educar para la convivencia y la ciudadanía

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CONVIVENCIA Y CIUDADANÍA
Federico Mayor Zaragoza, Manuel Dios Diz, Calo Iglesias Díaz
Convivir significa compartir vivencias juntos; convivir es encontrarse y
conversar, “dar vueltas juntos” (cum-versare) en diálogo amistoso. Si “conversamos”
en la escuela, estamos construyendo la convivencia escolar; si lo hacemos en la
sociedad, en la ciudad, estamos construyendo la ciudadanía, la convivencia democrática.
¿El resultado? Sociedades más justas, más cohesionadas, más equitativas e
interculturales (y, por supuesto), más libres y pacíficas.
Aprender a convivir es una finalidad básica de la educación. Se trata (por
consiguiente), de sumar esfuerzos para dar respuestas favorables, conscientes de que la
educación para la convivencia democrática y la ciudadanía, para la igualdad entre
hombres y mujeres, la educación intercultural, en definitiva, la Educación para una
Cultura de Paz, son desafíos que la escuela no puede obviar si quiere, realmente, buscar
alternativas (positivas y constructivas) a los problemas escolares y sociales del siglo
XXI. Jacques Delors lo expresaba muy bien en su libro “La educación encierra un
tesoro” cuando insistía en la necesidad de aprender a ser y aprender a vivir juntos.
Es cierto que la escuela, en cuanto comunidad educativa, no tiene todas las
respuestas, pero sí tiene algunas respuestas y necesita otras… Estamos hablando de una
colaboración estable e interinstitucional (socio comunitaria también), de unas respuestas
compartidas con el resto de los agentes sociales, especialmente de aquellos que están
más directamente involucrados con la problemática de la violencia escolar, es decir,
salud, justicia, e interior, sin olvidar obviamente a los ayuntamientos, partidos políticos,
sindicatos y demás organizaciones de la sociedad civil. Y, desde luego, en primer lugar,
las asociaciones de padres y madres de familia y el alumnado.
Para dar las respuestas que corresponden a los educadores y educadoras se están
elaborando proyectos de planes integrales de mejora de la convivencia escolar, en
prácticamente todas las CC.AA y en el propio MEC, con distinto rango legislativo,
aprovechando, en primer lugar, las experiencias, las realizaciones y sugerencias de un
creciente número de personas y colectivos, a los que dan apoyo los valiosos trabajos de
investigación que se vienen realizando en las últimas décadas.
A partir de ellos, es necesario y urgente elaborar un buen diagnóstico,
actualizado y riguroso, sobre los principales problemas que están afectando
negativamente a la convivencia escolar en el conjunto del Estado, que permita conocer
sus causas, evolución, problemáticas específicas, distribución territorial y por edades,
por sexo, y las líneas de tendencia…, todo ello permitirá hacer una evaluación real de su
estado de cuestión, de cómo afecta e incide en nuestro sistema educativo. Y, en
consecuencia, de activar y proponer -con visión prospectiva- las mejores medidas
integrales de prevención e intervención, actuando de manera diferenciada y específica
según los casos.
Un plan integral de convivencia escolar y su necesaria adaptación en cada centro
educativo, para no caer en la impunidad, tiene que especificar y desarrollar medidas de
carácter formativo, anticipativo y disciplinario, con protocolos bien detallados para la
más oportuna actuación ante los agresores, la víctimas y los testigos pasivos de la
violencia escolar. En cualquier caso, serán las propuestas de carácter educativo e
integrado (no solo las punitivas y sancionadoras) las que deben centrar el marco general
de las actuaciones.
