La ciudadanía multicultural. Aura Marina Arriola DEAS-INAH Los inmigrados son hoy los portadores de los derechos de ciudadanía en todo el mundo. El humanismo del Renacimiento, es decir, la revolución antropológica que produjo el surgimiento de las ciudades que conocemos, está enfrentándose a la nueva revolución de la conciencia planetaria. Todo hombre como tal es un inmigrado hoy día. En consecuencia, se imponen un nuevo humanismo y un nuevo Renacimiento. La necesidad de ello va a la par de las tijeras que alejan cada día más la riqueza de la pobreza y que contraponen al hombre con el hombre y al hombre con la naturaleza. La necesidad de una ciudadanía que enlace la diversidad cultural se torna perentoria, sobre todo ahora que la guerra tiende a destruir la multiculturalidad y buscar la homogenización de los pensamientos y las decisiones.(Ejemplo de ello es el genocidio cultural que se realizó en Irak con la destrucción de sus riquezas arqueológicas). En un clima orwelliano es necesario luchar contra “la limpieza étnica” por medio de una concepción que lleve a una ética de la convivencia multicultural, concibiendo la ética como “la región abierta en la que habita el hombre” (Heidegger). El centro del nuevo humanismo no es ya la ciudad amurallada o blindada; más bien aquél presupone el derrumbe de los muros y lo prepara. Y será la fuerza que libera este éxodo de masa uno de los elementos fundamentales de esa nueva concepción del mundo que se está elaborando en lugares como Porto Alegre, en el movimiento de los argentinos, que une a los caceroleros con los piqueteros, esto es, las clases medias con los desocupados, porque hoy no es cuestión de quedarse atrapados en las definiciones clasistas o nacionalistas, sino ver cómo evolucionan los procesos y cómo se construyen alternativas 1 ciudadanas que enlacen la autonomía con la participación comprometida, a nivel local, regional, nacional y mundial. Frente a la encrucijada que la humanidad está enfrentando después de lo sucedido el 11 de septiembre, y de la reacción de “ojo por ojo, diente por diente” del Presidente Bush y Ariel Sharon, es necesario repensar el término de civilización, que debe basarse en la complejidad y no en la simplificación, en la contaminación y no en la limpieza étnica, y dirigirse a la intensificación de los procesos de encuentro global, cultural, social y político, entre culturas distintas (¡ay de los que pretendan la limpieza, la raza pura, incontaminada!). Porque ésa ha sido la realidad de la guerra asimétrica, en Irak, Somalia, Kosovo, Yugoslavia, Afganistán y de nuevo Irak. Pero la guerra es la expresión de un mundo asimétrico, que no está poblado de miles de millones de humanos (9 mil millones para 2050 según el Banco Mundial), sino de siete u ochocientos millones de personas que se consideran a sí mismos “los hombres verdaderos” y de una mayoría de aliens, es decir, de “los otros”, los ajenos, los diferentes, los extraños. Y entre estos “otros” unos cien millones son “otros” entre los “otros”, los extranjeros, los migrantes. Expulsados por las guerras de baja intensidad, que los turcos combaten contra las minorías (como en Kurdistán), en fuga de regímenes fundamentalistas que el Imperio ha armado y utilizado hasta cuando éstos dejan de convenirle a sus intereses (como en Afganistán): o aprisionados en múltiples guetos en su propia tierra (Palestina); empujados por el hambre, la necesidad o simplemente por el espejismo de la libertad y el bienestar; sombras a la deriva en el Mediterráneo; desaparecidos en el desierto libio o calcinados por el sol en Nuevo México; flotando a lo largo de Australia en naves fantasmas, descarnados por las corrientes marinas en el sur del Cabo Gorrión, en el canal de Otranto, en el estrecho de Gibraltar. ¿Cuántos migrantes mueren en el mar o en tierra cada año? ¿Cinco, diez mil? “Otros” están destinados, si 2 sobreviven, a desaparecer en el limbo del trabajo negro, precario y marginal en medio mundo. Trabajadoras domésticas, prostitutas, en los Emiratos Árabes e Italia, recolectores de fruta en Andalucía y tomates en Capitanata, albañiles en Berlín y la región bergamasca, janitors y limpiavidrios en los Ángeles o New York (como