la unción del cristiano por la fe

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I. DE LA POTTIERE
LA UNCIÓN DEL CRISTIANO POR LA FE
Fe y sacramentos, dos realidades cuya cercanía hay que volver a explicitar.
Iluminación interior y palabra de Cristo, dos momentos en el acontecer único de la fe.
Al estudiar el tema bíblico de la unción del cristiano, se ilumina la conexión profunda
de esta doble polaridad. Se enriquece y precisa la tradición constante en la teología
espiritual sobre la actividad del Espíritu en el interior del alma. Acción por la fe que
había quedado demasiado desligada de su contexto sacramental.
«L’onction du chrétien par la foi». – Bíblica, 40 (1959), 12-69
Dos textos unicamente en el Nuevo Testamento hablan de la unción espiritual (chríein,
chrisma) del cristiano, -2 Cor 1,21 y I Jo 2,20.27- ya que la unción de los enfermos
(aleíphein) por los presbíteros de la Iglesia (Jac 5,14), es una unción material con el
aceite de la salud.
Unción y bautismo
La primera pista que nos hace sospechar la proximidad del tema de la unción con el del
bautismo, nos la ofrecen los gnósticos cristianos, los únicos que hablan de chrisma, en
relación explícita con su bautismo.
Por otra parte todos los textos del Nuevo Testamento con el verbo ungir (chríein) se
refieren o al bautismo de Cristo (Le 4,18; Act 4,27; 10, 38) o al de los cristianos (2 Cor
1,21). Las palabras con que se designa esta unción pertenecen sin duda al lenguaje
bautismal.
¿Qué relación tiene esta unción con la fe? Para ello trataremos de descubrir el verdadero
pensamiento de Pablo y de Juan sobre la unción del cristiano; pensamiento que aparece
plenamente confirmado cuando se interroga a la tradición y a la liturgia de las iglesias
primitivas1 .
SAN PABLO (2 COR 1,21-22)
Unción, firmeza y sello del Espíritu
El apóstol a propósito de modificaciones introducidas en su viaje ha de defenderse
contra la acusación de inconstancia por parte de los Corintios. Demuestra su firmeza
apelando a la fidelidad de Dios (vv. 18-20). Este Dios fiel es quien da a Pablo toda su
constancia.
El que nos confirma junto con vosotros en Cristo y nos ha dado la unción, es Dios, El
que nos ha marcado con su sello y ha depositado en nuestros corazones las arras del
Espíritu.
Tratando de desvelar el sentido que tiene en Pablo el término dar la unción, es preciso
estudiar los dos verbos que la encuadran: El nos confirma; nos ha marcado con su sello.
I. DE LA POTTIERE
En el contexto forman una unidad y su significado ilumina y precisa el sentido de la
unción.
La expresión que precede a dar la unción emplea el verbo confirmar (bebaióò), que es
precisamente el empleado por Pablo al hablar de la firmeza en la fe cristiana. Pablo se
coloca junto a sus cristianos de Corinto -junto con vosotros en Cristo-, para subrayar su
común firmeza en una misma fe, la que él ha predicado y la que ellos recibieron.
El segundo verbo: marcar con su sello (sphragizein) alude al bautismo, eco judío del
sello de la circuncisión.
En otros dos pasajes de la carta a los Efesios (Ef 1,13-14; 4,30), reaparece la expresión
imprimir su sello en relación con el Espíritu Santo. De la misma manera que escribió a
los de Corinto, ahora se dirige a los cristianos de Efeso, para recordarles un momento
determinado de su pasado; aquél en el que fueron sellados con la impronta del Espíritu.
No hay duda de que se refiere al momento de la iniciación cristiana.
¿Bautismo o confirmación?
En este punto surge la controversia. Esta señal, las arras del Espíritu, con la que fueron
sellados, ¿se refiere a la misma gracia bautismal o al don escatológico del Espíritu,
llamado más tarde sacramento de la confirmación?
La cuestión se oscurece ya que en los Hechos, la purificación del bautismo y el don
postbautismal del Espíritu, que desciende por la imposición de las manos, forman en su
unidad la iniciación completa para el cristiano.
