© John Brown © de la presente edición (octubre, 2009) tierradenadie ediciones, S.L. © imagen de portada: Natividad Salguero © diseño y maqueta: tallerV. ISBN:798-84-935476-3-9 Depósito legal: imprime:PUBLIDISA TIERRADENADIE EDICIONES, S.L. CIEMPOZUELOS (MADRID) http://www.tierradenadieediciones.com correo electrónico: info@tierradenadieediciones.com JOHN BROWN LA DOMINACIÓN LIBERAL Ensayo sobre el liberalismo como dispositivo de poder “Mientras existe el Estado no hay libertad. Cuando haya libertad, no habrá Estado” Lenin, El Estado y la revolución, capítulo V. “Remota itaque iustitia quid sunt regna nisi magna latrocinia? quia et latrocinia quid sunt nisi parua regna? Manus et ipsa hominum est, imperio principis regitur, pacto societatis astringitur, placiti lege praeda diuiditur. Hoc malum si in tantum perditorum hominum accessibus crescit, ut et loca teneat sedes constituat, ciuitates occupet populos subiuget, euidentius regni nomen adsumit, quod ei iam in manifesto confert non dempta cupiditas, sed addita inpunitas. Eleganter enim et ueraciter Alexandro illi Magno quidam comprehensus pirata respondit. Nam cum idem rex hominem interrogaret, quid ei uideretur, ut mare haberet infestum, ille libera contumacia: Quod tibi, inquit, ut orbem terrarum; sed quia <id> ego exiguo nauigio facio, latro uocor; quia tu magna classe, imperator.” Agustín de Hipona, La Ciudad de Dios 5 Introducción TODOS DERECHOS Y HUMANOS La idea de este libro surge en una coyuntura muy precisa jalonada por dos acontecimientos históricos recientes: las jornadas de protesta de Seattle como momento emblemático de la edad de oro de la antiglobalización y el fracaso en términos de eficacia política de las movilizaciones multitudinarias contra la guerra de Iraq. Si todavía el altermundialismo de Seattle podía creer en la democracia realmente existente y en las posibilidades que ésta supuestamente brindaba para salir del neoliberalismo o cuando menos paliar sus efectos, la brutalidad de la reimposición del orden que tuvo lugar después del 11 de septiembre con la generalización del estado de excepción antiterrorista y las sucesivas cruzadas en nombre de la seguridad, la democracia y los derechos humanos en Afganistán e Iraq disipó muchas de las ilusiones que entonces se habían fraguado. Estas ilusiones tienen su historia. En un primer momento, tras el final de la guerra fría, desde un sector de la izquierda renaciente de sus cenizas se intentó hacer un experimento: formular una crítica radical del liberalismo desde el interior mismo de la democracia liberal. Se podía creer aún, efectivamente, en la existencia de un margen de juego dentro del propio sistema que en el caso, por ejemplo, del movimiento Attac se expresaría en su campaña en favor de un impuesto mínimo sobre la ingente masa de las transacciones financieras internacionales, el impuesto Tobin. Esta campaña, aun modesta en sus objetivos, se enfrentó desde el primer momento con muy serios obstáculos, particularmente en la izquierda parlamentaria convertida al neoliberalismo. Sin embargo, el objetivo no parecía inalcanzable. Así lo mostró la amplitud y popularidad del movimiento de crítica a la mundialización neoliberal en nombre de la democracia y sus valores cuyo emblema fue aún Seattle. El 11 de septiembre puso un freno a todas estas esperanzas. La enorme violencia de respuesta desplegada por el terrorismo islámico abrió paso a partir de esa infausta fecha a la violencia inconmensurablemente mayor del propio capitalismo neoliberal. Las leyes antiterroristas, la progresiva atrofia de las garantías de- 7 mocráticas y del derecho internacional a ambos lados del Atlántico, la agresión neocolonial contra Afganistán e Iraq, el mantenimiento de la situación colonial en Palestina, terminaron por desvelar el reverso tenebroso de las democracias liberales. En nombre de los derechos humanos y de la libertad, las detenciones arbitrarias, la tortura y la guerra colonial se convirtieron en prácticas “normales”. El absoluto desprecio de los gobiernos por el rechazo a la guerra de Iraq manifestado por sus poblaciones reveló a quien aún lo necesitara que la democracia no figuraba en el orden del día de los gestores mundiales del capital. Ante esta situación se imponía comprender el mecanismo que estaba operando. En nuestro caso, la prioridad fue entender la lógica de la excepción que sustentaba el discurso sobre el terrorismo, en la nueva expresión de la soberanía prevalente en el contexto de la mundialización, en una construcción europea explícitamente neoliberal, en la liquidación de las libertades y en las