Palabras del Embajador Juan Fernández Trigo Jefe de la Delegación de la Unión Europea en Uruguay en ocasión de la celebración del Día de Europa 2015 Queridos amigos En este preciso día del año 2015 se cumple el septuagésimo aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial. Y este 9 de mayo se conmemora el sexagésimo quinto aniversario de la Declaración del Ministro de Asuntos Exteriores francés, Robert Schumann, una declaración que se considera el acta fundacional de la actual Unión Europea. Se trata de dos fechas íntimamente ligadas, puesto que las instituciones europeas surgieron del ansia de paz y concordia que se extendió por Europa al final de un conflicto que asoló el continente. En efecto, el Ministro francés propuso en 1950 que dos producciones esenciales para la industria bélica como el carbón y el acero quedasen bajo el control y supervisión de una autoridad supranacional común. Era un modo de evitar el rearme militar, y así fue como surgió la primera de las comunidades europeas. A partir de ahí se irían ampliando los campos de cooperación e institucionalización hasta llegar a nuestros días, en los que el 70% de la legislación que se aplica en los 28 países miembros se aprueba por las instituciones comunes. Los europeos llevábamos siglos matándonos y agrediéndonos por motivos religiosos, territoriales, por prestigio o por afán de aniquilación de lo diferente en conflictos como la Guerra de los 100 años, la de los 30 años, la de sucesión a la corona de España, o las guerras napoleónicas. Solo en el siglo XX, sufrimos encarnizados enfrentamientos como la guerra de los Balcanes, la guerra de independencia de Irlanda, la Primera Guerra Mundial (con más de 30 millones de muertos), la guerra civil en Finlandia, la polacoucraniana, la polaco-soviética, la guerra civil española, la guerra civil griega, la Segunda Guerra Mundial (con más de 50 millones de muertos y el atroz intento de exterminio del pueblo judío) y, más recientemente, las guerras en la ex-Yugoeslavia… sin olvidarnos de la Guerra Fría, que - aunque fría - dejó tras de sí un rastro de purgas, torturas, asesinatos y sufrimientos que pueden equipararse al más caliente de los conflictos declarados. Por eso, porque tememos a nuestro propio pasado, entenderán que lo que ha sucedido en Ucrania nos preocupe muy especialmente: para un europeo mover una frontera es abrir la caja de Pandora y traer a nuestras mentes a los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, parafraseando al escritor español Vicente Blasco Ibáñez y al director ítalo-norteamericano Francis Ford Coppola. También por nuestro pasado guerrero, hemos querido desplegar un especial protagonismo en las negociaciones con Irán para asegurar que el programa nuclear de ese país se desarrolle con fines pacíficos. Hasta 1950 todas las generaciones de europeos mandaron a sus hijos a la guerra. Se acostumbraron a vivir con esa espada de Damocles. Perder hijos en una guerra… convivir con ellos lisiados y tullidos… vivir con la zozobra de no volver a ver a unos adolescentes que dejaban la casa familiar para combatir en un campo de batalla fue parte de la vida cotidiana durante muchos siglos. ¿Se ven hoy ustedes mismos despidiendo a sus hijos en una estación de ferrocarril? Afortunadamente no, y eso nos da la medida de lo mucho que han cambiado las cosas. Todos nuestros abuelos guerrearon y, sin embargo, ningunos de nuestros hijos se ha visto forzado a hacerlo. 1 Hoy hemos celebrado con las embajadas de Alemania y Francia, en sendos cementerios de esta ciudad, un acto de homenaje a los combatientes de esa Segunda guerra mundial enterrados en suelo uruguayo. Hemos querido rendir tributo a la reconciliación entre los pueblos enfrentados en aquel conflicto. Si bien fueron muchos los que combatieron en la guerra, creo que Alemania y Francia simbolizan a todos los Estados que han superado su rivalidad histórica y han trabajado denodadamente por olvidar sus diferencias y cooperar estrechamente para hacer del campo de batalla un ámbito de prosperidad. En ese espacio, en la Unión Europea, hemos querido refugiarnos todos: los que salíamos de una dictadura y deseábamos conjurar el peligro del golpe militar; los que buscábamos huir de opresivas tutelas ideológicas y militares; los que anhelábamos salir del atraso; los que esperábamos aprender de otros pueblos más sabios; los que luchábamos porque nuestros hijos tuvieran mejores oportunidades en su futuro; los que queríamos que nuestros mayores alcanzasen una jubilación más digna. Permítanme citar unos datos que dan idea de las dimensiones de este proyecto europeo: el PIB de la UE es de 13,5 billones de euros, por delante de la primera economía mundial; albergamos el 7% de la población mundial, pero representamos el 20% del comercio global( somos el primer importador y exportador mundial); si nos fijamos en los países que se adhirieron a la UE en las dos grandes ampliaciones de los años 80-86 y 2004-2007, podemos afirmar que la consecuencia de su incorporación ha sido un incremento medio adicional del PIB del 12%; entre 1992 y 2005, es decir en quince años, la inversión extranjera en territorio comunitario pasó de 23 mil millones de euros a 159 mil millones de euros, lo que da