aquellos literalmente disueltos en el derrumbe de las Torres Gemelas), recolectores guatemaltecos de café o plátano en las fincas del Soconusco. Viajando como sombras y como ratas desaparecidos en los pliegues de las sociedades opulentas, y hoy señalados no sólo por la hostilidad y el racismo, sino por la sospecha absoluta: árabes, islámicos, terroristas potenciales. Desde el 11 de septiembre se están preparando programas europeos para el control no sólo de los militantes y otros sujetos que “quieran amenazar la legitimidad de los gobiernos”, sino de los extranjeros que puedan constituir un caldo de cultivo del terrorismo. El 19 de enero 2002 hubo una manifestación en Roma de los inmigrados para protestar contra la ley Bossi-Fini que borra el derecho de ciudadanía para los extranjeros, reduce a las personas sólo al nivel de fuerza de trabajo y promete tratar como criminales a quien no obtenga un permiso de trabajo. El trabajo de los inmigrados es la fuente de riqueza de toda Europa, pero el gobierno italiano, entre otros, los quiere privar de todas las garantías. Mientras se promulgaban en Italia las nuevas leyes, las expulsiones continuaban a ritmo acelerado y los campos de “permanencia provisional” se multiplicaban. Hoy, la vuelta de tuerca contra los inmigrantes no está legitimada sólo por la derecha en el gobierno y por los ciudadanos que “quieren justicia”, sino por la cultura global de la emergencia. Y aquí el círculo se cierra. La humanidad legítima acepta con reticencia a los migrantes porque tiene una desesperada necesidad de ellos, pero con las cárceles listas o, en el mejor de los casos, con un decreto de expulsión en blanco. 3 En todos los países de la Unión Europea, los clandestinos son reprimidos más duramente a través de nuevas leyes. Los poderes públicos en cambio permanecen silenciosos cuando la vergonzosa explotación de estos trabajadores extranjeros permite a un buen número de dadores de trabajo abatir los costos del salario. La producción intensiva de fruta y verdura se encuentra entre los sectores menos reglamentados de la política agrícola común (Pac) y por consiguiente es uno de los más sometidos al liberalismo salvaje. “El dador de trabajo debe tener constantemente cerca cantidad de mano de obra que permita llevar a su fin la cosecha, cualesquiera sean las circunstancias climáticas o económicas”, escribe Jean-Pierre Berlan, investigador del Instituto nacional de la investigación agronómica (Inra) francés. “Hay, por consiguiente, necesidad de un ejército de reserva de obreros agrícolas, que es proporcionado por la mano de obra inmigrada clandestina. Existe una verdadera y específica articulación, una complementariedad entre la inmigración clandestina y la inmigración oficial”.1 El autor hace aquí referencia al “modelo californiano” en función desde el siglo XIX, pero esta constatación es válida también para la Europa actual. Con una pequeña diferencia: ya se debe de hablar más generalmente de “trabajo no declarado”, realizado por los ciudadanos del país o por los inmigrados. Uno de los pocos estudios europeos realizados en el campo en los seis países por sindicalistas lo confirma: “las informaciones convergen en describir prácticas negras o grises, al nivel local, heterogéneas, que tienden a desarrollarse, a intensificarse, a extenderse. Se va desde el aumento de los extraordinarios no declarados de los dependientes estables hasta el desarrollo de formas ilegales, algunas veces hasta esclavistas, “La larga historia del modelo californiano”. Foro cívico europeo, en “El gusto amargo de nuestras frutas y legumbres”, número especial de Informations et commentaires, Corenc, 2001 (forumcivique.europe@wanadoo.fr) 1 4 de reclutamiento de la mano de obra agrícola, pasando por las formas más atípicas y flexibles del trabajo ocasional”.2 A este cuadro debe agregarse el papel decisivo realizado por las grandes cadenas de distribución, que ejercen una presión infernal sobre los productores. Éstos trabajan en una situación de verdadero trabajo a destajo y buscan salir de ello comprimiendo, a cualquier costo, el único factor sobre el cual tienen poder: el trabajo. El resultado es desastroso para los trabajadores. Las