Un plan de convivencia tiene que sensibilizar, prever y evitar. Debe interpelar
directamente a las responsabilidades de cada sector de la comunidad educativa, a la
sociedad en su conjunto, a los padres y madres o tutores, sobre la compleja
problemática de la convivencia escolar, sin alarmismos, sin caer en sensacionalismos,
informando sobre los problemas con rigor, de manera positiva, constructiva y
esperanzada. Sensibilizar más y mejor a los padres y madres, como los primeros y
principales responsables de la educación de sus hijos, precisamente, en el ámbito en
donde se construye la primera cartografía de los afectos, el mapa de las emociones y de
los sentimientos, la urdimbre afectiva que tan bien decía el médico gallego Juan Rof
Carballo, como el mejor antídoto contra la violencia.
Pero un plan integral de convivencia escolar que prevenga de manera efectiva
contra la violencia, debe conllevar también cambios radicales en los centros educativos
y en el profesorado, en los estilos docentes, en las relaciones interpersonales, en las
metodologías y en el modelo de organización escolar y en la selección y organización
de los contenidos curriculares, que en la actualidad acostumbran a ser muy poco
interdisciplinares y, por lo tanto, excesivamente rígidos y generadores de propuestas
curriculares nada relevantes y significativas para el alumnado. Estos cambios deben
tener su plasmación real (no solo formal) en el Proyecto Educativo del Centro, en las
tutorías (reconociéndolas en Infantil y Primaria e incentivándolas), en los servicios de
orientación, en los equipos directivos... teniendo muy presente que todos los cambios
que se propongan no deben suplantar a ninguno de los órganos de gobierno, de
participación, control, gestión o coordinación docente, sino que, por el contrario,
facilitarán el desarrollo de sus funciones.
En la actualidad existe una muy amplia coincidencia en reconocer las notables
deficiencias en la formación inicial del profesorado de Educación Infantil, Primaria y
Secundaria, sobre todo, en estas cuestiones tan relevantes, por eso recibimos gratamente
las propuestas del Título de Grado elaboradas por el MEC para el profesorado y en el
Título de Máster en Formación del Profesorado de Educación Secundaria, en los que se
recogen, de forma genérica, nuestras propuestas en lo referente a la diversidad, la
educación en valores cívicos y democráticos, la resolución pacífica de conflictos, la
igualdad de género, los derechos humanos y la educación para una ciudadanía activa.
Esperamos que estas propuestas lleguen a buen puerto por parte del Ministerio y de las
CC.AA con competencias plenas, así como que las Universidades las sitúen
generosamente en el lugar que les corresponde a la hora de estructurarlas
académicamente como materias curriculares obligatorias en aras de una necesaria
efectividad educativa y ciudadana.
También la formación del profesorado en servicio necesita de una reforma
significativa y en profundidad, tanto en los contenidos como en sus metodologías,
privilegiando la formación en los propios centros para que tengan repercusión real en la
práctica docente de cada día.
Las Consejerías de Educación y el propio Ministerio deberían contribuir a
diseñar nuevos proyectos formativos y diferenciados para los distintos sectores de la
comunidad educativa, profesorado en general, tutorías, equipos directivos, servicios de
orientación y personal no docente, al que debemos tener también muy en cuenta cuando
hablamos de convivencia, de atmósfera y de clima escolar.
Consideramos muy urgente la puesta en marcha – efectiva- de Comisiones de
Convivencia y de Equipos de Mediación y Tratamiento de los conflictos en cada centro
educativo, de carácter mixto e interdisciplinar, integrados por el profesorado, alumnado
y padres y madres de familia. Y apuntamos, igualmente, la conveniencia de crear un
Seminario o Equipo de Aprendizaje de la Convivencia y un Aula, con personal
especializado, no sólo del profesorado, sino también de asistentes sociales de los
Ayuntamientos, psicólogos, pedagogos y trabajadores sociales, psicoterapeutas, con
espacios y tiempos, en los que el trabajo cooperativo, la colaboración entre iguales, la
atención individualizada, la ayuda en las propuestas de diversificación curricular, la
comunicación y el diálogo, deberían ser la norma y no la excepción. Esta espacio (que
no significaría, en ningún caso, un agrupamiento estable del alumnado) suficientemente
dotado de personal y medios técnicos, puede ser una alternativa innovadora y eficaz
para ayudar en muchos de los casos absentistas, de nula motivación en el aula u otros
que hoy los centros se muestran incapaces de tratar adecuadamente.
