1 Cristina Desde niña yo me preguntaba: si a Yaneth y a mí nos ponían a hacer un oficio y no lo hacíamos rapidito, ¿por qué me pegaban solo a mí? También recuerdo que cuando me acostaba, yo bregaba a no dormime paˋ si me daban ganas de orinar ahí mismo levantame, porque o si no, al otro día por la noche me echaban en un costal lo amarraban y me metían debajo del cafetal diciéndome mi mamá: Aquí es onde deben de dormir los que se orinan en la cama. Y en medio de esa oscuridad y el frío me dejaron varias veces. Otra noche, yo tenía unos seis años y mamá nos levantó a Yaneth y a mí como a las once y nos jalaba por el camino diciéndonos: corran rapidito que debemos de llegar al pueblo. Esa fue la primera vez que vi un guerrillero, que apenas mi mamá se lo encontró, le dijo: qué hago, ayúdeme, es que tengo que ir a entregame a la policía que le volié machete a Efraín. Sí, maté a mi marido. Recuerdo que ese señor le dijo a mi mamá, que si hizo eso ya no había nada que hacer, que se volviera con esas niñas a dormir y que paˋl pueblo mejor se madrugara. Al fin mi papá no se murió nada y a ella la soltó la policía. Pero entre peleas y peleas en esa casa, el rejo que me daban, que no recuerdo por qué y dormir castigada en el cafetal, pasé mi niñez. Ya desde los once años, cuando me volaba de la escuela me iba hasta los campamentos. Allá me daban comida y veía todo muy normal. Nunca me gustaron las muñecas, ni jugar con mi hermanita, mejor me iba a ver esas armas. Paˋ salvame de las pelas, me perdía ponde esa gente. Recuerdo que un día me cogió un guerrillero de las Farc y me llevó de la mano hasta la casa y le dijo a mi mamá: Mire señora a ver qué va a hacer con esa muchachita, que nosotros no nos hacemos cargo de ella. Está muy niñita. Y me castigaron. Ya en quinto, yendo a estudiar, alcancé a ver a unos manes que estaban en la casa de una finca. Y cuando salimos a recreo, me volé paˋ onde ellos, y le dije al comandante que yo quería ser de ese grupo. Que ¡ah!, ahí vamos mirando. Y como el estudio por la finca era de ocho de la mañana a cuatro de la tarde; desde el medio día me iba paˋlla; y le preguntaba a ellos que cómo se llama esa arma grandotota que desarmaban, le echaban aceite y volvían a armar. Y yo casi ni me grababa esos nombres. Solo los aprendí cuando estuve del todo en uno de esos grupos. Entonces, a los días mandaron a llamar a mi mamá que yo me estaba yendo ponde esa gente. Y con esa pela que me pegó, me demoré en volver a volame. Pero con jueteras y todo, yo seguía pensando que quería ime paˋ lla. Era como esas ganas de estar con ellos. 2 Faltaban como quince días paˋ acabasen las clases de quinto y yo no esperé a que terminaran, porque vi otro grupo por allá, que no era sino bajar una cañada y la finca quedaba como en un filito. Entonces, cuando los vi dije: ¡ah!, me voy a ir paˋlla. Después me contaron que mi mamá fue a la escuela a preguntar por mí, y que cuando atravesó la cancha de basquetbol ya paˋ salir paˋ la casa con mis cuadernos que le entregó la profe y que los llevaba debajo del brazo, que era con la cabeza agachada, y que no paraba de llorar. Esa noche pasé con ellos allá en la finca y me dieron comida. Y como ya me sentía grandecita, les dije que yo aprendía fácil a manejar esas armas. Y ellos me dijeron que lo estaban pensando si me dejaban o no. Dormí con una pelada, y cuando amaneció, el comandante me dijo que iba a hablar la cosa. Ese día me mandaron a parar como una hora al filito desde donde se divisaba mi casa. Ya por la noche volví a dormir con la misma muchacha, pero cuando otra vez amaneció, uno de esos señores me dijo: No, usté no puede quedase con