miserables condiciones de trabajo fueron reveladas en modo espectacular por las rebeliones racistas que estallaron en febrero de 2000 en El Ejido, en Andalucía, contra los obreros agrícolas marroquíes. La presencia masiva de inmigrados clandestinos que trabajan en la agricultura en España fue de nuevo puesta en evidencia en ocasión del trágico incidente de carretera, que causó la muerte de 12 jornaleros agrícolas clandestinos ecuatorianos. Todos trabajaban por una remuneración horaria de 2.41 euros. Fue necesaria esa tragedia para saber que había 20 000 ecuatorianos clandestinos en esta región y 150 000 en España. La situación es, ciertamente, más espectacular en la región de El Ejido, pero los abusos existen en toda Europa. En toda o en casi toda Europa se hace uso de un amplio espectro de “recursos humanos”, constituidos por cuatro categorías: ciudadanos del país, legales, que sin embargo hacen un gran número de horas suplementarias poco o nada pagadas; ciudadanos no declarados (desocupados, que obtienen el Rmi3); inmigrados legales, con o sin contrato, cuyo horario de trabaja supera también los límites de la ley; finalmente, los inmigrados clandestinos. 2 El Trabajo negro en la agricultura, estudio realizado en 1997 por Orseu, con la contribución de sindicalistas en Alemania, España, Francia, Italia, Holanda y Gran Bretaña, con el apoyo de la Comisión europea. 3 Rmi es la Renta mínima de reinserción, el cheque dado en Francia a quien tiene más de 25 años y está sin trabajo. 5 Europa está construyendo una subclase de trabajadores temporales, que se sustituyen uno al otro en una rotación permanente. Los inmigrados no tendrán sobre todo el derecho a vivir de modo normal con la propia familia. La ampliación de la Unión Europea a los países de Europa central tendrá consecuencias incalculables. La destrucción de los pequeños productores agrícolas polacos, por ejemplo, obligará a varios millones de personas a buscar otra fuente de ingreso. Se verá así nacer una competencia, por los trabajos poco calificados, entre los migrantes tradicionales del sur y aquellos del este, para gran ventaja de los dadores de trabajo. La presencia de una inmigración legal o ilegal “invisible” constituye un factor particularmente precioso. “En Occidente, la invisibilidad es la piel blanca y, secundariamente , la pertenencia a una cultura lo más cristiana posible. Es ya posible aquí y allá ver esta tendencia al ‘emblanquecimiento’. Por ejemplo, después de las rebeliones racistas en El Ejido, hemos asistido a parciales empleos sustitutivos”.4 Otro ejemplo espectacular de sustitución de inmigrados se produjo en la primavera del 2000 en Huelva, una región andaluza, célebre por la producción de fresas. Todos los años, 55 000 obreros temporales son empleados de marzo a junio. Tradicionalmente, estos obreros son jornaleros españoles, pero desde hace algunos años están presentes también 10 000 inmigrados, casi todos magrebinos no asumidos legalmente. En el 2001, después del gran movimiento de los sans papiers en España, 5 000 de ellos recibieron permisos de trabajo limitados a la cosecha de fresas en esta provincia. Al inicio de la temporada, esperaron en el lugar, confiados porque tenían documentos oficiales. Pero con gran sorpresa vieron llegar jóvenes mujeres polacas y rumanas que comenzaron a recoger la fruta, con Jean-Pierre Alaux del Grupo de información y de apoyo a los trabajadores inmigrados (Gisti), “¿Hacia la Europa blanca y cristiana de Carlo Magno?”, en El Gusto amargo de nuestras frutas y legumbres. 4 6 frecuencia menos pagadas de lo que fueron ellos. El gobierno español decidió ofrecer contratos para ese mismo trabajo a 6 500 polacos y 1 000 rumanos, casi todas mujeres.5 Millares de magrebinos se encontraron así en la calle, carentes de todo, sin trabajo, casa y esperanza. La situación era muy tensa y provocó una ola de racismo contra “los moros”, acusados de ser sucios, desafeitados y holgazanes. 