UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA POS NOVICIADO BEATO FELIPE RINALDI FE, RAZÓN Y VIDA DOCENTE: P. MAURICIO CUADROS SDB ESTUDIANTE: YEISON SALAZAR SDB Lanzarse y emprender la aventura de la fe “El cristiano sabe que está en las manos de Dios. De ahí tiene que ir brotando paulatinamente esa confianza que lleva al abandono total, a vivir en la seguridad de saberse sostenido. Esto exige en un principio el abandonarse en fe” (Sancho 40). Es muy usual encontrar que frente a la pregunta sobre la fe, muchas personas afirman que “es creer en lo que no se ve”. Si bien es una respuesta de la que en ocasiones partimos para buscar un sentido más profundo y amplio, e incluso a la cual minusvaloramos a veces; es de reconocer que contiene un valor inmenso en esos pocos trazos, cosa que se tratará de exponer más adelante. Junto a ello es común olvidar que no se puede pretender descubrir el verdadero significado o la profundidad total del contenido de la fe, mediante el método que se quisiese usar. Entiéndase que no se pretende afirmar que sea una tarea inútil el hecho de profundizar en su sentido [de la fe], más lo que se quiere contrariar aquí es la actitud de muchos que creen tener en sus manos las respuestas finales, las verdades totales, los caminos concretos, la solución total a los interrogantes que se encuentran en lo profundo de muchos o de todos los hombres. Con ello es preciso afirmar que la siguiente es una reflexión que no pretende poner el último retablo al barco, sino propiciar un punto de vista en pro de esa construcción que a tantos hombres y mujeres atañe. Asimismo se optará por presentar una manera de comprender la fe, insistiendo en que no es la única ni la más correcta, sino una que busca que muchos hombres redescubran el sentido de la vida, a la luz de la fe. Como punto de partida se presenta la reinterpretación a la frase de “creer en lo que no se ve”. Para ello se realizará un itinerario en el que se le va dando más grandeza a esta afirmación. En un primer momento, podemos comprenderla, como la capacidad que el ser humano tiene para creerle en casos concretos y muy humanos, a la mamá, a los hermanos o a los amigos. Sobre algo que ellos cuentan de su vida o suceso que han vivido, pero al no ser testigos directos [nosotros], se reciben rezagos de sus vivencias. Entonces vendrá la conformidad con lo que ellos han expresado, ya sea así o menos o más, tal vez jamás se sepa concretamente, pero les creemos. Cabe pues entonces preguntarse, ¿a qué se debe el hecho de creerles que así pudieron ser las cosas y no de otra manera? Considero que todo se posibilita en cuanto a la confianza que se tenga de ~1~ aquellos que han suministrado dicha información. Es sencillamente un acto de fiabilidad humana, se les cree porque de ellos jamás se espera el engaño. Se les reconoce como verdad lo que manifiestan, porque se ha vivido una experiencia de compartir la vida con ellos, se les conoce, se les escucha y se les cree. Además se comprende lo que ellos exponen, porque entran profundamente en relación con nosotros, ellos, por decirlo de alguna manera, hacen parte de la vida nuestra, son nuestros en cuanto a lo que les suceda y en tanto les podamos acompañar en la experiencia de vida. De éste modo la frase [creer en lo que no se ve], recae en un sentido muy sutil y podría decirse que muy poco de lo que realmente encierra. Ahora bien, si en el primer momento o relación con la frase, se le considera como un acto de confianza y de acogida como verdad lo que otros cercanos a cada uno, nos han manifestado. Como segundo elemento, se reconoce que la frase encierra una explicación existencial o mejor aún, responde a la existencia. Es decir, frente al hecho de que nuestro planeta gire en torno al sol, mediante leyes y principios, de los cuales solo conocemos sus fórmulas ampliamente manifestadas en libros o diccionarios, es de por sí, considerar que ellas son realmente ciertas, entonces creemos en dichos principios, acogemos la famosa ley de la gravitación, asumimos que la tierra se mueve sobre su eje y hace su rotación sobre una órbita eclíptica. De éste modo se nos da un sentido de ubicación a la vida en este planeta. Junto a ello, es posible afirmar que en cuanto a lo que los