XXII. LOS DOS MUSSOLINI Mussolini socialista. La guerra 1914-1918. Expulsado del partido por intervencionista • Victoria sin alas. Reacción nacional • Marcha sobre Roma. Mussolini jefe de un Gobierno constitucional, con el voto de confianza del Parlamento liberal. Admirado por todos • El asesinato de Mateotti. Los "Cónsules de la Milicia" imponen la línea dura • La Dictadura (1932). Malas relaciones con Hitler. Protector del canciller austriaco Dollfuss. "Garante" con Inglaterra de la paz de Europa (Tratado de Locarno) • Inglaterra y Francia le abandonan en Stresa y le echan en manos de Hitler. La guerra otra vez. EI fin. En la Universidad de mi época, yo creo que la mayoría de los estudiantes éramos liberales y vivíamos en un ambiente familiar liberal; el mismo general Primo de Rivera, luego Dictador, no era un reaccionario. La aparición de Mussolini en la política de Europa nos deslumbró. Un juicio o una impresión sobre Mussolini expuse hace más de treinta años, en un libro, con ocasión de mi primera visita oficial a Italia cuando yo era Ministro del Interior en el Gobierno español y él era Jefe, ya en declinación, aunque no lo creyéramos entonces, del Gobierno italiano. Era todavía el Mussolini deslumbrante que recibía en el histórico salón del "Mapamondo", en el Palacio Venecia, a embajadores, jefes de Estado, ministros y periodistas de todo el orbe; aquella vastísima sala con bancos de piedra en las ventanas y mosaicos en el suelo que era una obra maestra de espectacularidad política. Era el Duce que, ante mi pregunta y mis preocupaciones sobre el problema de sucesión de los regimenes de caudillaje, arguyó con rapidez -aunque no sé si con convicción- que las cosas se producirían "como en la Iglesia". Yo seguí con mis dudas, pensando que eso sólo sería posible en un sistema totalitario muy fuerte, como ocurría en la Unión Soviética. Por otra parte, aquel Mussolini era todavía pacifista, pues al expresarle yo nuestros temores de que pudiera desencadenarse la guerra europea cuando España -desangrada y empobrecida en la guerra civil- necesitaba menesterosamente la paz, me contestó diciéndome que todavía podríamos eludirla y trabajar con paz y tranquilidad durante unos años. Era el Mussolini que aún no temía a Hitler y que parecía considerarse seguro sobre unas bases políticas que, luego, la realidad acreditó su falta de firmeza. Ahora, después de muchos años, puedo, con más conocimiento y serenidad, volver sobre el hombre que sigue interesando conocer a las nuevas generaciones, lo que no lograran a través de la mucha literatura apologética de sus años de poder y de gloria ni de los panfletos de sus detractores 1 . 1 También entre nosotros ha venido ocurriendo así pues el prejuicio, favorable o adverso, ha acompañado casi siempre a su figura. En uno de los encuentros publicados por el prestigioso escritor Baltasar Porcel, recogiendo simpáticamente mis manifestaciones sobre el tema, dice por su parte: “Uno, pese a la El Mussolini grande y su importante obra de gobierno -el otro Mussolini-, el de la etapa comprendida entre los años 1920 y 1932, está casi olvidado por las gentes que recuerdan solamente los años de su decadencia y sus errores, principalmente el de su entrada en la segunda guerra mundial que fueron catastróficos para él y para Italia. Mussolini socialista. intervencionista La guerra 1914-1918. Expulsado del partido por Recordemos sumariamente el curriculum de su vida: como es sabido Mussolini era hijo de un herrero de Predappio -pequeño lugar cerca de Forlí en la turbulenta Romana-, quien le puso el nombre de Benito en recuerdo de Juárez que dirigió en Méjico la rebelión contra Maximiliano. La pobreza de la familia no le permitió seguir estudios para una formación intelectual sistemática, y Mussolini fue un autodidacta, lector incansable de todo lo que caía en sus manos. Un día me contó que estando preso en Ginebra tuvo ocasión de leer El Quijote y "ningún libro -me dijo- me ha divertido tanto". (Yo entonces le regalé la magnifica edición corregida por la Academia Española y realizada por el impresor Joaquín Ibarra en 1780.) Aunque desordenadamente, también había leído libros fundamentales; esos libros que desconocen y desprecian los dictadores estrictamente alfabetos quienes para salir de apuros, a para "aleccionar" a sus pueblos, se limitan a realizar fugaces incursiones por alguna Enciclopedia. Al parecer fue Sorel, con su sindicalismo no marxista, quien ejerció sobre él la mayor influencia ideológica. Desde entonces Mussolini es socialista. Par