los terremotos de mayo de 1960

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PAGINA MARINA
LOS TERREMOTOS DE MAYO DE 1960
Iván Soulodre Walker *
L
a noche del 20 de mayo de 1960 no podía conciliar el sueño. Tenía un grave problema. La
formación del día siguiente era con levita, camisa con cuello de punta vuelta, corbatín negro y
tiros bordados. No tenía cuello punta vuelta. Había recorrido todas las paqueterías de
Concepción y Talcahuano y ... nada! No sabía qué haría para la Parada del 21. Estaba por darme de
baja, aunque me perdería la fiesta.
A las 0600 horas desperté con los primeros remezones. Al darme cuenta de la tremenda
potencia descargada por el terremoto, traté de vestirme. Me caía al suelo. La casa antigua de madera,
de dos pisos altos, se movía y crujía en una forma indescriptible. Los muebles deambulaban por las
piezas. El ruido era ensordecedor, quebraduras de vajilla, vidrios, maderas. Polvo que volaba por todas
partes hacía más tétrico el conjunto. Logré vestirme. Seguía temblando. Tomé mi automóvil para ver
qué pasaba en los diques, en la mayoría había más de un barco. En la calle casi no se veía. El haz
luminoso de los faros del auto chocaba contra una nube espesa de polvo. Partí hacia los Arsenales
-todavía no existía ASMAR- la calle estaba llena de gentes. Lloraban, se agarraban la cabeza de
desesperación, se buscaban tratando de reunir la familia. La mayoría tiritaba de frío y miedo, sin saber
qué hacer. ¿Seguiría temblando?
Llegué a la puerta de entrada. Los faros alumbraron a un oficial que se movilizaba en bicicleta.
Era el oficial de guardia, Teniente de Mar José Arias, trabajábamos ambos en los diques. Me detuvo.
- “No corra tanto" me dijo, "para donde va tan apurado".
- “Voy a ver los buques que están en dique", le contesté.
- “¿Y qué va hacer si se han caído? Más calmados seguimos al primer dique. El flotante más pequeño.
Nada había pasado el BH. Vidal Gormaz seguía parado en la quilla.
En el dique Nº 1 estaba en reparaciones una fragata, le faltaban varias planchas del fondo. Parte
de la dotación dormía en el buque, los despertó el sangoloteo. Estaban todos en el fondo del dique. No
sabían qué había pasado. Contaban que la nave se había zarandeado corno si fuera un pequeño bote,
girando sobre los picaderos y camas del fondo. Inexplicablemente estaba adrizada y sin daños.
En los otros diques sucedió lo mismo y tampoco había daños.
Aclaró. Con la luz pudimos comprobar que casi todo estaba bien. Pero no sabíamos que recién
empezaban nuestros problemas.
Por alguna razón, que nunca me pude explicar, quedé a cargo de todas las instalaciones de los
Arsenales, sin que nadie se interesara por relevarme del mando. El cargo me llegó en forma
espontánea.
Desde temprano estuvimos vigilando las instalaciones con el Teniente Arias. Después se nos
sumó el Teniente submarinista René Figueroa, el "jote" Figueroa. Se movilizaba en un tractor.
La marea subía y bajaba desordenadamente. Los períodos entre baja y plea eran irregulares y
cortos. La amplitud iba en aumento. El agua en un momento sobrepasó el nivel de los patios. Entraba a
los diques por sobre las compuertas. También a las salas de bombas. Me encontraba al lado de la
compuerta. Subí a una de las grandes bitas que bordean el canal de acceso al dique Nº l. El agua ya
cerca de mis pies. Buscaba un lugar más alto para encaramarme.
El nivel empezó a bajar..
El mar cubría los patios del Arsenal y entraba a algunos talleres. En el Molo 500 llegó hasta las
casas y al Hospital Naval. Nadie sabía como terminaría esta demostración de poder de la naturaleza.
La gente de la población naval arrancó hacia la parte alta de la península de Tumbes. En el Club de
Campo se amontonaban las familias de los oficiales. Un empleado civil que estaba desahusiado en el
Hospital Naval, que prácticamente no se movía, saco fuerzas de alguna parte, bajó de la cama, salió a
la calle y trepó por el faldeo del cerro.
Temprano apareció el Almirante Alejandro Navarrete, Jefe de la Segunda Zona Naval,
acompañado del Jefe de su Estado Mayor, el de la Infantería de Marina y dos Tenientes ayudantes.