periódicos relatan sobre los sucesos del mundo, o lo que las revistas van comunicando sobre diversas situaciones que acontecen a los hombres y el existir en el aquí y ahora; no tenemos la manera de comprobarlo, pero creemos que así va a ser, confiamos en los elementos de investigación, le creemos a los científicos, confiamos en lo que afirman, asumimos los principios que exponen y con ello nos disponemos a seguir viviendo. En este punto la frase ha perdido aún más valor, porque la confianza que hace reconocer algunas cosas como ciertas, está sujeta a la comprobación, a la sustentación, al no fallo, al no riesgo. Para el tercer elemento es oportuno recrear la mirada del atardecer o en el amanecer, pongamos nuestros ojos en el cuadro bellísimo que se presenta ante nosotros, se manifiesta sin nuestro esfuerzo, se nos da. Ante esa magnitud, no podemos menos que extasiarnos y sentir que allí está todo, pero que de ello no sabemos nada. Frente a esto, enmudecemos, simplemente callamos, pues comprendemos sin comprender y creemos sin poder ver. Todo lo que se expresa no lo podemos sintetizar en un par de frases, no podemos resumirlo en una compleja operación matemática, no podemos pretender explicarlo por leyes o explicaciones científicas, pues el fenómeno supera la experiencia de encuentro con él, está por encima, muy en alto. Aquí vendrá a sostener y dar fortaleza para continuar, la fe. En ella descansa la fatiga que siente el entendimiento que parece nulo ante este hecho. Pero demos otro paso, si tenemos allí enfrente la cruz, quedamos maravillados, tal vez salgan a relucir algunas expresiones o explicaciones que se sostienen en algunos argumentos válidos de teología, pero que en sí no captan la plenitud del hecho. Sale a flote la confrontación de este hecho. En primer lugar la maravilla que expresa ese atardecer, habla por sí solo de algo mucho más hermoso que reside tras eso que puedo ver. Tras ello está, no un algo sino un alguien que ha generado con sabiduría tan maravilloso encanto. Se puede escuchar la bella melodía del silencio que de él ~2~ proviene y nada se puede hacer más que callar. Es una acto de abandono en lo que se nos da, es confiar que eso es bueno y que el que lo ha provisto así, es mucho más bueno que eso que contemplo. Confío aunque no vea, que todo es hecho con amor y para amar, es dejarse querer mediante la expresión que llega. En un segundo lugar, al mirar el crucifijo, se vienen millones de explicaciones y exposiciones todas válidas, pero que dejan tras de sí, una nueva estela de duda y se siente un estado de continuo comienzo en la indagación. Es así como frente a ello, queda de nuevo la actitud de silencio y más aún de confrontación, pues el sacrificio conduce a cuestionar la manera como debería ser asumido, la forma adecuada como tendría que extasiarme en él. Entonces la pregunta se centra en dos sencillas preposiciones, que presentan realidades bastante distintas. Así, el cuestionamiento se reduce a “¿creer a o creer en ese Jesús que tengo al frente?” (Francisco 26). La primera como lo indica la Lumen Fidei, hace referencia a “aceptar su palabra, su testimonio, porque él es veraz” (Ibíd). La segunda, también expuesta en la mencionada obra, indica que el creer en se da “cuando lo acogemos personalmente en nuestra vida y nos confiamos a él, uniéndonos a él mediante el amor y siguiéndolo a lo largo del camino” (ibíd.). De éste modo, se avanza hacia lo más alto que podemos con respecto a la frase que se ha considerado. Para resumir todo esto, es bueno distinguir que la exposición versa sobre la manifestación de los fenómenos según Jean-Luc Marión, en donde el primero se concibe como aquel fenómeno corriente, que es sencillo de reconocer y se asume con facilidad. Al segundo le pertenece el apelativo de científico o en otros términos fenómenos pobres de intuición, notándolos como la fe más básica que se puede tener. Por último, es decir el del ejemplo del atardecer, le concierne el fenómeno saturado, en donde los contenidos sensibles son desbordantes e inabarcables. A ello es de acotar, que en la referencia de la cruz, se vislumbra la confianza como acto de creer, es la toma de opciones, es la afirmación no de una meta, sino de un camino. Por supuesto que fundada ésta