Aristarco CAPITULO 1 Cuando Aristarco se dirigía aquella sombría mañana a la cita con sus acusadores, sin entender aún cómo había llegado a tal situación, recordó la noche cuando en su pueblo tomó la determinación de abandonar su patria chica y salir en busca de nuevos horizontes. Caminaba por las calles tenebrosas, donde las sombras de los muertos se escondían a su paso porque no querían ser asesinadas otra vez y fue cuando lo vio. Al principio no supo si era un muerto o un vivo. Solamente sintió que sus rodillas se aflojaban y un vacío de muerte en su estómago. Continuó su caminata paso a paso, escuchando escasamente el ruido de sus propias pisadas y sintiendo los golpes del corazón en su pecho. Caminó despacio, sin prisa. Ya lo sabía. Aquel hombre lo esperaba para matarlo. – Su madre también lo había presentido.- No le vio la cara; solamente adivinó sus movimientos, cuando el desconocido embozado en su ruana y su sombrero de fieltro, se dio vuelta hacia la pared y con movimientos convulsivos parecía que fuera a orinar. 7 Servelio Hernández Sierra Pero Aristarco ya lo sabía. Lo sabía desde hacía mucho tiempo. Desde el tiempo aquel que siendo aún niño, se pasaba las horas descubriendo formas de animales en las nubes. Cuando el francotirador le apuntó con el revólver y le gritó: -¡Alto, hijo de puta ¡ Aristarco dejó de pensar y de sentir, simplemente huyó. Corrió por las calles asfaltadas y solitarias, pobladas únicamente por los fantasmas de la noche que confundieron al pistolero. Llegó a su casa y su madre al oírlo, le preguntó: -¿Que te pasó, hijo? - Nada mamá. - Gracias a Dios y a la Virgen del Carmen.- Continuó diciendo la anciana, al tiempo que guardaba en el cofre de sus recuerdos el rosario que había heredado de su abuela. Acomodado en la berlina, miró a sus padres y hermanos confundidos con los muertos. Sus amigos no habían ido a despedirlo, tenían miedo a la represalia de los pájaros por decir adiós al sentenciado que no murió. Cuando el vehículo ya estaba en movimiento y después de decir adiós a los suyos desde lejos con movimientos de la mano, viendo venir a Juan, Diego, Pedro, Arconde y Michín, comprendió que éstos ya pronto estarían muertos. Aristarco sabía que jamás regresaría a su pueblo. Se despidió de los cafetales, de las plataneras y de los pastizales que lo vieron nacer y crecer, y aspiró el aroma con nostalgia. No le 8 Aristarco temía al futuro; más bien, se sentía embriagado con la emoción de las perspectivas. Miraba para todas partes. Ahora que se iba, hasta la maleza le parecía hermosa. Cuando llegaron a la carretera principal, cambió de vehículo. Al ruido del motor del bus se quedó dormido y soñó lo mismo de siempre, sólo que esta vez encontró la respuesta. La pesadilla que siempre lo había acosado, ahora empezaba a volverse realidad. Esa sensación de irse irremediablemente hacia un abismo de incertidumbre, fue lo mismo que sintió al abrir los ojos cuando el vehículo rodaba por la carretera a grandes velocidades. Recordó las aventuras de su niñez. En su pueblo, fue el campeón de salto prolongado. Una vez duró tanto tiempo en el aire, que todo el mundo salió a verlo. Tomó impulso como siempre, se elevó a una altura de veinte metros y comenzó a flotar en el espacio; le dio varias vueltas al poblado y cuando los espectadores creían que iba a caer, nuevamente se impulsaba y seguía navegando por encima de las casas. - Debe ser que tiene zapatos voladores, comentó Jorge, después de intentar un salto similar sin ningún resultado. En el pueblo nunca olvidaron el día que venció al diablo. Fue un Viernes Santo que comulgó en pecado mortal. -Vengo por ti - le dijo el diablo, cuando Aristarco salió de la iglesia. Pero el diablo cometió un error: le aceptó un desafío a trovar. Trovaron ocho días seguidos y sin descansar, hasta que el pueblo aburrido de tanta bulla y tanto olor a azufre, decidió echar al diablo a base de responsos y letanías. 9 Servelio Hernández Sierra Menos mal que vino él mismo por mí y no ordenó que me tragara la tierra.