Humboldt, el científico explorador

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Humboldt, el científico explorador
Humboldt fue el descubridor científico del Nuevo Mundo,
cuyo estudio ha dado a América algo mejor que todos los
conquistadores juntos.
Simón Bolívar
La formación de un pensador
En el segundo lustro del siglo XVIII Prusia es uno de los principales
estados europeos, cuyo poderío militar se hace sentir y respetar a la
menor provocación. Atrás ha quedado la devastación causada por la
Guerra de los Treinta Años y las terribles secuelas de la peste bubónica,
acontecida en 1708. Ahora se vanaglorian la anexión de Silesia a costa
de Francia, las victorias en la Guerra de los Siete Años –contra Austria,
Sajonia, Francia y Suecia–, y los estratégicos pactos diplomáticos con
la Gran Bretaña y con la Rusia de Pedro III. La casa reinante, la dinastía
Hohenzollern, disputa la hegemonía del Sacro Imperio Germánico a los
Habsburgo, familia gobernante en Austria. Los destinos prusianos son
dictados por el rey Friedrich II, “El Grande”. El sobrenombre no oculta
su prestigio como estadista. La capital es la ciudad de Berlín. A unos
treinta kilómetros al norte de Berlín, en Schloss Tagel, soberbia finca
establecida sobre dunas y ornamentada por un bosque de frondosos
pinos, nace nuestro científico explorador.
Hijo del oficial George von Humboldt –noble militar y chambelán del rey de Prusia– y de Marie Elizabeth Colomb viuda de
von Hollwege –aristócrata de ascendencia francesa–, Friedrich Karl
Heinrich Alexander von Humboldt ve su primera luz el 14 de sepHumboldt, el científico explorador
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tiembre de 1769. Huérfano de padre desde muy joven: a los diez
años de edad muere el oficial von Humboldt, quedando entonces
bajo la tutela absoluta de su madre Marie Elizabeth. Este hecho
marca la vida del niño Alexander. El cariño paternal y los juegos infantiles de los primeros años son sustituidos por una férrea disciplina y una educación impuesta por la fría y reservada figura materna
(Botting, 1981).
Abandonada la infancia, el joven Alexander adquiere la personalidad que lo caracterizará en buena parte de su longeva vida: rasgos
finos, rostro suave, bien parecido, de andar sofisticado y movimientos delicados. Es un muchacho de trato amable, ingenioso, gran bailarín y conversador erudito, poseedor de una memoria prodigiosa. En
sociedad, su presencia resulta alegre y divertida. Es fácil establecer
lazos afectivos con él. Pronto desarrolla el gusto por el buen comer
y la vida nocturna. Es, en pocas palabras, un insaciable en todos los
aspectos de la vida. Pero también lo caracterizan otros aspectos. Algunas personas, entre ellas familiares, lo califican de vanidoso, entrometido y superficial. Le atribuyen una falsa modestia; pregona sus
conocimientos enciclopédicos a la menor provocación. Tiene una
necesidad chocante por impresionar. Debido a su obsesión por el estudio, otros de sus conocidos lo consideran un individuo perturbado
y enfermo; nervioso en exceso. Además lo rodeada un halo enigmático, motivo de inquietud constante para propios y extraños; es un
secreto a voces que sube y baja sus decibeles en distintos contextos;
un velo que nadie o casi nadie se atreve a levantar. En los círculos
aristocráticos, en las “buenas conciencias europeas”, se hace escarnio
de la naturaleza íntima de Alexander. En muchas ocasiones tiene que
padecer de la hosquedad de quienes no toleran sus misteriosas preferencias por las extravagantes amistades masculinas, las cuales van
más allá de las expresivas manifestaciones públicas de afecto, práctica social corriente de finales del siglo XVIII, presente, sobre todo, en
el intercambio de misivas entre varones. Ese halo es la característica
fundamental de su intensa vida emocional.