esperanza, en que no se caminará en soledad y que los senderos irán a un lugar desbordado de bondad. El hombre reconoce que “Aquí quién vigila es el corazón” (Ct 5, 2). De este modo la frase: “creer en lo que no se ve”, toma una reinterpretación, y de ser un creer porque sí, se asume a un creer en que así es y será, es optar, es tener la capacidad de abandonarse. Continuando con la presente reflexión, es necesario aseverar lo antes mencionado sobre la visión de la fe, en este caso con la intención presentar no como el todo, sino como un punto de reflexión que se espera sea para apoyar el camino de la búsqueda del sentido de la fe en la vida y para ésta. Así pues la visión que se desea presentar es la fe como abandono, como una desproveerse de toda seguridad propia y permitirse caer en las manos de Dios. En cierto sentido, esto puede sonar a desatino, sobre todo si lo comparamos con el valor que posee la seguridad hoy en día; en donde los hombres se inclinan por una fuerte tendencia, a poseer seguridad completa de cuanto les sucede y cuanto aspiran, pero en donde indiscutiblemente, se dan cuenta de que existen cosas que escapan a ese control orgulloso y soberbio. La fe no resulta aquí, como respuesta a esos espacios en blanco que el hombre no puede controlar, sino que es ante todo un dar ~3~ sentido a la vida desde una actitud más humana y porque no, más divina, es sencillamente un empapar la vida de significado. Pues bien, frente al abandono de la seguridad que está supeditada por mí, se da lugar como primer elemento, a quitar el sostenimiento en el cual se encuentra el hombre, y en segundo lugar empezar a disponer el nuevo estado en el cual se podría cimentar o en el que podrían descansar todas las posibilidades de su existencia. Al referir que la fe es un abandonarse, se pone de presente que “en realidad se trata de un todo, o todo o nada. Esta es la única alternativa que dura” (Ratzinger B 5), ya no queda otra cosa que mirar, ya no existe un segundo plan, puesto que “no se ve en ningún sitio un posible clavo al que el hombre, al caer, pueda agarrarse” (Ibíd); sencillamente ha decidido soltarlo todo y depositarse completamente, ha confiado, se ha dejado caer en el vacío, ha tomado “el riesgo de la fe en Dios, el único que puede hacer comprender tanto la grandeza del hombre (bondad de la creación de Dios) como la miseria del hombre (por su caída)” (Küng 84). Tomar esa decisión no concierne a una porción del hombre o en un estado nebuloso donde priman los principios abstractos. Esta decisión lo requiere a él completamente, necesita “el hombre histórico concreto, tal como vive en su mundo, en su cotidianeidad” (Küng 78), es desde aquí como se afirma la posibilidad de descubrir la parte más humana de la fe, ya que no se trata de decir sí, a un concepto o bajo una experiencia particular; se trata de asumir y optar con un sí concreto desde la situación real de la existencia humana. Junto a lo anterior, cabe exponer que si para los creyentes existe la posibilidad de éste riesgo, para los que se dicen no creyentes o que no profesan la fe, también. Veamos, si el creyente se lanza y pese a hacerlo, sigue dudando; aparece dentro de sí, una sentencia que lo toca profundamente y le permite sanar aquellos campos que aún no logra concretar. Para el no creyente la situación es casi similar, puesto que la misma sentencia se presenta en él y lo hace reclamar una afirmación, que aunque no sea pública; por lo menos dentro de sí, se va gestando y posiblemente se concrete en una acción eficaz. Entonces se descubre el “Quizá sea verdad” (Ratzinger B 7), como el elemento que posibilita dos movimientos que siendo distintos, se resuelven de la misma forma. Ni el creyente podrá estar seguro de su salto, ni tampoco el no creyente podrá afirmarse en su no-salto. Esto es extraño, pero se logra comprender en tanto que al reconocer que son los hombres quienes optan de éste modo, es por su misma naturaleza, que existe para los unos, la no aprensión de la seguridad total en su salto y para los otros, la no seguridad total en su quietud. Entonces quien cree, asume que la fe existe pese a su duda y encuentra en esa forma de dudar, la exigencia que lo compromete cada día. Del mismo modo el que no cree, reconoce