A la memoria de mis queridos padres

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A la memoria de
mis queridos padres
III
LEYENDAS Y MITOS GRIEGOS
LA GUERRA
DE TROYA
La Guerra de Troya
© Julián Martínez Isla
ISBN: 978–84–9948–229–3
Depósito legal: A–1048-2010
Edita: Editorial Club Universitario. Telf.: 96 567 61 33
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I El destino de Paris
El sueño de Hécuba
Hécuba, esposa de Príamo, rey de Troya, tuvo
un sueño prodigioso mientras estaba encinta
de un niño que más tarde sería llamado Paris.
Soñó que de su vientre nacía una antorcha que
abrasaba la ciudad de Troya. Asustada por este
sueño que juzgaba como un presagio, acudió
al oráculo en busca de su interpretación. Éste
dictaminó lo siguiente: “la antorcha era el·niño
que llevaba en su propio vientre y que este niño
acarrearía la ruina a la ciudad. Si se quería librar a
Troya de una futura catástrofe, el infante debería
morir en cuanto naciera”.
Príamo, fiel al dictamen del oráculo, ordenó
que Agelao, un sirviente suyo, hiciera desaparecer
al niño una vez que Hécuba diera a luz. Pero la
madre, que se enteró del cruel mandato, convenció
a Agelao para que no matara al infante y lo confiara
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a unos pastores del monte Ida, cercano a Troya.
Cuando llegó el momento, el sirviente se hizo
cargo del niño y, siguiendo las indicaciones de
Hécuba, lo entregó a un matrimonio de pastores.
Éstos lo criaron, lo educaron, e hicieron de él un
ser de gran valor y habilidad, cualidades que se
sumaron a su esplendorosa belleza física.
Una ninfa del monte Ida, llamada Enone,
prendada de la belleza del joven, se enamoró de
él y llegó a ser su esposa. Ambos fueron felices en
su retiro del monte, ignorados por todo el mundo.
Pero, desgraciadamente, la celebridad que más
tarde alcanzaría Paris rompería definitivamente
esta unión.
El juicio de Paris
La fama de Paris comenzó el día en que se
celebraron en Troya unos juegos públicos en
los que el joven obtuvo la victoria. Su hermana
Casandra, que asistía a los actos, reconoció
inmediatamente a Paris y, por su mediación,
fue admitido y acogido de nuevo en la casa
real. Las continuas hazañas del joven lograron
impresionar a los mismos dioses, de tal manera
que éstos llegaron a hacerle partícipe de algunas
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de sus decisiones.
En una ocasión, los inmortales asistieron a
las bodas de Tetis y Peleo, los futuros padres de
Aquiles, y decidieron excluir a la diosa Discordia,
por temor a que sembrara la discusión y la
disputa entre los asistentes al banquete. Enojada
la diosa por este desprecio, decidió vengarse y,
para ello, adoptó la forma de nube. Cuando el
banquete llegaba a su final, arrojó una manzana
de oro que llevaba la siguiente inscripción: “A la
más hermosa”. Como este título se lo disputaban
Hera, Atenea y Afrodita, éstas recurrieron a
Paris para que actuara de árbitro en este juicio.
Cada diosa defendió su propia causa, ofreciendo
al joven protección y algunos dones, a cambio
de un veredicto favorable. Hera le prometió
riquezas y el gobierno de toda Asia; Atenea la
victoria en todos los combates; y Afrodita el
amor de Helena, considerada la mujer más bella
del mundo. Paris, estimulado por la última oferta,
concedió a Afrodita el título de las más bella.
Despechadas las otras diosas por este veredicto,
decidieron buscar la desgracia para Paris, su
familia y toda la nación troyana.
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Al encuentro de Helena
Tras este célebre juicio, Paris abandonó a
su esposa Enone con el único pensamiento de
hallar a Helena lo antes posible. La ninfa, que
tenía la facultad de conocer el futuro, advirtió
a su marido de lo erróneo de su actuación y
de los peligros que en adelante le acecharían.
También su hermana Casandra, insigne adivina,
intentó disuadirle de su aventura, pero Paris no
hizo caso a nadie y decidió partir para Esparta
en compañía del héroe troyano Eneas. Enone,
pese a todo, seguía amando a su esposo y como
poseía el don de curar, le dijo a Paris: “Querido,
si alguna vez en la vida eres herido, no dudes en
volver a mi lado, pues sólo yo conozco el secreto
de tu curación”.
Paris se despidió de todos y marchó en busca
de Helena. Tras un largo viaje, llegó con su compañero a Esparta y se dirigió a la corte del rey
Menelao. Éste acogió generosamente a los troyanos y les presentó a Helena, su esposa. Mientras
Menelao agasajaba a sus huéspedes, recibió la noticia de que su suegro había fallecido en la isla de
Creta, por lo que decidió asistir a sus funerales.