Todos los indicios, sin embargo, convergen para indicar que el sello del Espíritu es un
don recibido en el mismo acto del bautismo y no una efusión postbautismal.
El Espíritu desciende sobre los que todavía no son cristianos, después de que oyeron el
primer anuncio de su salvación y creyeron en él. La ablución del agua vendrá luego (Ef
1,13).
En un contexto también típicamente bautismal se inserta el verso Ef 4,30, donde el sello
del Espíritu entra en relación explícita con la redenc ión. A pesar de que ésta se coloca
en una perspectiva de futuro, como una realidad escatológica que hay que alcanzar, el
cristiano la realiza ya en su vida. La redención consiste para él en la remisión de los
pecados, esencialmente unida en la Iglesia primitiva al acto bautismal. En cambio el don
escatológico del Espíritu Santo participación de la efusión de Pentecostés (Act 10,
45.47; 11,17), se consideraba una gracia distinta de esta remisión y posterior al
bautismo.
Un última rasgo por el que la grabación del sello designa el bautismo y no la
confirmación nos lo ofrece el hecho de que el don del Espíritu cae como un sello sobre
la fe del catecúmeno (Ef 1,13). Sello de la fe será la expresión que designará el
bautismo a partir del siglo segundo.
I. DE LA POTTIERE
¿Rito exterior o unción espiritual?
En el AT la circuncisión grabada en la carne era un signo exterior y permanente de la
pertenencia a la Alianza. Para Pablo la realidad correspondiente en el cristianismo es la
circuncisión espiritual. La imagen del sello trasladada de la circuncisión judía al
bautismo, no sería válida para el acto pasajero de la ablución bautismal, sino
únicamente para la realidad que, conferida en este momento, sigue existiendo; es decir,
un sello espiritual y permanente.
Esta sigilación se realiza con el sello (Ef 1,13; 4,30) y según 2 Cor 1,22 es Dios quien la
imprime y no el hombre que bautiza. Ninguna alusión directa a un rito exterior. Este
sello es una acción de Dios que se realiza en nuestros corazones. Las expresiones
marcar con su sello, depositar en nuestros corazones las arras del Espíritu reunidas en
el texto bajo un único articulo, designen una misma realidad.
Unción y fe
Demos una última mirada al texto de partida: firmeza y unción; sello y don del Espíritu.
Dos grupos de palabras claramente separados en la expresión dé Pablo. Su ordenación
sugiere que la marca del sello se sitúa después de la realidad indicada por la unción:
Dios que nos ha ungido nos ha marcado también con su sello. En otras palabras, la
unción viene antes de la impresión del sello, precede al bautismo.
¿A qué puede referirse Pablo cuando habla de una unción conferida por Dios antes de la
inmersión bautismal? Es sorprendente la semejanza y el perfecto paralelismo que se
descubre al comparar nuestro pasaje con Ef 1,13. Los dos mencionan la impresión del
sello; los dos hablan de las arras del Espíritu desde una perspectiva de salvación. La
única diferencia que no afecta al contenido teológico consiste en que en 2 Cor todo se
mira desde el punto de vista de Dios, mientras que el texto de los Efesios considera la
misma realidad desde el punto de vista del cristiano. La acción que en los dos textos se
realizantes de la impresión del sello, designa lógicamente la misma realidad.
desde Dios
(2 Cor 1,21-22)
a) nos ha dado la unción de Dios
b) El nos ha marcado con su sello
c) la aras del Espíritu
desde el cristiano
(Ef 1,13)
a) después de haber oído la palabra
de verdad y de haber creído,
b) Fuisteis sellados y ha depositado
c)con el espíritu que constituye las
aras de nuestra herencia.
El paralelismo salta a la vista. Si los miembros (b) y (c). se corresponden tan
perfectamente, existe razón para: admitir que lo mismo sucede con el primero (a).
I. DE LA POTTIERE
Es decir, la unción de 2 Cor, acción divina, corresponde en Ef 1; 13, la actividad
humana de oír ...y creer.
La unción significa la acción de Dios que suscita la fe en el corazón de los que oyen la
palabra de verdad.