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Junto con su hermano mayor Wilhelm,7 Alexander se educa con
los más distinguidos profesores privados, entre los que están Joachim
Henrich Campe –afamado traductor–, Johann Christian Kunt –pedagogo–, Marcus Hertz –físico– y Daniel Chodowiecki –director de la
Academia de Artes de Berlín– (Ortega, 2004). La relación entre los
hermanos Humboldt es buena, fraternal, llena de cariño, pero con diferencias sustanciales que ocasionan no pocas querellas. Wilhelm es discreto, se mueve en un bajo perfil. Es un nacionalista, prusiano hasta en
el extranjero, profundo conocedor de la Antigüedad Clásica. Alexander,
por su parte, es extrovertido, un cosmopolita, admirador de lo novedoso. Más adelante, cuando ambos se han formado, el destino los confronta: Wilhelm será ministro de Cultura de Prusia, cuando Alexander
se ocupe de sus investigaciones en Francia, país enemigo (Lepenies,
2001). De acuerdo con el historiador Charles Minguet, a pesar de las
posibles diferencias de carácter, gustos y tendencias entre ambos hermanos, pueden encontrarse en los dos Humboldt, “muchos aspectos
de su comportamiento ulterior, un cierto paralelismo que no siempre
ha sido advertido” (Minguet, 1985:35). Tanto Wilhelm como Alexander están destinados a marcar pautas y tendencias en diversos campos
del ámbito científico, social y cultural, cada uno por su propio camino y
cada uno envuelto en sus propias circunstancias.
En 1789, ya concluida la formación básica y después de una breve
estancia académica en Frankfurt del Oder –ciudad a las orillas del helado río Oder, hoy frontera con Polonia–, Alexander ingresa por un año a
la Universidad de Göttingen, en ese momento, la institución germánica
más importante. Ahí conoce a su nuevo maestro, George Forster, afamado naturalista, quién años antes había recorrido el mundo en compañía del capitán James Cook. Forster y Humboldt realizan entonces
7
Wilhelm von Humboldt (1767-1835), fue también una célebre figura mundial, concretamente en el campo de la política y la lingüística. Su obra más
importante fue sobre la diferencia de estructura de las lenguas humanas y su
influencia sobre el desarrollo intelectual de la humanidad.
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un viaje de tintes científicos por Holanda, Inglaterra y por la revolucionaria Francia. Ambos personajes, mentor y pupilo, se adentran en los
pormenores de las geografías visitadas: cultura, naturaleza, economía,
política; pasado y presente. Después del viaje, George y Alexander no
se volverán a ver. Algunos años más adelante, en 1794, Forster morirá desterrado en Francia, lejos de territorio germánico, acusado de
traidor, debido a las simpatías y nexos con las causas revolucionarias
francesas.
En 1790, Humboldt presenta su primer texto sobre las montañas
basálticas del Rhin, Mineralogische Beobachlungen über einige Basalte am Rhein, lo que le aseguró el ingreso a la Academia de Minería de
Freiberg –la más importante de Europa en su género–, bajo la tutela de
Abraham Gottlob Werner, defensor de la teoría neptúnica.8 La formación de la Academia incluye constantes y exhaustivos descensos a las
minas locales. Humboldt aprovecha para adentrarse en el mundo de
los musgos y líquenes que se encuentran en los túneles mineros. Sus
indagaciones lo llevan a presentar un trabajo sobre la flora subterránea en 1793: Florae fribergensis specimen, “La flora de Freiberg”, obra
escrita en latín. Por ese entonces recibe nombramiento oficial como
Superintendente del Departamento Minas del Ministerio de Industria
y Minería, a cargo del Barón Von Heinitz. La jurisdicción a su cargo
es considerable: desde Franconia en el sur, hasta la costa báltica en el
norte; incluye también las posesiones polacas de Prusia. El área minera
señalada presenta canteras de piedra, turba y arcillas bituminosas de
Brandeburgo, hierro y antracita de Silesia, minas de sal en las proximidades al mar, así como cobre y oro de las montañas de Fichtel (Botting,
1981). ¿Humboldt burócrata? Es lo que corresponde a los nobles de su
época. El aparato administrativo de Estado ya no es en ese momento
lo que fue bajo la administración de Friedrich “El Grande”. Ahora su no
tan destacado sobrino, Friedrich Wilhelm II, desbarata poco a poco el
8 Hipótesis que atribuye a la acción exclusiva del agua la formación de la corteza
terrestre.
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dinámico aparato burocrático. Sin embargo, para el joven Humboldt el
cargo es una oportunidad más que ideal para viajar y conocer.
Para 1793, el joven funcionario establece una escuela libre de
minería en la población de Steben; pequeña institución que se mantiene con fondos del propio Humboldt. La asistencia es voluntaria
para los pobladores locales mayores de doce años. La conciencia social de nuestro personaje va más allá de la formación de los mineros. Su involucramiento va, incluso, más allá: después de analizar los
componentes de los gases en las minas, Humboldt inventa un tipo de
respirador personal y cuatro tipos de lámparas de seguridad. El joven
Alexander es, para su tiempo, una persona con gran conciencia social
(Botting, 1981).
