Quedadas - Colegio Montessori

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AÑO XXXIV. N.º 341. ENERO 2014
Enero 2014
QUEDADAS
En muchos ambientes se habla de quedada como sinónimo de encuentro, reunión
en general con gente no necesariamente amiga sino circunstancial. Hay quedada en
el parque del Bartolillo y allí acuden en tromba cientos de adolescentes que han sido
convocados por mensajes apenas inteligibles en las redes sociales o por Guasaps en
el móvil. Los más sanos se juntan a cantar y a iniciarse en la relación con desconocidos. Cuando el ambiente es más turbio, menudean el alcohol y las drogas. Pero no
todas las quedadas son así.
JULIO Y NOELIA
En una inmensa quedada con Juan
Pablo II en el aeródromo de Cuatro
Vientos en el año 2003 acudieron centenares de miles de jóvenes. Coincidí
con muchos amigos de las más dispares
procedencias. Julio y Noelia estrenaban
noviazgo. A Julio le conocía de hace muchos años. Habíamos montado en bici y
subido casi todos los puertos de montaña de su Asturias natal. El ambiente
del grupo en el que nos instalamos era
genial. Se cantaba, se coreaban todo
tipo de lemas, se estrechaban lazos de
compañerismo muy del momento pero
sólidos. Pero Noelia apenas sonreía. Julio me había contado que su contacto
con el cristianismo había sido escaso. Él
la había llevado a Misa, a reuniones de
catecismo… pero nada. La chica se resistía como una leona. Un poco de religión
en sangre está bien, pero sin pasarse,
parecía ser su lema. En un momento,
que pude hablarle, se sinceró conmigo.
Quería mucho a Jaime, pero semejante
empacho de catolicismo le estragaba.
Había decidido empezar a leer la Biblia,
pero le parecía que era como mordisquear la cola de un dinosaurio, cuando
el plan era zampárselo entero. Estaba
triste y su abatimiento contrastaba con
la bulliciosa alegría general.
Cuando, pasadas varias horas, el Papa
empezó a hablar, el jaleo de la inmensa
quedada subió varios grados. Cada frase
del anciano Pontífice era aplaudida y coreada con inmenso alborozo. Sin embargo, Noelia no aplaudía. Miraba atenta,
eso sí. En un momento determinado, la
chica pareció despertar de su letargo. Se
puso en pie y se arrancó a aplaudir con
sincero agradecimiento a la frase que
acababa de pronunciar Juan Pablo II: La
religión no se impone, se propone.
mingo y el domingo es la gran quedada
de los cristianos.
¿POR QUÉ EL DOMINGO?
Por fin alguien la comprendía. Y miraba de frente a su novio con aire de
simpático desafío. Era como si le dijera:
Aprende, macho. Tu jefe sí que sabe de
qué va la cosa.
¿PARA QUÉ IR?
Como a la buena de Noelia, a muchos jóvenes les parece que la quedada
universal que los católicos del mundo
tienen cada domingo es una imposición
desde fuera que para nada les atrae. No
parece afectarles esa reunión. La actitud
de no pocos refleja en parte una insensibilidad en la conciencia que me recuerda el diálogo de Atticus Finch y su hija
Scout ante el drama de Tom Robinson,
el pobre negro acusado injustamente de
violar a la hija de Bob Ewell:
– Scout, yo no podría ir a la iglesia y
adorar a Dios si no tratara de ayudar
a ese hombre.
– Atticus, es posible que te equivoques...
– ¿Cómo es eso?
– Mira, parece que muchos creen que
tienen razón ellos y que tú te – Tienen derecho a creerlo, ciertamente, y
tienen derecho a que se respeten en
absoluto sus opiniones –contestó Atticus–, pero antes de poder vivir con
otras personas tengo que convivir
conmigo mismo. La única cosa que
no se rige por la regla de la mayoría
es la conciencia de uno.
Sí, es la conciencia la que marca el
aviso de la quedada. Estás convocado
el domingo porque esa es tu razón de
ser: ser domingo. Esa es la clave para ser
persona: Ser cristiano es quedar el do-
Unos veinte o veinticinco años después de que Jesús de Nazaret muriera
crucificado en Jerusalén por orden del
Procurador Poncio Pilato, en muchas
localidades costeras del Mediterráneo
oriental encontramos pequeñas comunidades de seguidores del maestro Galileo. La gente les llama cristianos, porque
afirman que Jesús es el Cristo, el Hijo
de Dios, el Salvador del mundo. Pues
bien, en una de estas poblaciones llamada Tróade, un 16 de abril del año 58
de nuestra era, se reunió un numeroso
grupo de cristianos para escuchar a uno
de los grandes apóstoles de la nueva religión.
Se trataba de un judío de Tarso llamado Saulo, a quien ellos llamaban Pablo. El cronista es Lucas, un médico de
Antioquia. La sala, alta, espaciosa, llena
de lámparas pues la reunión es de noche, está a rebosar. Algunos de los más
jóvenes, como no encuentran asiento, se
acomodan en los dinteles de las ventanas. Eutico es uno de ellos. Pablo es un
gran orador y su sermón se alarga. Cerca
de la medianoche Eutico, vencido por el
sueño, se cae por la ventana y se mata.
Una caída de tres pisos nada menos. La
conmoción es enorme. Todos bajan corriendo, también Pablo, y se arremolinan en torno al cadáver.