Desde temprano inspeccionaban la Base Naval, no había muchos daños, salvo las casas de la entrada,
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cercanas a la Puerta de los Leones y el Cuartel de la Infantería de Marina, la ex Escuela de Ingenieros
de la Armada, que quedaron para ser demolidos.
La bahía de Talcahuano, especialmente la parte norte donde se encuentran las instalaciones de
los diques, muelles y talleres, tiene en el fondo una capa de varios metros de espesor de fango orgánico
mal oliente. Cuando la marea bajaba mucho y con ello disminuía la presión, el fango desprendía una
gran cantidad de gases y aire, como cuando se destapa una botella de gaseosa. Las burbujas rompían
en la superficie como si el mar estuviera en ebullición. Hubo pánico. "La mar está hirviendo" gritaban
asustados. No fue fácil convencerles que eran gases que se liberaban al bajar la presión.
En el dique Nº 1 se nos complicaban las cosas. El agua se acumulaba en el fondo y, lo peor,
también en la sala de bombas, amenazando mojar los tableros y bombas eléctricas. Sin las bombas de
achique de los diques el problema sería aún mayor. Pudimos bajar el nivel de ambos, pero debíamos
desconectar el poder eléctrico cada vez que el agua empezaba a inundar. El Teniente Figueroa se
encargó de esta tarea. En el tractor corría hasta la subestación eléctrica cuando la marea amenazaba
con invadir el recinto.
Había poco personal de guardia; ese día no se trabajaba, ni siquiera en tiempo extraordinario
por ser 21 de mayo. Tuvimos una sorpresa reconfortante. Muchos obreros empezaron a llegar
voluntariamente pensando que se les necesitaría.
Además de la inundación de la sala de bombas, el otro problema grave que teníamos era una
posible falla de la vieja compuerta del dique. Esta la podía producir el enorme esfuerzo cíclico a que
estaba sometida por las variaciones de la marea. Se hacía imprescindible ponerle agua a la brevedad
para contrapesar la presión externa. Para eso debíamos primero reponer las planchas del casco de la
fragata para poder flotarla. Lo hicimos con pernos y tuercas.Tomó bastante tiempo.
Con el dique con agua respiramos más tranquilos.
Cuando la marea empezaba a subir, se producían escarcéos, visibles desde lejos, en el bajo
cercano al faro Belén, más allá del molo de protección del dique Nº 2, el grande. Esto nos daba tiempo
para prepararnos.
De lo que pasaba en el resto de la Base, nada supimos, pero hubo histeria. ¡Fin de mundo!, para
muchos.
Ese 21 de mayo no hubo ceremonia con levita y camisa de cuello de punta vuelta. Y, por rara
coincidencia, esa tradición terminó ese año.
El día 22 fue el segundo terremoto, el de Valdivia. En Talcahuano fue tan fuerte como el
primero, no causó daños mayores, pero aumentó la histeria general en las ciudades y pueblos de la
zona. Cayeron muchas construcciones antiguas, entre ellas el puente carretero sobre el Bío Bío.
Cuando las cosas empezaron a normalizarse, llegó la electricidad, el agua y las radios nos hacían llegar
las informaciones de las desgracias. Recuerdo una corta entrevista a un damnificado de Concepción:
“¿Cómo se llama? preguntó el de la radio. "Juan Peréz", fue la lacónica respuesta. ¿Su casa sufrió
mucho con el terremoto? continuó el periodista. "No, nadita, se cayó de un viaje", respondió
ingenuamente el resignado Pérez.
La tierra continuó moviéndose por varios días. Algunos remezones eran fuertes, pero iban en
disminución y la población acostumbrándose a ellos.
Pocos días después de los terremotos, el Almirante Navarrete pidió que me presentara urgente
en su oficina. Me contó que en Valdivia la situación era muy mala. La ciudad había sufrido mucho,
estaba aislada por las inundaciones y los puentes cortados. Lo peor era lo sucedido en el Lago Riñihue.
Con el terremoto, el cerro del lado derecho del nacimiento del río San Pedro, se partió por la mitad y
pasó hacia el otro lado, formando un tapón que impedía que el lago descargara el agua que recibía de
varios esteros caudalosos y de las lluvias. Una casa del cerro pasó al otro lado del río. El agua cubría
miles de hectáreas. Se temía que se acumulara en gran cantidad y al romper el tapón por la presión, el
aluvión destruyera parte de la ciudad de Valdivia y otros pueblos ribereños. Había gran desconcierto.