agresiones racistas y neocoloniales en nombre de los derechos humanos. No tardamos en darnos cuenta de que los derechos humanos y el Estado de derecho guardaban una relación estrecha con esta lógica de la excepción que veíamos actuar en esta nueva fase armada y postdemocrática de la mundialización. Acabada la fase optimista de la mundialización, la retórica humanista no sucumbió a las bombas, sino que les sirvió de justificación. Algunos pensaron, siguiendo una vieja tradición de la izquierda, que el discurso de los derechos era una mera mascarada que ocultaba la violencia. Sin embargo, cuando la violencia se ejerce explícitamente como acto humanitario, como acto de institución de la democracia y de las libertades, no cabe esa distancia que posibilita el engaño. La guerra, la tortura, el colonialismo no son hoy lo contrario de los derechos humanos y del Estado de derecho sino su reverso, el conjunto de medios que los posibilitan. No tardamos tampoco en sospechar que esta apreciación no se aplica meramente a la coyuntura actual. Investigando los orígenes del dispositivo de poder liberal merced al cual el Estado moderno se une inseparablemente al capitalismo, hemos podido reconocer desde el punto de vista histórico la continuidad existente entre la forma absolutista del Estado moderno y sus formas liberales, pero sobre todo, a un nivel estructural y no meramente “histórico”, la férrea vinculación entre la excepción como núcleo de la soberanía y los derechos humanos realmente existentes, a saber los del individuo inserto en las relaciones de mercado. Paz y violencia, orden normal y excepción se encuentran íntimamente vinculados en la expresión política de la forma capitalista de la sociedad de clases. El actual desbordamiento de la violencia imperial no 8 constituye así una anomalía del sistema, sino una excepción “normal”, inscrita en la estructura misma de la “normalidad” capitalista. No hay que olvidar, sin embargo, la ilusión política de la que parte nuestra perplejidad, ni la coyuntura en que se arraiga, que también está marcada por un símbolo: la caída del muro de Berlín y el consiguiente desmoronamiento del bloque socialista. Una vez desaparecidos los regímenes del socialismo real, pareció que quedaba por fin abierto el espacio para la universalización efectiva de la democracia y los derechos humanos. Parecía posible, con la conclusión de la guerra fría, realizar viejos sueños de libertad y de paz. No sólo había desaparecido el socialismo real, que se disipó casi de repente como un mal sueño dictatorial, sino que la propia democracia liberal, cuyo carácter de clase había criticado la izquierda durante décadas, se había convertido para todos en la democracia real e incluso en la única democracia auténtica. Entre los más emocionados corifeos de la nueva era figura en destacado lugar el filósofo hegeliano norteamericano Francis Fukuyama, autor de una obra, El Fin de la Historia, que marcó sin duda una época aún reciente, pero cuyo título nos suena hoy a triste ironía. Para esta ideología del fin de la historia, la combinación de democracia liberal y economía de mercado se presentaba como la fase final de la historia humana, historia ésta que durante milenios no había perseguido, aunque fuera por medios muy alejados, otro resultado que alcanzar este estadio último de la civilización. Se pretendía haber logrado a la vez la forma más justa de organización política y el máximo de eficacia en la economía, con lo cual los objetivos tanto morales como materiales de la humanidad se daban por definitivamente realizados. Terminada la guerra fría, con ella se enterraron la lucha de clases, el socialismo, el comunismo, todo lo que de una manera o de otra pudiera cuestionar el orden social triunfante basado en la democracia liberal y el capital. Libre de contradicciones y de impurezas históricas, el régimen liberal podía por fin mostrar su auténtico rostro como orden moral y económico, justo y eficaz a la vez. Los ideales ilustrados coincidentes con los valores del pensamiento liberal clásico por fin podían realizarse en la apertura de un nuevo territorio lleno de promesas para la humanidad en su conjunto. No se reparó en esos momentos de entusiasmo en toda una serie de implicaciones de este doble triunfo moral y económico del liberalismo. En primer lugar, en que al desaparecer todo antagonismo o incluso toda alternativa política sustancial, quedaba cuestionada la posibilidad misma de una vida política y de un tipo de libertad civil que fuese más allá de lo estrictamente privado. En otros términos, lo que desaparece 9 junto con el