Sello del Espíritu, respuesta de Dios
Antes de recibir el bautismo los catecúmenos, han recibido el mensaje evangélico y han
creído. El selló del Espíritu impreso en la inmersión bautismal es la respuesta de Dios al
acto del catecúmeno qué ha aceptado su palabra.
Por esta marca los catecúmenos entran a formar parte del pueblo de la posesión. Las dos
fases que sellaban la antigua Alianza se repiten sumisión de Israel a las condiciones
impuestas por Dios y aspersión del pueblo con la sangre de las víctimas como .signo de
la ratificación de la Alianza por parte de Dios (Ex 19,7-8).
También la fe de Abraham había sido sellada por un rito, la circuncisión, como signo de
Alianza. Los dos momentos se reencuentran en la nueva Alianza: fe de los catecúmenos
y sello de Dios.
Pero esta acción divina no comienza en la ablución del agua. El Espíritu obra ya en el
acto de fe de los que aspiran al bautismo. Es la unción de Dios semejante a la atracción
del Padre de que habla Juan (Jo 6,44). Pablo con todo nos coloca en un contexto más
claramente bautismal.
Unción del cristiano, unción de Cristo
La palabra ungir, unción sugiere la imagen de un rito. Pablo habla de ella sin
comentario, como de algo conocido. ¿Cómo ha llegado a compararse la acción divina en
el acto de fe a una unción ?.
Parece que el trasfondo de la expresión paulina hay que encontrarlo en los textos de
Lucas sobre la unción de Cristo en el bautismo (Lc 4,18; Act 4,27; 10,38).
El verso de 2 Cor 1,21 sobre la unción del cristiano, presenta analogías indudables con
los pasajes acerca de la unción de Cristo, al iniciar su ministerio.
En los dos casos se trata de una unción espiritual. Es Dios quien unge a los cristianos y
es El quien ha ungido a Cristo. Unción hecha con el Espíritu. Lo más significativo es
que en los dos casos nos encontramos en un contexto bautismal.
Ahora bien la teología primitiva se inspiró en el bautismo de Cristo para explicar el de
los cristianos. Se comprende entonces que se hable de una unción del cristiano
precisamente en relación con su bautismo; que no designe un rito exterior; y que esta
unción de los cristianos no sea explicable por antecedente alguno bíblico o judaico. Así
debía ser si el modelo fue el bautismo de Jesús.
I. DE LA POTTIERE
Con todo las diferencias entre los dos casos no son despreciables. Para Cristo, la unción
con el Espíritu tuvo lugar después de su bautismo (Le 3,21); en la iniciación cristiana
descrita por Pablo, precede a la ablución abutismal.
Sobre todo, la unción en el Jordán era esencialmente una unción profética, que
preparaba e inaguraba el ministerio de Jesús, ordenada al anuncio del mensaje (Lc 4,18).
En el cristiano es distinto: el bautizado recibe sin duda una misión apostólica para
testimoniar con fuerza entre los hombres. Pero esta misión se le confiere después del
bautismo, por la imposición de las manos. La unción espiritual por el contrario,
conferida antes del bautismo, tiene por objeto la génesis y el desarrollo de la fe. Por ello
la recibirán hombres que aún no pertenecen a la Iglesia.
Por estas discrepancias, ¿se habrá de renunciar a ver en la unción bautismal de Cristo la
anticipación y el modelo de la del cristiano? No; además de las analogías indicadas hay
que señalar otra fundamental. Tanto en el caso de Cristo como en el del cristiano, la
unción se confiere esencialmente con relación a la palabra. Cristo es ungido por el
Espíritu para proclamarla; el cristiano para adherirse a ella por medio de la fe.
Este desplazamiento de sentido en la palabra unción al pasar de Cristo al cristiano, es de
orden teológico; sin duda ha de buscarse en la diferencia esencial que existe entre la
persona y la situación de Jesús y la del cristiano. La unidad y riqueza del misterio de
Cristo se refractan necesariamente de modo diverso en la vida del creyente.
