Roxin y la dogmática político-criminalmente orientada (*) Por Íñigo Ortiz de Urbina Gimeno(**) El profesor Claus Roxin es sin lugar a dudas uno de los más destacados juristas penales de la segunda mitad del siglo XX, y posiblemente el que más ha influido en la doctrina jurídico-penal iberoamericana. Esta última circunstancia se debe no tanto a sus importantes contribuciones en el ámbito de la teoría jurídica del delito como a su determinante contribución a la revitalización de un imponente concepto, el de “política criminal”.En las páginas que siguen, me sumaré al homenaje a este eminente maestro analizando de forma crítica algunos aspectos de esta parte de su espectacular legado. En sucesivos apartados, me referiré a la conexión entre la denominada orientación a las consecuencias, la política criminal y el derecho penal (1) y a la relación entre derecho penal y política criminal en la obra en la que el profesor Roxin presentó por vez primera su programa –“Política criminal y sistema del Derecho penal”- (2); finalmente, formularé unas conclusiones (3).1.- “Orientación a las consecuencias”, política criminal y derecho penal A estas alturas, la afirmación de que la dogmática jurídico-penal contemporánea se ve a sí misma como una actividad eminentemente práctica, orientada a las consecuencias, no precisa ser demostrada. Pero si probar esta afirmación sería fácil, no lo es en absoluto saber qué significa tal autocomprensión del quehacer dogmático y qué consecuencias se derivan de ella. La idea de que el derecho –en general- debe orientarse a las consecuencias y tomar en consideración las necesidades prácticas dista de ser novedosa. De hecho, en muy pocas ocasiones alguno de los juristas más relevantes del pasado (quizás sí sus epígonos) se ha mostrado a favor de excluir de la elaboración teórica la pretensión de relevancia práctica. Incluso el jurista más emblemático de la denostada jurisprudencia de conceptos, Puchta[1], afirmó que “el contenido de toda ciencia debe permitir e incentivar su utilización en la práctica, aun cuando haya ciencias en las que esta aplicación sea mediata (...) La jurisprudencia, sin embargo, se perdería a sí misma si no tuviera permanentemente ante sus ojos los 1 1 efectos inmediatos sobre la realidad” (Institutionen, I, 7ª ed., 1871, p. 91).El objetivo de la anterior cita no es proponer una reinterpretación de Puchta que lo sitúe entre los juristas partidarios de la jurisprudencia de intereses o el realismo jurídico, sino mostrar cómo las alusiones a la realidad, las consecuencias prácticas y los fines del derecho han sido siempre parte integrante del discurso de los juristas, incluso del de aquellos a quienes se considera más proclives a la elaboración teórica ensimismada. Conviene pues proceder con cautela y no confundir lo que son genéricas declaraciones de intenciones con el efectivo desarrollo de una metodología y una organización del trabajo orientadas a la práctica.En la doctrina jurídica contemporánea es unánime la consideración del derecho positivo como una creación humana orientada a la consecución de determinados efectos (consecuencias) sociales, una institución social que puede ser dirigida a la realización de los más variopintos fines. Hablar del carácter instrumental del derecho, subrayar que “el fin crea el derecho”, como reza la famosa declaración de Jhering[2], no implica sin embargo establecer un concepto material de fin[3]. La orientación a fines no depende de que éstos se entiendan de forma “empírica” como necesidades de la sociedad, ni de la legitimidad democrática de la decisión a favor de uno u otro fin, y también se da en aquellos casos en los que la bondad que se predica de los fines perseguidos se apoya en una determinada ética normativa o en aquellos otros en los que los efectos que realmente se pretende conseguir son distintos de los que se explicitan como fundamento de la normativa.Al carácter final del derecho en general hay que añadir que, en el caso del derecho penal, si se tiene en cuenta la amplitud de las concepciones de la política criminal, la orientación a las consecuencias supone por definición una orientación a las consecuencias político-criminales[4]. Si la política criminal en sentido teórico es el análisis del tipo de política que conviene seguir con respecto al crimen (política criminal normativa) o la descripción de tal política en un ámbito histórico-geográfico concreto (política criminal positiva), las reflexiones político-criminales también están presentes en el caso del uso manipulador del derecho penal o de su construcción conforme a una concreta concepción ética. Tanto el carácter instrumental como la referencia político-criminal son características que se conservan cuando se desciende del derecho penal como disciplina a la dogmática en particular. Salvo que se haga 2 2 dogmática por motivos puramente estéticos[5] y/o utilizando procedimientos aleatorios de construcción conceptual, la dogmática es en principio una actividad prácticamente orientada que tiene como objetivo facilitar la labor del aplicador del derecho. En esta tarea, y ante las múltiples posibilidades de elección que inevitablemente se le presentan al dogmático, éste habrá de orientarse conforme a fines que, en virtud de la definición de “política criminal”, serán fines políticocriminales.Esta estrecha relación entre los fines perseguidos por el derecho penal y los fines político-criminales es puesta de manifiesto por Roxin cuando, al referirse a la referencia valorativa de la dogmática, manifiesta que “los fines que constituyen y guían el sistema de derecho penal sólo pueden ser de naturaleza político criminal, porque los requisitos de la punibilidad se deben orientar, por supuesto, a los fines del derecho penal” (ST/AT, 3ª ed., 1997, p. 168).Así pues, asumiendo la definición de política criminal al uso, tanto la decisión sobre la conveniencia de la sistematización (el si de la sistematización) como la ulterior elaboración de los requisitos de la responsabilidad penal, (el cómo se procede en la sistematización), son cuestiones político-criminales. De esto se sigue que, como todas las corrientes de derecho penal existentes a lo largo de los últimos dos siglos han tenido que pronunciarse sobre estos aspectos, al hacerlo han hecho política criminal[6]. A esta conclusión no se puede oponer el dato, en sí cierto, de que en épocas anteriores no se hablara expresamente de la atención a las consecuencias o a las consecuencias político-criminales. Esta circunstancia no debería tener la menor relevancia en el análisis de las relaciones entre dogmática y política criminal, ya que éste, si pretende ser útil, no puede limitarse a ser un estudio sobre la retórica empleada por las diferentes escuelas de pensamiento, sino que habrá de afrontarse como un estudio conceptual en el que el análisis de las distintas opciones retóricas sólo tendrá cabida en cuanto sea necesario como medio para llegar a los contenidos que las subyacen.La cuestión es relevante porque, dejando de lado el paréntesis neoclásico, cuyo tratamiento ha mejorado ostensiblemente, impresiona el grado de incomprensión respecto de las intenciones político-criminales que estaban detrás de otros enfoques, que lleva incluso a negar su orientación político-criminal, cuando todo lo que se puede decir es que seguían otras directrices político-criminales.- 3 3 Hoy en día es pacíficamente reconocido que la dirección neo-clásica no sólo teorizó con profundidad sobre la interpretación teleológica, sino que materializó las distintas categorías de la teoría jurídica del delito conforme a criterios político-criminales[7]. En otras direcciones teóricas, la decisión de sistematizar y definir estrictamente los requisitos de imputación tiene como objetivo lograr la máxima uniformidad y eficiencia en la toma de decisiones judiciales[8]. En ordenamientos jurídicos que son producto de la vocación igualitaria y racionalista del ideario ilustrado, incrementar la uniformidad y eficiencia de las decisiones judiciales es un objetivo político-criminal de la máxima importancia. Adicionalmente, pretender elaborar un sistema de determinación de la responsabilidad penal al que el juez se pueda y deba ceñir lo más estrictamente posible (el sueño irrealizable del juez como “boca que pronuncia el derecho”) tiene como fin restarle libertad de decisión, una meta político-criminal y político-jurídica de primer rango en un modelo político que preconiza una fuerte separación de poderes y el predominio del legislativo.A esta orientación no le parecería, como a Roxin, que “si sólo se tratase de ordenación, proporción y dominio de la materia, la disputa por el sistema ‘exacto’ debería aparecer como poco fructífera” (Política criminal, 1970, p.19). Si tal programa se hubiera podido