4 000 personas marcharon en manifestación en Huelva contra “la inseguridad civil”y, por primera vez, había manifiestos de extrema derecha, del partido de la Democracia Nacional. Los magrebinos al final participaron en la cosecha de las fresas. En la búsqueda desesperada de un trabajo, cualquiera que fuese éste, permanecieron en la región. “Constituyeron un ejército de reserva muy importante para trabajar en los días festivos y durante las puntas altas de la producción, cosa que no estaban dispuestos hacer los trabajadores del Este. Los únicos beneficiados de esta situación fueron los empresarios, que se declararon muy satisfechos de la temporada, una de las más rentables”.6 Como dice Santiago Sierra en la Bienal de Venecia 20037 “España es una oligarquía, se ha vuelto una frontera inaccesible en la cual se razona sólo en términos de censura y en la que se ha consolidado la idea del límite, del confín, de la obstrucción racial a través de la demanda de pasaportes y huellas digitales. Los pueblos y las ciudades se están convirtiendo en lugares blindados, la cultura contemporánea cada vez más un manifiesto de prohibición”. 5 Según la agencia marroquí Map, los emigrados marroquíes fueron casi completamente descartados del contingente oficial de los trabajadores temporales empleados en España en el 2002. Sólo 515 fueron admitidos en un contingente de 32 000. Desde el inicio de los años 90, más de la mitad de los lugares eran tradicionalmente dados a los marroquíes (fuente: El agricultor provensal, Aix-en-Provence, 15 noviembre 2002). 6 Extracto de una entrevista a Decio Machado, responsable de la Organización democrática de inmigrantes y trabajadores extranjeros (Odite) en Huelva, el 19 mayo 2002, publicada en Archipel 96, Basilea, julio 2002. 7 Il manifesto, miércoles 18 de junio 2003,p.14- 7 Por otra parte, en Estados Unidos, el 26 de abril 2003,8 “el procurador general, John Ashcroft, amplió de manera significativa el poder del gobierno federal al ordenar que todos los inmigrantes indocumentados, aun los no vinculados con el ‘terrorismo’, podrán ser detenidos de forma indefinida por razones de ‘seguridad nacional’” Actualmente se buscan soluciones locales a problemas globales. Las migraciones son hoy la mayor apuesta en juego, pero no son unidireccionales, van en todas direcciones. Es un problema global, pero se buscan soluciones locales, del tipo “cerremos las fronteras”, Se ha producido un divorcio entre el poder y la política. Antes coincidían en el territorio del Estado-nación. Pero hoy el poder es extraterritorial y no hay una política de esa amplitud. Y es por eso que la lucha por los derechos de los migrantes no tiene sólo un significado social, sino político. Se conjugan en ella los problemas de los derechos sociales y los del derecho al desarrollo y la cultura. Es una lucha por la libertad universal, además de serlo por el derecho a la igualdad jurídica y por una vida decente. Porque ese proletariado “étnico” está renovando las estructuras de las clases, de las mismas etnias, las ciudades, las regiones. Porque es la dispersión correlativa a la migración la que irrumpe y pone en cuestión los temas globalizantes de la llamada “modernidad”: la nación y su literatura, el lenguaje y su sentido de la identidad, la metrópoli; el sentido de lo central; el sentido de la homogeneidad psíquica y cultural. En el reconocimiento del otro, de la alteridad radical, la diversidad, la existencia de identidades múltiples advertimos que ya nadie está en el centro del mundo. El sentido del centro y de nuestro ser está desplazado. “También nosotros, en tanto sujetos históricos, culturales y psíquicos estamos Jim Cason y David Brooks, “Por ‘seguridad’, EU detendría a indocumentados tiempo indefinido”, La Jornada, sábado 26 abril 2003, p.25. 8 8 desarraigados y nos vemos obligados a responder a nuestra existencia en términos de movimientos y metamorfosis”.9 La analogía nómada/ gitano, nómada/albanés, nómada/turco, nómada/mexicano, nómada/centroamericano=extranjero es una constante en el inconsciente colectivo de los Estados-nación, pues en ellos ni el nómada ni el inmigrante ni el “extranjero” deben gozar de hecho de todos los derechos de un “ciudadano”. En vez de desaparecer las fronteras se han reforzado y se han vuelto fronteras portátiles con muros internos e interiores. Se forman “zonas fronteras” junto con “fronteras simbólicas” en los países que reciben migrantes o por los que éstos se desplazan