De igual modo, es muy acertada la creación de un Observatorio Estatal para la
Convivencia Escolar y en las distintas CC.AA., en la línea de los constituidos
recientemente, con competencias precisas y composición plural, con el financiamiento
adecuado, que investiguen, analicen, sensibilicen, ayuden, programen, orienten y
recaben toda la información necesaria para elaborar informes evaluativos con
propuestas concretas para mejorar los respectivos planes de convivencia escolar.
Somos conscientes de no haber agotado el tema. Sólo nos queda insistir en lo
dicho anteriormente: la educación para la convivencia escolar y la ciudadanía se
aprende, como un valor en si mismo. No podemos entenderla solamente como una
necesidad reactiva derivada de los problemas que puedan existir, sino como un objetivo
constitucional y como una de las finalidades máximas de las distintas leyes educativas.
Es urgente considerar los valores y principios en el centro de nuestro
comportamiento cotidiano. Recordar cada día que son principios democráticos e
intransitorios, y no leyes mercantiles, las que deben guiar nuestros pasos. Y aprendemos
a convivir interactuando, dialogando, escuchando activamente, asumiendo
responsabilidades, compartiendo vivencias y propuestas, debatiendo, intercambiando
ideas y opiniones diferentes, acordando, encontrando aspectos comunes, reflexionando,
produciendo pensamiento… porque la Educación para la Convivencia, la Educación
para la Ciudadanía y los Derechos Humanos es, como sabemos, una educación en
valores prosociales, imprescindibles en una sociedad democrática de auténticos
ciudadanos y ciudadanas conscientes, libres y responsables.
Por eso, desde un estado aconfesional como el nuestro, debemos hacer una
apuesta inequívoca por la laicidad en la educación, porque ese es el común denominador
en una sociedad democrática como la española, lo cual no es contradictorio con que,
además, aceptemos, como establece la Convención de los Derechos del Niño, que hasta
la edad de la emancipación, se eduque y crezca respetando las creencias e ideologías de
los padres o tutores.
Aquellas autoridades religiosas que objetan una formación ciudadana de esta
naturaleza deberían pensar bien si imponer credos indiscutibles y dogmáticos es el
mejor camino para difundir los mensajes de amor, solidaridad y dignidad humana en
que se basan las religiones, de los que son aliciente, precisamente, los principios
esenciales de la educación ciudadana. Y tampoco comprendemos, ciertamente, la
oposición desde ámbitos progresistas de la educación, porque esa materia debe ser un
complemento y un impulso renovado a la transversalidad, así como un nuevo marco
para tratar los problemas de convivencia que tanto están afectando a las aulas,
principalmente en la ESO. Aunque no sólo, a la educación para la convivencia, la
ciudadanía y los derechos humanos, también hemos de confiar la posibilidad de ser más
y mejor sociedad.
Promueven esta declaración la Fundación Cultura de Paz y el Seminario Gallego
de Educación para la Paz y la firman: D. Federico Mayor Zaragoza, D. Manuel Dios
Diz y D. Calo Iglesias Díaz.
Se adhieren: D. Juan José Tamayo, D. Dionisio Llamazares, D. Mariano
Fernández Enguita, D. Miguel Angel Santos Guerra, D. Joan Pagés, D. Luis
Acebal Monfort, D. Jurjo Torres Santomé, D. Miguel Zabalza Beraza, D. José
Antonio Caride Gómez, D. Ramón Sánchez Rodríguez, D. Moisés Lozano Paz, Dª
Elvira Landín Aguirre, D. Manuel Armas Castro, Dª. Felicia Estévez, D. Xulio
Rodríguez López, D. Xosé Manuel Sabucedo y Dª Elena Vazquez Cendón.
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