La vertiente romántica del pensamiento de Humboldt germina a
partir de 1794, cuando conoce al afamado novelista y poeta Johann
Wolfgang Goethe, promotor, junto con Herder, del movimiento filosófico Sturm und Drang “Tempestad y Arrebato”, preludio del romanticismo alemán. Para ese entonces, Goethe cuenta con cuarenta y seis
años de edad y es un consagrado; máxima figura del mundo de la cultura germánica. Entre el joven Alexander y el poeta surge una sólida
amistad y una admiración intelectual mutua. Es palpable la influencia
de Goethe en el posterior pensamiento humboldtiano.
En 1797, convencido de su vocación intelectual y con la solvencia
económica que le proporciona la herencia de su madre recientemente
fallecida, a causa de un cáncer de pecho, se retira definitivamente de
la administración pública para dedicarse de tiempo completo a la ciencia. Es entonces cuando el joven Humboldt se obsesiona por recorrer
archivos y bibliotecas de Europa, por adquirir instrumentos y equipo
de exploración, así como también por entablar relaciones con diversas
personalidades del mundo científico e intelectual. Empieza a moldearse a sí mismo el genio y figura.
En las últimas décadas del siglo XVIII –el llamado Siglo de las Luces– la filosofía ilustrada –nombrada en alemán como Auflärung– se
sostenía en el derecho natural de la humanidad a la vida, a la igualHumboldt, el científico explorador
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dad y a la libertad, y esta libertad no sólo consistía en la emancipación política, sino también y principalmente en la independencia del
pensamiento. En palabras del filósofo Emmanuel Kant, la Ilustración
era la liberación del ser ante su culpable incapacidad de servirse de
su inteligencia sin la ayuda de otro. Por ello el fundamento básico de
la Ilustración era la emancipación intelectual, “…el derecho de hacer
uso público de la razón íntegramente” (Kant, 1997:25). Se trataba
del periodo de esplendor del racionalismo –de la inteligencia normada por la lógica– llevando sus consecuencias hasta los últimos límites, en una oposición manifiesta a las explicaciones sobrenaturales o
puramente teológicas. Para el racionalista ilustrado sólo podía ser real
aquello que se entendía por la razón y nada más. Humboldt compartió
con los pensadores partidarios de las “luces”, la confianza casi ciega en
el pensamiento racional; en la inteligencia como medio de progreso
político y social, y viendo con escepticismo y un tanto de hostilidad
las explicaciones religiosas o tradicionales. Sin embargo, hemos visto,
hubo en Humboldt un matiz, base de su pensamiento, la difícil pero no
imposible combinación del cientificismo racionalista y el romanticismo
alemán; pensamiento que llegará más adelante a su máximo expresión
con la obra cumbre Cosmos.
Las exploraciones de Humboldt: América
Fue en el año de 1798, estando en la ciudad de París haciéndose de
instrumental de medición para sus investigaciones, cuando el joven
Humboldt conoció al médico y botánico francés Aimé Goujaud Bonpland, quién sería su futuro compañero de viajes y amigo inseparable.
Juntos planearon un viaje por Argelia y Egipto, en donde se sumarían
a la comitiva científica de la retaguardia del ejército francés de Napoleón Bonaparte. Sin embargo, azarosas vicisitudes marítimas llevaron
a la suspensión del proyecto africano. Frustrados los planes, ambos
científicos decidieron visitar España a fin de elaborar otro plan. Fue
en este país ibérico en el que Humboldt vio grandes posibilidades para
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un nuevo y ambicioso viaje –ahora pensado en las colonias americanas–, contando con el apoyo del barón Philipp de Farell, embajador
de Sajonia, y con el espaldarazo oficial del ministro real Mariano Luis
de Urquijo, además de la ventaja de contar con financiamiento propio
–recordemos que Humboldt había recibido una cuantiosa herencia–. A
través de una carta escrita en Madrid y dirigida a su amigo Friedländer,
el joven Alexander manifestó sus intenciones:
Coleccionaré plantas y animales; estudiaré y analizaré el
calor, la electricidad, el contenido magnético y eléctrico de la
atmósfera; determinaré longitudes y latitudes geográficas;
mediré montañas, por más que todo esto no sea la finalidad del viaje. Mi verdadera y única finalidad es investigar la
interacción conjunta de todas las fuerzas de la Naturaleza, la
influencia de la naturaleza muerta sobre la creación animal y
vegetal animadas…(Humboldt, 1988:1)
Ya con el beneplácito del Rey Carlos IV de España, Humboldt y
Bonpland recibieron dos pasaportes reales, uno del Secretario de Estado y otro del Consejo de Indias, los cuales les aseguraban el respaldo de los más altos funcionarios coloniales en su ambiciosa empresa,
además de darles libre acceso a cualquier archivo, colección o recurso
material americano. Sin más, ambos exploradores zarparon el 5 de junio de 1799 del puerto de La Coruña, a bordo de la corbeta Pizarro
(Humboldt, 1988). Iniciaban entonces la gran aventura que grabaría
sus nombres en los anales de la historia de la humanidad.