Para Cristo la unción espiritual era una iluminación y un impulso para el ministerio. No
podía ser cuestión de fe. Prefiguraba el don de: Pentecostés, el bautismo del Espíritu.
Para el creyente la misión debía ser precedida por la adhesión personal a la palabra y la
profundización dé esta palabra en la fe.
En los dos casos nos encontramos en la prolongación de la experiencia profética del
Antiguo Testamento. (Is 61,1). Sólo por la comunicación de la palabra de Dios, el
profeta era capaz de transmitirla al pueblo. La, luz de la fe ha de preceder al testimonio.
El Espíritu desciende sobre los paganos de la casa de Cornelio y los unge antes de la
ablución bautismal, porque primero necesitan creer.
La tradición posterior hablará además de una unción postbautismal a propósito de la
gracia del testimonio, el bautismo del Espíritu (la confirmación).
Estas dos unciones, la que precede y la que sigue a la ablución bautismal del cristiano,
tienen como modelo y fluyen de la única unción de Cristo en el Jordán.
Confirmación, perfeccionamiento de la fe
Estas reflexiones pueden aportar luz en la cuestión tan debatida hoy acerca de la gracia
propia de los sacramentos del bautismo y de la confirmación.
Conocido es el dilema que divide a los teólogos anglicanos: o bien la confirmación es el
sacramento del don del Espíritu, y el bautismo se limita a borrar los pecados
(concepción demasiado negativa del bautismo); o bien se recibe ya el Espíritu Santo por
I. DE LA POTTIERE
la inmersión bautismal, y en este caso la confirmación no sería un verdadero sacramento
sino sólo un rito accesorio, (explicación insuficiente de la confirmación).
Esta oposición tan radical descansa sobre una concepción demasiado rígida y unívoca
de la actividad del Espíritu. Los textos estudiados nos obligan a hablar de modo mucho
mas matizado.
Tal vez sorprenda el hecho de que jamás se trata del don del Espíritu en el acto del
bautismo propiamente tal.. Lo que se confiere en el bautismo es la participación en la
muerte y resurrección de Cristo, la remisión de los pecados, la justificación, la gracia de
la filiación adoptiva, el nacer a una nueva vida. Todo ello indudablemente es una gracia
del Espíritu Santo. Pero el don o bautismo del Espíritu es una gracia distinta, conferida
después del bautismo, aunque en estrecha conexión con él. Participación en la unción
profética de Jesús en el Jordán, prolonga en la Iglesia la efusión de Pentecostés.
Los Hechos insisten en la idea de plenitud: por la imposición de las manos el Espíritu
verdaderamente se da como una fuerza. Por ello la tradición llamará a este sacramento
teletòsis, perfeccionamiento de la gracia bautismal. No precisamente en la línea de la
vida divina de los bautizados, sino en la línea de una misión en el mundo: el don de
Pentecostés era una fuerza conferida a los apóstoles, cara a un testimonio, en un medio
con frecuencia hostil. De ahí el nombre de bebatòsis dado a la confirmación,
fortalecimiento de la fe bautismal. El don del Espíritu, derramado por la imposición de
las manos, fortalecía a los bautizados para transformarlos en testigos de la fe.
La comunicación de la fe antes del bautismo era ya una participación del Espíritu, pero
todavía no su don; éste caerá como un ímpetu para perfeccionar y confirmar lo que
aquella participación había iniciado.
Bautismo y filiación
En la Iglesia primitiva la profesión de fe tenía como objeto principal a Jesús, hijo de
Dios (Hebr 4,14; Act 8,37; 1 Jo 5,5.10). Ahora bien, la filiación de Jesús fundamenta la
filiación adoptiva de los cristianos; por el hecho de que ellos han creído en el Hijo, ellos
mismos han podido llegar a ser hijos de Dios por el bautismo (cfr. Jo 1,12). La gracia
de la filiación conferida por la inmersión, es como una respuesta de Dios a la fe del
catecúmeno; es un auténtico sello divino sobre esta fe. Por lo tanto, la aceptación de la
verdad por parte del candidato y el don de la filiación por parte de Dios constituyen en
su unidad, el medio de entrar en la nueva Alianza. Por esta fe y por esta gracia se llega a
ser miembro del pueblo que Dios adquirió para sí (Ef 1,14).