- comentó Aristarco cuando se alivió de la ronquera. Tan ensimismado estaba recordando sus aventuras fantásticas que no vio los cambios de la naturaleza durante el viaje, ni tampoco vio la gente que subía y bajaba del autobús. Solamente sintió a eso del medio día, que su cuerpo sudaba copiosamente y que el bus rodaba a gran velocidad. A la hora del crepúsculo llegaron a la ciudad. Era tan grande que a Aristarco le parecía que no tenía principio ni final y no atinaba a comprender cómo no se extraviaban las personas en tan grande laberinto. Había barrios que parecían pueblos, pero con todas las casas iguales y pintadas del mismo color. Vio con preocupación, que las personas caminaban siempre de prisa, como si estuvieran cogidas de la tarde y pensó que tal vez los habitantes de la ciudad estaban en sus casas y que los transeúntes eran extraños que no se conocían entre sí. Esta idea le pareció más acertada cuando observó el desparpajo de las mujeres al caminar y las extravagancias en el vestir. - Definitivamente son turistas - pensó. Al salir de las instalaciones de la flota cogió cualquier rumbo; al fin de cuentas todo le parecía igual, por todas partes veía a los supuestos turistas afanados y pensó: - Que pendejada, vienen a conocer y no miran.- 10 Aristarco Encontró en su camino, un comercio parecido a la fuente de su pueblo donde se tomó sus primeras cervezas y allí entró en busca de un refresco para calmar la sed que lo acosaba. Bebió la gaseosa lentamente mientras observaba al mesero; tenía cara de seminarista y usaba gafas de aro dorado, camisa floreada y pantalones ajustados al cuerpo. - Debe ser marica - pensó. Buscó alojamiento en un hotel de última categoría, y la primera noche los gritos de placer y las palabras obscenas dichas con el fragor de la pasión que traspasaban las paredes de la estancia, ahuyentaron su sueño de cansancio. Deambulando por las calles llenas de supuestos turistas afanados y tratando de orientarse en esta ciudad sin principio ni final, comenzó a acariciar la idea de ponerle orden a tanto desorden. En una esquina vio un montón de periódicos en el suelo, recogió uno y con él debajo del brazo, continuó su caminata. Una anciana desdentada y con cara de proxeneta, gritó: - Cójanlo, cójanlo, es un ladrón. Los transeúntes dejaron la prisa y comenzaron a mirarlo. Al principio lo hicieron con agresividad, después con comprensión y por último con burla. Después de aclarar el malentendido y pagar el periódico, Aristarco quedó más convencido en su idea; los periódicos que llegaban a su pueblo, ya tenían dueño desde antes de editarlos. 11 Servelio Hernández Sierra En la soledad de su cuarto con olor a específico y paredes desnudas, leyó los avisos clasificados que ofrecían empleo. Después de un serio análisis, decidió escribir a un anunciador que ofrecía el cargo de gerente de producción en una fábrica. Dos días le tomó la redacción de la carta y elaborar la propuesta de trabajo que hizo en la que esbozó sus primeros pensamientos sobre los cambios que proyectaba dar a las costumbres de la ciudad. Buscando el lugar donde debía entregar el sobre, descubrió que en la ciudad se orientaban con números y letras impresas en placas pegadas en puertas y paredes. - Después de todo, no son tan tontos, se las ingenian para orientarse - pensó. El primer mes en la ciudad lo completó esclareciendo en su mente los alcances de su idea y esperando la respuesta del anunciador. Cuando calculó que su carta ya debía estar en su destino, comenzó a fraguar en su mente las modificaciones que debía hacer al manejo y dirección de la fábrica. Hizo cálculos, saco proyecciones, uniformó a los obreros y antes de un instante, estaba listo para asumir el cargo. Aristarco tenía la facultad de percibir lo desconocido y adelantarse a los acontecimientos, facultades éstas, que si bien le fueron muy útiles y ventajosas en determinados casos, en otras ocasiones, pasó malos ratos y uno de esos malos momentos fue precisamente éste. Se concentró tanto en su posible cargo, que una mañana, tan absorto estaba en sus pensamientos, que después de asearse y tomar su desayuno, se fue 12 Aristarco directo a la fábrica. Cuando llegó al establecimiento y fue interrogado por el portero sobre lo que deseaba, despertó de su ensimismamiento y regresó a su hotel aturdido y desorientado. Oteando el firmamento observó que los aviones que sobrevolaban su pueblo siempre se dirigían al mismo lugar. Decidió conocer el aeropuerto y quedó desilusionado al ver a los mismos supuestos turistas afanados entrando y saliendo de los aviones cargados con maletas. Creyendo que su carta tal vez se había extraviado porque no le respondían, escribió una nueva solicitud de empleo al mismo anunciador, pero esta vez les detalló los cambios que pensaba poner en práctica al asumir el cargo. Ocho días después recibió la respuesta donde le comunicaban que ya habían ocupado la plaza y le agradecían sus sugerencias. - Algún día haré estos cambios- murmuró entre dientes. El dinero que trajo consigo comenzó a agotarse y empezó una dieta forzada a base de tintos y agua azucarada. A las horas de comida, dormía siestas anticipadas para despistar el hambre y revolcarse libremente en la cama cuando las tripas acosadas por la fatiga se enredaban entre sí. Cuando definitivamente el dinero se le acabó y fue expulsado del hotel, recordó a la gitana que en su pueblo cuando le adivinaba la suerte leyéndole las líneas de la palma de la mano, le decía: - Serás inmensamente rico, pero morirás joven- Estaba equivocada- pensó. 