El viaje prometía mucho y debió generar grandes expectativas entre
Humboldt y Bonpland. Las colonias americanas españolas eran un territorio por demás impresionante. Desde California, en el norte, hasta Cabo
de Hornos, en el sur, y prácticamente de mar a mar, con las excepciones
de Brasil, Tierra de Fuego y la Patagonia. Sin embargo, después de casi
300 años de colonialismo, las exploraciones al continente se habían limitado a unos cuantos reconocimientos territoriales (Botting, 1981).
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Tras una escala en las Islas Canarias, donde tuvieron la oportunidad
de ascender al cráter del Teide, y luego de que una epidemia de tifoidea
obligara a la embarcación a cambiar el rumbo –el destino original era La
Habana, Cuba–, los jóvenes exploradores arribaron a tierras americanas
el 16 de julio de 1799, entrando por el puerto de Cumaná, Nueva Andalucía, en el actual territorio de Venezuela.
En continente americano, durante casi un lustro, Alexander von
Humboldt y Aimé Bonpland se dedicaron arduamente a la documentación y recolección de muestras botánicas, realizaron mediciones y
elaboraron mapas en varias regiones, muchas de ellas poco exploradas,
como lo era en aquel entonces el Alto Orinoco. No exentos de aventuras, entre otras actividades, investigaron sobre las características físicas
de la cueva de Guácharo, así como la flora y fauna del lugar. También
viajaron a La Habana, en donde Humboldt pudo obtener un cúmulo
de información documental y de campo que tiempo después sintetizó y publicó bajo el título de Ensayo político sobre la isla de Cuba.
Recorrieron Cartagena de Indias y Santa Fe de Bogotá, en la actual
Colombia. En Santa Fe, Humboldt y Bonpland realizaron mediciones a
las cumbres de Montserrate y Guadalupe. También visitaron la cascada
del río Vinagre. En lo que hoy es Ecuador, los exploradores ascendieron
a los volcanes Pichincha, Tungurangua, Cotopaxi y Chimborazo; este
último, se consideraba en aquel tiempo la cumbre más alta del mundo.
Más adelante, cuando la noticia del ascenso al Chimborazo se dio a
conocer en París, el joven Alexander fue considerado el instaurador de
una marca mundial de ascenso –esto aun cuando junto con él subieron Bonpland, el quiteño Carlos Montúfar9 y un indio anónimo–.10 Las
anotaciones respecto a los ascensos de las montañas sudamericanas
9 Carlos Montúfar y Larrea, político ecuatoriano, nacido en Quito en 1780. Fue
hijo de Juan Pío Montúfar, marqués de Selva Alegre. Luchó por la independencia
sudamericana al lado de Bolívar. Murió fusilado por tropas realistas en 1816.
10 Pasaron algunos años para que las expediciones británicas evidenciaran la existencia de cumbres mucho más altas en el Himalaya.
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fueron fundamentales para la elaboración de su Perfil geobotánico de
los Andes. En el virreinato del Perú, inspeccionaron los alrededores de
la ciudad de Lima y realizaron mediciones barométricas. Finalmente,
después de esta travesía sudamericana, se embarcaron en Callao con
dirección a Guayaquil, para de ahí partir rumbo Acapulco. Este singular
viaje le permitió a Humboldt sentar las bases de una nueva geografía
que podríamos considerar hoy como ecológica, en la cual era fundamental prestar atención a la huella humana en el paisaje. Para explicar
esta novedosa visión del mundo, Humboldt no sólo recurrió a las coordenadas de latitud y longitud, sino que también se valió de la innovación que constituyó la medición de la altitud (Ortega, 1993).