Muchas opiniones distintas, todas pesimistas. Estaba como Jefe de Plaza de Valdivia el Capitán de
Navío René Román Schirmer, lo conocía desde la Escuela Naval, era uno de nuestros oficiales
guardieros y profesores. Desde la Comandancia en Jefe de la Armada me ordenaban presentarme en
Valdivia al Comandante Román, deseaba tener mi opinión sobre el grave problema.
Debía salir esa misma tarde. En Lota un destructor, tipo Serrano, esperaba para llevarme a
Corral. En el automóvil del Almirante salí hacia Lota. El puente carretero estaba cortado. Lo subieron
a un carro de ferrocarril, cruzamos y seguimos. En Lota una espesa neblina nos cerraba el paso. Vimos
una débil luz que nos hacía señas. Era una patrulla del destructor. "Lo estamos esperando", me informó
el Sargento al mando. "Ya avisé que usted estaba aquí. Están levando ancla para zarpar". En el muelle
nos esperaba una lancha. Zarpamos en cuanto la embarcación fue izada a bordo.
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Temprano, en la mañana siguiente, entramos a Corral. Antes de que fondeáramos apareció una
lancha del Angamos para llevarme a Valdivia, urgente.
Del muelle un automóvil me llevó al Liceo de Niñas, donde tenía su Cuartel General el
Comandante René Román. Me presenté.
- ¿Qué se le ofrece? me preguntó.
- El Almirante Navarrete me envió a ponerme a sus órdenes.
- Y ¿para qué sería?
- Me dijo que usted me necesitaba.
Me di cuenta que el Comandante estaba, por alguna razón, soslayando el problema de la
posible avalancha y queé seguiría. Lo había observado años antes haciendo lo mismo, era una táctica
que parece le daba buenos resultados. Decidí ir directo al grano.
-El Almirante Navarrete me dijo que la situación en el lago Riñihue era delicada. Que había
muchas opiniones distintas, la mayoría anunciando catástrofes. Que usted quería enviarme en un
helicóptero a ver qué pasaba.
-¡¡No!! No se vaya a meter allá aunque lo inviten. La cosa está muy enredada y anoche llegó un
ingeniero, enviado por el Gobierno, que se hará cargo. No vaya, la Marina está fuera de esto desde esta
mañana. El problema es para especialistas, es grave. Váyase al Hotel Pedro de Valdivia, tiene una
habitación reservada. Trate de que alguien lo lleve de vuelta al Norte. Acuérdese que hay toque de
queda.
¡¡Eso sería todo!! Ahí terminó mi maratónico viaje.
Efectivamente el problema era grave. Más arriba del Riñihue hay seis pequeños lagos. Todos
ellos descargan en cascada de uno al otro, para finalmente vaciar en el Riñihue. Agréguese a ello el
invierno, las lluvias. El nivel del lago subía cerca de cuarenta centímetros diarios.
El Ingeniero Civil Don Raúl Sáez se hizo cargo de la operación. Con una gran cantidad de
maquinaria pesada, fabricaron diques para primero controlar las descargas de los lagos afluentes al
Riñihue y después hacer una avalancha controlada por el desagüe de éste; lo que finalmente se logró
con éxito. Trabajaron más de dos meses, día y noche, para lograr el objetivo.
Valdivia era un desastre. Gran parte de los edificios destruidos. También sus industrias. La
tierra bajó más de tres metros. Recuerdo un edificio nuevo de tres pisos, en la calle Picarte, una de las
principales de la ciudad, que se inclinó en bloque alrededor de quince grados y parte de él quedó en un
brazo de río que apareció. El puente cercano al hotel Pedro de Valdivia, que conecta con la isla Teja,
quedo colgado unos tres metros sobre el suelo; bajaron las dos riveras del río, no así el puente cuyos
pilares están empotrados en la roca.
En el hotel empecé a buscar cómo ir al norte; después de mucho logré volar a Santiago en un
C130 estadounidense que había llegado con ayuda para los damnificados y, en el mismo aeropuerto de
Cerrillos, me acomodaron en un avión de la Fuerza Aérea que me dejó en Concepción.
Al Lago Riñihue nunca fui. Desde entonces he estado con la idea de visitar esos lugares que me
hicieron correr esa “triatlón" gigantesca, que terminó desinflándose espectacularmente con el "Y ¿para
qué sería?, de mi Comandante Román.
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* Destacado Colaborador, desde 1999.
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