llevar a cabo – lo cual es imposible por razones teóricas y conceptuales- el sueño de la sujeción del juez al legislador se habría realizado en mayor grado, lo cual sería un logro importantísimo para una concepción como la ilustrada.No es que en tales concepciones del derecho penal las categorías e institutos del sistema no se construyeran de acuerdo con una decisión político-criminal, sino que tal construcción no se hacía siguiendo la visión político-criminal que impera en la dogmática actual, de acuerdo con la cual es preferible constituir el sistema otorgando mayor libertad al decisor jurídico para que este pueda atender a las circunstancias del caso, antes que elaborar un sistema que logre una mayor vinculación del juez a la ley y menor libertad de decisión en el caso concreto.Hablar de una situación “anterior” probablemente tiene algo de interesado; en concreto, sirve para trazar fronteras entre lo anterior – deficiente- y lo nuevo –mejor-. El fenómeno no es privativo del derecho penal sino que es común a las disciplinas sociales, en las cuales, se ha 4 4 dicho, suele aparecer que “la configuración más moderna de una disciplina es la mejor y todo lo anterior es historia previa, la trabajosa superación de errores y equivocaciones. Historias de evolución y éxito de este tipo son comunes en las ciencias sociales; en éstas se otorga una consideración acrítica a aquello que se ha impuesto fácticamente mientras que se condena con rapidez a los perdedores de la historia de la disciplina” (Bock, Kriminalsoziologie in Deutschland, 2000, pp. 115116). En otras palabras: también en las ciencias, y en especial en las sociales, la historia la escriben los vencedores.Este fenómeno se percibe también en la dogmática jurídico-penal, en la que se fomenta la impresión de que la situación anterior a la dogmática orientada a las consecuencias ha sido efectivamente superada por un movimiento que ya ha alcanzado la determinación de su marco de actuación y que en el momento presente se dedica a su desarrollo. Lo cierto, sin embargo, es que ese marco de actuación es tan impreciso que difícilmente merece ese nombre, y la poderosa retórica de la orientación a las consecuencias (a) se ha convertido antes en un obstáculo que en un acicate en la necesaria labor de concreción de ese marco y (b) no tiene una adecuada visión del aparato teórico-conceptual que maneja.(a) En primer lugar, las abundantes menciones a la orientación políticocriminal de la labor dogmática funcionan por lo general como un mecanismo que elude afrontar el hecho de que decantarse por la orientación político-criminal “debe conducir a dilucidar qué quiere decir Política Criminal, cómo se accede a sus principios y cómo se orienta el sistema a los mismos”(Silva, Política criminal, 1997, p. 19). Mientras no se haga tal cosa, la referencia a la política criminal no pasa de ser una vaga declaración de intenciones y la apelación a un lugar común de contornos imprecisos, sin que se haya adelantado ni un solo criterio de adecuación político-criminal; se sabe que hay que aplicar un baremo, el de la relevancia político-criminal, pero no qué criterios lo conforman. En tanto las referencias no se concreten, la “orientación político-criminal” será meramente una denominación bajo la cual pueden cohabitar prácticamente todas las direcciones teóricas sin que nadie se vea en la obligación de especificar en qué consiste tal cosa y sin que, por lo tanto, sea posible determinar el grado de éxito logrado en la empresa.La retórica de la orientación a las consecuencias vino a reforzar el papel del dogmático en un momento en el que arreciaban las críticas a su proceder y en concreto al método sistemático, al que se acusaba de ser 5 5 incapaz de atender a las necesidades político-criminales y, más concretamente, de ser reaccionario. No se debe olvidar el contexto histórico en el que surge la dogmática de orientación a las consecuencias. En Alemania en las décadas de los sesenta y los setenta existía una gran insatisfacción con la elaboración jurídica “tradicional”, a la que se achacaba un alto grado de abstracción y de conservadurismo. La discusión adquirió unos tintes y unos ímpetus que hoy resultan difíciles de creer[9] y que motivaron a los cultivadores de la dogmática jurídica a buscar salida a estas acusaciones. En realidad, los reproches que en aquella época se hicieron a la dogmática y a toda la elaboración jurídico-teórica en general fueron inadecuados por su exageración y por su carácter selectivo: al igual que en su primera fase la criminología crítica se olvidó de las víctimas y sus intereses, también la crítica a la dogmática obvió los importantes intereses que se protegen a través de la sistematización. Fuera como fuere, los movimientos críticos lograron su objetivo de poner a la dogmática contra la pared[10].Ante esta situación, desde la dogmática se hicieron concesiones que han acabado siendo más retóricas que materiales. Éste es el marco en el que se encuadra la retórica del “antes y ahora”. La dogmática jurídico-penal pretendió distanciarse de las críticas magnificando los desvaríos metodológicos de corrientes pasadas y subrayando lo que serían sus propios avances. En realidad, la situación no había sido tan mala antes y los factores que fueron señalados como responsables de la poca relevancia práctica de la dogmática tienen en realidad escasa influencia sobre tal circunstancia[11]. Por este motivo, las modificaciones que se han producido en el modo de entender la dogmática difícilmente conseguirán el objetivo de incrementar su relevancia práctica.En conclusión, el primer efecto negativo de la retórica de la orientación a las consecuencias o a la política criminal consiste en la creación de una situación de buena conciencia que desincentiva la investigación del papel que cumple la dogmática jurídico-penal dentro de la política criminal: simplemente se asume que es importante.(b) Un segundo efecto negativo de esta retórica del cambio es que, asumiendo que se está ante un modo radicalmente distinto de hacer derecho penal, se descuida la reflexión sobre el estatuto del aparato teórico-conceptual empleado. No se puede discutir que, en comparación con estadios anteriores, la dogmática actual disfruta tanto de un aparato conceptual más avanzado como de un mayor conocimiento sobre la argumentación jurídica. Pero esto no debe llevar a sobrevalorar las 6 6 diferencias con estadios de evolución previos. Además de replantearse la adecuación histórica de ciertas descripciones de la doctrina anterior, hay que reflexionar sobre el propio Zeitgeist, caracterizado por la alusión a sonoros tópicos filosófico-metodológicos que no son objeto de profundización[12].Así por ejemplo, no se puede sino estar de acuerdo sobre la inviabilidad del modelo de juez autómata, inviabilidad que tiene carácter estructural y necesario, ya que se desprende por lo pronto de ciertas características intrínsecas al lenguaje natural, cuya utilización en la transmisión de mensajes normativos es ineludible[13]. Como el juez ha de aplicar normas y éstas no pueden establecer con certeza los límites de su ámbito de aplicación, dispone de márgenes de libertad y el sistema permanece en ese tanto “abierto”. Pero del carácter necesario de la apertura del sistema no se deriva que haya que hacer de necesidad virtud e insistir en la posibilidad que este hecho ofrece de participar en la política criminal[14]. No es de recibo, por ejemplo, entender que el carácter “abierto” del lenguaje deba ser bienvenido porque permite la puesta al día del sistema (Schünemann, Razonamiento sistemático, 1984, pp. 35-37). Como mínimo habría que matizar tal bienvenida, ya que el precio que se paga por la posibilidad de una constante actualización del sistema es el de su mayor inseguridad en cada momento, y la seguridad jurídica es un valor político-criminal cuya importancia no debe ignorarse[15].Conviene aclarar que no se trata de hacer acto de fe y afirmar la posibilidad de elaborar un sistema cerrado, sino de cerrar en la medida de lo posible un sistema que se sabe que irremediablemente habrá de quedar abierto. Mientras se piense que el carácter abierto del lenguaje/del sistema es una característica positiva, sin embargo, no habrá ningún motivo para plantearse cómo se puede proceder a su reducción[16].Forma parte de las notas características de la nueva dogmática, sin embargo, no haberse dado cuenta de que del carácter estipulativo de la labor de definición conceptual y de la irremediabilidad de su carácter abierto no se sigue que quienes pretenden reducirlo al mínimo sean formalistas despreocupados por la política-criminal. También la elaboración dogmática que pretende el máximo grado de apego a la ley participa en la política criminal ya que, como se ha dicho, “tanto la interpretación amplia como la interpretación estricta son fruto de una decisión estratégica” (Naucke, Gesetzlichkeit und Kriminalpolitik, 1989, 7 7 p. 233; en igual sentido Hassemer, Folgenberücksichtigung, 1982, pp. 510-511). Estrategia, no hace falta añadir, que se refiere al correcto tratamiento del fenómeno criminal y por lo tanto tiene carácter políticocriminal.Hasta aquí, el planteamiento ha sido negativo: se ha expuesto lo que no ha cambiado (o lo ha hecho en menor medida de lo que se asume) con la nueva orientación político-criminal. Ahora bien: ¿qué ha cambiado? Para poder contestar a este interrogante hay que atender a la faceta constructiva de esta nueva manera de entender la dogmática y, para ello, nada más indicado que el análisis de la relación entre política criminal y dogmática propuesta por Claus Roxin en su opúsculo de 1970, “Política Criminal y Sistema de Derecho Penal”.2.