otra parte, con anterioridad a su ascensión política dos hombres -con su pensamiento a su conducta pública- influyeron sobre él: Mazzini y Cavour. Mazzini, el hombre del "Risorgimento", con su idea nacional, tratando de alumbrar una conciencia nacional entre los italianos; conciencia que era necesario forjar -puesto que Italia si tenia presencia cultural en el mundo, no era una nación, no tenia una personalidad política unitaria ya que Venecia, Génova, Florencia, Pisa a Milán, no estaban ligadas entre si más que lo estuvieran con otros países extranjeros, y en ocasiones mucho menos que con aquellos- pero se encontró con una extensa indiferencia del pueblo en relación con su propósito. Fenómeno éste que repetidamente se ha explicado debido a la falta de una tradición nacional 2 . Siendo, pues, Mussolini socialista y patriota exaltado, actitud política ésta que tenia ilustres precedentes -recordemos, salvadas circunstancias y distancias, el ilustre ejemplo del socialista Enrique Ferri- estalla en agosto de 1914 la primera guerra mundial en la que fueron beligerantes Francia, Inglaterra y Rusia, de una parte, y de otra Alemania y el Imperio austrohúngaro. Durante los primeros meses del conflicto Italia fue neutral. El poderoso partido socialista italiano que tenia en la vida pública del país una presencia casi decisiva, se dividió entre neutralistas e intervencionistas. Los jóvenes eran intervencionistas y Mussolini, entonces miembro del partido socialista y director del simpática dialéctica del señor Serrano, sigue pensando que el volatilizado don Benito era un fantoche.” (Los encuentros, primera serie, Editorial “Destino”.) 2 También tuvo la influencia de Cavour que, europeísta, educado en ideas anglosajonas –monarquía parlamentaria- y en el centralismo francés, partiendo, con la Casa de Saboya, del viejo Piamonte, establece la unidad del Estado italiano. periódico Avanti, agrupaba a la juventud revolucionaria y era el más decidido partidario de la intervención en la guerra. La directiva del partido socialista convocó a una reunión en Bolonia en la que se discutió el "caso Mussolini", reunión que resultó agitadísima y fue abandonada airadamente por éste separándose de aquel partido y fundando con un grupo de jóvenes socialistas el periódico IL Popolo d'Italia, órgano de los fascios de acción revolucionaria, incorporándose al grupo el poeta D' Annunzio con su audacia, el sindicalista Corridoni, el futurista Marinetti, el gran Toscanini, y los nacionalistas con Federzoni. Victoria sin alas. Reacción nacional Así, en mayo de 1915, Italia entraba en la guerra junto a los aliados, y Mussolini luchó, y fue herido, como cabo de "Bersaglieri". Al terminar la guerra –año 1918- Italia figura, con sus aliados, entre los vencedores; pero fue la suya una victoria sin alas. En la guerra murieron, para nada, seiscientos mil soldados italianos y el país desangrado postrado, en situación económica muy difícil, abandonado por sus aliados como pariente pobre, se encontró en peor situación todavía que antes. Los socialistas al dejarse dominar por los comunistas que insultaban a los combatientes, a la bandera, y a los mutilados de guerra provocaron una reacción nacional muy extensa que estuvo integrada por conservadores y liberales, por izquierdistas, por artistas y hombres de negocios e incluso por anarquistas, que desembocó en el movimiento fascista en torno a Mussolini quien pronunció un discurso en una plaza de Milán, si mal no recuerdo, que tuvo la grandeza de ser el grito mismo de la Italia que no se resignaba a perecer. (Poco tiempo después diría Lenin a sus correligionarios italianos que fueron a visitarle a Moscú: "Teníais entre vosotros al único hombre capaz -Mussolini- de hacer en serio una revolución y lo expulsasteis." La inteligencia y la experiencia política de Lenin parecen sin duda superiores a las de los muchos detractores de aquél.) Marcha sobre Roma. Mussolini jefe de un Gobierno constitucional, con el voto de confianza del Parlamento liberal. Admirado por todos Lo demás -lo espectacular- ya es conocido: la marcha sobre Roma (octubre de 1922) donde con la camisa negra de los ferroviarios y obreros mecánicos, y con un abrigo prestado, se presenta al Rey que le encarga de formar un Gobierno. Pero su gobierno esto es lo que al hablar de él casi todos olvidan- no fue dictatorial, sino que Mussolini se presentó con el al Parlamento; a un Parlamento elegido con anterioridad por sufragio universal y en el que la mayoría estaba constituida por diputados