La Nueva España
El 15 de febrero de 1803, Alexander von Humboldt, Aimé Bonpland
y el político y naturalista quiteño Carlos Montúfar –quien se había sumado de lleno a la exploración científica–, abordan la fragata Orúe en
Guayaquil. Su destino ahora es la Nueva España, en ese momento la
colonia española más importante. El 22 de marzo, después de poco
más de un mes de travesía en el que tienen que sortear una tempestad
frente al Golfo de Nicoya, el grupo de jóvenes científicos-exploradores arriba a las costas de Acapulco, principal puerto novohispano en
el Océano Pacífico. Luego de alquilar 21 mulas de carga para el equipaje, los instrumentos científicos y las muestras botánicas obtenidas
en Sudamérica, entre los que se pueden contar plantas, minerales,
animales disecados, sextantes, teodolitos, brújulas, magnetómetros,
barómetros y cadenas de agrimensor –por mencionar unos cuantos
elementos del cargamento– toman camino rumbo a la capital novohispana.
Después de varios días, el 12 de abril entran a la imponente y majestuosa ciudad de México. La capital de la Colonia muestra al viandante una transformación de concepciones arquitectónicas y urbanísticas que combinan la exhuberancia del barroco al estilo americano,
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Alexander von Humboldt. Autorretrato, 1814.
Carlos IV de España con su familia. Goya, 1800. Museo del Prado, España.
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Humboldt y Bonpland en su choza de la selva, Eduard Ender, 1856. Colección Pedro
Boker, Ciudad de México.
Aimé Bonpland, Pellegrini. Museo Nacional
de Historia Natural, París, Francia.
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Volcán de Cayambe, Ecuador. Louis Bouquet, París, 1810. Fuente: Alejandro de
Humboldt, una nueva visión del mundo, 2003.
Géiseres de Turbaco, Colombia. Louis Bouquet, París, 1810. Royal Geographical
Society, Londres.
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con un estilo que se estrena en aquellos años y que hoy llamamos
neoclásico –el concepto se aplica mucho después–, el cual pone de
manifiesto en el espacio el carácter racionalista en boga a través de
paseos de trazos anchos, rectos y elegantes, ricamente ataviados por
esculturas de bronce. Pero además, la capital virreinal muestra la combinación perfecta de una urbe uniforme y estética y un espectacular
paisaje montañoso circundante. Justamente en esa combinación radica la majestuosidad de la ciudad de México. El joven Alexander escribe
tiempo después:
Ciertamente no puede darse espectáculo más rico y variado
que el que presenta el valle, cuando en una hermosa mañana de verano, estando el cielo claro y con aquel azul turquí
propio del aire seco y enrarecido de altas montañas, se asoma
uno por cualquiera de las torres de la catedral de México, o
por lo alto de la colina de Chapultepec. Todo alrededor de esta
colina está cubierto de la más frondosa vegetación. Antiguos
troncos de ahuehuetes, de más de 15 o 16 metros de circunferencia, levantan sus copas sin hojas por encima de las de los
schinus, que en su porte o traza se parecen a los sauces llorones del Oriente. Desde el fondo de esta soledad, esto es, desde
la punta de la roca porfídica de Chapultepec, domina la vista
una extensa llanura y campos muy bien cultivados que corren
hasta el pie de montañas colosales, cubiertas de nieves perpetuas. La ciudad presenta al espectador bañada por las aguas
del lago de Texcoco, que rodeado de pueblos y lugarcillos, le
recuerda los más hermosos lagos de las montañas de la Suiza
(Humboldt, 2004: 119-120).
El entonces virrey José de Iturrigaray y Aróstegui los recibe con
beneplácito y les otorga ciertas prerrogativas de las cuales no gozan
ningún otro científico, ni europeo ni novohispano. Los expedicionarios
se hospedan en la casa marcada con el número 3 de la calle de San
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Agustín, hoy número 80 de la calle de Uruguay. La ciudad de México
se convierte en su “base de operaciones”, desde donde determinan las
excursiones a realizar. Durante nueve meses de estancia en la capital
virreinal, el viajero prusiano se dedica a relacionarse con personas doctas en busca de nueva información, entre las que se cuentan Fausto
Elhuyar –Director del Seminario de Minería–, Andrés Manuel del Río
–compañero de Humboldt en Freiberg y descubridor del vanadio–, Vicente Cervantes –profesor de botánica en la Universidad de México–,
Martín de Sessé –Director del Jardín Botánico–, con el Intendente de
Guanajuato Juan Antonio Riaño, el obispo de Valladolid Antonio de
San Miguel, con el religioso Manuel Abad y Queipo y con el poeta
Francisco Manuel Sánchez de Tagle. Este último le dedica al joven prusiano unos arrebatados versos: “Oh Humboldt objeto tierno / de mis
dulces cariños / Entre tantos tesoros / lleva mi amor sencillo / y dí:
en el Nuevo Mundo / por mí llora un amigo”.