- La relación entre política criminal y dogmática en “Política Criminal y Sistema del Derecho Penal” de Roxin “Política criminal y sistema del Derecho penal” es con seguridad el trabajo que más ha contribuido a la consolidación del nuevo entendimiento de la dogmática como una actividad políticocriminalmente orientada. Con independencia de que se compartan sus directrices sistemáticas o metodológicas, en la actualidad existe amplio acuerdo en que la dogmática ha de orientarse conforme a criterios político-criminales y también en que esta orientación, en sus líneas generales, debe articularse según ha mostrado Roxin, integrando las valoraciones político-criminales en la construcción de la propia teoría jurídica del delito y no dejando que se queden en las puertas de ésta. Así, autores que no comparten decisiones sistemáticas básicas de la propuesta de Roxin (por ejemplo la ubicación del dolo y la infracción del deber de cuidado en el tipo de injusto) y otros que parten de presupuestos metodológicos distintos (como por ejemplo los autores finalistas y su defensa de la existencia de estructuras lógico-objetivas), aceptan sin embargo su visión de la relación dogmática-política criminal.Para entender la importancia del trabajo de Roxin es importante recordar la época en la que apareció. Como hemos visto, a principios de los setenta imperaba un amplio sentimiento de malestar con lo que se consideraban graves limitaciones del método dogmático y en especial del sistemático, que se enfrentaba a lo que Roxin califica de “deprimentes dificultades” (Política Criminal, 1970, p. 23). Por un lado, 8 8 y sin desconocer las ventajas de la elaboración sistemática, surgía “la siempre discutida cuestión, si no estará caracterizado el trabajo sistemático de filigrana de nuestra dogmática, que opera con las más sutiles finezas conceptuales, por una desproporción entre la fuerza desarrollada y su rendimiento práctico”(Roxin, Política criminal, 1970, pp. 18-19). Por otro lado, se cuestionaba la supuesta separación entre dogmática y política criminal preconizada por von Liszt al afirmar que el derecho penal es la barrera infranqueable de la política criminal. En este sentido, planteaba Roxin, “si las cuestiones políticocriminales no pueden ni deben penetrar en ella (en la dogmática, IOU), la deducción exacta del sistema puede garantizar ciertamente resultados inequívocos y uniformes, pero no materialmente justos. ¿Para qué sirve la solución de un problema jurídico que, a pesar de su hermosa claridad y uniformidad, es desde el punto de vista politicocriminal erróneo? ¿Debe ser preferible realmente a una decisión satisfactoria del caso concreto, que no es integrable en el sistema? Es evidente que debe responderse negativamente a esta cuestión y que hay que admitir las quiebras, motivadas politicocriminalmente, de la regla estricta. Pero, de este modo, se relativiza naturalmente todavía más la significación de los conceptos sistemáticos generales y de las abstracciones dogmáticas” (Roxin, Política criminal, 1970, pp. 19-20).9 En el momento en el que Roxin escribe su obra, la contraposición entre la importancia concedida a la sistematización y la concedida a la justicia del caso concreto se escoraba del lado de esta última, como indica este autor con una cita de la primera edición del manual de Jescheck: “Lo decisivo ha de ser siempre la solución de la cuestión de hecho, mientras que las exigencias sistemáticas deben ocupar el segundo plano”[17]. A Roxin, sin embargo, tanto la elaboración sistemática encerrada en sí misma como la desatención a la sistematización le parecen poco fructíferas, debido a su carácter reduccionista[18].Precisamente el no dejarse llevar por el espíritu de su tiempo es uno de los más impresionantes logros de Roxin. Otros autores se contagiaron del ambiente “anti elaboración sistemática” y lanzaron vagas proclamas sobre la importancia de la justicia en la resolución del caso concreto, afirmaciones que guardaban algún parecido externo con manifestaciones de la teoría tópica y de la concepción hermeneútica de la interpretación y aplicación del derecho pero que no explicaban en qué consistía la importancia de la justicia y hasta dónde se estaba dispuesto a llegar por afirmarla[19]. Roxin, sin embargo, no dejó de apreciar el carácter esencial de la elaboración sistemática y propuso un sistema con el cual 9 pretendió armonizar ésta con la resolución materialmente adecuada del supuesto particular. Fruto de este esfuerzo es su propuesta de construcción sistemática, el posteriormente denominado “sistema abierto de orientación teleológica”.El principal objetivo de Roxin era lograr relevancia para las valoraciones y reflexiones político-criminales en el propio sistema de la teoría jurídica del delito. Esta relevancia no debe sin embargo limitarse a que las finalidades político-criminales sean un instrumento de apoyo interpretativo, como sucede por ejemplo con la interpretación teleológica, sino que la relevancia de los principios político-criminales ha de manifestarse ya en la configuración de tales categorías. Adicionalmente, esta configuración ha de proceder de manera ordenada, al responder cada categoría a un único principio político criminal. En este aspecto se hallaba la verdadera originalidad teórica de la propuesta. Si bien la introducción de referencias valorativas y teleológicas en las diferentes categorías e instituciones de la teoría jurídica del delito había constituido una seña de identidad del neoclasicismo, la introducción de valoraciones político-criminales no tenía el carácter preciso que le otorga Roxin, sino que –se dijo- se agotaba en la referencia a la posibilidad de tales valoraciones, a la superación del formalismo jurídico de corte mecanicista. Roxin, por último, no sólo afirmó la oportunidad de elaborar las distintas categorías de la teoría jurídica del delito conforme a criterios político-criminales, sino que se pronunció expresamente sobre los criterios concretos que habrían de ser utilizados en tal construcción. De entre los numerosos aspectos importantes de la propuesta de Roxin, aquí se van a tratar los tres que se acaban de referir: la referencia de cada categoría sistemática a un único principio político-criminal (a); la importancia de la reflexión político-criminal en la propia construcción del sistema y no como mero complemento interpretativo (b); y la explicitación de los concretos criterios político-criminales que han de ser tenidos en cuenta en la construcción del sistema (c)[20].(a) Ya en la segunda edición del libro de que se habla admite Roxin que su propuesta de ordenación de las categorías de la teoría jurídica del delito a concretas finalidades político-criminales no implica que tales finalidades no puedan hacer aparición en otros lugares de la misma, y aporta dos ejemplos de lo que dice. Por un lado, tiene sentido realizar la interpretación conforme al bien jurídico en sede típica –sede a la que se había asignado inicialmente la protección del principio político criminal “nullum crimen nulla poena”-; por otro lado, se reconoce que los 10 10 conflictos de intereses, que por regla general pertenecen a la antijuridicidad, pueden aparecer ya en la tipicidad (Roxin, Nachwort, 1973, pp. 49-50)[21].Responde así este autor a una crítica que le habían efectuado Jescheck (ST/AT, 2ª ed., 1972, p. 163, nota 71) y Dreher (Schriftum, 1971, p. 217), y se adelanta a la que luego le haría Amelung (Contribución a la crítica del sistema de Roxin, 1991, pp. 96-99), pero en el intento de afrontar tal crítica reconoce la debilidad de uno de los puntos más novedosos e importantes de su propuesta, la asignación a cada categoría de la teoría jurídica del delito de una función político-criminal, y admite que la concreta asignación que él llevó a cabo tenía sólo carácter de guía.La debilidad del intento de construir cada categoría