La auto revelación de Dios Esta es la tercera de una serie de breves reflexiones sobre el propósito y la obra del Concilio Vaticano II, escrito para los boletines parroquiales con motivo de la celebración del quincuagésimo aniversario del Concilio a partir del próximo 11 de octubre. Después de las enseñanzas relativas a nuestra adoración a Dios en la liturgia, encontradas en el primer documento del Concilio, los obispos que se habían reunido para el Vaticano II dirigieron sus esfuerzos a profundizar nuestra comprensión de cómo es que podemos adorar a Dios “en espíritu y en verdad”. ¿Cuáles son las fuentes del conocimiento que tenemos sobre el Dios que adoramos? Todo el conocimiento humano de Dios es radicalmente incompleto a menos que Dios mismo nos revele quién es él. Dios se revela a sí mismo en la naturaleza y, con mucha mayor profundidad, en la larga historia de llamados y de moldear a un pueblo que llega a entenderlo a través de sus proezas y de su interacción con sus criaturas humanas. Después del pecado de nuestros primeros padres, Dios nos promete redimirnos y restaurar su amistad con nosotros. Él pide a Abraham ser el padre de un pueblo elegido y le dice a Moisés que libere a este pueblo de la esclavitud y les muestre cómo vivir de acuerdo a la ley de Dios. Finalmente, Dios envía a su propio Hijo, el Verbo Encarnado de Dios, para ser el salvador de la raza humana, lo que nos hace ser parte de su familia. Jesús es, en su Persona divina, la revelación de su Padre, quien a su vez se convierte en nuestro Padre a través del bautismo. Después de que Jesús ascendió al Padre, los apóstoles comenzaron a contarle al mundo quién es Cristo y heredaron esta misión a sus sucesores en la Iglesia. El propósito de la Iglesia en cada generación es presentar al mundo a su Salvador. Usamos palabras humanas para hablar de la Palabra eterna de Dios. Las palabras pronunciadas en la Iglesia en las dos primeras generaciones del cristianismo en algunos casos quedaron grabadas en textos inspirados por el Espíritu Santo. Estos textos del Nuevo Testamento complementan y completan las memorias inspiradas del pueblo judío, llamado por nosotros el Antiguo Testamento. La Sagrada Escritura habla de lo que Dios ha hecho en la historia y de lo que Dios nos dice que debemos creer y hacer en cada era. Dado que los libros sagrados están escritos en y para el pueblo de Dios, es la comunidad de fe, que los interpreta de acuerdo con la tradición la que discierne qué libros son inspirados y cuales no lo son, cuáles son las acciones normativas y cuáles no. Las obras de Dios y las palabras de las Escrituras son espejos que reflejan la verdad sobre Dios. Juntos, los libros inspirados de las Escrituras y de la Tradición Apostólica de la Iglesia nos dicen quién es el Dios que adoramos y quienes somos nosotros, como sus hijas e hijos queridísimos. Nuestra fe es segura debido a que la “palabra de Dios permanece para siempre” (I Pedro 1,23-25). En la Arquidiócesis de Chicago, a partir del Concilio, muchos grupos de estudio bíblico nos hemos reunido en nuestras parroquias. Nuestra Chicago Catholic Scripture School (Escuela Católica de las Escrituras de Chicago) patrocinada por la arquidiócesis, ofrece cursos bíblicos en inglés, español y polaco para ayudar a los católicos a profundizar en su comprensión y aprecio de las Sagradas Escrituras. Nuestra catequesis tiene fundamentos bíblicos y la liturgia, celebrada en 23 lenguas vernáculas que se utilizan cada domingo en la Arquidiócesis para adorar a Dios, sumerge a la comunidad de fe en la Biblia a través de un ciclo de tres años de lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento. El documento del Concilio Vaticano II sobre la revelación divina (Dei Verbum) nos conduce a la reflexión que hizo el Concilio sobre la Iglesia, sobre la comunidad de fe que interpreta a las Escrituras generación tras generación, hasta llegar al retorno glorioso de Cristo. El documento sobre la Iglesia (Lumen gentium) será, por lo tanto, tema de la cuarta parte de estos breves artículos. Cardenal Francis George, O.M.I. Arzobispo de Chicago