Se despidió de su esposa con la recomendación
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de que tratara lo mejor posible a sus huéspedes y
no escatimara atenciones hacia ellos. Paris aprovechó la ausencia de Menelao para enamorar a
Helena, fascinándola con su apostura, su belleza
y el lujo que desplegó ante sus ojos. Ayudado por
Afrodita, Paris raptó a Helena, la cual huyó voluntariamente con su amante, abandonando a su
hija de nueve años.
Cuando la pareja llegó a Troya, tras un azaroso viaje lleno de peripecias, el rey Príamo les
recibió con todos los honores y les dio su beneplácito, a pesar de las funestas premoniciones de
Casandra.
Venganza de Menelao
Entretanto, Menelao, que había tenido noticia
de la perfidia de Paris y Helena, convocó a todos
los jefes griegos y solicitó su ayuda, sobre todo la
de su hermano Agamenón y de otros héroes tales
como Néstor, Palamedes y el astuto Ulises. No se
olvidó tampoco de Aquiles, el más fiero y valiente de todos ellos. Planearon entre todos una expedición a Troya con el fin de rescatar a Helena,
dispuestos a una larga guerra si fuere preciso. El
jefe supremo de este ejército sería Agamenón.
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Llegó el día señalado y los ejércitos griegos se
congregaron en Aulida con sus armas, caballos
y aparatos de guerra, a la espera de embarcar en
las naves. Se hizo un sacrificio a Apolo y, cuando
finalizó el ritual, una serpiente se trasladó desde
el altar a un árbol vecino, se tragó a ocho pajarillos y a su madre y a continuación se convirtió
en piedra. Consultado el adivino Calcante sobre
este prodigio, auguró que su significado era que
Troya caería a los diez años de asedio.
Todos ardían en deseos de embarcar en
cuanto soplara un viento favorable. Pero éste no
llegaba nunca. Pasaron días, semanas, meses y
una extraña calma reinaba en la atmósfera. Entretanto, los ánimos de los guerreros iban decayendo de su fogosidad inicial. Nuevamente se
recurrió a Calcante para que explicara el motivo
de este fenómeno atmosférico. La respuesta del
adivino fue la siguiente: “La cólera de Ártemis
hace que los vientos no se muevan, debido a que
Agamenón prometió a la diosa, con motivo del
nacimiento de su hija Ifigenia, que le ofrendaría
el producto más bello del año y no lo hizo. Para
aplacar la ira de la diosa, Agamenón deberá sacrificar a su propia hija. Sólo a este precio los
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griegos podrán abrirse paso por el mar y destruir
los muros de Troya”.
Agamenón, fiel al mandato del oráculo, llamó
a su hija, que se encontraba en Micenas, con el
pretexto de desposarla con Aquiles. Una vez que
Ifigenia se presentó en Aulida y se enteró de la
fatídica decisión, rogó a su padre que no la mandara a la muerte. Conmovido por las lágrimas
de su hija, Agamenón convocó a los jefes de la
armada para anunciarles que se suspendía la expedición. Pero Menelao, Ayax, Ulises y Aquiles,
entre otros, no se resignaban a tener que volver
a sus hogares, en parte por vergüenza y en parte
por orgullo. Así que presionaron a Agamenón
para que se decidiera a inmolar a su hija. Éste accedió por fin, por temor al ridículo y a la burla de
todos, y mandó a Ifigenia al sacrificio. Calcante,
que esperaba inmóvil al pie del altar, colocó una
corona en la cabeza de la muchacha y blandió el
hacha dispuesto a descargarla sobre la víctima.
Cayó el hacha, implacable, pero de repente un
nuevo prodigio se presentó ante los ojos de todos los presentes. En lugar de Ifigenia, una hermosa cierva de gran tamaño yacía herida ante el
altar, en tanto que la joven había desaparecido.
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Alentados los griegos por este prodigio y por
el surgimiento repentino de los vientos favorables,
se embarcaron con sus armas, carros y caballos y
se hicieron, confiados, a la mar, rumbo a Troya.
El comienzo de la guerra
Las naves llegaron a su destino final y vomitaron en tierra firme enjambres de guerreros, acaudillados por sus jefes, provenientes de todas las
regiones de Grecia. Por su parte, los valerosos
troyanos se dispusieron decididamente a combatir, guiados por sus generales Héctor, hijo de
Príamo y hermano de Paris, por el esforzado
Eneas, por Polidamante, Memnón, Sarpedón y
otros famosos héroes. Paris, que en un principio
había demostrado bravura y valentía, perdió su
fogosidad inicial debido a la vida muelle y los
placeres de la corte. No obstante, participaba en
los combates como uno más de los tantos jefes
troyanos. En una ocasión conducía a sus soldados que avanzaban rápidamente en orden de batalla. Una inmensa polvareda levantada por los
ágiles pies cubría al ejército, que se acercaba con
gran clamor a las huestes griegas. En primera fila,
Paris, con sus hombros cubiertos con una piel
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