hacia los países del Primer Mundo. Por ello urge hacer un análisis diferencial de los procesos en curso, porque la política nace de la capacidad de diferenciar. Se necesita una política digna de la política universalista de la diferencia que retome la vocación universalista del diferir. Un paradigma en el cual toda identidad sepa no fijarse y encerrarse en sí misma, sino interpretarse como un diferir, y por ello irreductiblemente plural, pero que de la riqueza de la diferencia pueda volver a encontrar una vocación por la universalidad como horizonte de la “humanidad redimida”, para decirlo con Walter Benjamin. Todo ello nos lleva a los problemas que el neoliberalismo ha agudizado: la relación entre identidad nacional y los derechos universales de ciudadanía, la insoportabilidad de las desigualdades económicas y sociales entre los países del mundo, la necesidad de compartir reglas de derecho y democracia. Por otra parte, el control real de las fronteras pertenece a un pasado mítico. Una sociedad libre es una sociedad con las fronteras y las mentes abiertas, con identidades pluralistas. Debe saber aceptar las diferencias culturales. Esto implica adaptaciones recíprocas de los comportamientos. Pero lo esencial es aprender en el 9 Iain Chambers, Migración, cultura, identidad, Amorrortu, Buenos Aires, 1995, p.44. 9 futuro el concepto de lo “internacional sin territorio”, es decir, de un espacio donde coexistan redes y territorios entrelazados entre sí y donde las sociedades estarán mezcladas. Hoy los movimientos étnicos y la política de las diferencias introducen a la vez un “nosotros” y algunos intereses identitarios en la acción política y las reivindicaciones. La participación política constituye así la prolongación de una movilización “comunitaria”, mientras que la “identidad del ciudadano” se fundamenta en una lucha por valores universales: contra el racismo y la exclusión y a favor de la igualdad y la tolerancia o el respeto hacia lo diferente. La idea de una “nueva ciudadanía”, una ciudadanía multicultural que no se reserve sólo para los nacionales, sino que se abra a todos, a los nacionales y a los extranjeros que reivindican su ejercicio sobre la base de la residencia. La ciudadanía se convierte así en un medio para garantizar la residencia, no para asegurar la integridad cultural. Para la población extranjera, en la actualidad una de las principales fuerzas de trabajo del Primer Mundo, pero no sólo de éste, la ciudadanía podría, entre otras soluciones, contribuir a acabar con los actos racistas, ya que el derecho de voto podría influir en las decisiones políticas. Por otra parte, es necesaria la participación ciudadana de todos, el derecho de todos a participar en los gobiernos local, regional, estatal, nacional. Lo expuesto anteriormente: “Reclama una transformación radical de intereses en todas nuestras prácticas, intereses que deben dirigirse hacia la apertura del sentido: ésta es la ética. Los intereses no se dirigen hacia ellos mismos sino hacia una apertura”.10 Se constituye un espacio crítico que ya no sanciona la verdad, sino que existe más bien como una apertura, como un arma crítica, como diría Marx. 10 Ibid, p.180 10 Una ciudadanía multicultural debería tener presentes los derechos de los grupos culturales, de las llamadas “minorías étnicas”, en las que los miembros de determinados grupos se incorporan a la comunidad política no sólo en calidad de individuos, sino también a través del grupo de la comunidad. Para ello Kymlicka11 distingue tres conjuntos de derechos que darían sentido a la noción de ciudadanía diferenciada (como la denomina este autor): derechos de autogobierno, derechos poliétnicos y derechos especiales de representación. Los primeros tienen relación con la reivindicación de autonomía política o jurídica territorial; los segundos tienen como objetivo “ayudar a los grupos étnicos y a las minorías religiosas a que expresen su particularidad y su orgullo cultural sin que ello obstaculice su éxito en las instituciones económicas y políticas de la sociedad dominante”; en tanto, los derechos especiales de representación apuntan a mejorar los estándares de representación en las instancias políticas, en