antagonismo político en el imponente consenso de la posguerra fría es el concepto mismo de ciudadanía política. Cuando la perspectiva sobre la vida en común queda reducida a juicio moral —o actuación judicial— y análisis económico, la esfera de la política, que se caracterizaba desde los clásicos por el enfrentamiento e incluso el antagonismo a propósito de lo que constituye “el buen vivir” termina por desvanecerse. En el lugar que correspondería a la vida política nos encontramos por un lado, con un horizonte tan inmóvil como el decorado de una película, compuesto por una serie de valores sustento de derechos que se consideran derivados de la propia naturaleza humana y se presentan por lo tanto como indiscutibles; por otro con un orden económico no menos rígido que sólo cabe analizar, estudiar y comprender, pero que es imposible transformar en sus aspectos esenciales. Ni los derechos humanos, epítome de la moral humanista y humanitaria liberal, ni la economía son temas propiamente políticos, pues ambas esferas escapan por definición a la decisión humana: son objeto, respectivamente, de emotiva veneración y de declaraciones solemnes o de conocimiento “científico”, pero no de decisión. Sin embargo, para que exista política —como nos enseña Aristóteles— es necesario, que se dé un margen de indecisión en cuanto al sentido de la vida en común, que ésta no sea sin más “la vida” sino algo tan esencialmente sujeto a discusión y decisión como es “el buen vivir”. Debido a la naturaleza política del hombre, el βιος, la vida que puede ser objeto de relato, de “biografía”, no se reduce a mera ζωη o vida natural. En esto coinciden prácticamente todos los pensadores que se han preocupado por la especificidad de lo político, desde el propio Aristóteles a Hannah Arendt, pasando por Carl Schmitt. El autoproclamado “fin de la historia” zanja, así, como algo ya no pertinente este debate fundamental. El único plano que subsiste para la existencia social humana es el de la vida, con lo cual se disipa la diferencia que ya viera la antigüedad entre el animal dotado de palabra, que puede debatir sobre el bien y el mal, y los demás animales sociales como las abejas o las termitas que, aun siendo capaces de vida social, carecen propiamente de existencia política. La “animalización” del hombre prevista por Kojève se convierte así en el auténtico contenido de este más allá de la política. En el nuevo orden mundial liberal, dos ámbitos, trascendentes ambos a la política e interrelacionados, tienden a ocupar y liquidar el espacio político: los derechos humanos, que constituyen el eje fundamental de una ética estrictamente individual y privada y el ámbito “autorregu- 10 lado” y pretendidamente natural de la economía. No es, por lo demás, ninguna casualidad que sean estos dos aspectos y no otros, como podrían ser la religión y el derecho o cualquier otra combinación de esferas de la cultura, los que en el marco del orden liberal determinen de manera exhaustiva toda posibilidad de pensamiento y de planteamiento práctico sobre lo común. La articulación de la individualización de los derechos y de la moral con los mecanismos del mercado corresponde a una fase histórica concreta. Como nos indica Marx en toda su obra y nos recuerda el mismísimo Von Mises, con mucha mayor sinceridad que tantos defensores de “izquierda” del Estado de derecho y del liberalismo “político”1: “Una sociedad donde se ponen en práctica los principios liberales suele denominarse sociedad capitalista, y a la condición de esta sociedad, capitalismo”2. Lo que siempre ha estado presente detrás del viejo como del nuevo orden liberal, con sus libertades y derechos ha sido el capitalismo: los derechos humanos, el Estado de derecho, el conjunto de instituciones jurídicas y políticas que caracterizan al liberalismo constituyen, a la vez que una muy peculiar forma de libertad, las condiciones institucionales que hacen posible la centralidad y universalidad del mercado y la “autorregulación” de la esfera económica. Esto no significa que el capitalismo sea previo al orden liberal y lo determine unilateralmente, como un motor ahistórico de la historia, pues, como podremos ver, el propio orden liberal es condición de existencia del capitalismo. El objetivo que nos planteamos en este libro es mostrar la profunda interrelación que guardan con el capitalismo histórico incluso aquellos aspectos del liberalismo que los propios antiliberales han solido considerar como “conquistas universales”. Con este fin recuperaremos, no sin cierta ironía y con muy opuestos fines la idea cara a la derecha y aun a la izquierda liberal de que no existe libertad sin libertad de mercado. 