nosotros, usté está muy chiquita. Cuando esté más grandecita vamos por usté. Y me mandaron con un señor. Ya mi mamá y mi papá me recibieron, y todos enojaos me pegaron otra pela ¡pero esa sí fue brava! Me quedaron esos chichones en las piernas. Cuando mis papás se madrugaron y vi que se subieron a la chiva, yo me arreglé, me puse una sudadera, una blusita y unas botas. No le dije nada a la hermana mía, y cuando menos pensé, fue que cogí camino y me perdí. Entonces subí onde otro grupo que ya también lo había visto antes. Arrimé onde el comandante y le dije: señor, ¿qué hay que hacer para yo dentrar acá? Dígamen qué tengo qué hacer. Y no, no tiene que hacer nada, estese acá y ya vamos mirando. Quédese por hoy aquí, a ver cómo va viendo la vaina. Bueno, y me dejaron. Cuando me encontré con una muchacha que era de la misma vereda. Que ola cristina, que qué más. Que qué hace por aquí. ¡Ah!, no, que yo me vine paˋca también con ustedes. Entonces me preguntó por Yaneth, que aónde estaba. Que ella se quedó abajo en la casa. Y me dijo: No, mañana vamos onde ella paˋ decile que se venga también. Dormí con esa amiga y, cuando amaneció, le dijo al comandante que se iba a volver conmigo paˋ la casa, paˋ convidar a mi hermana. Y bajamos onde Yaneth y ella le dijo que se uniera a nosotros, que ensayáramos. Que si le llegaba a gustar a algún fuerte no le tocaba hacer mucho. Y cosas así. Después de insistile, dijo que ahorita iba. Entonces como estaba una hermanita chiquitica con Yaneth, cuando se despertó, le dijimos a la niña que nosotros nos íbamos a ir paˋl monte a coger gallinas. La dejamos con una vecina y arrancamos, a la espera de que me hermana fuera más tarde. 3 Ya llegamos, nos dieron el desayuno, después el almuerzo, y cuando mi hermana subió, nos presentaron, y nos dijeron que nos iban a cambiar de nombre, que porque nos quemábamos si nos seguíamos llamando como nos bautizaron. ¡Ah!, que usté se va a llamar de tal forma y su hermana de tal. Bueno, ya nos quedamos un rato con el encargado de anotar los nombres reales, los de nuestros papás, hermanitos, de algunos primos, de mis tíos. Que aónde vivíamos, que aónde posaban papá y mamá en el pueblo los fines de semana… Ya después de anotar todo, mi hermana se fue por allá a hacer un mandao, y se llegó la noche y a acostanos. Me tiré con mi amiga, pero yo no era capaz de dormir. Veía que la gente andaba y remoliniaba. Era un bullicio el berraco. Ya como a las cuatro de la mañana, me dijeron que me levantara y me llevaron por allá al pie de un palo. Y todo el mundo callao. Y dije: a mí por qué me paran aquí, y sola. Apenas me dijeron: Quédese ahí, en silencio. Yo ni siquiera sabía qué era guardia, sino que me pararon al pie del árbol, y que no hablara. Cuando ya a las seis -que dizque había pasao la hora de la Diana-, me mandaron a retirar y que fuera por los tragos. Y de ahí la misma rutina, el desayuno y así… Ya ese día se me arrimó un hombre de unos cuarenta años y comenzó a hablame: Que qué más princesita -porque así me pusieron a mí- que cómo está, y era como a calentame el oído. Mejor dicho, a coquetiame. Y me llevó el almuerzo y yo como encarretada con el man ese. Charlamos toda la tarde. Cuando ya por la noche no vi a mi amiguita por ningún lao y me quedé sin aonde dormir, me provocaba como ime otra vez paˋ la casa; pero al recordar que mis piernas tenían los latigazos de la última pela, le dije a ese man, que era un comandante de varios hombres, que aónde voy a dormir: Y me contestó: Mija, si no tiene aonde, venga vamos pal guindo mío. Y yo, ¡ah!, bueno. Pues venga, qué más se va a hacer. Cuando ya me acosté, él acomodó las armas y se tiró