CLAVES 41 1/3/07 10:15 Página 1 Comunicación médico-paciente Coraje compartido DR. F. BORRELL I CARRIÓ. Médico de familia. ICS. Profesor Facultad Medicina. Campus Bellvitge. Universidad de Barcelona. ada define mejor a un médico como su manera de encarar el sufrimiento ajeno. Los pacientes muchas veces nos sorprenden por su paciencia, paciencia con sus achaques, y paciencia con los sucesivos fracasos de nuestros tratamientos. Otras veces nos sorprenden también por su coraje, coraje ante la adversidad, coraje al afrontar sus propias debilidades. Hoy les propongo que nos detengamos en el coraje. ¿Cómo definir coraje? Actitud decidida con la que se acomete una empresa, o se arrostra una dificultad. Sobreponerse a la cobardía. Mantener cierta integridad en un mar de problemas… Un paciente pierde a un familiar de primer grado, su pareja le abandona y le comunicamos que es VIH positivo… y no se hunde, no se desencaja, nos mira fijamente y nos dice: “dígame lo que debo hacer, y lo haré”. Hay muchas muestras de coraje, algunas casi nos pasan desapercibidas. Coraje nos demuestra un paciente oncológico que lo quiere saber todo, sea lo que sea, y lo quiere saber con precisión y sin retórica. Coraje es la del familiar, obligado por exigencias del guión a conocer lo que a veces el propio paciente no desea saber, depositario de una verdad que no le pertenece del todo, pero que debe tomar como propia. En ocasiones esta verdad le producirá más daño que una quemadura, porque será una verdad que se moverá en su interior sin saber dónde aposentarse. Resulta curioso constatar que el coraje no tiene reglas. Así por ejemplo frente al paciente que quiere saberlo todo, tenemos al que desea olvidarlo todo. Puede ser el caso del paciente terminal que se da un respiro y sale a su casita de campo, un fin de semana, y se dice, “estoy bien, todo es un sueño”, y se apega a un presente que le ofrece una brizna de felicidad. También en este olvido puede haber coraje. Y coraje puede ser todo lo contrario, afrontar la realidad calamitosa de un cuerpo destrozado por las drogas, recogerlo con la piedad modesta de un franciscano, y resarcirlo de tantos excesos como si lo amáramos, aunque en realidad el paciente se deteste, y deteste sobre todo su trayectoria vital. En este acto de aceptarse y reconciliarse consigo mismo, también podemos ver la grandeza del coraje. Coraje demuestra cada día esta hija que cura las llagas de su padre, aunque de niña el padre la maltratara. O la del cónyuge, que cierra los ojos del amado tras 50 años de feliz matrimonio. Tantas y tan diversas son las caras del coraje. Y lo más llamativo es que el mismo acto, la misma conducta, puede ser realizado con o sin coraje, y solo un observador avezado sabría captar la diferencia, una diferencia por otro lado capital. Porque un acto realizado desde el coraje tiene a toda la persona íntegra comprometida en la acción, mientras que los actos condicionados por el miedo, o la angustia, son realizados con la mirada cabizbaja de perro apaleado. Pero lo que hoy me interesa resaltar es la reacción del médico ante el coraje, porque coraje solo puede bailarse al compás de más coraje. Primera observación: ante la presencia de coraje el médico se admira y se inquieta, y busca dentro de sí algo similar, N y si no lo encuentra, se avergüenza. ¡Qué fácil nos resulta en tales circunstancias respetar al paciente! Los cirujanos sienten debilidad por estos pacientes que les entran con lesiones terribles y apenas se quejan, pongamos un torero empitonado. El mismo cirujano se pregunta entonces, ¿sostengo yo con tanta bravura el bisturí?, y se arrepiente de inmediato de semejante pensamiento, pues lo concentra en un fino temblor de manos que de otra manera le hubiera pasado desapercibido. Este punto tan delicado debe ser resuelto de inmediato, siempre a favor del coraje, y el cirujano devuelto a lo mejor de su arte, ya no piensa en el temblor, piensa en la incisión, en el clipaje, en el plan de batalla que ejecutará con mano diestra, por decidida. Los médicos nos ejercitamos en el coraje, pero siempre el coraje es nuestro reto más permanente. Si a algo tenemos miedo es a perder el coraje… ¡vaya contradicción! Para ser más concreto no veo mayor coraje que los instantes previos a entrar en una larga guardia, pongamos de las prehistóricas, de aquellas que hacíamos de 24 horas consecutivas (y que aún hacen en algunos servicios). En estos intantes se cruzan profecías de desastre y profecías de esperanza, y el médico se dice: “sea lo que sea no debo preocuparme, con hacer lo que pueda hacer en cada momento, yo ya cumplo”. Pero en el fondo no es eso lo que le preocupa, lo que le preocupa es lo que se sale del guión, el paciente judicial que le dice: “doctor, sáqueme las esposas, así no es humano que me visite usted”, la jovencita de 13 años que por enésima vez le pedirá una pastilla del día después, la pescadera que muy serena, pero pálida, entrará en la consulta y se limitará a decir… “doctor, me han dejado colar porque mire usted, me corté el dedo meñique”, y se lo entregará envuelto en un pañuelo, el paciente drogadicto que amenazará con un cuchillo a cirios y troyanos, en fin, todas estas situaciones introducen matices a este coraje necesario, sin el que no se puede trabajar en urgencias. Porque… ¿qué sería de un médico sin coraje? Un médico asustado de sus propias decisiones. Porque el coraje no es exactamente un tipo de decisión, sino una actitud, una manera de estar. Consideremos algunos de los ejemplos precedentes…. Podríamos pensar, por ejemplo, que coraje es decirle al policía: “por favor, saque las esposas al reo para proceder a su examen”, y en realidad optar por la decisión más fácil y peligrosa. O darle sin más —y por enésima vez— la pastilla postcoital, pero también aquí optar por lo fácil. ¡Tantas veces el coraje es enemigo de la pereza! Pero sin duda hay un coraje que es el más callado de todos. Decíamos más arriba que poco nos cuesta respetar al paciente valeroso. Es un paciente que se granjea nuestra empatía de manera casi automática, y admirándole compartimos su coraje. Pues bien, ante el paciente cobarde… también necesitamos cierto coraje para respetarlo, para empatizar con su pavor, con su angustia, sin por ello incomodarnos. He aquí la expresión más silenciosa del coraje. Cuando sin compartir, respetamos. Las relaciones profesionales con nuestros pacientes basadas en la participación mutua en la toma de decisiones y el desarrollo de la autonomía de los pacientes generan una mayor satisfacción y unos previsibles mejores resultados clínicos.