Dejemos a Eutico por un momento,
para fijarnos con más detalle en lo que
hacía este grupo de personas. ¡Estaban
asistiendo a Misa! Con un ánimo estupendo se van a pasar la noche entera en
vela. Desde su origen la Iglesia siempre
lo ha hecho así, aunque las horas de la
Misa hayan cambiado. El cálculo de la
fecha es posible porque se nos dice que
era un domingo (el primer día de la semana) unos quince días después de la
Pascua. Lo más llamativo para los ajenos
era que años después de que Jesús hubiera desaparecido de la tierra de Israel,
sus seguidores asegurasen que estaba
vivo. Así lo anotarán también los jueces
que encausan a algunos de los primeros
cristianos. Todos afirman que Jesús, a
quien adoran como un Dios, está vivo y
presente entre ellos. Y esto lo experimentan de una manera real, palpable,
en cada Misa.
QUEDAR CON ALGUIEN VIVO
La conciencia de la Iglesia, desde los
tiempos más remotos, es que Jesucristo
–vivo, porque ha resucitado para nunca
más morir- está presente en medio de
los suyos no de un modo figurado o metafórico, sino real, precisamente cuando
los cristianos se reúnen en la conmemoración semanal de la Resurrección (el
primer día de la semana, día del sol, que
pasará a llamarse día del Señor o domingo). Los cristianos aseguran haber recibido el mandato de Jesús de renovar su
sacrificio en un memorial al que llaman
primeramente la Fracción del pan y más
tarde Eucaristía o Acción de gracias. Esto
es lo que estaban haciendo Pablo y sus
seguidores en Tróade.
Explicado en un lenguaje cristiano,
lo anterior quiere decir que la razón
por la que desde el primer momento los
bautizados se juntan los domingos no es
otra que celebrar mediante la Eucaristía
que Jesucristo está vivo y presente entre ellos. Y no sólo está vivo, sino que su
Vida les da vida a ellos. Por eso la Iglesia vive, se nutre y se desarrolla por la
Eucaristía. La Iglesia y cada uno de los
fieles bautizados reciben vida de la Vida
de Cristo.
Algunos piensan que la Iglesia se
fundó en Jerusalén hace veinte siglos y
desde entonces viene peregrinando por
la historia. Esa no es la verdad completa.
No es exacto, ya que de alguna manera,
la Iglesia nace cada vez que en un rincón del globo se celebra el sacrificio eucarístico. Los cristianos somos, cada uno
y todos juntos, lo que seamos al dejar
que Cristo viva en nosotros. Conociendo
nuestra personal debilidad, los pastores
y los santos nos señalan un camino inequívoco: Hay que buscar a Jesús donde
realmente está. No sirve conformarse
con imágenes, vestigios o recordatorios.
Durante los diez primeros siglos, la Eucaristía con asistencia de pueblo estaba
reservada a los domingos y las fiestas.
Ese era el día del Señor y, por tanto, el
día en que la comunidad cristiana recibía aliento y energía para rodar una semana más.
A partir del siglo XI, la devoción extiende el deseo de participar en la Eucaristía con mayor frecuencia, y empieza
a popularizarse el nombre de Misa. Esta
palabra está relacionada con el término
latino Missio (misión, encargo) y se basa
en las palabras de despedida de la asamblea litúrgica: ite, Missa est (marchaos,
la misa –el encargo- está consumada). El
encargo se refiere al mandato de Jesús
(Haced esto en memoria mía) y a la misión que reciben los fieles de extender el
Reino de Dios.
EUTICO, EL DORMILÓN.
Para un cristiano, la participación en
la Eucaristía dominical no es por tanto
una simple opción voluntaria o acomodada a las circunstancias. Tampoco una
mera obligación de recibir adoctrinamiento religioso periódico. Es vida, porque la religión cristiana no es una teoría
o un código de conducta, sino una relación personal con un Salvador (Jesús) y
con una comunidad (los fieles). Si falta
ese trato, falta vida, en el sentido de vigor, vitalidad, aliento. Desde siempre la
Iglesia ha mandado, no sólo aconsejado,
a sus hijos que participen cada domingo
en la Eucaristía por este motivo: sin la
Misa dominical la fe se debilita y muere
por falta de energía vital.
Este mandato se formaliza desde que
se recibe la Primera Comunión y se renuevan las promesas del Bautismo. De
ahí que los padres cristianos procuren
facilitar a sus hijos la participación en la
Eucaristía cada domingo, no ya como la
simple colaboración para educarles, sino
como el empeño vivo de enseñar a vivir
y a transmitir la vida.
A todo esto, ¿qué pasó con el pobre
Eutico? La narración está tomada del capítulo 20 del libro de los Hechos de los
Apóstoles. La historia de este joven bien
podría ser la semblanza perenne de muchos adolescentes que se aburren y se
duermen los domingos en Misa. Tanto
da que el orador sea ameno o un pelma. Bostezarían hasta en el sermón de
la montaña. Nadie les ha explicado con
cierto éxito en qué están participando.
Lo mismo sucede a otros bautizados
que no asumen sus compromisos. Y el
alma se les adormila, se asfixia y se muere. Ante el cadáver de Eutico todos se
quedaron paralizados. Pero el Apóstol
Pablo se echó sobre el muchacho y lo
revivió. Luego, como si tal cosa, volvieron todos arriba y continuaron la celebración eucarística hasta el amanecer. La
anécdota ha servido desde siempre para
hacer una catequesis simbólica de que la
Eucaristía es Vida y da la vida. Al igual
que Dios, por medio de san Pablo, se la
dio al joven y atolondrado Eutico, cuyo
nombre significa Afortunado pero también podría significar algo así como bien
plantado. Y tanto.
Javier Láinez
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