4 | 16 de mayo de 2005 OPINIÓN La segunda conflagración mundial y la justicia penal internacional Marcos Pablo Moloeznik* El lunes 9 de mayo fue conmemorado en Moscú el 60 aniversario de la finalización de la Segunda guerra mundial (1939-1945). No es casualidad que sea en la capital moscovita donde se rescate la memoria histórica, a seis décadas de la rendición incondicional del tercer Reich (1933-1945) y por ende del fin de la guerra en Europa: la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) fue la que terminó por decidir el conflicto armado hacia un lado de la balanza. El elevado costo material, y sobre todo humano, que debió pagar la URSS no tuvo otro significado que la resolución de este conflicto bélico en el frente oriental de Europa, con la victoria de los Aliados. De los más de 50 millones de muertos y desaparecidos que arroja el balance de la segunda conflagración mundial, la extinta URSS siempre reconoció oficialmente la pérdida de 20 millones de almas. Basta considerar que tan solo en el sitio a Leningrado –hoy San Petersburgo–, cuya duración fue de 900 días, murieron más ciudadanos soviéticos que la totalidad de las bajas británicas en los teatros de operaciones ocurridos a lo largo de los cinco años y medio de guerra. La primera derrota terrestre de la Wehrmacht se verificó a fines de 1941 a las puertas de Moscú, mientras que la mayor batalla de cerco y aniquilamiento fue concebida y ejecutada magistralmente por el ejército rojo en Stalingrado –hoy Volvogrado– a principios de 1943. A partir de entonces la iniciativa estratégica pasó a manos de la URSS, con una serie de victorias que culminaron con la toma de Berlín y la rendición incondicional de la Alemania nazi el 9 de mayo de 1945. El totalitarismo nacional socialista comenzó las hostilidades el 1 de septiembre de 1939 al invadir Polonia y fue en su capital donde cesó la guerra. Con el pasar de los años, mucho se ha escrito y discutido sobre los efectos de la segunda conflagración mundial. De todo ello y a la luz de su complejidad, tal vez –en los albores del tercer milenio– convenga destacar el significado que este enfrentamiento tuvo para la génesis del sistema de justicia penal internacional. La guerra fue total, ya que el porcentaje de defunciones de civiles o no combatientes supera con creces al de combatientes propiamente dicho (65 por ciento): con la aparición del poder aéreo dejan de existir los “santuarios” y surgen los bombardeos estratégicos y de saturación sobre blancos no militares, convirtiéndose la población civil en principal víctima del instrumento armado. Además, hay que poner de relieve la ideología del Partido Nacional Socialista de los Tra- De los más de 50 millones de muertos y desaparecidos que arroja el balance de la segunda conflagración mundial, la extinta URSS siempre reconoció oficialmente la pérdida de 20 millones de almas Soldados rusos durante el desfile militar en la plaza Roja de Moscú, el pasado lunes 9 de mayo bajadores (NSDAP, por sus siglas en alemán), cuyo eje era el antisemitismo: consideraba a los judíos como sus principales enemigos, dejando expedito el camino para su exterminio. Se estima en seis millones (incluyendo un millón de niños) el número de hebreos exterminados por el solo hecho de pertenecer a dicho grupo étnico o profesar su religión. Auschwitz-Birkenau, Treblinka, Belzec, Sobibór, Chelmno y Majdanek son los más importantes campos donde fueron perpetrados los asesinatos en masa. Poco después, en el seno de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y a partir de la experiencia histórica del holocausto, es tipificado el delito de genocidio que, junto con los crímenes de guerra y de lesa humanidad, pasa a ser imprescriptible. Fue en Nuremberg donde el Tribunal Militar Internacional juzgó a los criminales de guerra nazis y sentó las bases y principios de un futuro sistema de justicia penal internacional. La elección de esa ciudad en Baviera respondió a su naturaleza emblemática: era la sede de los congresos del NSDAP, con multitudinarias concentraciones presididas por Adolf Hitler y el lugar donde se aprobaron las leyes raciales (1935) y, por tanto, la exclusión de los judíos de la vida pública en Alemania. Si bien fue un jurado impuesto por los vencedores, sus principios recorrieron un largo camino jalonado por los tribunales penales internacionales ad hoc para la ex Yugoslavia y Ruanda, hasta llegar al actual Estatuto de Roma o Corte Penal Internacional, con la potestad de perseguir y sancionar delitos que, por su naturaleza y gravedad, ofenden a la humanidad en su conjunto: crímenes de guerra, genocidio y crímenes contra la humanidad. En síntesis, a lo largo de la segunda conflagración mundial la comisión de delitos FOTO: EFE contra la condición humana obligó a establecer un Tribunal Internacional en Nuremberg, facultado para juzgar a los responsables de la agresión que dio origen a este enfrentamiento, así como de crímenes de lesa humanidad y de guerra. Los célebres juicios de Nuremberg pusieron de relieve que para ciertos tipos delictivos la impunidad solo puede ser evitada si existe una instancia supranacional, complementaria de la jurisdicción interna de los Estados: la Corte Penal Internacional es hoy una realidad que responde al afán de justicia planetaria y cuyos orígenes deben buscarse en un conflicto armado como el desarrollado entre 1939 y 1945. ■ * Profesor investigador del Departamento de Estudios Políticos, CUCSH. Correo electrónico: mmoloeznik@yahoo.es.