idea de la confianza que infunden las economías europeas. Y lo que es más importante: ni uno solo de los conflictos que existían entre los Estados antes de su incorporación a la Unión Europea subsiste a día de hoy: la ex Yugoslavia es un buen ejemplo de ello. Tenemos a gala la defensa de la Democracia, de los Derechos Humanos y del Estado de Derecho. Aportamos la mitad de la Ayuda Oficial al Desarrollo que se destina en el mundo a paliar los efectos del atraso y la desigualdad. A propósito, no quiero evitar en mi intervención una referencia a las tristes imágenes que nos han presentado recientemente los noticiarios sobre la crisis humanitaria que se desarrolla en el Mediterráneo. No podemos sentirnos orgullosos de que tantas personas pongan en riesgo su vida para llegar a nuestras costas en busca de un futuro mejor. Sabemos que la respuesta a este drama no es sencilla y que, precisamente por ello, requiere de la colaboración de todos. Tenemos la obligación de abordar este problema con generosidad, también ayudando y combatiendo la desesperación allí donde se genera. Pero sin olvidar que debemos actuar con contundencia contra las mafias que trafican con los seres humanos y con sus ilusiones. Los europeos nos hemos dotado de mecanismos de integración profundamente solidarios, y hay que decirlo con orgullo, ahora que se habla tanto de nuestra crisis: hasta en las discusiones más ácidas sobre cómo rescatar a cualquier Estado Miembro se está hablando de ayuda, de conceder créditos cuando nadie quiere prestar… de acordar aplazamientos de pagos imposibles de cumplir… de financiación urgente para poder pagar salarios y pensiones de jubilación. Todos somos conscientes de que esta crisis está durando demasiado, pero tampoco se puede negar que hemos logrado mucho: entre otras cosas, en la Unión Europea nadie ha sido abandonado a su suerte y, pese a las discrepancias sobre cómo abordar los problemas, se sigue negociando, porque si algo hemos aprendido durante estos últimos sesenta y cinco años es a negociar. 2 Dentro de este espíritu de negociación al que me refiero no quiero dejar de reconocer en el Gobierno uruguayo a un socio ejemplar en su deseo de llegar a acuerdos con la Unión Europea. Siempre hemos constatado la vocación europeísta de la sociedad uruguaya y su afán por conseguir el mejor tratamiento para sus productos desde una visión pragmática del comercio exterior. Europa coincide con esa visión: desde la conciliación de los intereses mutuos se puede generar una importante riqueza y por eso queremos que las negociaciones para un Acuerdo de libre cambio entre la UE y el Mercosur concluyan satisfactoriamente lo antes posible. Estamos seguros de que los planteamientos expresados recientemente por el gobierno uruguayo, a través del Ministro Nin Novoa, en relación con la necesidad de clarificar este proceso negociador pueden ser de gran utilidad. Dentro de pocos meses, en el mes de junio, tendremos la oportunidad de acoger en Bruselas la Cumbre UE-CELAC, ocasión excepcional de reforzar nuestra especial colaboración entre dos continentes tan próximos en sus valores e intereses comunes. Y en el mes de noviembre tendrá lugar en París la conferencia COP21 sobre el cambio climático, en la que la Unión Europea tiene cifradas grandes esperanzas en relación con los compromisos a asumir por la comunidad internacional sobre la limitación de las emisiones de gas de efecto invernadero, así como la adopción de obligaciones destinadas a mantener por debajo de dos grados el aumento de la temperatura del planeta. Conocida la apuesta que está realizando Uruguay a favor de las energías renovables, confiamos en la positiva influencia de este país para llegar a reducir los efectos del cambio climático. Disculpen si el tono de este discurso ha resultado ser excesivamente autocomplaciente. Me ha parecido necesario destacar, precisamente hoy, que los europeos hemos sabido sustituir un legado histórico de muerte y destrucción por otro de paz y colaboración. Al salir del horror de la Segunda Guerra Mundial, imaginamos que podíamos crear un espacio político a partir de la integración económica. Que la trabazón de los intereses económicos, a través del comercio y la inversión, podía favorecer una dinámica continua de cooperación que habría de hacer inevitable la unidad política, entendida como la limitación de soberanías nacionales en favor de una entidad supraestatal anclada en la democracia y la permanente negociación. Negociamos porque así nos enriquecemos en todos los sentidos. Hemos comprendido que ceder es siempre auspicioso. Que los beneficios del acuerdo superan a las concesiones ineludibles, y que las imposiciones, a la larga, traen desgracias. Que la soberanía a ultranza es peligrosa y que el tamaño de la geografía no debería ser ley internacional. Nuestro proyecto consiste en hacer sentirse cómodos a todos porque negociamos en lugar de intimidar. Escuchamos y comerciamos; no hay mejores antídotos contra la tentación autárquica y el empobrecimiento que esta conlleva. Por todo lo anterior, quiero hoy brindar por nuestros caídos en las guerras, pero también por los que no han tenido que caer gracias a la pacificación irreversible de Europa. Muchas gracias por su atención. 3