al lao mío. Eso era una pieza encerrada. Ya el empezó como a tocame y yo como con miedo, y ese fusil al pie de la cama y la pistola y las granadas colgando al lao de nosotros. Qué susto ver eso en ese palo de la cama, y él tóqueme y tóqueme. Es que me dejaba era del miedo. Él me iba sobando por el cuello, y cuando ya me quería tocar el pecho, porque los senos me habían empezao a medio salir, yo le corría la mano, pero con susto que se fuera a enojar, entonces medio lo dejaba, pero yo de reojo miraba el fusil y esas otras armas. Y yo con ese susto, ya él me fue desvistiendo y no sé por qué me dejé. Creo que del miedo tan macho. Y empezó a ensayar como a metémelo y yo no, era el dolor más horrible. Yo lo empujaba, lo arañaba, lo mordía. A veces paˋ rechazalo, pero 4 a veces del dolor. Y como paˋ no llorar, me tapaba con la cobija duro la cara. Y él briegue. Y nada; eso me dolía. Hasta que no pudo. ¡Eso no entraba! Es que apenas lo sentía medio en el bordito, el dolor era el hijuemadre y yo agarraba la cobija y la soltaba y lo volvía a morder a él. Por ahí en un buen rato, que no me pudo como lastimame bien del todo, me dejó quietecita, y dijo: No, dejemos eso paˋ más adelante. Luego ensayamos de nuevo. Y yo callada. Callaita. Y pensaba entre la cobija: sin usame del todo y ¡cómo me quedó doliendo esa parte! A las cinco de la mañana me llamó a que prestara guardia, y me dijo: Vea, a usté le toca parase acá. Mire que no vaya a venir alguien de negro o como una gallada, porque ahí mismo nos dice. Ya a las seis volví a bajar paˋ onde estaba todo el grupo y nos hicieron hacer una fila como a la mitad de los que estábamos en el campamento, paˋ repartir la gente paˋ mandala a ciertas partes. Entonces dijeron: Usté queda con este grupo que se va enseguida, y así. Y yo que pensé que me iban a mandar con el que dormí. Cuando no, el cucho Faber, su jefe, le va diciendo a él: Usté se va con este grupo. Porque así estuviera como medio aporriada, dolorida el cuerpo de ese hombre que me tocó, pensé que seguía siendo mi compañero. Sabiendo que ya había dormido con él, y veo que salimos al mando de otro comandante; ¡uy!, qué tristeza. Y fue peor al no ver a mi hermana en mi grupo. Yo que pensé que nos mantendrían juntas. Pero allá nadie dice nada. Allá todo era un misterio. Qué será de mi hermana. Mi mente estaba loca… … Al rato nos asomamos y no vimos a nadie en el patio ni por ahí cerca y yo llegué, me coloqué una blusa sin brasier ni nada, me puse una sudadera y él también se vistió. Y cogí esa granada y me la metí por aquí como por la vagina, él también se metió el treinta y ocho por delante y salimos agarrados de la mano y arrancamos. No se veía nada, pero se escuchaba la plomacera mas verionda, porque pa` bajo habían más compañeros. Cuando corríamos, por todo alrededor ya habían paracos y no sé cómo no nos vieron al atravesar una carretera. Y nosotros corrale y corrale. Cogimos por una quebrada de pa` rriba, y nosotros que nos metemos por esa quebrada, cuando pasa otra vez tropa. Entonces ya nos quedamos por ahí resguardaos. Y al rato a Tavo le dieron ganas de ensuciar, porque es que cuando pasa eso, a uno le dan ganas de orinar y hasta de ensuciase en los pantalones. Le dan ganas de todo y el corazón que se le quiere salir de los nervios al vele el fusil a esa gente y con los brazaletes de las A.U.C. Y uno sin tener por onde salise. Bueno, casi cagao le tocó agarrase esos pantalones en la mano y metenos debajo 5 de una piedra. Eso se escuchaba por todo lao: taque taque taque. Por ahí dos horas seguidas voliando candela. Al rato, a lo que vimos que el ejército se volvió pa` Granada, y los paracos se