que es posible que las cosas sean de otro modo y por lo tanto no cierra la puerta, pues se da cuenta de que no ha sido diseñada para ser cerrada, sino para ser posibilitadora de vida, de gracia, de sentido, de fe; entonces se ubica desde una nueva visión y desde unas nuevas opciones comprometedoras y concretas en su vida (Cf. Ratzinger 7). Ahora bien, es oportuno ser enfáticos en esta perspectiva con la que se pretende expresar de la fe, ante todo porque es la propuesta que se desea desarrollar, desde una ~4~ óptica que pueda iluminar el camino que se ha iniciado. Pues bien, se ha insistido en el abandonarse en Dios, el disponer todo en sus manos, en dar el salto total, pero es oportuno darle mayor clarificación a ello. Se puede tomar el lanzarse, como la capacidad de adherirse a Dios, quien carga el corazón y la vida misma de alegría, pues “Naturalmente esta adhesión a Dios no carece de contenido; es la confianza en que Dios se ha mostrado en cristo y en que solo podemos vivir confiados en la certeza de que Dios es como Jesús de Nazaret […] en la certeza de que Dios lleva al mundo y a mí en él” (Ratzinger A 29), es reconocer que Dios se ha manifestado y ha puesto su amor cerca de la vida de toda la humanidad. Es en el mismo sentido el “‘yo creo en ti’, del descubrimiento de Dios en la faz de Jesús de Nazaret, Hombre” (Ratzinger A 32). En el mismo sentido y desde una visión muy humana, en Abrahán descubrimos esa capacidad de lanzarse, puesto que “Encuentra a Dios y pone su futuro en sus manos, fiándose de él, se atreve a correr el riesgo de un futuro, que al principio está lleno de oscuridad” (Ratzinger A 38), teme pero confía pues reconoce que “La palabra que ha escuchado es para él más real que lo calculable que pueda tomar en la mano” (Ibid). sencillamente “confía en lo que aún no puede ver y de este modo se capacita para lo nuevo, para romper con lo que ya tiene” (Ibid). Así que el lanzarse exige además desprenderse, pues con mucho peso el camino será dificil, y por estar poniéndole atención a lo que se lleva, se descuida la experiencia de ser llevados. El nos sostiene, así nosotros debemos esforzarnos por dejarnos sostener, pues tal vez al cargar más de la cuenta, perdamos la oportunidad única de sentirnos amados completamente. Ahora bien, el lanzarse es la experiencia en la cual “yo me sé sostenido y este sostén me da calma y seguridad. Ciertamemente no es la confianza segura de sí mismo del hombre que, con su propia fuerza, se mantiene de pie sobre un suelo firme, sino la seguridad suave y alegre del niño que reposa sobre un brazo fuerte” (Sancho 42), con estas palabras S Edith Stein, nos hace recordar que debemos ser más humildes si pretendemos dejarnos en Dios, reconociendo que nunca es infantilismo, sino sencillez e inocencia que evocan confianza. Finalmente con la frase de Joseph Campbell que nos dice que “en la cueva donde tememos entrar, yace el tesoro que buscamos”. Se puede reafirmar que aunque exista el miedo, subsiste la certeza, pues lo uno no niega la otra sino que le da amplitud y mayor sentido. De modo que lo que resta es lanzarse y tanto para ello como para dar el paso al riesgo total de la fe, es necesario que se cultive desde dentro algunas actitudes o pasos concretos. En primer lugar una actitud de atenta escucha a la llamada que cada día se nos hace a la aventura. En segundo lugar tener la capacidad madura, humilde y sincera de aceptar el reto. Como tercer elemento emprender el camino y conquistar el miedo que nos abruma, mediante la compañía de Dios que nos va clarificando poco a poco el corazón y la mente. En cuarto lugar acoger con agradecimiento el tesoro que se nos da, pues no es para sí mismos, sino para llevarlo a muchos otros. Por último, no hay que olvidar que ya nunca más estaremos solos, aunque la oscuridad sea abundante; pues sabemos que nos hemos lanzado y nos hemos comprometido con esta apasionante aventura. ~5~ Bibliografía Francisco, Papa. Lumen Fidei. Bogotá: Paulinas, 2013. Küng, Hans. ¿Existe Dios? Madrid: Trotta, 2005. Ratzinger A, Joseph. fe y futuro. Bilbao: Desclée de Brouwer, 2007. Ratzinger B, Joseph. Introducción al cristianismo. 2013. Sancho, Francisco Javier. Las páginas más bellas de Edith Stein. España: Monte carmelo, 1998. ~6~