términos de la diversidad de los grupos sociales que requerirán representación. Otro aspecto que debemos analizar detenidamente es el contexto de internacionalización económica y globalización y el efecto que este contexto está produciendo en los Estados-nación y en sus relaciones (globales, multilaterales o bilaterales), y también en cómo se afectan las dinámicas internas de cada país, incluidas las relaciones de sus regiones y la conformación de sus zonas fronterizas. “Desde el punto de vista de la ciudadanía, sería ilusorio pensar hoy que son sólo las instituciones jurídicas del Estado-nación las que definen los marcos jurídicos. Las directrices de tratados internacionales han penetrado tan hondamente en los ordenamientos legales de los países concurrentes –o al menos se realizan con ese fin-, que la práctica social de una persona y su trato por parte de las autoridades nacionales, depende 11 Will Kymlicka, Ciudadanía multicultural, Paidós, Buenos Aires, 1996, p.53. 11 formalmente cada vez más de la firma de un tratado internacional y su correlato en el ordenamiento jurídico nacional”.12 El proceso globalizador está socavando la soberanía de los Estado-nación, pero a la vez está creando una ciudadanía globalizada, que se opone en muchos aspectos al poder hegemónico del Imperio. En un mundo que ya hace años es dominado por decisiones que trascienden a los países, a los grupos de países regionales, y en el que las decisiones de las grandes empresas transnacionales pueden generar problemas de escala supranacional, surge el reto del desarrollo de la “ciudadanía global como contraparte política del mundo de la economía”.13 Esta “ciudadanía global” todavía debe ser estudiada y legislada por tribunales que realmente tengan autonomía y poder de decisión y ejecución (La nulidad de las Naciones Unidas es un ejemplo muy claro de la carencia de estas instituciones). Una legislación que tome en cuenta la correlación de dos hechos: por un lado, la existencia de una línea de división estatutaria entre ciudadanos y no ciudadanos instituida (en oposición a las tendencias de transnacionalización de la ciudadanía) por medio de “la imposición” de la categoría de extranjeros sobre los no-ciudadanos; por el otro lado, la creación o la reproposición de zonas de residencia complementarias, con un estatuto totalmente desigual desde el punto de vista de los derechos y las condiciones de vida, donde la autonomía aparente disfraza malamente el hecho que algunos prescriben a otros el derecho de movimiento y los controlan con la fuerza. Es decir, significa que la libertad de circulación constituye una reivindicación fundamental que debe ser patrimonio de la ciudadanía de todos. Pero el derecho de Juan Enrique Opazo Marmentini, “Ciudadanía y democracia. La mirada de las ciencias sociales”, Metapolítica. “Del Estado a la ciudadanía”, volumen 4, México D.F., julio/septiembre 2000, p.71. 13 Bryan Turner S., “Outline of a Theory of Citizenship”, Chantal Mouffe (ed.), Dimensions of Radical Democracy, Verso, New York, 1992, p.60. 12 12 ciudadanía, que comprende todos los aspectos intermedios entre el derecho de residencia como “normalidad” de la existencia social y el ejercicio de los derechos políticos en los lugares donde las personas y los grupos han sido “arrojados”, sea por la historia y por la economía, constituye la otra cara indisociable. Los migrantes (sea “refugiados” o “trabajadores”, dado que las dos categorías no están separadas) no son una masa indiferenciada, son viajeros (forzados, “liberados”, discriminados) que ponen en relación entre sí a las comunidades extranjeras (y por consiguiente contribuyen objetivamente a relativizar y no a abolir su encierro) y territorios más o menos lejanos (contribuyendo a hacer más cortas las distancias y construir la contraparte humana de la universalización de las comunicaciones y de los flujos económicos). En su experiencia vivida y en su contribución a la emergencia de una “subjetividad” política de la globalización (sobre la que debe prevalecer la idea de la igualdad o “igual-libertad”) el aspecto de la diáspora no es menos fundamental que la del nomadismo. Esto significa que los migrantes exigen circular en