fueron de güida, nos encontramos con unos compañeros que venían a reforzar a los que estaban enfrentando el plomo, y nos juntamos y seguimos. Cuando bajamos, ya no había nada que hacer. Primero encontramos la mujer del tío mío, el comandante y dos compañeros. Todos muertos. Más adelante habían otros dos guerrilleros que habían matao también y en las casas todo patas pa` rriba, vueltas nada. Porque tuvieron tiempo de revolcar todo. Cuando ya salimos más pa` bajo, encontramos otro muchacho, un compañero miliciano que le dieron plomo en la cabeza. Eso le quedó como una arepa. En ese ataque hubieron como siete muertos. Ya toda la gente triste, llorando. Cuando en esas aparece mi tío con la niña, y todos le dijimos que cómo hizo usté pa` volase. No, que él se abrió campo. Que seguro que porque él tenía la bebé no le hicieron nada. Y nos dijo otras cosas que nadie podía creer. Ese día la gente arrumada y nadie era capaz de arreglar los muertos. No se atrevía por tanto miedo. ¿Sabe que me tocó? Como yo ya había visto arreglar otros, de buena caridad me ofrecí a hacelo. A la mujer del tío mío le quite la sangre, la bañé, la organice, la vestí. Yo me acuerdo que otro tío me ayudó a bañala y cuando le estaba echando jabón por ahí abajito, va diciendo: Vea, lo que no se comieron los cristianos se lo van a comer los gusanos, y le estregaba el peluche a la muerta. Es que a esa vieja nadie la quería. Al otro muchacho miliciano, al que le dieron en la cabeza, que nadie lo recogía, también le tiré agua paˋ báñalo, y cuando le lavaba el pelo, se le salían esos sesos blancos. Y cogía y le aplicaba formol, pero como estaba roto por todo lao de la matada que le pegaron, lo que le echaba, se le salía por los otros huecos. A la mujer del tío mío le organicé un poquito los senos, pero como la ráfaga fue por todo adelante, por acá como por el estómago se le salía una cosa negra. No sé, como materia fecal y yo llegue y la envolví como en cinco veces. Es que como que los muertos votan un agua sangre o como una grasa, ¡y huelen! Pero creo que es por tanta bala. ¡Haga de cuenta cuando matan un marrano! Huele así. Ese olor a muerte era muy horrible. Bueno, a ella y al otro muchacho que le lave la cabeza, los llevamos a velalos juntos. Cuando íbamos con ellos al hombro pa` Santa Ana, en el camino se le veía la cara de terror a la gente. Nerviosa porque habían bajao los paracos que nunca 6 habían estao por allá. Llegamos con los muertos sin ataúd ni nada y así los velamos. No hubo tiempo ni de hacer cajón. Los velamos hasta las once de la noche y como estábamos tan cansaos de tanto trajín, los encerramos y nos fuimos a dormir. A las cinco y media de la mañana volvimos y ahí estaban los muertos solos y hueliendo maluco. Ya dijimos que cómo los íbamos a enterrar sin cajón. Entonces nos fuimos pa`l cementerio destapamos dos bóvedas, las que se vieran como más recién usadas, sacamos los que estaban ahí, y en esas cajas metimos los muertos de nosotros. No les hicimos misa. Tampoco estaba el padre. Que se había ido pa` Granada que porque estaba caliente la cosa. Salimos con esos cajones de madera, -ya casi podrida- pa`l cementerio. Los cargaron mi tío, que era el esposo de mi tía, mi marido, otro tío mío que también estaba en eso, y otros voluntarios. Pero temblando del miedo. Los enterramos, nadie lloro, ni mi tío que era el marido de la muerta. Tampoco se le rezó alguna oración. Es que en la guerrilla se vuelve uno así. Nada de rezos. Y nos volvimos pa` la vereda. Todos bien tocaos mirando paˋ todo lao, de nuevo a hacer las dos horas de camino. Y nadie pronunció una sola palabra en todo el recorrido. Una que otra persona