Humboldt también visita archivos y copia documentos. El cúmulo
obtenido le permite escribir más adelante una serie de textos dedicados a esta importante colonia ibérica: las Tablas geográfico políticas,
el Ensayo político y el Atlas geográfico. Desde los primeros momentos
en la Nueva España, el aventurero barón manifesta su satisfacción por
vivir en carne propia esos paisajes que se descubren a cada momento
y a cada paso:
Muchos europeos han exagerado la influencia de esos climas
sobre el espíritu y afirmado que aquí es imposible de soportar
un trabajo intelectual; pero nosotros debemos afirmar lo contrario y, de acuerdo con nuestra experiencia propia, proclamar
que jamás hemos tenido más fuerza que cuando contemplábamos las bellezas y la magnificencia que ofrece aquí la
naturaleza. Su grandeza, sus producciones infinitas y nuevas,
por así decirlo, nos electrizaban, nos llenaban de alegría y nos
tornaban invulnerables (Humboldt, 1989: 95).
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El pensamiento de Humboldt es una forma de mediación entre dos
supuestos polos, la naturaleza y la sociedad; mediación presente en la
tensión entre el “yo” y el paisaje, fundamento de la subjetividad moderna de la literatura de viajes europea y que es, al mismo tiempo, la
más elevada instancia del “yo” científico. Se percibe ya la transición
gradual del “ensamblado” natura-cultura; de la observación superficial
a la perspectiva holística (Ette, 2001).
Insaciable de experiencias, el joven prusiano organiza dos expediciones a las provincias novohispanas. La primera de ellas lo lleva a Pachuca,
del 15 al 27 de mayo de 1803, con el fin de conocer los reales de minas
de Morán, del Monte, La Regla, La Vizcaína, El Xacal y El Encino. La segunda tiene como destino Guanajuato y Michoacán, del 1 de agosto al
28 de septiembre de 1803. En tierras michoacanas, su interés se centra
en visitar, como veremos más adelante, el recién nacido y enigmático
volcán Jorullo. Después regresa a la ciudad de México en donde funge
como sinodal en varios actos académicos del Real Seminario de Minería.
De acuerdo con el historiador Gerardo Sánchez Díaz, entre los jóvenes
examinados por el científico prusiano se encuentra el naturalista michoacano Juan José Martínez Lejarza y Alday, quien años más tarde corrige en
su Análisis estadístico de la provincia de Michoacán en 1822, datos referentes al Jorullo propuestos por el mismo Humboldt (Sánchez, 2003).
La influencia académica del ilustre barón no es sólo en el sentido de él
hacia los jóvenes del Seminario; la experiencia de aprendizaje es también
recíproca: muchos de los mapas que se le atribuyen a Humboldt, son en
realidad elaborados por los estudiantes novohispanos.
Luego de vender su instrumental científico al Real Seminario y de
inspeccionar el sistema de drenaje de la ciudad en compañía del virrey
Iturrigaray, la expedición científica humboldtiana abandona la capital novohispana con dirección al puerto de Veracruz. En el trayecto realizan
mediciones para determinar la altura de las cumbres del Popocatépetl,
Iztaccíhuatl y Cofre de Perote. Finalmente, el 7 de marzo de 1804 la expedición integrada por Bonpland, Montúfar y Humboldt se embarca en la
fragata La O con rumbo a la isla de Cuba (Holl & Fernández, 2002).