Bautismo, sacramento de la fe
La unción por la que Dios hace creer en su palabra está pues, intrínsecamente ordenada
a la regeneración bautismal, puesto que la prepara. Pero no en la dirección del
testimonio sino en la línea de la salvación (Ef 1,14; 4,30). Se comprende que la
tradición haya podido llamar al bautismo sacramento de la fe.
I. DE LA POTTIERE
SAN JUAN (1 JO 2,20.27)
Una nueva problemática surge con el texto de san Juan. Además de una confirmación,
es una profundización teológica del concepto paulino sobre la unción. Este pasaje es el
único en el NT en el que aparece el sustantivo chrisma, que se repite hasta tres veces,
siempre a propósito de los cristianos:
Cuanto a vosotros, poseéis una unción que viene del Santo, y todos tenéis la ciencia
(v.20); cuanto a vosotros, la unción que habéis recibido de El, perdura en vosotros, y
no necesitáis que nadie os enseñe. Sino que puesto que su unción os lo enseña todo - y
esto (esta enseñanza) es verídico, no mentiroso- según que (la unción) os enseñó,
permanecéis en El (Cristo). (v.27).
De modo provisional hemos traducido chrisma por unción, pero probablemente será
necesario revisar dicha traducción, como resultado de nuestra exégesis.
Dos explicaciones del término chrisma
Según la interpretación casi universal chrîsma designa la unción con el Espíritu,
iluminación enseñanza interior...
Una explicación muy distinta es la defendida por Reitzenstein y Dodd: chrisma es la
doctrina de que habla el verso 24, la palabra de Dios aceptada en el bautismo. Esta
opinión ha sido rechazada por muchos. Sin embargo creemos que contiene un elemento
auténtico de verdad, que ha de integrarse en la explicación habitual. Sin sospecharlo, el
examen detallado de los textos nos ha llevado, casi a pesar nuestro, a esta conclusión.
Unción, aceptación de la palabra
La unción es un don que los cristianos han recibido en un momento del pasado (v.27).
Juan utiliza para expresarlo el mismo verbo lambánein por el que se acogen los bienes
espirituales: todos hemos recibido de su plenitud (Jo 1,16); recibid el Espíritu Santo
(20,22). Y siendo el evangelio de Juan un evangelio de revelación, se trata ante todo de
recibir a Cristo (Jo 1, 12; 5, 43; 13,20), portador de la revelación del Padre: recibir sus
palabras (Jo 12,48; 17,8), su mandamiento (2 Jo 4) y sobre todo aceptar su testimonio
(Jo 3,11.32.33; comp. 5,34).
En nuestro pasaje, donde las palabras de El han de entenderse de Cristo, la unción
recibida se referirá a su palabra.
Aceptación de la palabra al engendrarse la fe
¿En qué momento del pasado se sitúa esta aceptación de la palabra? Juan usa el aoristo
elábete (v.27), habéis recibido. Los textos paralelos con las fórmulas características de
iniciación y kérygma remiten al momento de iniciarse la fe. Expresiones que se repiten
no lejos de nuestro texto (2,7) (3,11; comp. 2 Jo 5,6), y que Juan reserva para recordar a
los cristianos el momento de su conversión.
I. DE LA POTTIERE
Por ello al hablar Juan del crisma que han recibido, más que al acto del bautismo, se
refiere al evangelio que les fue predicado y que ellos aceptaron. Como en Pablo, antes
de ser sellados por el crisma del Espíritu, los cristianos han oído la palabra y han creído.
El tema de la unción (chrisma) está vinculado a un contexto bautismal, que habla del
primer anuncio de la palabra y del acogimiento de los que desearon entrar en el
cristianismo.
La acción del Espíritu es recordar la palabra
La unción os enseñó (v.27). Esta enseñanza pasada recibida en la unción se prolonga en
la vida del cristiano ya en su madurez; pues al analizar el texto, advertimos al principio
del mismo verso 27 una expresión idéntica a la anterior, puesta en presente: puesto que
su unción os lo enseña todo.