por las casas por onde pasábamos, solo nos ofrecían algo de beber. A los otros compañeros guerrilleros que eran vestidos de uniforme, a esos los envolvieron en hamacas, los llevaron pa`l campamento, y ya allá le gritaban las consignas, el himno y los enterraban en las fosas. Después el comandante nos mando a llamar y nos hicieron reunión a los milicianos y guerrilleros de la zona. Que vamos a prestar guardia bien alertas por tal y tal parte que fue por onde se nos metieron y que mucho ojo paˋ dales. Que lo que comenzó fue una guerra… … Nosotros escuchamos la balacera y al buen rato fue que se sentían los gritos de esa muchacha por ese camino de paˋ bajo: ¡Ahí viene el ejército, vienen los paracos y ya mataron a estiven a Carlos… Todos, todos están muertos! Y apenas entra onde nosotros pegó otro grito: ¡El bebé, mi bebé se me quedó! Qué hago, yo me voy por él. Ellos me lo van a matar. Esa muchacha era como loca. ¡Ahí mi niño me lo van a matar! No, ya me lo mataron. Y era como con ganas de devolvese por el niño y nosotros no la dejamos. Antes de que nos cayeran a nosotros también, arrancamos por esa oscuridad, y caiga agua. Salimos hasta a pata limpia. Por allá nos metimos por un cañauzal y luego entramos a una casa y hagarramos un plástico, porque eso era tronando y qué tempestad. Era como un diluvio. Entonces nosotros con miedo no sabíamos por onde correr, pero tampoco podíamos echar 7 camino porque de pronto nos los encontrábamos. Y esa oscuridad. Yo cogí con mi compañero y nos fuimos por una cañada de esas. Era paraísima. Ahí pasamos el resto de la noche, paraos, porque si uno se dormía salía rodando cañada abajo. Y caigan esos truenos. Al amanecer volvimos y nos reunimos con los compañeros. Y todos verracos dijimos que vamos a rodialos, y nos entrampamos otro rato mirando a ver aonde estaban paˋ voliales plomo. Ya como a las nueve de la mañana nos volvimos a juntar para ir por el bebé porque esa muchacha seguía como loca. A esa hora los paracos ya se habían ido. Paˋrriba nos encontramos a otros dos señores muertos. Es que iban matando al que se encontraran. Cuando llegamos, encontramos toda esa masacre y el bebé por ninguna parte. Busque y busque el niño. Cuando voy y miro en otra pieza, y fue que lo pusieron sobre la cama y le tiraron de todo encima como paˋ que se ahogara. Estaba debajo, y cuando lo destapamos ya estaba renegrido, todo morao. Es que esos hijueputas le echaron encima un viajonón de cobijas de esas coreanas, paˋ que se muriera de esa forma. No tuvieron el corazón de matalon a bala o machete. Y el grito tan espantoso de la mamá cuando lo alcanzó a ver. Fue, lo agarró y se lo puso contra el pecho. Que yo por qué dejé a mi niño solo aquí paˋ que me lo mataran. Por qué Dios santo vendito me volé sola. Qué desespero de esa muchacha. Entonces yo lo toqué y le dije: ¡está caliente! Mire, mire que parpadió. Y yo de una hice que mi compañera sacara el pecho y se lo pusiera. Ahí mismo el bebé se agarró a chupar. A todos nos volvió el alma al cuerpo y la mamá toda feliz, llorando daba vueltas por toda esa casa alimentando el niño, y diciendo: Haber dejao solita a esta criatura paˋ esos bandidos. El bebecito amaneció al rededor de todo eso. Esas camas todas revolcadas, los gatos rodeando esa tragedia, los perros lambiendo los muertos y la sangre. Las ollas voltiadas al revés, de paˋ rriba, la comida regada. El arroz que habían sudao, lo untaron de sangre. Las paredes las pintaron con esa misma sangre. La casa por fuera la rayaron. Al sancocho que había, le echaron sangre y lo revolvieron. Las ollas chilguetiadas de lo mismo. No sé cómo hicieron pa sacale la sangre a los muertos.