sistemática en torno a un solo principio político-criminal también fue puesta de manifiesto por Stratenwerth al indicar que las múltiples cuestiones relacionadas con la culpabilidad “difícilmente se pueden contestar recurriendo directamente a reflexiones preventivas” (Stratenwerth, Buchbesprechung, 1972, p. 197; similar, Zipf, Literaturbericht, 1977, pp. 711-712). A esta observación replicó Roxin que “si uno decide que las causas de exclusión de la pena que se encuentren fuera de la teoría de los fines de la pena sean asignadas a otras categorías, como las causas personales de exclusión de la pena, las condiciones objetivas de punibilidad, etc., no existe necesidad de convertir la categoría de la culpabilidad, mediante un conglomerado de tópicos (topoi), en una categoría residual que se sitúe fuera del pensamiento sistemático unitario” (Roxin, Nachwort, 1973, pp. 47-48).Sin embargo, a este planteamiento se le puede objetar que, si se toma esta decisión, entonces es la punibilidad la que resulta convertida en tal categoría residual, y estaría por encontrar el principio político-criminal unitario al que responde. En vista de la diversidad de las reflexiones a las que responden los distintos institutos que en la actualidad se asignan a la punibilidad, esta tarea se antoja irrealizable. Por supuesto, se puede mantener que tal categoría se sitúa fuera del sistema, pero entonces lo que está necesitado de explicación es cómo una categoría extrasistemática puede ser decisiva en la decisión de casos penales o, lo que es lo mismo, cuál es el valor de un sistema que no alcanza a recoger una institución/categoría relevante en la resolución de numerosos supuestos litigiosos[22].- 11 11 Con las concesiones vistas, la originalidad de la idea de Roxin queda reducida (no así su importancia) y, en términos generales, su propuesta es difícilmente diferenciable del resto de las que se pronuncian por la introducción de puntos de vista político criminales en la elaboración de las categorías dogmáticas. En concreto, el sistema que en su día propuso Roxin no supone, en lo pertinente a las relaciones dogmáticapolítica criminal, ningún avance sobre el planteamiento neo-clásico.(b) Como es sobradamente conocido, la importante fase de la evolución del derecho penal en el último siglo que tuvo al neokantismo como soporte metodológico estuvo marcada por la reafirmación del momento valorativo en el ámbito de lo jurídico (Jescheck/Weigend, ST/AT, 5ª ed., 1996, pp. 204-208; Schünemann, Razonamiento sistemático, 1984, pp. 47-53; Mir, Introducción a las bases, 1976, pp. 227-245). Este dato fue también reconocido por Roxin en 1970, al decir que “la metodología referida a los valores del neokantismo hubiera podido conducir desde el punto de vista normativo a una “imagen completamente nueva del sistema jurídicopenal” si se hubiesen elegido las directrices políticocriminales como criterio al que referir todos los fenómenos dogmáticos (Política Criminal, 1970, pp. 35-37 –cita, p. 35-; Nachwort, 1973, pp. 48-49). Como tal cosa no se hizo, se dice, las consecuencias concretas en el ámbito de la teoría jurídica del delito fueron “sorprendentemente limitadas” (Schünemann, Razonamiento sistemático, 1984, pp. 52-53).El juicio anterior, sin embargo, ha de considerarse precipitado si se tiene en cuenta la “materialización” a la que el método neokantiano sometió a diversas categorías e institutos de la teoría jurídica del delito. En concreto, durante la vigencia del enfoque neo-clásico se insistió en la interpretación del tipo conforme al bien jurídico protegido, se introdujo la noción de antijuridicidad material y, en la categoría de la culpabilidad, la “reprochabilidad” como esencia de la categoría de la culpabilidad y la idea de exigibilidad (Roxin, Política Criminal, 1970, p. 36; Mir Puig, Introducción a las bases, 1976, pp. 242-243). Que el neo-clasicismo mantuviera las categorías de la teoría jurídica del delito anterior no lo diferencia de otros movimientos posteriores. De hecho, tales categorías e institutos son hoy en día esencialmente los mismos que hace un siglo, aun cuando las concretas categorías se conciban de modo parcialmente distinto (Roxin, ST/AT, 3ª ed., 1997, p. 157; Silva Sánchez, Evolución, 2000, pp. 261-262, 270-272; Morillas, Metodología, 2ª ed., 1991, pp. 286-287). También la corriente mayoritaria en la dogmática actual se puede describir como post-finalista y mantiene los rasgos esenciales de 12 12 la sistemática finalista, aun cuando le otorgue una base distinta (teleológica y no ontológica), sin lugar a dudas más adecuada para atender a las necesidades prácticas. Del mismo modo, el neo-clasicismo, que adoptó en lo esencial la sistemática anterior, le dio una nueva fundamentación (basada en una metodología comprensiva y teleológica, no explicativa y descriptiva) que la hacía más susceptible de orientarse a las necesidades prácticas. Atendiendo a lo expuesto, creo más acertada la opinión según la cual “el intento de construir las categorías del sistema orientándolas a los fines del Derecho penal se da en la sistemática teleológica del neoclasicismo, si bien las circunstancias históricas de aquel período impidieron que fraguara todo su potencial”[23]. El que no se diera el desarrollo que se ha alcanzado posteriormente es, por tanto, una cuestión que se explica por las circunstancias históricas que rodearon al neo-clasicismo, y no por sus problemas metodológicos: baste recordar que declaraciones programáticas neo-clásicas de tanto alcance como la de Max Grünhut, Methodische Grundlagen der Heutigen Strafrechtwissensschaft (1930) fueron seguidas casi sin solución de continuidad por otras de corte muy distinto, como Liberales oder autoritäres Strafrecht[24] de Dahm/Schaffstein que, como no hace falta recordar, se amoldaban mucho mejor a las conveniencias del partido nazi[25].- 13 13 Quizás no esté de más recalcar este extremo, ya que en alguna ocasión se le ha atribuído a la metodología que subyacía al programa neo-clásico una virtualidad que en absoluto tiene. Así, se ha afirmado que “La separación entre el ser y el valor, entre las esferas ontológicas y axiológicas, condujo paradójicamente a la Ciencia alemana del Derecho penal en la época de la República de Weimar a una esquizofrenia científica que repercutió luego en la actitud que muchos de los penalistas de la época adoptaron frente al régimen nacionalsocialista, al que no sólo miraron con simpatía, sino también abiertamente apoyaron con sus teorías y elucubraciones dogmáticas” (Muñoz Conde, Edmund Mezger, 3ª ed., 2002, p. 29). Sin embargo, la separación conceptual de ser y deber ser no puede ser definida como “esquizofrenia científica”. Tal separación es antes bien la esencia de la elaboración científica y en general de toda elaboración conceptual, un terreno en el que no es posible avanzar sin distinguir entre las proposiciones relativas al ser y aquellas que hacen referencia al deber ser. Otra cosa es que se hubiera propugnado una completa separación entre ser y deber ser en el ámbito práctico (el relativo al “qué hacer”), algo que sería un completo sinsentido, puesto que la razón práctica precisa tanto de elementos referidos al ser como al deber ser. Sin embargo, esto no se hizo, y de hecho los neokantianos fueron por lo general muy militantes en sus propuestas de acción social (piénsese en Weber, Radbruch o Grünhut), no viéndose en absoluto limitados por la presunta “esquizofrenia científica” que causaría la separación conceptual de ser y deber ser. Nos queda mucho por entender de lo que ocurrió en Alemania en los años anteriores al tercer Reich y durante éste[26], pero resulta claro que la atribución de extrañas influencias al neokantismo (como al positivismo) es un camino equivocado.Tras las reflexiones anteriores espero haber mostrado que las diferencias del programa de Roxin con el neo-clásico se deben principalmente al más alto grado de evolución del aparato conceptual y dogmático de Roxin, fruto de la recepción, crítica y desarrollo de los planteamientos dogmáticos finalistas a las que este autor contribuyó de manera fundamental. Son, en este sentido, diferencias sistemáticas y técnico-jurídicas, no metodológicas, lo que se reconoce cuando se afirma que el planteamiento teleológico-político criminal actual consiste en la unión de los planteamientos neo-clásicos en lo atinente a la relación dogmática-política criminal y la concreta configuración postfinalista de la teoría jurídica del delito (Roxin, ST/AT, 3ª ed., 1997, p. 177; Borja Jiménez, Algunos planteamientos dogmáticos, 1997, pp. 598-601, 640-652). Si se tiene en cuenta el significado que se otorga a los términos “teleológico” y “política criminal” que, como se ha argumentado, lleva a que en derecho penal toda referencia teleológica sea asimismo político-criminal (sin que se dé la relación inversa), la diferencia entre la orientación teleológica/político-criminal y la meramente teleológica del neo-kantismo de la que hablaba Roxin en su obra no existe. En ambos casos existió un esfuerzo por adecuar las propias categorías de la teoría jurídica del delito a finalidades políticocriminales. En conclusión, tampoco parece posible considerar que el planteamiento de Roxin sea novedoso en este aspecto, y sus afirmaciones en tal sentido deben interpretarse como un aspecto más de la retórica del “antes” y “ahora” que caracteriza –no sólo en derecho penal- a la mayor parte de los intentos de instauración de un nuevo pensamiento[27].