varios lugares del mundo, entre varios “mundos”, sea en el sentido de ir o el de regresar, contribuyendo en ambos aspectos a una real “descolonización” y a la construcción de una ciudadanía sin fundamento antropológico racista –lo que no significa carente de conflictos entre las culturas y los intereses, o sin luchas de poder. Se trata entonces de saber en qué horizonte más amplio se coloca el “volverse sujeto” político de los migrantes (y su contribución específica en la emergencia de los sujetos políticos hoy día). En este sentido es que se debe construir de manera creativa un nuevo derecho global para el “hombre móvil”, para el migrante. Sólo así se podrá proteger en la nueva sociedad que viene, el derecho a la cultura, a la salud. Los migrantes tienen un papel extremadamente importante porque favorecen el desplazamiento del capital de un sector a 13 otro. Por ello, lo más rápidamente posible se debe insistir en el derecho de residencia. O sea, definir reglas precisas sobre los flujos, como lo hacen ya algunos países industrializados como Canadá, pero con una afirmación de los derechos sociales de quien escoge permanecer en un país distinto al de su nacimiento. Los migrantes no son objetos para explotar y desechar cuando ya no se les necesita. Ello hace necesario derechos que la pública administración aplique y que las confederaciones patronales respeten. Otros dos procesos acompañan la globalización, el de la pérdida de la tradición o la emergencia de un orden postradicional y el de la reflexividad tradicional. La pérdida de la tradición alude al divorcio del histórico matrimonio entre modernidad y tradicionalismo, a la forma en que el proceso de globalización engulle y desarticula costumbres y tradiciones (como el cambio en las relaciones entre los sexos y los valores familiares). Ello no supone la desaparición de la tradición, sino más bien un cambio de su estatus, al dejar de considerarla como algo incuestionable y verla como abierta a la interrogación, algo sobre lo cual se puede decidir. La reflexividad institucional se refiere al hecho de que, en un orden postradicional, los individuos deben acostumbrarse a procesar todo tipo de información relevante a su situación vital y a actuar sobre los pasos de la reflexión. Esto lleva a formas de democracia participativa para adentrarse en espacios cada vez más importantes para los ciudadanos, como son la vida cotidiana por un lado y los sistemas globalizados, por el otro. Estos procesos generan solidaridades pero también las destruyen, lo que no sólo provoca movimientos progresistas que confrontan la tradición, sino también fundamentalismos. El miedo a la desintegración ocasiona también el reforzamiento de la comunidad y el surgimiento de respuestas fundamentalistas y conservadoras. 14 Si bien la globalización no es un fenómeno nuevo, el desarrollo de las tecnologías modernas ha permitido la transferencia de personas y bienes en una fracción de tiempo infinitamente menor que en el pasado (transportes, medios de comunicación, comunicación virtual), exponiendo a un creciente porcentaje de la población a similares imágenes, mensajes y acontecimientos, desde sociedades y lugares lejanos. Al unísono, ha posibilitado el surgimiento de nuevas comunidades en forma tal que trascienden los límites del tiempo y espacio (las “comunidades imaginadas” generadas por ejemplo a través de internet). Además, produce efectos contradictorios, al provocar por un lado una creciente homogenización en relación con el mercado y el consumo, una especie de “hibridación cultural” y por otro una creciente diversificación y especialización de las diferencias y las identidades específicas. Este particular orden espacial y temporal de experiencias confiere un contenido específico a la naturaleza de la ciudadanía, abriendo nuevos contenidos y multiplicando derechos antes no considerados ni en los horizontes referenciales nacionales, derechos que van más allá de los límites del Estado-nación. Podemos decir que la globalización abre la posibilidad que los grupos excluidos, subordinados, de ciudadanías restringidas, se organicen a nivel transnacional en defensa de sus intereses. De ello ha sido un importante ejemplo el “movimiento de los movimientos” como lo llamó Noam Chomsky en su oposición a la guerra en nombre de una alternativa al neoliberalismo. El New York Times habló de que “en el mundo sólo quedan dos superpotencias: Estados Unidos y la opinión pública”.14 Y en efecto hay muchos que piensan que el movimiento antiglobalización, o alterglobalización, realizará un papel Sanjuana Martínez, “De las marchas a la protesta virtual”, Proceso, 1375, México D.F., 9 de marzo 2003, p.48. 