1.- Nota general sobre las notas y la bibliografía en este libro. Debido a las circunstancias en que se ha escrito este texto no ha podido el autor recurrir siempre a traducciones castellanas de los textos citados. Las citas se han hecho por lo tanto a partir de la obra original y han sido traducidas por el autor o bien, cuando éste no ha podido tener a mano ni la obra original ni una traducción al castellano, a partir de traducciones en otras lenguas igualmente vertidas al castellano por el autor. 2.- Ludwig Von Mises, Liberalism in the Classical Tradition, Cobden Press, San Francisco, California, 2002, p.10: « A society in which liberal principles are put into effect is usually called a capitalist society, and the condition of that society, capitalism». 11 Nuestra tesis central es que el Estado de derecho, esa creación histórica del liberalismo que se presenta a sí misma como el único marco político compatible con los derechos humanos, es al igual que los propios “derechos humanos”, inseparable del orden social capitalista. Ambos son parte integrante de su marco institucional: el dispositivo de gobierno liberal. Es importante precisar que con ello no hacemos nuestra la teoría instrumental de las superestructuras políticas y jurídicas que ha venido defendiendo tradicionalmente la corriente mayoritaria de la izquierda marxista basándose en una muy discutible interpretación de la famosa tópica marxiana de la Introducción a la Contribución a la Crítica de la Economía Política de 1857, cuyo origen es en último término la concepción liberal de la autorregulación de la economía. No compartimos así la idea de que, bajo la supuesta superestructura de la democracia “formal”, se “oculte” la infraestructura de la explotación real. Esa teoría presenta a la política y al derecho como meras superestructuras que funcionarían como máscaras. Serían así medios de ocultación de una realidad que, sin ellos, podría tener existencia propia y que expuesta a la luz del día, libre de máscaras y simulacros podría mostrarnos su verdadero rostro. Contrariamente a esta tesis de la ocultación y del engaño, cuyo presupuesto “ilustrado” es la naturalidad y universalidad de los derechos humanos y el Estado de derecho, vemos en los derechos humanos y en sus derivados jurídicos y constitucionales un elemento fundamental de la propia existencia del mercado universal como institución central del régimen capitalista. Los derechos humanos son un elemento clave de la ideología jurídica, pero, a la vez “la forma, recubierta de brumas místicas, de una relación social específica”3. Los derechos humanos no enmascaran la realidad del capitalismo, son su forma. En tanto que forma, expresan y constituyen el orden capitalista en un incesante vaivén entre economía y moral, reino de la necesidad y reino de la libertad. Afirmaba Hannah Arendt que en la sociedad moderna la naturaleza, a la que pertenecen el trabajo y la esfera de la economía, invade la polis, tendiendo a destruir el mundo humano donde se inscriben la esfera pública y la vida política. Sostiene a propósito de la moderna socie- 3.- Evgeny B. Pasukanis, La théorie générale du droit et le marxisme, Paris, EDI, 1970, p. 68. 12 dad industrial: “Es como si hubiéramos derribado las barreras que protegían al mundo, al artificio humano, separándolo de la naturaleza, del proceso biológico que tiene lugar en su seno como los ciclos naturales que lo rodean”4. A nuestro juicio, lo que ha roto estas importantísimas barreras no es el mero desarrollo indefinido de los procesos técnicos —como afirma Arendt, siguiendo en ello a Heidegger— sino la dinámica ciega e ilimitada desencadenada por la relación “capital”. Paradójicamente, el que estos “inhumanos” procesos puedan desarrollarse sin freno alguno se debe en gran medida a la eficacia de los conceptos de “hombre” y de “derechos humanos” que funcionan como operadores discursivos del mercado universal y, por consiguiente, del capitalismo. No se trata de meras palabras que remiten a un significado preexistente, sino de dispositivos lingüísticos con carácter “performativo”, esto es que contribuyen a la generación de una relación social, prestando a posteriori contenido a un significante inicialmente vacío. En primer lugar, sólo merced a ellos es posible el funcionamiento del mercado como institución central del régimen capitalista. Por otra parte, los derechos humanos, que no son sino los derechos subjetivos que corresponden al individuo humano como tal, se inscriben en dos espacios no coincidentes: el