Enseñar, didáskein, verbo de revelación; es el que Juan emplea para el conocimiento
que el Padre ha dado al Hijo y que este transmite al mundo (Jo 8, 28), el que sirve para
describir la actividad de Jesús mismo que enseña (Jo 6, 59; 7,14,28.35; 8,20). Sólo una
vez se aplica al Espíritu Santo, que nos enseñará todas las cosas (Jo 14,26); y es
precisamente este único caso -donde se habla de la enseñanza futura en la Iglesia
después de la partida de Jesús-, el que ofrece un paralelismo más fecundo con el v.27 de
nuestro texto.
En la frase del evangelio (Jo 14,26), la enseñanza del Espíritu no se presenta como la
comunicación de una doctrina independiente y nueva, sino como un recuerdo de las
palabras de Jesús. Un recuerdo que profundiza y aumenta la comprensión de aquéllas.
Es preciso subrayar el vínculo interior y la continuidad entre la obra del Espíritu y la
enseñanza histórica de Jesús.
Palabra interiorizada por la fe
La enseñanza de los hombres, dice san Juan, no es necesaria a los cristianos pues tienen
el chrisma de Cristo que les instruye acerca de todas las cosas. Desde el momento que
lo recibieron al aceptar la fe, la palabra de Cristo comenzó a ser para los creyentes la
fuente de auténtica enseñanza.
Chrîsma no es precisamente la enseñanza exterior de la Iglesia, sino más bien la palabra
que, una vez predicada, se ha hecho realidad interior del creyente, objeto de fe. Ahí está
el inmenso progreso de Juan respecto al judaísmo: la palabra debe ser interiorizada por
la fe.
El crisma permanece
Como Pablo, Juan remite a un suceso pasado que ya entonces fue dé orden espiritual: la
acción del Espíritu que hizo brotar la fe. Pero hace resaltar que entre aquella enseñanza
pasada y la enseñanza presente, existe una real continuidad. El recuerdo del momento
pasado con su resonancia bautismal, tan sólo se alude, mientras que toda la atención
I. DE LA POTTIERE
recae sobre el verbo central: el crisma... permanece en vosotros. Chrisma es
considerado ante todo en su realidad de palabra presente (menei), interiorizada (en
hymîn).
Sin desaparecer del horizonte el momento de entrada en el cristianismo, Juan percibe el
aceite de esta unción como una realidad permanente.
Unción, presencia de la verdad.
Si permanecéis en mí palabra..., conoceréis la verdad (Jo 8,31-32)
...todos los que poseen el conocimiento de la verdad, en razón de la verdad que
permanece en nosotros. (2 Jo 1-2).
habéis recibido el Chrisma que viene del Santo (que permanece en vosotros, añade el
v.27), y todos conocéis... la verdad (1 Jo 2,20-21).
Cada vez la consecuencia es la misma: los cristianos conocen la verdad. La realidad
interior que explica este conocimiento, recibe en cada texto un nombre: palabra de
Cristo, verdad, aceite de unción. El paralelismo es demasiado patente para que no se vea
bajo estos tres términos una única realidad. El chrisma aparece de nuevo como la
palabra de Cristo, como la verdad, que permanece en nosotros.
Sentido preciso de chrisma
Volvamos a la cuestión planteada al principio: ¿cuál es la interpretación de chrisma? O
acción del Espíritu que habla interiormente (exégesis tradicional), o palabra de verdad
aceptada en el bautismo (Reitzenstein y Dodd).
El chrîsma se presenta como una realidad se recibió en el pasado, permanece
actualmente, se le posee. Expresiones difíciles de explicar si se aplican a una actividad,
pero se entienden bien si se trata de la palabra de Cristo aceptada en la fe. El chrîsma es
esta palabra que nos ha enseñado desde el principio y sigue haciéndolo.
Es notable que en toda la sección 2;18-28 no se mencione al Espíritu; tres veces en
cambio se dice que el chrîsma viene del Santo, es decir de Jesús: es la palabra misma de
Cristo en cuanto que el Espíritu de verdad la recuerda y la hace comprender; ella es el
aceite de la unción, el ungüento con el que el Espíritu unge el corazón de los creyentes.
