l legendario y hermoso sitio arqueológico de Palmira, en Siria, debe su esplendor a quien hasta nuestros días se conoce como la reina del desierto, Zenobia, mujer culta y decidida que vivió entre los años 245 y 274 de nuestra era. Ella convirtió Palmira en la grandiosa urbe que sorprendió a propios y extraños en el siglo II. En apenas un lustro (de 267 a 272 dC), la gobernante puso en marcha novedosas reformas políticas que aplaudieron los más de 150.000 habitantes que tenía la urbe, a la que embelleció con amplios jardines y majestuosos templos. Las ruinas de lo que fue esa importante metrópoli fueron inscritas en 1980 en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). No obstante, el 20 de junio de 2013 el organismo internacional incluyó todos los sitios sirios en la lista del patrimonio en peligro para alertar sobre los riesgos a los que están expuestos debido a la guerra civil en ese país. Ante la reciente ocupación militar del grupo Estado Islámico (EI), la destrucción de la también llamada “Perla del desierto” es inminente, pese a las peticiones de la Unesco por detener las acciones que desde hace meses han dañado –y en algunos casos destruido hasta su desaparición– importantes tesoros culturales. Precisamente, el 27 de mayo, Rami Abdel Rahmane, director del Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), hacía pública la noticia de que el EI había ejecutado en el teatro romano de Palmira a veinte hombres acusados de haber combatido con el régimen sirio. E El templo del dios Bel. Zenobia fue una de las primeras reinas de la región y quien mandó fortificar la ciudad de Palmira, con una avenida custodiada por grandes columnas corintias de más de 15 metros de altura que cubrían 21 kilómetros de circunferencia, las cuales, hasta 2011 (antes de que estallara el conflicto en la región) eran visitadas por miles de turistas al año. También decidió que se colocaran estatuas de héroes y benefactores, pidiendo a todos los nobles que posaran ante los artistas. En Palmira podían encontrarse cerca de 200 figuras en sus columnas y en las paredes del ágora. Entre los edificios públicos del sitio, destaca el templo de Bel, edificado en el año 32 dC y consagrado al culto del dios supremo feniciocananeo, cuyo nombre significa amo. Era el dios de los dioses para los habitantes de Palmira en esa época. Este templo fue convertido en iglesia en el siglo IV. A pocos metros de ese edificio comienza la gran columnata de 1.200 metros, eje principal de la ciudad. Por la amplia calle transitaban carruajes y cabalgaduras, por debajo de los largos pórticos columnados laterales lo hacían los peatones. A los lados hay una serie de ruinas en mayor o menor grado de conservación: el templo de Nebo, antigua deidad babilónica; un recinto funerario; el campamento de Diocleciano, que antes había sido el palacio de la reina Zenobia; o el teatro y el ágora o gran plaza pública donde se realizaban operaciones comerciales y se discutía. Saliendo de la urbe, adentrándose un kilómetro en las montañas, se observan construcciones que semejan torres cuadradas y macizas: es el valle de las tumbas que alberga la necrópolis de la ciudad. La urbe de Palmira, en árabe se conoce como Tadmor o Tadmir, versión de la palabra aramea palmira, que significa ciudad de los árboles de dátil. En la Biblia es mencionada con los nombres de Tadmor y Tamar (aunque hay cierta confusión con otra ciudad cerca del Mar Muerto). Existen datos de que en el año 41 aC, los habitantes de Palmira huyeron de las tropas de Marco Antonio al otro lado del Éufrates. En el siglo I aC, Siria se convirtió en provincia romana y la ciudad prosperó con el comercio de caravanas al estar situada en la Ruta de la Seda. Tras una visita y maravillado por la belleza de ese oasis en medio del desierto, el emperador romano Adriano (76-138 dC) otorgó a Palmira los derechos de ciudad libre y cambió el nombre a Palmyra Hadriana. Para el año 260 era gobernada por Septimio Odenato, esposo de Zenobia. Sin embargo aquel, junto con su primogénito (que no era hijo de Zenobia), fue asesinado en el 267, por lo que ella tomó las riendas de Palmira, en espera de que creciera su hijo Lucius Iulius Aurelio Septimio Vaballathus Atenodoro, más conocido como Vabalato, quien tenía solo un año de edad. La reina guerrera. Zenobia sublevó al reino de Palmira e intentó crear su propio imperio, incluso con la intención de dominar a los dos imperios que lo flanqueaban: el persa sasánida y el romano. Roma, debido al caos que entonces vivía por sus propios problemas políticos, dejaba a la reina de Palmira seguir con sus aspiraciones. Zenobia logró conquistar nuevos territorios. En 269, su ejército, comandado por el general Zabdas, conquistó violentamente Egipto. Se proclamó reina de esas tierras y acuñó monedas con su nombre. En ese momento, el reino de Palmira se extendía desde el Nilo hasta el Éufrates. Era el año 271 y a Zenobia le llamaron la reina guerrera al dirigir personalmente a su ejército, sorprendiendo por ser buena jinete, capaz de caminar tres o cuatro millas al lado de sus soldados. Conquistó Anatolia hasta Ancira y Calcedonia, y más tarde Siria, Palestina y Líbano, tomando rutas de comercio vitales para los romanos. Fue el emperador Aureliano quien decidió finalmente hacerle frente. La derrotó en Emesa (actual Homs) y la hizo retirarse hasta Palmira, donde fue sitiada. Intentó resistir, pero tuvo que huir en camello y fue capturada en el río Éufrates por los jinetes de Aureliano. Algunos palmiranos que se negaron a rendirse fueron ejecutados. Palmira fue arrasada en el año 273. Luego llegó un gobernante llamado Diocleciano que reconstruyó la ciudad, aunque era más pequeña. En el año 634 fue tomada por los musulmanes y en 1089, Palmira fue completamente destruida por un terremoto. La Unesco, al designar a Palmira patrimonio de la humanidad en los años 80 del siglo pasado, destacó que en ese lugar la arquitectura y las artes fusionaron en los siglos I y II las técnicas grecorromanas con las tradiciones artísticas autóctonas y persas. También ponía el acento en que eran las ruinas de una gran ciudad que fue uno de los centros culturales más importantes de la Antigüedad. Palmira es solo uno de los muchos sitios históricos que han sufrido en Siria: el imponente castillo de Krak des Chevaliers, de la época de las Cruzadas, ha sido bombardeado, al igual que las ciudades muertas bizantinas; el zoco de Alepo fue destruido por el fuego y el alminar de su gran mezquita fue derribado. Pero Palmira era, y tal vez siga siendo por breve tiempo aún, algo especial. zazpika 1 5