(c) De manera más importante para la discusión posterior, Roxin, tanto entonces como en la actualidad, no se limita a afirmar la necesidad de recurrir a finalidades político-criminales, sino que especifica a qué finalidades cabe recurrir, especificación en la que utiliza los principios conformadores del orden político-constitucional alemán como marco normativo.- 14 14 Este extremo es a veces descuidado a la hora de distinguir entre la propuesta de Roxin y otras propuestas de construcción sistemática, como pueda ser en la actualidad la de Jakobs (de hecho, está adquiriendo carta de naturaleza hablar de dos modelos de funcionalismo y tachar al de Jakobs de “radical”). El autor citado en último lugar se ha esforzado por elaborar un sistema explicativo abstracto que en un primer momento renuncia a la formulación de concretas valoraciones político-criminales[28]. El sistema queda de este modo mucho más abierto que en el caso de la construcción de Roxin. Sin embargo, este dato no tiene por qué valorarse de manera negativa, ya que responde a los diferentes objetivos perseguidos. Mientras Jakobs quiere mantener su construcción en el nivel de estructura, para que pueda servir para explicar (no justificar) diferentes sistemas jurídico-positivos[29], Roxin se inclina decididamente por el relleno de esa estructura conforme a criterios político-criminales concretos.La cuestión tiene importantes paralelismos con la polémica sobre el supuesto carácter “amoral” del iuspositivismo y la tesis de la separación derecho-moral. Al igual que resulta erróneo confundir el iuspositivismo con el legalismo ético o con el nihilismo ético y atribuir a los iuspositivistas una despreocupación por el concreto contenido de la legislación o su evaluación moral, también lo es pretender que un análisis que se centra en las estructuras (si se quiere: en lo formal) es conservador por el hecho de que éstas puedan luego ser desarrolladas conforme a los más diversos planteamientos, incluyendo los más extremos. El que sean planteamientos político-criminales de uno u otro tipo los que se impongan finalmente en un determinado ordenamiento jurídico (cuestión que es la verdaderamente decisiva en el ámbito de la política criminal positiva y que sin embargo no ha sido apenas atendida) no tiene que ver con el análisis de las estructuras conceptuales, sino con circunstancias externas que escapan al control del jurista[30]. Pretender que con la afirmación de unos contenidos político-criminales concretos se está alejando el peligro de que sean otros principios los que informen la política criminal positiva sería tan sólo digno de mención como ejemplo de candidez (¿miopía?) académica, si no fuera porque también es un estorbo a la hora de estudiar los procesos reales que conducen a la adopción de unos y no otros contenidos político-criminales. Que se procure la separación del tratamiento de ciertas cuestiones estructurales del de cuestiones materiales es en muchos sentidos, si no en todos, una decisión analíticamente superior a su confusión, y no están ni mucho menos claras las razones por las cuales se la pueda tachar de conservadora y despacharla por tal motivo[31].- 15 15 La cuestión no se limita a la polémica con los partidarios de la “total normativización del derecho penal”[32], sino que alcanza a otro tipo de posicionamientos. Piénsese por ejemplo en el intento de Hruschka de analizar lo que podríamos denominar la “sintaxis” de la imputación, la determinación de sus posibles estructuras subyacentes. Como es sabido, Hruschka, al igual que otros antes[33], propone que el estudio de los rasgos formales del derecho se efectúe tomando como modelo la geometría, propuesta ante la cual Roxin se limita a afirmar enfáticamente que “¡semejante modelo no puede ser el del derecho!” (Roxin, ST/AT, 3ª ed., 1997, p. 179, nota 68).Roxin, sin embargo, simplifica de manera injustificada la postura de Hruschka. En primer lugar, porque este autor lo que afirma es que “si hay que elegir una ciencia con la que comparar la teoría de las estructuras del derecho penal (Strukturtheorie des Strafrechts), esa ciencia debería ser antes la geometría que la física, una comparación que, por supuesto, hay que entender cum grano salis, ya que la teoría de las estructuras del derecho penal no es ningún tipo de matemática” (Hruschka, Strafrecht neu durchdenken!, 1981, p. 242). Tanto el empleo del condicional como la especificación de que la comparación hay que entenderla (“por supuesto”) cum grano salis muestran de modo inequívoco que no se está proponiendo que la geometría sea el modelo a seguir por el derecho penal, al menos con la generalidad que supone Roxin y que le permite despachar el asunto con una sola frase. Además, Hruschka en ningún momento mantiene que el análisis de las estructuras de la imputación sea en sí mismo suficiente para dar cuenta de todo aquello en lo que consiste el derecho o la actividad denominada dogmática jurídica, sino que habla de una triple función de la dogmática, que consistiría en (a) el estudio de la estructura de los sistemas normativos jurídico-penales; (b) la reflexión normativo-ética sobre qué conductas humanas merecen el calificativo de delito; (c) la elaboración y el comentario del derecho vigente (Hruschka, Strafrecht neu durchdenken!, 1981, p. 237)[34]. Como resulta evidente de la enumeración de las tareas que debe abarcar la dogmática jurídica, este autor no considera que la geometría pueda servir de modelo al derecho, sino tan sólo a una parte de su estudio (en concreto, la que se ha recogido bajo “a”), y además no de modo incondicional, sino “cum grano salis”.La postura de Hruschka es comparable a la de quien afirma que una buena argumentación debe respetar las leyes de la lógica formal. Esta afirmación no implica que baste con tal respeto, sino que éste debe 16 16 darse; es condición necesaria pero no suficiente. Así, respeta de forma absoluta las normas de la lógica el siguiente silogismo: 1. “Todos los hombres son inmortales; 2. Sócrates es un hombre; luego Sócrates es inmortal”, El respeto de las prescripciones de la lógica formal, sin embargo, no impide que este silogismo sea rematadamente falso. La validez formal de una argumentación no permite descuidar la investigación de la verdad de las premisas, del mismo modo que el estudio de las estructuras que subyacen a la imputación penal[35] no tiene por qué implicar que se descuiden otro tipo de factores, esenciales para la elaboración jurídica. Como Hruschka menciona algunos de estos otros factores, no hay razones para imputarle su ignorancia, y se muestra la parcialidad del juicio de Roxin: tiene razón, pero sólo porque dirige su crítica contra una desfiguración de la postura de Hruschka, evadiendo entrar al fondo de la importante cuestión planteada por este autor ¿existen estas estructuras? ¿qué formas tienen? ¿qué influencia, si alguna, ejercen sobre el resto de los tipos de análisis? El sumario rechazo de esta propuesta muestra que no se aprecia la importancia de la pretensión detrás de este tipo de análisis “formales”, que no es sino asentar el resto del edificio sobre bases teóricas más sólidas[36]. Este rechazo, sin embargo, es a fin de cuentas más aparente que real, como muestra el que para defender el carácter científico y supranacional del estudio del derecho penal se acuda a planteamientos muy afines (así, Roxin, Aufgaben der Zukunft, 2000, pp. 379-380).También resulta preocupante la tendencia a criticar las teorías funcionalistas[37] porque éstas “conducen a un relativismo y neutralismo incompatibles con la propia función del Derecho –en el campo de los valores- y en su dimensión política, a la peligrosa aceptación de cualquier sistema social –del signo que sea- con tal que funcione” (García-Pablos, Introducción, 1994, p. 401). De modo general, las teorías funcionalistas no se ocupan de la justificación (deber ser), sino de la explicación (ser); del hecho de que alguien entienda que el ser del derecho se estudia mejor con el aparato teórico-conceptual de la teoría de sistemas no cabe inferir que esté dispuesto a justificar