14 15 crucial en el nuevo diseño del mundo. Es en, efecto un movimiento global que propugna una ciudadanía global, factor que le permite un protagonismo político que no se podía pensar hasta hace pocos años. Podemos afirmar que ahora nos encontramos frente a prácticas de ciudadanía transnacional. En el caso de Europa, esto es lo que emergió con fuerza en el movimiento contra la guerra en Irak. Esto es los ciudadanos europeos van más allá de los líderes nacionales, vistos alternativamente como héroes (Chirac) o lacayos (Blair), y están comenzando a construir una práctica de ciudadanía europea que supera los Estados nacionales y los partidos políticos nacionales. Esta expresión se presenta como “solidaridad global”. La otra vertiente de la ciudadanía global viene de la creciente emergencia de asuntos “que por su naturaleza son tan globales como el globo mismo”: sustentabilidad del planeta y de la vida humana, los problemas ambientales, la capa de ozono, la Amazonia, la violación de los derechos de los pueblos y de grupos humanos específicos, las migraciones, e incluso la proliferación de armamentos. Dos vertientes alimentan el impulso a la formación de ciudadanías globales actuando desde sociedades civiles globales. La vertiente de los espacios transnacionales oficiales, a nivel político, y la vertiente alimentada por la acción de los movimientos sociales de perspectiva global. Ambas vertientes corren paralelas, pero con permanentes puntos de intersección, coincidencia y “disputa” contestataria, no sólo por obedecer a diferentes lógicas y dinámicas de actuación sino también por las perspectivas e intereses diferenciados de las que se parte. Las ciudadanías globales están orientadas a fortalecer las bases de las sociedades civiles globales, al generarse, desde la acción de los movimientos sociales, una rica trama de redes y relaciones que, alrededor de asuntos ya internacionalizados, provocan un flujo permanente de acciones de impacto y de intercambio que van disputando sentido y 16 perfilando los contenidos de agendas globales. Representan, según Castells,15 una marejada de vigorosas expresiones de identidad colectiva que desafían la globalización en nombre de la singularidad cultural y del control de la gente sobre sus vidas y sus entornos. Son expresiones múltiples, diversificadas, influidas por sus específicas culturas y que incluyen tanto movimientos proactivos, que pretenden transformar las relaciones humanas en su nivel más esencial, así como movimientos reactivos, que construyen trincheras de resistencia en nombre de Dios, la nación, la etnia, la familia, la localidad. Obviamente, las ciudadanías globales y la formación de las dinámicas de las sociedades civiles globales no pueden estar desligadas de las dinámicas de poder y los hegemonismos existentes en los países y entre los países a nivel global. Las formas que puede asumir la ciudadanía global guardan relación con las formas en que los factores de poder, represión y subordinación de la globalización modifican, potencian o renuevan las dinámicas de exclusión-inclusión. Y si bien la diversidad pareciera más expresada y más visible en el espacio global, sigue estando cargada de desigualdad o de otredad, y por ello mismo constituye más una aspiración a conquistar, como parte del terreno de disputa que contiene la ciudadanía también a nivel global. La construcción de la ciudadanía global estaría alimentada por la posibilidad de imaginar un mundo en el que todas las personas tengan alternativas, o como dice el Foro Social de Porto Alegre: “Otro mundo es posible”. 15 Manuel Castells, La era de la información. Economía, sociedad y cultura, Vol.2, El poder de la identidad, Alianza Editorial, Madrid, 1997. 17