abandono en la mano de Dios. El mismo fenómeno de acercamiento a la intimidad divina se da en Jeremías. Por este motivo, la figura de Jeremías será, durante muchas generaciones, el santo ejemplar para el israelita fiel, y el Siervo de Yahvé podrá inspirarse también en él. Jeremías fue el tipo perfecto del profeta que se sacrifica por su pueblo. Sufrió mucho de los gobernantes, sacerdotes, falsos profetas, conciudadanos; tan grande y constante fue la persecución que en ciertos momentos, llevado de angustia y amargura, Jeremías prorrumpe en lamentos, y maldice el día de su nacimiento (20,14 s; 7-8; cf. 15,10). Pero, su mayor dolor fue sin duda interno: fue enviado para "arrancar, destruir y JOSÉ SALGUERO exterminar" (1,10), para anunciar la ruina inevitable de Judá, lo cual constituyó para él una tortura constante (4,19; 9,1 s; 23,9 s). En algunas circunstancias se rebela contra la misión que Dios le ha encomendado (9,1; 20,9,14 s), pero el impulso interno le fuerza a continuar (20,9; cf. 1,6; 6,11). Predica, exhorta, flagela y anuncia ruina que él no desea (17,16); y a la vez intercede (como Moisés y otros profetas) por su pobre pueblo (7,16; 11,14; 14,11; 15,11; 18,20; Ex 32,32; Am 7;2-6). Lo más importante en Jeremías es que el viacrucis de su vida hace surgir en él una nueva religiosidad: perseguido, despreciado y rechazado por todos, fue acostumbrándose a conversar continuamente con su Dios. Por eso, Jeremías puede ser considerado como el padre de la oración: él fue el primero que comenzó a realizar ante sus conciudadanos "el culto en espíritu y verdad". Esta interiorización de la religión iba a ser providencial en vísperas del gran hundimiento nacional cuando, arruinado el Templo, se iba a romper el lazo entre la religión y la nación. Esta vivencia íntima la iba a expresar Jeremías en su anuncio de la Nueva Alianza (3,31-34): en la Nueva Alianza, Yahvé obrará directamente sobre el corazón y la voluntad de sus miembros (24,7; 32,39 s), y éstos serán hombres interiores que pertenezcan por completo a Dios. Ya desde ahora Jeremías pide vivir más interiormente, pues sabe que Dios escruta su corazón (11,20), que Dios da a cada uno según sus actos (31,29 s), y que el pecado rompe la amistad con Él (2,5 4,4; 17,9; 18,12). Estas normas espirituales, en las que Jeremías proyecta su propia vivencia religiosa, serán las que intentará poner por obra el pequeño Resto, fiel en el exilio, y para ello le tomarán como modelo viviente. La piedad profunda de Jeremías irá de este modo imponiéndose a los desterrados; la nueva religión será más interior y espiritual; será la religión de la Nueva Alianza (31, 31 s): un pactó interior que une al individuo con Dios. Dios lo concede como un don que el hombre ha de explotar como un bien personal. De esta manera, Jeremías ha proyectado en el futuro su propia experiencia espiritual, y se convierte, en cierto sentido, en el punto de arranque de ese movimiento: renovador que había de informar al judaísmo de después del destierro. Jeremías será en adelante el anawim por excelencia, "el padre de los humillados", y sus escritos estarán presentes en la literatura posterior: el Salmo 73, por ejemplo, bien pudiera considerarse como un eco, como una especie de comentario de Jer 12,1-3; también el Salmo 4,2-7 es como un mosaico inspirado sin duda en Jer 10,24; 17,14; 45,3; el Deutero-Isaías también usa a Jeremías, al igual que Ezequiel, a quien se comprende mejor a la luz de ciertos pasajes jeremíacos (Ez 36,25-28: Jer 31, 3134; Ez 18: Jer 31,29-30; Ez 16,62; 34,25; 37,26). La figura de Jeremías irá creciendo a medida que vayan pasando los siglos (cf. 2 Mac 15,1216), hasta el punto que Renan escribirá: "sin este hombre extraordinario la historia religiosa de la humanidad hubiera seguido otro curso". Él fue el primero que comenzó a considerar la religión como una relación personal e interior con Dios, y esto tenía que representar una ruptura en Israel: la religión y la moralidad, existentes en el pueblo, parecían estar penetradas de puro formulismo externo, y la religión de Yahvé estaba siendo ahogada por las instituciones nacionales. Jeremías concibe la religión del futuro como personal e interior, y, sin embargo, dentro del cuadro nacional de Israel, porque el fin de la Nueva Alianza será el bien de la nación, pero, dentro de ella, el de los individuos. JOSÉ SALGUERO Dolor y salvación del pueblo El tercer aspecto surge ante el comprometedor dolor de los profetas. El dolor es comprometedor, porque, según las teorías corrientes en Israel, Yahvé sólo envía dolores a los pecadores; y si los profetas son perseguidos, señal es de que algún grave pecado tendrán por el que merezcan de Dios tales castigos. Con todo, los profetas están seguros de su inocencia y de la autenticidad de su misión divina: Amós siente que "habla rectamente" (Aní 5,10), Isaías es purificado en sus labios y Yahvé le dice: "tu culpa ha sido quitada y borrado tu pecado" (Is 6,7), Miqúeas se da cuenta de que está lleno del poder del espíritu de Yahvé para manifestar a Jacob su trasgresión y su pecado a Israel (Miq 3,8), Jeremías estaba plenamente convencido de su inocencia (Jer 11,19; 15,10 s; 18,19 s). Tan ciertos están dé su inocencia que piden a Dios vengue los ultrajes que se les infieren (Miq 7,7 s; Jer 11,20 s; 12,1 s; 20,11 s). Más aún, se llaman a sí mismos "los esclavos de Yahvé", ya que son sus representantes y a Él pertenecen enteramente: "Yahvé nada hacía sin revelar su designio a sus siervos los profetas" (Am 3,7). Pero, si eran los "siervos de Yahvé", su dolor, como hemos visto en Oseas, no era por sus propios pecados, sino una participación en el dolor mismo de Dios ante la infidelidad de su pueblo: los profetas fueron los primeros en vislumbrar la profunda verdad del sufrimiento de Yahvé ante la infidelidad de su pueblo, y ante este descubrimiento aprendieron a ver sus propios sufrimientos bajo una luz nueva. En adelante el profeta sabe que su sufrimiento como siervo de Dios es por la causa de su pueblo: por él trabajarán sin descanso para conducirlo al arrepentimiento y así salvarlo de la destrucción (Jer 11,19; 18,19 s). De lo dicho se desprende que ya en los profetas anteriores al destierro se fue imponiendo la convicción de que sus sufrimientos no eran efecto ni castigo del pecado, sino sufrimientos de amor por la salvación de otros. Esta convicción culminó en la maravillosa página del Siervo de Yahvé de Isaías (52, 13-53,12): la interpretación más profunda del misterio del dolor en el Antiguo Testamento. Conclusión El pueblo de Israel, a través de la catástrofe del destierro y de los sufrimientos de la restauración, madura religiosamente hacia una interioridad, libre de pura exterioridad cultural- nacionalista y centrada en una contrición humilde del corazón que no espera sino en su Dios. En este proceso espiritual, fueron decisivos los escritos y el ejemplo de los profetas -Jeremías en especial-, quienes habían vivido con prioridad el dolor, el tener a solo Dios por apoyo, y el expiar por el pueblo amado de Yahvé. Condensó: TOMÁS ADMETLLA