en el plano normativo cualquier tipo de sistema real. Para que tal fuera el caso, y teniendo en cuenta la imposibilidad lógica de derivar el deber ser del ser, habría de introducirse una premisa normativa que asociara positivamente el grado de funcionalidad de una institución (una cuestión 17 17 de hecho) con el de justicia (cuestión normativa)[38]. Que yo sepa, tales premisas no son afirmadas por los partidarios de la teoría de sistemas, y sus adversarios se limitan a prevenir sobre el peligro de justificación de cualquier situación de hecho sin mostrar casos concretos en que ésta se haya producido[39].Diferente sería si se pretendiera que lo jurídico se agota en el estudio de las estructuras de imputación, o que el jurista deba renunciar a pronunciarse político-criminalmente. No creo sin embargo que nadie mantenga esta posición en la actualidad (y quien así lo afirme debería aportar ejemplos) por lo cual resulta innecesario distanciarse de ella. Existen, además, buenas razones prácticas para no mantener tal posición de “estricta neutralidad”. Al margen de que el campo en el que se puede maniobrar sin efectuar valoraciones político-criminales es realmente exiguo, sería un desperdicio que quienes tienen o deberían tener un contacto directo con la materia no pudieran pronunciarse sobre la forma en que consideran que ésta debe regularse. Lo que sí es necesario es separar en lo posible lo que son valoraciones personales o ético-normativas de otro tipo de evaluaciones. Considerar que quien pretende tal cosa es un conservador o un reaccionario es un error que no por común y repetido en el ámbito de las ciencias sociales resulta más admisible: algo debería haberse aprendido al respecto después de las dos “disputas sobre el positivismo” del siglo XX (y muy en especial en la segunda[40]).3.- Conclusión El “giro político-criminal” de las últimas tres décadas ha tenido un indudable éxito en lo que a su implantación académica se refiere: hoy en día prácticamente nadie admitiría que hace dogmática sin orientarse a las consecuencias político-criminales. Sin embargo, la implantación académica y sus razones son cuestiones que atañen a la sociología de las comunidades científicas, y no a la metodología. Teniendo esto en cuenta, en lo que llevo escrito he intentado mostrar cómo, mirados de cerca, algunos de los extremos aducidos por la moderna dogmática jurídico-penal a modo de prueba de su avance sobre perspectivas anteriores son más problemáticos de lo que pudiera pensarse a primera vista y, si bien ha existido un innegable progreso, éste se ha producido en el terreno teórico, no en el metodológico: aunque se haya perfeccionado el sistema de la Teoría Jurídica del Delito (una labor teórica), en lo que respecta a la metodología no estamos lejos de los planteamientos sostenidos a principios del siglo XX, y el derecho penal 18 18 continúa siendo una actividad esencialmente hermenéutica centrada en torno a la dogmática.El progreso operado en el derecho penal en las últimas décadas consiste fundamentalmente en la racionalización progresiva que supone el “avance hacia una consciente utilización orientada a las consecuencias del instrumentario penal” (Neumann, Vom normativen zum Funktionalen Strafrechtsverständnis, 1996, p. 57). Sin embargo, esta consciente orientación a las consecuencias del instrumentario penal presenta también el peligro de hacer surgir en el penalista la impresión de estar contribuyendo de manera efectiva e importante a la política criminal, haciéndole olvidar dos aspectos fundamentales: - En primer lugar, el progreso teórico no es lo mismo que el progreso práctico. Para ser político-criminalmente exitosas, las construcciones de los penalistas han de ser susceptibles de trasposición práctica. Además hay que plantearse la cuestión de si el beneficio que acarrea la actividad doctrinal tal y como se realiza es merecedor del coste que supone.Como hemos visto, ya en 1970 hablaba Roxin de “la siempre discutida cuestión, si no estará caracterizado el trabajo sistemático de filigrana de nuestra dogmática, que opera con las más sutiles finezas conceptuales, por una desproporción entre la fuerza desarrollada y su rendimiento práctico”(Política criminal, 1970, pp. 18-19). De modo afirmativo contestaba a la pregunta Noll, Gesetzgebungslehre, 1973, p. 28, lamentando “la calidad y cantidad del costoso esfuerzo intelectual realizado por tantos buenos juristas que durante décadas se han dedicado casi exclusivamente a estas discusiones, que no está de ningún modo en una relación aceptable con la ganancia en justicia para la praxis del derecho”[41].- En segundo lugar, aunque el derecho penal es parte de la política criminal (la parte que se ocupa de la intervención jurídico-penal frente al delito), ésta es mucho más amplia que aquél, de modo que, si bien la elaboración dogmática es imprescindible para el desarrollo de una política criminal adecuada, en ningún caso es suficiente.En los años setenta, Roxin mostró a una dogmática un tanto desorientada y excesivamente autoreflexiva sus posibilidades como instrumento político-criminal. En la actualidad, nos corresponde a quienes de él hemos aprendido señalar los límites y posibilidades de esta forma de hacer política criminal para profundizar en el propósito del autor homenajeado: la elaboración de un derecho penal útil.- 19 19 Bibliografía - Alexy, Robert: Teoría de la argumentación jurídica (trad. de Atienza y Espejo del original alemán de 1978, fecha por la que se cita en el texto). Centro de Estudios Constitucionales, Madrid 1989.- Amelung, Knut: “Contribución a la crítica del sistema jurídico-penal de orientación político-criminal de Roxin”, en Schünemann (complilador): El sistema moderno del derecho penal: cuestiones fundamentales (trad. esp. Silva Sánchez). Tecnos, Madrid 1991, pp. 94-107.- Amelung, Knut: “Strafrechtswissenschaft und Strafgesetzgebung”, en ZStW nº 91, 1980, pp. 19-72.- Arzt, Gunther: “Die deutsche Strafrechtswissenschaft zwischen Studentenberg und Publikationsflut” en Dornseifer et al (compiladores): Gedächtnischrift für Armin Kaufmann. 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Editorial Instituto Nacional de Ciencias Penales (INACIPE). México D.F, 2003 (ISBN: 968-5074-77-1), pp. 415-440. (**)Íñigo Ortiz de Urbina es Dr. en Derecho por la Universidad Complutense y profesor visitante de Derecho penal y criminología en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, de cuyo Departamento de derecho es subdirector. Sus principales áreas de interés son la relación entre derecho penal y política criminal, el análisis económico del derecho y la política criminal y la filosofía del derecho penal. Recientemente ha publicado la monografía "La Excusa del positivismo. La presunta superación del 'positivismo' y el 'formalismo' por la dogmática penal contemporánea". 23 23 [1]Siguiendo la conocida opinión de Jhering, Puchta suele ser considerado “el más caracterizado habitante del paraíso de los conceptos” (Hernández Gil, Direcciones metodológicas, 1944, p. 16), y su nombre se asocia con la elaboración jurídica más alejada de la realidad. Para una crítica de este parecer, v. Röhl, Allgemeine Rechtslehre, 2ª ed., 2001, pp. 41-43 y Krawietz, Einleitung, 1976, pp. 3-4, 8-10. [2] V. por ejemplo Jhering, Der Zweck, Tomo I, 4ª ed., 1904, pp. 339352. La afirmación de Jhering ha sido descrita como un acontecimiento “tan banal como monumental” (Wieacker, Privatrechtsgeschichte, 2ª ed., 1967, p. 452). Banal por su evidencia, monumental por su influencia, cabe añadir. [3] La variabilidad espacial y temporal de aquello que es elevado a “fin” es puesta de manifiesto por el propio Jhering (Der Zweck, Tomo I, 4ª ed., 1904, pp. 339-340, 345, 347), así como por Heck: “Utilizamos, pues, la palabra interés para designar cualquier disposición reivindicativa en un ámbito de cultura y sin tener en cuenta la naturaleza especial del objeto deseado” (Creación del derecho, 1912, p. 62). [4] “Por definición”; es decir, estamos en presencia de una verdad analítica, una proposición que es verdadera en razón del sentido conferido a los términos que en ella se manejan. [5] No creo que en ningún momento de la moderna historia del derecho penal se haya hecho dogmática teniendo en cuenta consideraciones estéticas, y desde luego no conozco ningún caso. V. sin embargo GarcíaPablos, Introducción, 1994, p. 406, quien habla de la pretensión del derecho penal clásico de construir “sistemas perfectos desde el punto de vista lógico y estético”. Mientras que la primera pretensión es teórica y atendible, la segunda es estética y, a lo sumo, podría tener una relevancia muy periférica en la elaboración jurídica. [6] Así, Silva: “Quizá no sea ajeno a ello el hecho de que probablemente en la práctica ese modo de proceder (en su sentido más amplio: orientación de la elaboración doctrinal de la teoría del delito a la obtención de ciertas finalidades ‘prácticas’ en relación con la persecución de la criminalidad) siempre se ha dado, incluso cuando se declaraba que el sistema se construía en virtud de razonamientos puramente deductivos a partir de axiomas incontestables (...) Y si ese modus operandi se ha dado siempre, es porque resulta muy difícil negar que todo el Derecho penal nace precisamente de exigencias de política 24 24 criminal: en concreto, la de hacer posible la convivencia pacífica en sociedad” (Política criminal, 1997, pp. 18-19, énfasis suyos); v. también Muñoz Conde, Edmund Mezger, 3ª ed., 2002, pp. 96-97: “Por lo demás, también en Alemania en los años 50 y 60, en pleno apogeo de la polémica entre causalistas y finalistas, los dogmáticos se ocupaban de la política criminal, sólo que, como ‘El burgués gentilhombre’ de Moliere, hablaban en prosa sin saberlo o, en este caso, sin decirlo, pero sabiendo perfectamente lo que hacían”. La inevitabilidad de la política criminal en la dogmática ya se puso de manifiesto en una de las primeras referencias a la obra que mejor simboliza este nuevo entendimiento de la dogmática, Política Criminal y Sistema del Derecho penal, de Roxin. Sin negar los méritos de la obra, Dreher afirmaba que, en lo que hace a las concepciones teóricas, la política criminal siempre había tenido relevancia en la dogmática, a través por ejemplo de la interpretación teleológica o de la referencia al bien jurídico (Dreher, Schriftum, 1971, p. 218). [7] V. infra, apdo. 2.b). [8] Es más dudoso que la opción a favor de la sistematización implique ya una decisión a favor de las garantías del sujeto, puesto que se pueden construir sistemas que prescindan de éstas. El rasgo de la mayor uniformidad en la resolución de casos, sin embargo, sí es constitutivo de la empresa sistematizadora. En cuanto a la función de incremento de la eficiencia en la resolución de los casos, v. Alexy, Teoría de la argumentación jurídica, 1978, p. 257-258, quien se refiere a la “función de descarga” de la dogmática, que permite al decisor apelar a categorías ya conocidas y no empezar cada argumentación desde cero (en el mismo sentido, Koch/Rüssmann, Juristische Begründungslehre, 1982, pp. 184-188, analizando en los mismos términos la función de los precedentes). [9] Como comenta Koch, Vorbemerkungen, 1976, pp. 1-4, el fenómeno es más evidente en la politización que experimentó la discusión que se produjo en la sociología a partir de 1961, la “segunda disputa sobre el positivismo”. En el enfrentamiento entre partidarios de la Teoría Crítica (especialmente Adorno y Habermas) y partidarios del racionalismo crítico (Popper y Albert) los primeros fueron considerados representantes de la crítica al capitalismo mientras que los segundos se asociaban con el mantenimiento del orden social existente en Alemania, cuando no con el capitalismo más extremo. Esta ideologización tuvo como consecuencia que “muchos de aquellos que miraban con escepticismo el orden social capitalista creían que no merecía la pena prestar atención al racionalismo crítico” (Koch, obra citada, p. 3). Y viceversa: los partidarios del statu quo tendieron a menospreciar la Teoría Crítica antes de leerla. 25 25 [10] Para las críticas que se hacían a la dogmática, v. Silva, Aproximación, 1992, pp. 63, 74-84, quien precisa que la crítica iba dirigida “contra la dogmática deductivo-abstracta” (p. 63). Creo que más bien lo que pensaban los críticos era que la dogmática no podía ser sino deductivo-abstracta... y no se puede negar que no les faltaban elementos de juicio para pensarlo: al fin y al cabo estamos hablando de los años inmediatamente posteriores a la polémica causalismo-finalismo, brillantemente definida como “una especie de guerra civil entre, por y para penalistas” (la expresión es de Muñoz Conde, quien la acuñó en los años setenta; v. últimamente Muñoz Conde, Edmund Mezger, 3ª ed., 2002, p. 94). [11] Naucke observa que, para superar las acusaciones de distancia entre el derecho penal como disciplina académica y la práctica, se pretendió señalar unas circunstancias concretas como causas, en el entendido de que su superación conllevaría la superación de la distancia con la práctica. Roxin, por ejemplo, indicó que tales causas fueron el iuspositivismo, el incompleto desarrollo de la metodología orientada a valores del neokantismo y el énfasis en la construcción lógico-conceptual del finalismo (Naucke, Über das Verhältnis, 1973, pp. 79-80). Entender que éstas sean las causas de la distancia, dice el autor citado (con razón, entiendo), “es demasiado simple” (obra citada, p. 80). [12] No es el momento de entrar en el pormenorizado análisis de estos tópicos, que desde luego lo merecen. Entre ellos se encuentran, por ejemplo, las alusiones al “carácter abierto del lenguaje”, de socorrida referencia a la hora de argumentar la imposibilidad de sentar límites exactos en la interpretación de conceptos jurídicos y preceptos legales y que, sin embargo, no es desarrollado para conocer la extensión de sus implicaciones y la posibilidad de evitar los problemas a los que conduce. También están necesitadas de un urgente análisis referencias como la “prevalencia del caso concreto sobre el sistema” y/o el “movimiento del sistema al problema”, las alusiones a la precomprensión y/o el carácter hermenéutico de la ciencia del derecho, la proclamada muerte del silogismo judicial y del papel de la lógica formal en la argumentación jurídica, las espurias referencias a la moderna filosofía de la ciencia y al “relativismo”, etc. [13] Incluso en el caso de mensajes normativos que no se expresan por medio de lenguaje natural, como las señales luminosas de un semáforo, la explicitación de la regla (rojo: quieto; verde: pasa; ámbar: ve frenando) sí ha de realizarse por medio de tal lenguaje en algún momento, ya que el sujeto al que se dirige debe poder conocer cuál es la conducta que se le exige, prohíbe o faculta. De este modo, Prieto de Pedro: “ni aun los curiosos ejemplos que se suelen poner para los actos administrativos y las reglas jurídicas ‘no lingüísticos’ (el uso del silbato 26 26 por un agente de circulación o la señal de tráfico) dejan de estar respaldados por la literatura del Código de la Circulación” (Los vicios del lenguaje legal, 1989, p. 126). [14] Muy crítico, Naucke, Gesetzlichkeit und Kriminalpolitik, 1989, pp. 226-227, 238-239, con ulteriores referencias: “El penalista moderno no quiere estar sometido a la ley, como dice el artículo 1 de la GVG que debe estarlo el juez” (obra citada, p. 226). En el mismo sentido, Arzt, Publikationsflut, 1989, pp. 848 y 867-868. [15] De modo similar, Burkhardt pone de manifiesto la colisión entre la “función de descarga” y la de adaptación a las nuevas situaciones que lleva a cabo la dogmática (Burkhardt, Geglückte und folgenlose Strafrechtsdogmatik, 2000, p. 120). El problema de la opinión de Schünemann es que sólo se fija en las posibilidades adaptativas, sin plantearse los costes –problemas- que ésta trae consigo. [16] “El lenguaje del Derecho y el de la ciencia del Derecho es un lenguaje natural tecnificado en el que existen amplios márgenes para la vaguedad, aunque siempre cabe hacer algo para reducirla a límites tolerables: además de ser conscientes del problema, las definiciones de los términos y de los conceptos están en general encaminadas a eliminar en lo posible las imprecisiones” (Atienza, El sentido del Derecho, 2001, p. 56, el énfasis es mío). [17] Roxin, Política criminal, 1970, p. 20, citando a Jescheck, ST/AT, 1969, p. 136. En el mismo apartado de la 5ª ed. (Jescheck/Weigend, ST/AT, 5ª ed., 1996, p. 196), la cuestión se plantea en términos prácticamente idénticos. [18] Sobre la tensión entre estos dos modos de hacer dogmática, v. Roxin, Política criminal, 1970, pp. 19-21. [19] De hecho, el tenor literal de estas manifestaciones es claro: si lo que importa es la justicia del caso, la elaboración sistemática no deberá ser tenida en cuenta cuando conduzca a resultados injustos. Esto, sin embargo, supone sentenciar a muerte a la elaboración sistemática, y es un sentido que probablemente ningún autor habría unido a sus afirmaciones. Como prueba de lo que se dice, baste señalar que las manifestaciones “pro justicia del caso” se siguen realizando casi sin modificaciones treinta años después, sin que todavía se haya aclarado plenamente su alcance y sin que estas rotundas manifestaciones hayan supuesto merma alguna del interés por las cuestiones sistemáticas. [20] “a” y “b” son importantes en cuanto determinan en qué medida Roxin propuso algo nuevo. “c” es importante porque ha influido de manera relevante en la discusión posterior. [21] Debe recordarse que tal