Francia y su cuarteto de la disonancia Contra el derecho a decidir

Anuncio
EL PAÍS, viernes 2 de mayo de 2014
O.J.D.:
E.G.M.:
Tarifa:
Área:
251457
1770000
28320 €
679 cm2 - 60%
Fecha: 02/05/2014
Sección: OPINION
Páginas: 25-26
25
OPINIÓN
Contra el derecho a decidir
C
uando era niño en la tardía posguerra franquista
se puso de moda por parte de los parientes malintencionados preguntarnos a los niños:
¿a quién quieres más, a tu papá
o a tu mamá? Una trampa que te
ponía en un brete, sembrando
de paso la discordia entre tus
progenitores, pues no te convenía menospreciar en público a
ninguno de ambos. De modo
que no te quedaba más remedio
que contestar asegurando que
no podías decidirte porque querías a los dos por igual.
Pues bien, ese recuerdo me
asalta ahora constantemente cada vez que se discute en público
Enrique
Gil Calvo
La mayoría no puede
quitar su ciudadanía
a los catalanes que
quieran ser españoles
sobre el celebérrimo derecho a
decidir, reclamado con rotunda
convicción por casi todos los actores de la cuestión catalana. ¿A
quién quieres más, a España o a
Cataluña? Nótese que no estamos hablando del derecho a preferir, que afecta a la libertad de
conciencia, pues es evidente que
todos los catalanes tienen derecho a sentirse más catalanistas
que españolistas o viceversa. Ni
tampoco del derecho a pronunciarse en público, que afecta a la
libertad de expresión, pues también resulta obvio que todos los
catalanes tienen derecho a declararse secesionistas o unionistas.
Sino del derecho a decidir, es de-
cir, del derecho a escoger una
opción rechazando la otra para
tratar de imponérsela a los demás. Lo cual ya es harina de
otro costal.
¿De verdad el derecho a decidir es un derecho natural, como
pretenden sus defensores y apologistas? Aquí voy a argumentar contra la naturalización del
derecho a decidir que se ha venido imponiendo de un tiempo
a esta parte, hasta el punto de
que el Tribunal Constitucional
acaba de hacerla suya por unanimidad, reconociéndola como
políticamente legítima. Una legitimidad que se postula como
evidente por sí misma, pero cu-
ya carta de naturaleza me parece perfectamente cuestionable
y quizás incluso rechazable, desde el punto de vista de la razón
democrática y el sentido común
ciudadano.
Pero antes de detallar mis argumentos empezaré por advertir que mi rechazo del derecho a
decidir no me impide ser favorable a la famosa “consulta” secesionista, como ya he defendido
en público en otras ocasiones.
Lo cual no me plantea ninguna
contradicción, pues si apoyo el
referéndum de autodeterminación como mal menor, según el
ejemplo de Quebec o de Escocia,
Pasa a la página siguiente
Francia y su cuarteto de la disonancia
E
l Cuarteto de la disonancia
de Mozart es, probablemente, una de las piezas
de música de cámara más bellas
que jamás se hayan escrito. Su
nombre, que alude al sumamente
inusual primer movimiento, bien
podría usarse para describir el estado actual de la política francesa, solo que este dista mucho de
ser tan bello.
El escenario político que hoy
nos muestra Francia está dominado por un cuarteto de figuras, dos
a la izquierda, François Hollande
y Manuel Valls, y dos a la derecha, Nicolas Sarkozy y Alain Juppé. No es exagerado decir que,
contra los requisitos de la música
de cámara, estos cuatro no tocan
juntos sino, más o menos abiertamente, todos contra todos.
En la izquierda, la catástrofe
electoral sufrida por el gobernante partido socialista en las elecciones municipales de marzo reveló
lo bajo que cayó la popularidad
de Hollande. Con la perspectiva
de sufrir una paliza similar en las
próximas elecciones para el Parlamento Europeo, a Hollande no le
quedó más alternativa que instalar a su muy popular ministro del
interior, Manuel Valls, en el Hôtel
Matignon (la oficina del primer
ministro).