Esta palabra chrîsma no indica formalmente la acción divina de ungir (la unción)
considerada en sí, sino la palabra de Jesús sobre la que ella se ejerce y en la que termina.
Palabra de Cristo no en cuanto predic ada exteriormente a la comunidad, sino percibida a
la luz de la fe -acción del Espíritu-, fuente de enseñanza interior.
Su función: enseñanza interior de la verdad
¿Qué función atribuye san Juan al aceite de la unción? Nuestro pasaje está colocado
dentro de un contexto (2,18-28) en el que se oponen los verdaderos cristianos y los
anticristos. Reaparece aquí el tema fundamental de la epístola: mostrar a los cristianos
quiénes son los que poseen la comunión divina. Frente a los herejes que abandonaron la
Iglesia y negaron a Cristo, están los creyentes.
I. DE LA POTTIERE
¿Cuál será el criterio que dé la seguridad de su fiel permanencia? Estos poseen una
realidad profunda, el aceite de la unción, que se abrirá paso y se transparentará en una
experiencia sensible. Los cristianos poseen el conocimiento, el sentido de la verdad, un
instinto seguro que permite reconocerla. Poseen el ungüento y éste permanece en ellos
(v.27). Es una presencia activa de enseñanza perenne de la verdad.
Fidelidad a Cristo
La progresión marcada por Juan al pasar de los vv.20-21 al v.27 desemboca en un
imperativo: permaneced en El. Esta era la exhortación final a la que quería llegar él
autor en la oposición radical entre cristianos y anticristos.
El conocimiento de los cristianos que adquiría todo el relieve en el v. 21 como criterio
de discernimiento, se transforma en el v.27 en una regla moral, una ley interior:
permanecer unidos a Cristo.
El Espíritu, túnico maestro?
vosotros no tenéis necesidad de que nadie os enseñe (v.27b). San Agustín lo comenta en
unas páginas admirables (PL 35,2004-2005): sólo el Maestro interior puede enseñar al
creyente; sin su unción todo esfuerzo es vano.
Pero ¿cómo puede Juan afirmar que los creyentes no tienen necesidad de que se les
enseñe? Puesta la enseñanza interior, ¿será inútil la de la Iglesia? No basta responder
que los fieles encuentran en su conciencia un sentido, una norma que les permite
rechazar por sí mismos las doctrinas heréticas.
Enseñanza interior, enseñanza de la Iglesia
La verdadera solución parece que ha de buscarse en la tendencia típica de Juan, de verlo
todo en un plano absoluto. En virtud de esta misma actitud dirá un poco más lejos: el
que ha nacido de Dios no peca... y no puede pecar (3,9).
Y sin embargo Juan es el primero en afirmar que todos tenemos pecado. Su declaración
paradójica proviene del hecho de que ve al cristiano en su situación escatológica. Como
si ella se hubiera realizado ya.
Esta impecabilidad no es real y concreta más que en la medida de la docilidad de los
cristianos a la palabra de Dios, a la semilla que se depositó en ellos. Cuándo se realiza
esta docilidad, cuando la semilla permanece arraigada en el cristiano, éste se hace
efectivamente incapaz de pecar. Pero esto no se realiza de modo pleno más que en la
ciudad celeste.
Juan contempla al cristiano anticipando ya este estado futuro, y realizando
completamente su ser profundo. En él la palabra y la acción del Espíritu son plenamente
eficaces; según la expresión evangélica, en él se ejerce con absoluta libertad la atracción
del Padre. Es evidente que ese hombre posee en sí mismo la fuente de todo
I. DE LA POTTIERE
conocimiento. No necesita ser enseñado, puesto que en él la palabra de Dios esta
interiorizada de modo perfecto.