circunstancia ya la mencionaba Roxin en la 27 27 primera edición de su obra, cuando afirmaba que “Por supuesto que ya en los tipos se plasman soluciones sociales a los conflictos. Ellos son el resultado de una reflexión del legislador sobre si una conducta debe ser sancionada en general. Pero esto son decisiones politicocriminales del legislador de naturaleza precodificadora. Para el trabajo dogmático los tipos vienen previamente dados” (Política criminal, 1970, p. 40, nota 41). [22] Este punto puede considerarse un aspecto concreto de la importante observación que ya entonces le efectuó a Roxin su traductor (Muñoz Conde, Prólogo, 1972, p. 13): resulta extraño que en su sistematización no se haga referencia a la categoría “punibilidad”, especialmente indicada para tratar cuestiones político-criminales. En la actualidad, Roxin sigue considerando que las condiciones objetivas de punibilidad son “cuerpos extraños al Derecho Penal”, ya que “contienen una decisión sobre la necesidad de punición que se basa en puntos de vista que yacen fuera de la teoría de los fines de la pena y cuyas metas se tiñen de consideraciones extrapenales (políticas o relativas al estado de derecho)” (Roxin, ST/AT, 3ª ed., 1997, p. 173). [23] Así, Silva, Evolución, 2000, p. 268. También Mir Puig, Introducción a las bases, 1976, pp. 243-245, desmarcándose del punto de vista de Welzel, quien consideraba que el propio método neokantiano habría impedido una ulterior evolución. En la actualidad, también Roxin reconoce que los intentos de construcción de sistemas jurídico penales orientados a las consecuencias son una continuación del proyecto neokantiano, truncado por la época nazi (v. ST/AT, 1997, 3ª ed., p. 155). [24] Muy distintas empezando ya con el hecho de que el trabajo de estos autores, tal y como reconocen ellos mismos, “no pretende ser un artículo científico” sino mostrar el camino que va del anterior derecho penal al derecho penal del futuro, un camino que permita desandar la imagen que “la prensa, el cine, el teatro y la literatura han ofrecido al público alemán, según la cual en el derecho penal lo moderno y lo ‘progresivo’ equivale a un sentimentalismo superficial y a un humanismo aletargado” (Dahm/Schaffstein, obra citada, 1933, p. 4, ambas citas, énfasis suyos). [25] Con el anterior comentario no pretendo argumentar que el programa de Dahm/Schaffstein supusiera un importante punto de apoyo para nazismo, ya que ello supondría otorgar una relevancia práctica a la doctrina que no tiene ahora ni tenía entonces, cuando la distancia con la práctica era incluso mayor que en la actualidad (sobre la escasísima influencia de las construcciones doctrinales jurídico-penales en el derecho penal nacionalsocialista, v. Rüthers, Entartetes Recht, 1988, pp. 28 28 52-54 y Naucke, Verhältnis, 1973, pp. 59-67, en ambos casos con ulteriores referencias). [26] La obra de Muñoz Conde de donde extraigo la cita es una muy valiosa aportación en tal sentido, y la anterior crítica es puntual: en lo que toca a la “polémica” generada por la publicación de las anteriores ediciones del libro de Muñoz Conde este autor ha demostrado pisar terreno sólido, algo que no se puede decir de sus críticos. [27] También en este punto Roxin ha reconsiderado su postura, y en la actualidad considera que la evolución desde lo que él denomina “naturalismo” hasta la actualidad no ha sido tan accidentada (ST/AT, 3ª ed., 1997, p. 159). [28] Es evidente que en el momento en que el autor aplica su construcción a un concreto derecho positivo –el alemán-, comienza a introducir tales valoraciones. [29] V. sin embargo Muñoz Conde, Edmund Mezger, 3ª ed., 2002, quien se refiere a las “exageraciones funcionalistas” que actúan “justificando el Derecho penal por su funcionalidad como subsistema, sin cuestionar el sistema social, político o económico que le sirve de base” (p. 65). Como he afirmado en el texto, entiendo que el interés de los “funcionalistas” jurídico-penales es explicativo y no justificativo, y creo que quienes les acusan de sostener tesis normativas y no positivas deben aportar más argumentos que apoyen su postura (aunque, puestos a pedir, no estaría de más que los “funcionalistas” fueran también más claros en sus afirmaciones). [30] Merece la pena destacar el intento de elaboración teórica de estas circunstancias que llevó a cabo Amelung en 1980 (v. Strafrechtswissenschaft und Strafgesetzbebung), apoyándose especialmente en conocimientos de la moderna ciencia política y de la sociología de las organizaciones. Este intento, sin embargo, apenas ha tenido continuación. [31] En realidad, es más fácil escuchar críticas a Jakobs tomando café con otros penalistas que leyéndolos. Para una crítica como debe ser, por escrito y explícita, v., Muñoz Conde, Edmund Mezger, 3ª ed., 2002, pp. 116-119: “En la medida en la que el planteamiento de Jakobs también sea compatible con sistemas políticos dictatoriales, brutalmente negadores de los derechos humanos más elementales, está claro que, desde el punto de vista de una concepción político-criminal característica de un Estado de Derecho, debe ser rechazado, porque convierte a la Dogmática jurídico-penal en un instrumento de legitimación de dichos sistemas, cuando no en cómplice servil de sus excesos” (pp. 118-119). Como seguramente resultará obvio a tenor de lo que he escrito antes, en mi opinión esta crítica yerra por completo al concluir que de la 29 29 compatibilidad del planteamiento de Jakobs con distintos modelos sociales (algunos perversos) se infiere que hay que rechazarlo: lo que hay que rechazar son esos modelos sociales inaceptables, y no el hecho de que exista una teoría que los explique. [32] El autor de estas líneas también es partidario de la “total normativización”, si por ésta se entiende que no existen contenidos previos al derecho que este tenga que recoger de manera siquiera aproximada. Que se asuman unos u otros contenidos afecta a la calidad técnica de la ley, no a su validez (salvo, por supuesto, que tales contenidos coincidan con exigencias materiales del ordenamiento, caso en el que sí vinculan la validez de la ley, pero no por su contenido, sino por ser parte del ordenamiento jurídico). [33] Ya Grocio, v. González Vicén, Positivismo jurídico, 1967, p. 196. [34] Lo cual no significa que haya que estar de acuerdo con las relaciones que propone Hruschka entre estas tareas (en mi opinión se otorga una importancia excesiva al cálculo de estructuras en perjuicio de la reflexión ético-normativa). [35] “Mejor dicho: el sistema de tales categorías” (Hruschka, Strafrecht neu durchdenken!, 1981, p. 241). [36] “La perspectiva funcional, por lo demás, no es incompatible, sino más bien complementaria, con respecto a la estructural: es difícil saber cómo funciona algo si no tenemos una idea de en qué consiste ese algo” (Atienza, El sentido del Derecho, 2001, p. 148). [37] Entendiendo por tales las que estudian al derecho como un subsistema cuya función es colaborar en la estabilización y perpetuación del sistema y no las que propugnan un método esencialmente teleológico, que en teoría del derecho a veces se denominan “funcionales”. [38] Puede entenderse que las teorías funcionalistas niegan la existencia de la dicotomía “ser-deber ser”, o que “para los autores funcionalistas la idea de función tiene una connotación positiva” (Atienza, El sentido del Derecho, 2001, p. 161). Si tal fuera el caso, la crítica habría de dirigirse a esta decisión de base, pronunciándose a favor de la existencia de tal dicotomía y explicando de qué manera la niega el funcionalismo. [39] Insisto en que no se pretende afirmar que la teoría de sistemas o el análisis de las estructuras de imputación sean buenos o malos métodos, sino reparar en que muchas de las críticas que se les dirigen demuestran que quien critica no ha entendido el estatuto teórico de estos métodos y desfigura sus pretensiones. El texto, por lo tanto, debe entenderse como una “crítica a la crítica”. 30 30 [40] De ésta se ha dicho que “fue, tal como hoy se ve cada vez con más claridad, una pseudo gran lucha llevada a cabo bajo la desafortunada etiqueta de ‘positivismo’ o ‘neopositivismo’ y en la que ambas partes mantuvieron una especie de diálogo de sordos (Lenk, Cuestiones teórico-científicas de la sociología, 1975, p. 64). V. también Keuth, Die Philosophie Karl Poppers, 2000, pp. 296-302 y Schmid, Positivismusstreit, 1993, passim (ambos autores, como quien esto escribe, se inclinan del lado “positivista” –Popper, Albert-; el lector encontrará un tratamiento más neutral en Picó, Años dorados de la sociología, 2003, pp. 145-157). [41] La respuesta de Noll muestra además dónde reside el “coste”: en la inversión de recursos humanos valiosos en la profundización de temas con escasa proyección práctica. 31 31