Por primera vez en la historia
de la Quinta República, el Palacio
del Elíseo (sede presidencial) parece estar sufriendo una gran pérdida de poder. La letra y el espíritu de la Constitución francesa señalan que el primer ministro es
el segundo en la línea de mando
del país (“mi colaborador”, así llamó una vez Sarkozy a François
Fillon), y que su tarea principal
es proteger al presidente. Pero
ahora Hollande depende completamente de su primer ministro.
La disonancia de la izquierda,
que está en el poder desde 2012,
comenzó tan pronto como Hollande asumió el cargo. La extrema izquierda denuncia el “socioliberalismo” de su Gobierno, más
evidente ahora que Valls dirige
el gabinete. Todo indica que, a
pesar de sus muchas declaraciones en contra, ahora el que manda es Valls (a quien a veces se
describe como “el Sarkozy de la
Dominique
Moisi
Hollande y Valls,
Sarkozy y Juppé (y
Marine Le Pen): todos
tocan contra todos
FORGES
izquierda”, por su dinamismo infatigable y, sí, también por su
oportunismo).
Hollande se metió en un serio
problema. Si a Valls le va bien, el
triunfo será suyo, no de Hollande, y reforzará su evidente ambición de convertirse en presidente
en 2017. Si fracasa, su derrota reducirá aún más las posibilidades
de reelección para Hollande. La
falta de alternativas atractivas lleva a muchos en la izquierda a sentirse traicionados y desalentados.
En la derecha, Sarkozy sigue
viéndose como la única alternativa, a pesar de su derrota de hace
dos años. Pero tendrá que pelear
cuesta arriba. Aunque es un político consumado, y es evidente la
nostalgia que sienten por él muchos de los activistas de su partido, más evidente aún es el rechazo que le manifestaron los demás
votantes franceses (debido sobre
todo a cuestiones referidas a su
personalidad) y que no ven motivos para modificar.
El poder, como la naturaleza,
aborrece el vacío. Reelegido alcal-
de de Burdeos por amplia mayoría, Juppé (quien fue primer ministro durante el Gobierno de Jacques Chirac y ministro de Asuntos Exteriores de Sarkozy), ha resurgido como la figura política
más popular de Francia y tiene
simpatizantes en la izquierda y
en el centro.
Se le podrá perdonar a Juppé
sentir ahora un poco de Schadenfreude, después de que hace 20
años se convirtió en uno de los
políticos más impopulares del
país por su intento de imponer
unas reformas muy necesarias.
Tal vez su edad (68) sea una desventaja en 2017, pero también podría resultar una ventaja: es la
única figura con porte de estadista y capacidad de despertar confianza en un cuarteto cuyos otros
integrantes son un gobernante
en ejercicio sin carisma y dos
hombres obsesionados por el poder y con prisa.
Pero el cuarteto no está solo
en el escenario. Hay un quinto
músico, Marine Le Pen, jefa del
partido de extrema derecha Fren-
te Nacional, que ofrece al auditorio una partitura radicalmente diferente. Le Pen no se cansa de
capitalizar la serie de escandaletes que han afectado tanto a la
izquierda como a la derecha (y
que en parte se pueden atribuir al
clima casi de guerra civil que prevalece en ambos campos desde
hace algunos años). El último caso, por poner un ejemplo, le costó
a Hollande la pérdida de un asesor clave, que tuvo que renunciar
cuando la prensa de izquierda reveló un conflicto de intereses.