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Estados Unidos de América
Luego de unas semanas en la ciudad de La Habana, los expedicionarios partieron a los Estados Unidos de América con la intención de
reunirse con el entonces tercer presidente de la joven república: Thomas Jefferson. Este último evidenció un gran interés por los materiales
informativos y los planos del joven prusiano, referentes a la América
hispánica. Jefferson, inserto en la ideología expansionista de su país,
no dudó en copiar los datos geográficos, con la anuencia de su quizás
inocente propietario. El gran mapa de la Nueva España de Humboldt,
elaborado por los estudiantes del Real Seminario de Minas, era para
el gobierno norteamericano una valiosa herramienta en sus futuros
planes expansionistas, de los cuales hoy sabemos las funestas consecuencias: la anexión de la mitad norteña del territorio mexicano. Varios
años después de su visita al continente, el científico prusiano expresaría su pesar por los fines con los que se uso la información cartográfica
que proporcionó al gobierno de los Estados Unidos. La admiración que
sentía en un principio por el país angloamericano fue sustituida por
un desprecio a la ideología imperialista: “…las conquistas de los norteamericanos republicanos me disgustan mucho. Les deseo lo peor en
el México tropical. Les deseo el norte, donde seguirán difundiendo su
loca esclavitud”. Más aún, cuando en 1856 apareció en la Unión Americana la traducción que hiciera John Sidney Thrasher de su obra sobre
Cuba, y en la que se omitieron todas las críticas a la esclavitud, Humboldt declaró a la prensa que él consideraba los pasajes arbitrariamente
censurados de una importancia mucho mayor que “…los laboriosos
trabajos de localizaciones astronómicas, los experimentos sobre la intensidad magnética o los datos estadísticos”. Incluso, a raíz de esta
indignación, Humboldt consiguió que Friedrich Wilhem IV de Prusia
promulgara una ley que daba libertad a los negros en territorio prusiano, en el año de 1857 (Holl, 2005).
En Estados Unidos la expedición humboldtiana visitó Washington
y Filadelfia. Finalmente, el trayecto científico americano llegó a su úl58
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tima etapa cuando en junio de 1804 los exploradores abordaron el
buque La Favorita, en Filadelfia. El 3 de agosto arribaron a Europa
a través del puerto de Burdeos, Francia. La gran aventura americana
había concluido.
Difusión global y el fin de una longeva vida
De vuelta en el continente europeo, Alexander von Humboldt se dedicó a la publicación de sus indagaciones en América; publicaciones
que se lograron a través del financiamiento del propio Humboldt. El
primer texto en salir a la luz pública fue Geografía de las plantas, en
1805, en Francia, en el que mostraba la disposición espacial de la flora
americana conforme a su latitud, longitud y altitud y como resultado
de sus observaciones y mediciones en el Ecuador. Como mencionamos
líneas arriba, la Geografía de las plantas fue el inicio de un pensamiento ecológico, pues representaba el primer intento de convergencia de
las fuerzas de la naturaleza, mucho antes de la acuñación misma del
término ecología propuesto por Ernst Haeckel, en 1866. Sin embargo,
ello no quiero decir que Humboldt fuera un “ecólogo” tal como lo entendemos hoy, como una persona comprometida con la conservación
de los recursos naturales ante las múltiples amenazas potenciales. De
acuerdo con Jaime Labastida, durante la primera mitad del siglo XIX, la
Tierra era entendida como la materia prima para el desenvolvimiento
industrial. Por ello, para el científico prusiano, el medio era un espacio
incierto que debía ser previamente descubierto, conocido, medido y
determinado (Labastida, 2006).
A la Geografía de las plantas siguió el célebre Ensayo Político de
la Nueva España (1808), dedicado al Rey Carlos IV: “…ninguno de
los monarcas que han ocupado el trono castellano ha difundido más
liberalmente que Vuestra Majestad los conocimientos precisos sobre el
estado de esta bella porción del globo, que obedece en ambos hemisferios a las leyes españolas”. En el mismo año de 1808 editó en alemán
el texto Cuadros de la Naturaleza. Las siguientes publicaciones fueron
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Vistas de las cordilleras y los monumentos de los pueblos indígenas de
América y Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente,
en 1810.
En 1827 Humboldt regresó a Berlín después de una prolongada
ausencia para recibir el título de consejero del emperador. En Prusia
se relacionó con otras grandes personalidades, tales como Karl Ritter,11 Sigismund Kunth12 y Werner Siemens.13 El 12 de abril de 1829,
Humboldt emprendió una nueva expedición, ahora con destino a Rusia, contando entonces con 60 años de edad. A diferencia del viaje a
América, en esta oportunidad el sabio prusiano no se financió con sus
propios medios, ya que gozó del patrocinio absoluto del zar Nicolás I.
