Mi primer amor

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Mi primer amor
Mi nombre es Leonides Rubalcabar Estrada. Nací el 12 de mayo de 1995 en
Cunduacán Tabasco. Crecí en una familia humilde donde comerse una rockaleta
era un lujo. Mi pasión era jugar futbol. Mi maestro e ídolo era mi hermano mayor,
no había jugador que lo parara era por eso que me sentía orgulloso ser su
hermano.
Debuté a los 5 años en el patio de mi vecino, fueron mis primeros y más dolorosos
partidos, en los cuales llevé muchos gritos y regaños de parte de mi hermano,
muchos golpes y raspones de los cuales todavía tengo marcados algunos. Todas
las tardes los vecinos nos reuníamos para “charanguear”, pero una tarde de 2005
pasó algo inolvidable. Un vecino llevó un balón oficial de la UEFA, patearlo era
algo doloroso nunca habíamos jugado con un balón tan valioso, cada patada, cada
vuelta que daba sobre el pasto sentíamos que dejaba cada centavo de lo que
había costado, era una lástima patearlo. Pero todo eso logró que yo amara tanto
este deporte y nunca me cansaré de jugarlo y de recordar cosas que hice gracias
a un amor que nunca me ha traicionado. A pesar de que me a hecho sufrir
siempre, siempre me pide perdón y me dice que me ama con cada gol que me
regala.
Y es por eso que con gran firmeza puedo decir que el fútbol es vida. Muchas
veces he sentido morir cuando mi equipo va perdiendo, cuando parece que la
esperanza de ganar es nula, cuando cada segundo es un latido menos de tu
corazón, cuando las lágrimas están apunto de caer; es allí donde la vida empieza,
donde la palabra ¡Goooool! regresa el aliento, es allí cuando las lágrimas de
tristeza se vuelven lágrimas de alegría y el silencio es como una gran ola que llena
todas las gargantas con su voz.
Nunca me imaginé cómo una palabra tan pequeña uniera a tanta gente en una
sola voz y que esa pequeña palabra diera tanta felicidad. Pelé una vez dijo:
“Yo nací para el fútbol como Bethoven nació para la música”
Grandes jugadores como Pelé, nacieron jugando en la calle donde solo se juega
por diversión, donde se forjan los mejores gambeteros, el orgullo, pasión y respeto
se ganan poco a poco es la calle el mejor campo de entrenamiento, donde te
luces, donde sacas todo lo que llevas dentro, donde realizas las jugadas de tus
ídolos y donde un grande se llena de experiencia.
Si nunca has llorado al ver a tu equipo perder la final, si nunca te has sentido
impotente al querer entrar a la cancha y soñar que meterías dos goles para poder
ser campeón, entonces no has vivido el fútbol, porque el fútbol te regala las
emocionas más hermosa de la vida. Un partido reúne a la familia y hace que
convivas como nunca antes lo habías hecho, un partido reúne a los amigos para
vivir experiencias inolvidables, las cuales quedaran en la memoria de todos y se
reirán cuando recuerden la vez que te rapaste por haber perdido una apuesta.
Pero lo más triste del fútbol es cuando ves a tu jugador favorito o al equipo
completo llorar por haber perdido un partido importante, quisieras abrazarlo y
decirle: Hiciste un gran esfuerzo, me siento orgullo de ustedes. Pero en esta vida
no todo es color de rosas, si no lloramos la vida no nos sabe a nada, es como
echarle chile a los tacos pues si no pican, no nos sabe a nada.
Así es el mundo, llorar, ganar, perder, pero al final siempre hay revancha y
tenemos que levantar la cabeza al cielo y rogar a los dioses del olimpo por la
buena suerte para poder lograr un triunfo. Lo más lindo es que siempre habrá
revanchas que le dan sabor exquisito al fútbol, es como golpear a alguien que te
humilló en tu propia casa, enfrente de todas las personas que tanto te aman te
hizo ver alguien impotente y por cada golpe, tu familia sufriera sin poder meter las
manos. Es en ese momento donde el orgullo te saca a flote y solo buscas
venganza, solo piensas ganar, ganar, ganar, vivir, vivir, vivir, es allí donde
escuchar miles de gargantas desgastarse sin importar quedarse sin aliento te dan
fuerzas durante 90 min., en donde lo único que piensas es darle gloria a tu afición
y la palabra “derrota” la destruyes de tu corazón con todo el odio de tu cuerpo.