Esta disonancia en las dos
fuerzas políticas principales de
Francia se produce por una nota
clave: Europa. Algunos sectores
de la izquierda (que en 2005 respondieron “no” a la propuesta de
un Tratado Constitucional para
la Unión Europea) se oponen a
Europa por una combinación de
razones sociales y económicas, a
las que a menudo acompañan
con argumentos de soberanía nacional. En cuanto a la derecha,
aunque en sus filas no hay muchos anticapitalistas, está igualmente atravesada por la cuestión
de Europa. Lo mismo que los antieuropeístas de izquierda, los de
derechas denuncian los “dictados” que envía la Comisión Europea desde Bruselas y su acatamiento por parte del Gobierno
francés.
Estas múltiples capas de disonancia traen una consecuencia
que, lamentablemente, ya es demasiado evidente. Muchas encuestas de opinión pública predicen que en la elección del mes
próximo para el Parlamento Europeo, el ganador será el Frente
Nacional, el único partido que
presenta una postura coherente,
unificada y totalmente negativa
respecto de Europa. Si así fuera,
la cacofonía política de Francia
se habrá convertido en un problema también para Europa.
Dominique Moisi es profesor en el
Institut d’études politiques de París
(Sciences Po), asesor superior en el
Instituto Francés de Asuntos Internacionales (IFRI) y profesor visitante en
el King’s College de Londres.
Traducción de Esteban Flamini.
© Project Syndicate, 2014.
dad, teléfono y número de DNI o pasapor-
te mucho más que un deporte, dice, solo se han quemado maO.J.D.: 251457
¿no podrían dirigentes, políti- torrales. Esa es su visión, la de
E.G.M.: 1770000
cos, y empresarios
de este país la mayoría es que la subida al
aplicarse Tarifa:
en el conocimiento
28320 € y castillo ha mudado del verde al
aplicación de las reglas y princi- gris ceniza por un fuego que
Área:
cm2 - 60%
pios en que
se basa679
su éxito?
amenazó durante horas a la po-
vera en un caso relacionado
con uno de nuestros políticos.
Me refiero al caso de Enrique Olivares García, el falso cura que entró en la vivienda de
la familia Bárcenas y después
mediatamente por la propia fate de sus
autores. EL PAÍS se reserva el
Fecha:
02/05/2014
milia sin intervención policial derecho de publicar tales colaboraciones,
Sección:
OPINION
y, sobre todo, a pesar de su evi- así como de resumirlas o extractarlas. No
dente problema mental, el trise devolverán
Páginas:
25-26los originales no solicitabunal ha sido implacable.
dos, ni se dará información sobre ellos.
¿Tendremos que seguir espe- CartasDirector@elpais.es
Contra
el derecho
a decidir
mo tampoco madres ni padres
tienen derecho a decidir el abandono de los hijos a su cargo.
Así llegamos al tercer nivel lógico de la colectividad. Es verdad que se tiene derecho a tomar parte mediante el voto en la
toma de decisiones colectivas, como principio básico del régimen
democrático. Pero esa regla de
la mayoría está sometida en las
democracias constitucionales a
dos restricciones inviolables: las
tendría derecho a decidir por todos los catalanes, desposeyendo
de su ciudadanía anterior a los
que decidiesen personalmente
seguir siendo españoles. Pues
obligarles a catalanizarse violando su derecho individual a decidir significaría un primer paso
hacia la limpieza étnica.
Este argumento de que ninguna mayoría electoral puede obstruir los derechos fundamentales garantizados por la Constitución es el que mueve a rechazar
el anteproyecto de nueva ley del
aborto que propone el ministro
de Justicia porque viola el derecho de las mujeres a decidir personalmente sobre su propia maternidad. Y lo mismo ocurre con
el derecho a decidir reclamado
por los soberanistas que desean
privar de su ciudadanía española a todos los catalanes. Pues salvadas todas las evidentes distancias, estamos ante un caso análogo a la imposibilidad democrática de que una mayoría electoral
apruebe la pena de muerte.