13 Servelio Hernández Sierra Jacobo Muñoz, un vendedor ambulante de ampliaciones, se apiadó de él y lo hospedó en su cuarto de inquilinato. La vigilia continuada terminó por agotarlo y fue atacado por la peste. En el hospital fue atendido de caridad y lo salvaron de una muerte que quería llevárselo antes de tiempo. Una tarde, cuando observaba la pelea de dos lagartijas machos por los favores de una hembra, la conoció. Desde ese mismo instante supo que ella estaba ligada a su destino, la observó sin mirarla y fue como conocer lo conocido. Cuando el vencedor se fue con la hembra, Liliana comentó: - Interesante, ¿verdad? - Si- respondió Aristarco sin aliento, al tiempo que giraba la cabeza. Liliana observó que ese cuerpo tan flaco y vencido que inspiraba tristeza, se encontraba en franca rebeldía con su alma; lo miró a los ojos cansados y llenos de nostalgia y quedó obnubilada por la firmeza y determinación que ellos irradiaban. Después de despedirse, Liliana se alejó meditando. - ¿Volveré a verlo? - Sí- respondió Aristarco. Volvió la cabeza alarmada y lo vio en la distancia. Le lanzó un beso fugaz con la punta de los dedos y sintió la caricia de sus labios en los suyos. Ruborizada y confusa, se alejó con rapidez. 14 Aristarco Cuando salió del hospital y de vuelta a las calles pobladas de extraños, decidió explotar sus facultades para el juego y por este medio proporcionarse el sustento. Visitó todos los billares, pero cuando los demás jugadores se dieron cuenta que Aristarco dirigía las bolas con la fuerza de sus ojos, empezaron a esquivarlo. Después de haber recorrido todos los billares de la ciudad, de dormir noche tras noche con putas diferentes que lo alojaban por placer y sin cobrarle, y después de recibir insulto tras insulto cuando cruzaba las calles ensimismado en su infortunio sin importarle la presencia de los carros, encontró trabajo en una tienda de barrio a la usanza de su pueblo. Le tomó quince minutos aprenderse los nombres y los precios de los productos que allí se vendían. Trabajaba desde antes de la aurora hasta después del crepúsculo y dormía mientras los gallos cantaban las horas de los muertos. Fue en esta época cuando inició sus investigaciones. Visitó oficinas de información oficial, acudió a organismos del estado y escribió a asociaciones de particulares en busca de datos que le permitieran desarrollar su idea, pero en todas partes la respuesta a su gestión era negativa o incompleta. Entonces comprendió que en la ciudad todo el mundo vivía al garete y decidió que tenía que estudiar para aprender a vivir basándose en tanteos y supuestos. En su pueblo, el panadero sabía cuántos comían pan, pan de bono y pan de yuca. El mismo conocimiento lo tenían el carnicero, el sastre y el zapatero, pero en la ciudad la gente producía al por si acaso. 15 Servelio Hernández Sierra En la universidad aprendió a hacer cuentas. Aprendió a proyectar apoyado en perspectivas, conoció las sutilezas de los padres de la patria y aprendió a presentar informes al gobierno más confusos que los pergaminos de Melquíades. Pero más aprendió de sus compañeros: Tuntún le enseñó el truco de aprender lo no enseñado, olvidar lo aprendido, recordar lo olvidado y enseñar lo no aprendido. Antonio lo ilustró en el arte de simular las apariencias y aunque Aristarco nunca llegó a ser un buen actor porque nunca logró ahuyentar de su presencia ese resplandor de determinación y de nostalgia que emanaba de sus ojos, si le sirvió mucho lo aprendido para conocer a los demás. Juanita le enseñó a gozar del amor con pasión desenfrenada y Magnolia a disfrutar de las pasiones inconclusas. Josué le indicó el camino para encontrar la piedra filosofal, mientras José Omar le enseñó a recordar los conocimientos heredados de su estirpe. Leonel lo instruyó en el arte de no pensar en nada y Manuel lo encaminó por el juego del monopolio, que más tarde iría a ser el juego que le permitiría salir adelante con su idea. 16