Escuchar el sonido del silbato dando aviso que los 90 min. empezaron es como
saber que solo te queda poco tiempo de vida y en lo único que piensas es en morir
con honra y que cada minuto quede en la memoria de todos los aficionados de tu
equipo. Llegar al medio tiempo y ver cómo tu equipo pierde y sufre por los
embates de su adversario es algo horripilante, la impotencia y derrota comienzan
a invadir tu alma y mente y comienzas a clamar a los dioses del fútbol que se
compadezcan de tu escudo que ya estas harto de verlos perder, que tu corazón ya
no resiste tanta derrota y tantas lagrimas, pero tu sufrimiento no cesa, ver pasar
los minutos como si fueran años sin recibir una respuesta es algo indescriptible,
cada disparo a puerta es como una puñalada que entra lentamente hasta lo más
íntimo de tu ser. Es justo ese momento donde los dioses escuchan tus ruegos y
ven tu sufrimiento, y el jugador de tu equipo que más odiabas por haberse puesto
el disfraz de súper estrella, despierta y recibe las fuerzas de los dioses, se echa el
equipo al hombro y rescata el partido, nadie puede explicar como ocurre eso, lo
único que se puede explicar es que cada partido tiene un sabor distinto, cada grito
de gol deja en tu garganta un sabor diferente lo cual provoca que cada gol sea
especial.
Ver a tu equipo coronarse campeón es algo que te dejas sin palabras, mirar
escenas donde cada lágrima es como una joya que ganas después de sufrir
durante todo el torneo, cada sonrisa, cada abrazo, cada grito, cada foto es algo
que se queda en la memoria de todos, pensar que estabas a un punto de quedar
fuera de la liguilla y ahora estas celebrando la fiesta más grande del torneo, eso es
luchar por lo que quieres y amas y es allí el momento donde te das cuenta que
darse por vencido no es una opción, si no solo una simple idea loca que vaga por
la mente cuando el miedo intenta apoderarse de nosotros.
Pero es nuestra decisión rendirnos a sus pies y dejar que nos humille o
mantenernos firmes y lograr grandes hazañas dejando huella en el mundo.
Lo malo es que cada torneo es una aventura nueva y no se vive del pasado,
podrás ser campeón mil veces pero siempre buscas más, es algo de lo cual no te
puedes saciar, es un estómago sin fondo, el cual jamás se siente satisfecho y
siempre busca más, su hambre de trofeos es insaciable y su boca cada vez mas
grande para devorar todo lo que se encuentre a su paso, y su corazón siempre
dice más, más y más.
Más de eso que te hace feliz, más de eso que te hace sentir grande, más de eso
que llena a tu afición de alegría, más de eso que hace que cada fin de semana te
pares en el campo, con tu estadio, con tu gente, con esas personas que se sienten
orgullosas por ser parte de tu equipo, por ser tu afición que nunca te deja a pesar
de los malos tiempos, son ellos la causa de que algo sin importancia se vuelva tan
importante, que a pesar de que no tenga sentimientos lo amemos tanto que casi
siempre el mundo se paraliza para ver el mundial, donde se vive, se respira,
¡gracias al fútbol!
Son momentos tan bellos que el futbol me ha regalado que el tiempo me detiene
para contar cosas que me guardo en el corazón, solo para mí y para mi futura
generación. Goles, jugadas, atajadas, faltas, que nunca olvidare el tan famoso ¡no
era penal! que cuántas voces no unió en protesta de esa injusticia que nos dejó
fuera del mundial y cada vez que pienso en ello me digo: ¡No era penal!, pero
bueno la vida sigue. El mundo no se para, la rivalidad crece y cada partido se
disfruta más que los anteriores, cada gol es orgullo mexicano que nos hace cobrar
venganza.
Solo ¡goool! es la única palabra que quiero oír el resto de mi vida. Soy feliz cuando
sale esa palabra de mi boca y lo que más me encanta es que de aquí a China la
palabra gol se dice gol, y que el futbol de hoy se juega igual que el de ayer y que
mi amor sigue intacto desde 1995. No tengo motivo ni razón para cambiar de
parecer, a menos que el futbol me obligue hacerlo. Pero eso creo que será
imposible.
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