Cuando se trate de discernir la verdad del error, el creyente auténtico tiene en sí mismo
un criterio seguro, qué le hará reconocer la verdad. Sin embargo de hecho, esto sólo
acontece de modo muy relativo, según el grado de interioridad del aceite de la unción
en nosotros. Juan describe con su expresión al cristiano perfecto, con todas sus
virtualidades espirituales en su plenitud. Reaparece aquí su concepción a la vez mística
y escatológica de la vida cristiana
Espíritu y palabra Espíritu y obediencia
Espíritu y palabra de Jesús cómo interpretación de chrîsma, no pueden oponerse; se
necesitan mutuamente. San Juan lo había dicho: el Espíritu enseña recordando las
palabras de Jesús.
El Espíritu tiene una función esencial para la comprensión de la palabra de Cristo
proclamada en la Iglesia. Pero con demasiada frecuencia se ha considerado la
iluminación interior del Espíritu Santo independientemente de la enseñanza externa
transmitida en la Iglesia. A la luz de esta disociación, él texto de Juan no tenéis
necesidad de que se os enseñe, parecía favorecer cierto iluminismo, una enseñanza
autónoma del Espíritu. La teología mística occidental más psicológica y subjetiva, se
independizó de los textos escriturísticos al hablar de la unción interior.
Enseñanza exterior de la Iglesia e iluminación interior forman una unidad. No sólo en el
sentido de que el Espíritu obra en los que dirigen y en los que obedecen y hace aceptar a
los fieles la palabra exterior de Cristo y de la Iglesia. No basta situar la fe en la
convergencia de las dos enseñanzas. El término mismo de unción designa los dos
extremos de la alternativa.
El vínculo intrínseco que Pablo y Juan han señalado entre revelación objetiva de Cristo
y actividad del Maestro interior, nos parece capital. El aceite de la unción, es la única
palabra de Dios a la que tanto la Iglesia docente como los creyentes se esfuerzan en
permanecer fieles y tratan juntamente de comprenderla mejor.
DE PABLO A JUAN
Una última mirada para señalar el progreso teológico que se advierte al pasar de Pablo a
Juan. Con el verbo ungir, Pablo hablaba de la unción desde el punto de vista de Dios,
mientras que Juan con el sustantivo aceite de la unción, indica el término de la acción
divina en el creyente.
Era normal que se hablara de esta realidad espiritual con la que eran ungidos
interiormente los catecúmenos, puesto que la unción era sin duda un tema habitual en la
catequesis del bautismo.
Lo importante es que el estudio de los dos textos (2 Cor 1,21; 1 Jo 2, 20.27) nos ha
conducido a una exégesis casi idéntica. Los dos nos han colocado en un contexto
I. DE LA POTTIERE
bautismal, más lejano en Juan. Tanto en uno como en otro se trata de una unción
espiritual: para Pablo, acción divina que hace brotar la fe en la palabra; para Juan, esta
misma palabra asimilada bajo la acción del Espíritu.
Pero aquí aparecen las diferencias y un progreso teológico. En 2 Cor 1,21 la unción es
una acción pasada colocada en un contexto de kérygma y de bautismo. Se trata de la fe
de la conversión. Juan recuerda todavía este inicio de la vida creyente, y por ello está en
continuidad perfecta con el texto de Pablo. Pero sin borrar del horizonte el momento de
entrada en el cristianismo, Juan percibe en primer plano el aceite de esta unción, como
una realidad permanente en la vida del cristiano ya en su madurez. Se comprende que
quede atenuada en Juan la referencia al bautismo, al cual se unía originariamente el
tema de la unción. Para él el chrîsma es la palabra de Jesús que perdura como verdad en
él creyente. La fe que él considera no es la fe inicial de la conversión, sino la fe del
cristiano en la realidad presente de la Iglesia, de la que han desertado ya varios
miembros, los anticristos. Estos cristianos a los que se dirige Juan conocen todas las
cosas y no tienen necesidad de ser enseñados, porque la palabra permanece en ellos.
Tienen conciencia de poseer la verdad que viene de Cristo, y por ella pueden hacer
frente a los pseudoprofeas: encuentran en sí mismos la fuente auténtica de toda
enseñanza. Una presencia interior que brotará iluminándolos a lo largo de toda su
existencia.
Tradujo y condensó: JOSÉ M. AGUS TI.
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