liberales, demócratas y populistas. Y se presentó a ese Parlamento para pedir, siguiendo la norma política establecida, el voto de confianza que obtuvo, votando a su favor diputados de tanta significación intelectual o política como Croce, De Nicola, De Gasperi, Salandra, Orlando, Giolitti y Bonomi. Yo, recién terminada mi carrera, ampliando estudios en Roma, le oí hablar, desde la tribuna diplomática aquel Parlamento, y tuve ocasión de admirar su talento de polemista, la precisión de su palabra y de ver cómo acosaba dialécticamente, y vencía, a Turatti, jefe del grupo parlamentario socialista. (El entonces Embajador de España en Roma, conde de la Viñaza, gran entusiasta de Mussolini, al darse cuenta de mi interés por el personaje y la nueva política italiana, tuvo la bondad de enviarme las tarjetas correspondientes para poder entrar en la tribuna diplomática del Parlamento en Monte Citorio.) 3 Todas las personas medianamente informadas sobre la vida intelectual y política de Europa saben lo que todos aquellos grandes nombres significaban. Aquel Mussolini -el otro Mussolini, el primero- estaba en el buen camino. En 1924 hubo nuevas elecciones generales, también por sufragio universal, y Grandi, hablando en el nuevo Parlamento en nombre de la mayoría -con el asentimiento de Mussolini- dijo que "el fascismo era democracia en potencia y su misión' era preparar en la conciencia del pueblo las condiciones para la formación de las nuevas agrupaciones políticas después de que el fascismo cumpliera su misión restauradora" 4 . Y el propio Mussolini, al día -siguiente de su triunfo en esas elecciones de 1924, ofreció a los socialistas entrar a formar parte del Gobierno y pronunció palabras tan generosas como estas: "Perezcan todas las facciones, también la nuestra, para que la Patria-sea salvada." Mussolini; repito, estaba entonces en el buen camino orientado hacia la restauración de la vida civil, bien asentada la autoridad del Estado y la libertad del ciudadano en el marco de un orden jurídico. Su aspiración era corregir los excesos, las desviaciones de la democracia enferma, y esto ocurría cuando en toda Europa se hacía de alguna manera la critica de la Democracia: Fernando de los Ríos en España, Benoit, y no sólo la derecha, en Francia, también en cierto modo Laski, y durante la II Republica española don Adolfo González Posada que escribió La crisis del Estado. El organicismo de Madariaga, la misma Weimar, etc. A la vez quería despertar en su pueblo decaído el orgullo de su ascendencia romana. El asesinato de Mateotti. Los "Cónsules de la Milicia" imponen la línea dura Pero de pronto un suceso imprevisto, un crimen abominable, el asesinato del diputado socialista Mateotti (que era enemigo violento de la colaboración de los socialistas con Mussolini) estuvo a punto de acabar con todo. Mussolini no solamente era inocente de aquel crimen sino que políticamente fue victima de tan torpe brutalidad que sólo servia los designios de los extremistas de su movimiento y de los extremistas del partido socialista enemigos de la colaboración. La consecuencia fue que los diputados de la izquierda antifascista abandonaran el Parlamento y que los energúmenos del fascismo "los Cónsules de la Milicia" – capitaneados por Farinacci -un jefe de estación de ferrocarril- le impusieran la línea dura (discurso del 3 de enero) apoderándose prácticamente ellos de la dirección del partido. Se tomaron medidas excepcionales, concediéndole a Mussolini amplios poderes de los que no sólo no abusó, sino que con gran habilidad se fue liberando del extremismo, llamando a colaborar con él a las personas más capacitadas en la economía, en la política y en la vida intelectual del país, 3 ¡Palazzo Barberini, “fauno” de Miguel Ángel, maravilla romana, sede entonces de nuestra Embajada en Italia, que yo propuse comprara el Gobierno español!; proyecto torpedeado por la pequeñez de quienes veían sólo un capricho de mi italianismo en lo que hubiera sido moral y económicamente una fortuna para España. 