Junto con Humboldt participaron el minerólogo Gustav Rose, el zoólogo Christian Gottfried Ehrenberg y el mayordomo Johann Seifert. El 1
de mayo arribó a San Petersburgo, hospedándose en la embajada prusiana. Desde ahí dispuso la realización de ambiciosas excursiones que
lo llevaron a conocer e inspeccionar Nijnii-Togilsk, Bogolovski, Siberia,
el lago Kolywan y Bachty, en la frontera con China. Después regresó a
Europa occidental y dividió su vida entre Berlín y París, principalmente.
Humboldt continuó dedicando hasta el último centavo de su fortuna
personal a la investigación, siempre en beneficio de la divulgación científica y para bien de la sociedad en general.
En 1834, el ilustre prusiano inició la redacción de su obra cumbre, presentada en cinco volúmenes: Cosmos o La idea general de una
descripción física del Universo. Se trató de un ensayo que tenía por
objetivo primordial describir la acción simultánea y el encadenamiento
de las fuerzas del universo, como un Todo regulado mecánicamente,
productor del orden cósmico: “…orden en el Universo y magnificencia
11 El geógrafo alemán Karl Ritter (1779-1859) es considerado, junto con Humboldt, el fundador de la Geografía moderna.
12 Sigismund Kunth (1788-1855), destacado botánico alemán que sistematizó
las muestras obtenidas por Humboldt y Bonpland.
13 Werner Siemens (1816-1892), ingeniero alemán inventor del telégrafo transoceánico y de la locomotora eléctrica.
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H umboldt
y el J orullo
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en el orden” (Miranda, 1977:6). Se trató de una concepción física
del mundo de sistemas de redes entretejidas; es decir, de un cosmos
en total interacción. El primer tomo del portentoso texto salió a la luz
pública doce años después, en 1846, con traducciones en inglés, holandés, danés e italiano. Los dos últimos fueron póstumos, posteriores
a 1862; uno de ellos correspondió al índice general.
En el ocaso de su longeva y prolífica vida, Humboldt es una autoridad en las ciencias naturales, la geografía y la política. Ha ganado
casi todas las condecoraciones europeas, entre las que se cuentan el
Cordón de la Legión de Honor de Francia, la Estrella del Águila Roja
y la Orden del Águila Negra de Prusia. Es, también, ciudadano de honor de varias ciudades. Más de 15 sociedades científicas lo reconocen
como miembro distinguido. Su retrato cuelga en oficinas de gobierno
de políticos de todo el mundo, como en el palacio del rey de Siam y en
el despacho del presidente de los Estados Unidos de América (Botting,
1981). Sin embargo, Humboldt ya no goza de la solvencia económica
de los primeros años. La difusión de sus investigaciones termina con su
fortuna y aumenta sus deudas. Vive sus últimos días sostenido por una
pensión real. Pero esto no es motivo para que el inquieto anciano pierda el ánimo. Recibe cientos de cartas de todo el mundo; escribe otras
tantas. Sigue al pendiente de la impresión de su obra cumbre, Cosmos.
Con casi un siglo de vida, Humboldt es elocuente y enérgico; aunque
la memoria ya no es la de los años de explorador.
La tarde del 6 de mayo de 1859, Alexander von Humboldt emprende su último viaje, esta vez sin retorno. Apaciblemente, recostado
en su cama, el ahora eterno científico explorador muere a los 90 años
de edad. En Prusia se declara duelo nacional y sus restos son sepultados en el Panteón de Tegel. Más allá de los límites espacio-temporales
de su existencia, su obra sigue siendo origen de acalorados debates y
concienzudas análisis y sugerentes propuestas. Es por ello que, ahora
como antaño, presente y futuro se conjugan en el genio y la figura de
Alexander von Humboldt.
Humboldt, el científico explorador
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Geografía de las plantas. Fragmento. Inspirado en el Chimborazo. Humboldt, 1805.
Mapa de México y países limítrofes. Elaborado a partir del Mapa de la Nueva España
de Humboldt. Fuente: Atlas Geográfico y físico del reino de la Nueva España, 2003.
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Plano del Jorullo. Alexander von Humboldt, 1803. Fuente: Alejandro de Humboldt,
una nueva visión del mundo, 2003.
Humboldt y sus compañeros cerca del volcán Jorullo en México. Xilografía, Hermann
Klencke, Estocolmo, 1879. Fuente: Alejandro de Humboldt, una visión del mundo,
2003.
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