En términos figurados, y hablando metafóricamente, si no
resulta admisible el derecho a
decidir la pena de muerte tampoco se puede aceptar el derecho a
decidir la secesión, que supone
la pena de muerte (o de amputación y escisión) de toda una
Viene de la página anterior
es por puro pragmatismo político: un caso típico de que el fin, la
coexistencia cívica, justifica los
medios, por irracionales o ilegítimos que me parezcan. Dicho en
términos weberianos, rechazo
el derecho a decidir desde la ética de las convicciones, pero apoyo la consulta decisionista desde
la ética de las consecuencias.
Bien, volvamos a mi alegato
contra la naturalización del derecho a decidir. Ante todo, lo
que sí resulta perfectamente legítimo es el derecho personal a
decidir por uno mismo: esta es
la base misma de la autonomía
propia. Por eso, desde el punto
de vista individual, está claro
que todo ciudadano catalán tiene derecho privado a decidir
qué quiere ser, si español o no.
Esto es como permanecer en la
fe católica o abjurar de su confesión. Pero debe quedar bien entendido que tener derecho a decidirse no quiere decir que se
tenga el deber de decidirlo,
pues también se tiene derecho a
mantenerse indeciso. Es decir,
el derecho individual a decidirse debe incluir no solo la opción
‘o/o’ (o catalán o español) sino
también la opción ‘y/y’ (catalán
y español). Se tiene derecho a
querer tanto a mamá como a papá, según mi rancio ejemplo anterior.
A partir de aquí, elevo el nivel
lógico de mi argumentación. Si
bien se tiene derecho personal a
decidir por uno mismo, no se tiene derecho a decidir por los demás. Una mujer tiene derecho a
decidir si quiere ser madre o
abortar, pero no puede decidir
por las otras. Al revés, debe respetar escrupulosamente el derecho ajeno a que cada cual decida
por su cuenta, sin imponer a los
demás la propia decisión. O sea
que el derecho a la libre decisión personal termina allí donde
empieza el derecho de los otros
a su propia decisión individual.
Pues el derecho a decidir con autonomía debe respetar en justa
reciprocidad la autonomía ajena: es la regla de oro kantiana o
el principio liberal de J. S. Mill,
que impide perjudicar a los demás. Es lo que ocurriría si Cataluña decidiera separarse perjudicando a los territorios que dependen de sus impuestos. Y para
eso no hay derecho a decidir, co-
La separación
de Cataluña dañaría
a quienes dependen
de sus impuestos
decisiones mayoritarias deben
respetar los derechos de las minorías, y no pueden anular, condicionar ni menoscabar los derechos fundamentales garantizados por la Constitución. Esta es
la prueba del algodón que a mi
juicio no supera el pretendido derecho a decidir. Dicho de otro
modo: solo se tiene derecho a decidir colectivamente aquello que
no perjudique los derechos privados inalienables. En particular, una mayoría de catalanes no
comunidad cívica. Según el Corominas, la etimología del verbo
decidir procede del latín decidere: cortar, escindir. De modo que
el pretendido derecho a decidir
equivale a arrogarse el falaz derecho de dividir Cataluña y a los
catalanes en dos: o secesionistas
o unionistas. Es el clásico ejemplo del juicio salomónico, que
para decidir qué madre quería
más a su hijo propuso dividir al
infante por la mitad para repartirlo entre ambas.
Justo como pretenden los defensores del derecho a decidir,
que terminarán por separar Cataluña en dos mitades como si
fuera el niño del juicio de Salomón. Pero con efectos mucho
más trágicos, pues una vez que
el Tribunal Constitucional ha naturalizado y legitimado el derecho a decidir, no parece haber
ya posible vuelta atrás. Cuando
la flecha ha salido disparada del
arco terminará por alcanzar su
blanco. Es el destino fatal de todo dilema de elección trágica, como ya vieron Goethe, Nietzsche,
Weber y Berlin, cuya decisión última resulta desgarradora y autodestructiva.
Enrique Gil Calvo es catedrático de
Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.
Descargar