4 “La aspiración a una vida democrática libre y apacible –dijo José Antonio Primo de Rivera- será siempre el punto de mira de la ciencia política por encima de toda moda.” y logró así superar la crisis y realizar una obra importantísima que acrecentó en el mundo el prestigio de Italia. El conde Dino Grandi en una conversación, para mi de gran interés, que sostuvimos, años después del hundimiento del fascismo y la derrota del Eje en el Palacio de la Princesa Colonna, y en un enjuiciamiento muy sereno e inteligente publicado por él hace diez o doce años, llama período de oro del fascismo al comprendido entre los años 1925 Y 1932: la Conciliación del Estado con la Iglesia, las leyes sindicales y corporativas, la Magistratura y la Carta del Trabajo que abolía el concepto del trabajo como mercancía y el "salario de esclavo"; el desarrollo económico -un país renovado-, la Escuadra, los ferrocarriles, autovías, hospitales, escuelas, la "bonifica" –desecación y puesta en cultivo de las lagunas Pontinas-, las reformas jurídicas de su ministro Rocco y sobre todo la gran política exterior orientada hacia la cooperación internacional y la paz, con lo que el prestigio de Italia alcanzó altura en el mundo entero. Los Estados Unidos por primera vez acudieron a participar en la Asamblea de la Sociedad de las Naciones sólo para apoyar la propuesta italiana en relación con el desarme, a la que se adhirieron luego todas las naciones. En aquel tiempo Italia y Mussolini eran admirados por todos. Eran los días en que Churchill decía: “Si yo fuera italiano sería fascista”, y un Pontífice de tanto carácter y tan independiente como Pió XI le llamaba "hombre providencial". En resumen, puede decirse que en la década 19221932 la figura y la obra de Mussolini son, de verdad, importantes. La Dictadura (1932). Malas relaciones con Hitler. Protector del canciller austriaco Dollfuss. "Garante" con Inglaterra de la paz de Europa (Tratado de Locarno) Es a partir de 1932 cuando todo va a cambiar a peor. Ya no serán los plenos poderes, como medida de emergencia, de los que se usó moderadamente, pues a partir de ese año, el fascismo –como escribió el conde Dino Grandi- había terminado ya para ser La Dictadura como sistema; con todos los disfraces que se quiera, pero la Dictadura. Antes, en el seno del partido, se discutían las opiniones de Mussolini incluso con energía; ahora ya exaltado, divinizado, por la adulación y el servilismo, será él solo el que piense por todos. Los demás ya no serán más que comparsas. (Era la coreografía negra, la correspondiente a la coreografía azul que tanto temió y presintió entre nosotros José Antonio.) Es la fase en que Mussolini abandona cada día más su propia entidad, acentúa su teatralidad, se instala en un mundo irreal y cree sólo en lo aparente, casi siempre falso como luego se verá. Si antes dijo que el fascismo no era un fenómeno de exportación ahora proclama que es universal 5 . Ya no hay corrientes distintas dentro del partido, ni otras personalidades. Esta fase que culminara en la época de los secretarios generales serviles, de tipo Starace -organizadores de apoteosis y excesos-, que acelera el proceso de la decadencia hasta cometer en 1940 el trágico error de entrar en la guerra para terminar tres años más tarde depuesto de su magistratura de Duce por acuerdo del Gran Consejo. 5 Por cierto que Fernández Cuesta, Embajador entonces en Roma le designó –“humildemente”- jefe de la Revolución Universal. (Esta proclamación puede leerse en toda la prensa de aquellos días.) En esta segunda década del régimen fascista, la actitud de Mussolini, especialmente en relación con la Segunda Guerra Mundial, fue vacilante y contradictoria. Cometió el tremendo error de participar en ella por una serie de circunstancias y complejos, cuando la verdad es que no la quería. Mussolini había despreciado a Hitler Por el tratado de Locarno era "garante" con Inglaterra de la paz en Europa. Estaba absolutamente contra el Führer en el provecto del Anschluss austro-alemán y era protector del pequeño canciller austriaco Dollfuss y del príncipe Starhemberg organizador de unas milicias fascistas. Cuando a raíz del asesinato de aquél el Ejército alemán hizo su presencia en el Brennero, Mussolini rápidamente movilizó el Ejército italiano hacia la frontera norte. Lo natural hubiera sido que entonces los gobiernos de Inglaterra y Francia se hubieran solidarizado con él en este desafío a los alemanes; pero lo dejaron solo en Stresa donde, convocados en abril de 1935 para tomar el compromiso de defender militarmente la independencia de Austria, rechazaron el compromiso. Hitler mientras tanto era cada vez más fuerte y Mussolini empezó a temerlo, y abandonado por las grandes potencias, se vio forzado a entrar en la órbita de aquel. Inglaterra y Francia le abandonan en Stresa y le echan en manos de Hitler. La guerra otra vez. El fin Así, pues, el origen remoto de la II Guerra Mundial ha de buscarse en el error cometido en Stresa por Inglaterra y Francia. Por eso con gran honestidad el ministro inglés Bevin -destacada personalidad laborista- dijo que todos, vencedores y vencidos, eran culpables de la guerra. Aquellos países -Inglaterra y Francia- que, no quisieron reaccionar contra Alemania cuando ésta se dispuso a ocupar Austria, al oponerse luego a la ocupación por Alemania del pasillo de Dantzig –cosa menos grave y arbitraria- dieron ocasión a Hitler para empezar la guerra . Guerra tan temida por Mussolini que, como Grandi recuerda siendo embajador de Roma en Londres, cuando el Gobierno inglés se comprometió en marzo de 1939 a garantizar la independencia de Polonia le encargó que visitara al Primer Ministro inglés haciéndole notar en interés de Europa la gran imprudencia que sería desencadenar por Dantzig una guerra que costaría millones de muertos; y todavía en los meses de agosto y septiembre fueron muchas las gestiones que Mussolini realizó cerca de los gobiernos de Berlín, de Londres y de París para evitar el conflicto armado. Durante mucho tiempo Mussolini creyéndose muy superior a Hitler lo despreció, luego llegó a odiarlo, para acabar temiéndolo. Ya empezada la guerra y pese a su postura táctica de "no beligerancia", que por temor había tornado en relación con Alemania (1 de septiembre de 1939), él pensó que una vez más los alemanes perderían la guerra, por eso se negó a ser beligerante cuando en marzo de 1940 Hitler se lo pidió. Tiene gran interés lo que el embajador Grandi nos cuenta a este respecto: el 17 de mayo de 1940 Mussolini frente a un gran mapa de Francia le dijo "estos alemanes se equivocan una vez más" y señaló con lápiz una de las líneas posibles para la resistencia francesa que sería a su juicio "el nuevo, Marne"; "aquí los boches se romperán por segunda vez la testa e Italia podrá estar tranquila". Pero la espectacular y rápida victoria del Ejército alemán en Francia le hace cambiar de opinión y un nuevo temor le asalta: que Hitler vencedor le excluya del botín. Y el 10 de junio, con asombro de todos, inesperadamente, sin consultar al Consejo de Ministros ni al Gran Consejo, declara la guerra, una guerra que él mismo no había querido. Entró en la guerra sin la necesaria potencia militar, con un material de guerra insuficiente y anticuado, sin materias primas, sin transportes, etc. Ya desde ese momento Mussolini está acabado; no es ni sombra de lo que fue. Ya en Bordighera, cuando Franco y yo fuimos a conferenciar con él, lo encontramos más bien abatido. Luego, prisionero en el Gran Sasso tuvo la desgracia de ser liberado por el comando alemán de Skorzeny, lo que hizo que sus últimos meses fueran trágicos y ofrecieron uno de los espectáculos más degradantes entre los muchos que nos ha ofrecido nuestro siglo. Aquel otro Mussolini tuvo grandeza, como nadie, con juicio sereno, podrá negar, cualesquiera que sean sus diferencias ideológicas: fue un gran periodista según han reconocido sus congéneres más opuestos. Fue un extraordinario orador, con un estilo preciso y nuevo. Negarle cultura y capacidad por muy severamente que se juzgue su obra de gobernante, es tonto. (Recordemos, otra vez, la calificación que de su capacidad hacía Lenin a quien desde nuestra orilla podemos juzgar del modo más inexorable pero en quien sería entupido desconocer su extraordinaria dimensión política.) Por inclinación personal Mussolini nunca fue sanguinario, ni racista, ni antisemita y nadie pudo negar su honradez: renunció a sus haberes de Jefe del Gobierno y vivió, como antes de serlo, de lo que producía el periódico del que era propietario con su sensato y buen hermano Arnaldo y otros miembros de su familia. Y así murió pobre, como pobres son su mujer, sus hijos y también fue su hermano muy amado. No hizo por allí aparición esa mágica alquimia que, de pronto, por la sola proximidad al poder, hace oro que, sin merito ni razón real alguna, sin talentos ni capacidades contrastadas y ciertas, enriquece a la clientela. Al ocuparme de su personalidad en un libro anterior escribí que el mundo que hoy odia celosamente las personalidades fuertes y que celosamente elige a los mediocres -en algunos casos y países, con fanática predilección- un día volverá a admirar a esas personalidades fuertes, pero en cuanto trabajen, y luchen -si es preciso- por la paz, frente a los violentos y los ladinos, que quieran destruir o minar los fundamentos de nuestra cultura occidental. El mundo necesita hoy, para sobrevivir, profetas de paz, interesados en la vida humana, más que trompeteros de la muerte y de la gloria. De una gloria tantas veces fugitiva, inaprensible, casi sólo espejismo.