orden del derecho y de la ciudad donde corresponden a los ciudadanos iguales del mercado y de un Estado de lógica mercantil y contractual y el orden biológico donde se atribuyen estos derechos a la especie humana como especie animal. Nuestro propósito es situar histórica y estructuralmente los derechos humanos dentro del esquema de gobierno liberal del que, a nuestro juicio, resultan inseparables y explicitar las consecuencias deletéreas para la democracia —que para nosotros no se distingue de la propia política— de una gestión de la cosa pública fundada en tales derechos. Con este fin, indagaremos cuál es el marco de aparición del liberalismo describiéndolo no ya como una ideología política entre otras, sino como un dispositivo general de gobierno. Ello requiere de entrada una aclaración sobre la naturaleza del liberalismo y una determinación de sus raíces históricas. Siguiendo la inspiración de Michel Foucault en sus cursos de los años 70 dedicados a la biopolítica, presentaremos el liberalismo, en el marco de la coyuntura histórica que le dio 4.- Hannah Arendt, The Human Condition, The University of Chicago Press, Chicago and London, 1998, p.126. 13 origen, como una de las opciones fundamentales que tenía ante sí el Estado absolutista para hacer frente al problema estratégico de la población y de su gobierno. Ello nos conducirá en segundo lugar a examinar la doble centralidad económica y política de los derechos humanos. Los derechos humanos son el auténtico núcleo jurídico de la autonomía de la esfera económica. Posibilitan una transición del derecho a la economía. Gracias a la eficacia jurídica de los derechos humanos, la economía se constituye como un todo independiente y autorregulado en torno a su institución fundamental: el mercado. Los derechos humanos son también, por consiguiente, la base de la autonomía de la sociedad civil que se articula a través de relaciones e intercambios interindividuales modelados según el paradigma mercantil. Sin embargo, la función de los derechos humanos no se detiene en el mercado; son también los indicadores de un tránsito interno a la propia economía capitalista entre sus dos facetas constitutivas: el mercado y la esfera de la producción/reproducción. Los derechos humanos son, en el dispositivo liberal, el interfaz entre vida y derecho merced al cual la política encuentra en un primer movimiento su verdad en la economía, gestión biopolítica de la población y de los individuos, y la economía sirve en un segundo momento de punto de partida a un planteamiento —autodestructivo— de la política basado en la representación. Mostraremos seguidamente cómo los derechos humanos son el fundamento de legitimación del poder soberano representativo. Este poder de nuevo tipo se inaugura con el absolutismo y se erige en garante del orden de mercado. Absolutismo y liberalismo son así histórica y jurídicamente dos caras de una misma moneda en la medida en que el poder representativo (luego absoluto) termina, siguiendo su propia lógica, por gobernar a través de una economía “autorregulada”. El Estado de derecho garante de la autonomía del individuo y de la sociedad civil, que ha solido contraponerse al poder absoluto, es así, contrariamente a lo que afirma el lugar común, un elemento básico de este poder moderno cuyo funcionamiento requiere a la vez la creación y el control de espacios de libertad. Habremos completado así un recorrido que parte del poder soberano originariamente absolutista, pasando por la creación por este mismo poder de un ámbito de la economía y de la sociedad civil, para llegar de nuevo al poder soberano cuyo fundamento jurídico y político es la representación de los agentes libres del mercado y de la sociedad civil. Descrito este circuito, pasaremos a examinar sus consecuencias en el plano de la política y la ciudadanía. 14 El régimen liberal entraña desde su mismo principio y no de manera accidental una despolitización generalizada. El liberalismo es alérgico a la decisión, pues procura fundamentarse en la naturaleza, basando sus normas en una verdad natural relativa al ser humano o en las pretendidas leyes objetivas que rigen la vida en común de éste sobre la base de relaciones fundamentalmente económicas. La decisión, prerrogativa del soberano que se ejerce en caso de necesidad o de peligro para el Estado, sólo aparece en este contexto como excepción justificada por la urgencia de restablecer la normalidad. El objetivo de la decisión soberana es paradójiamente hacer innecesaria cualquier decisión, pues en la lógica del gobierno o de la gobernanza debe descartarse el conflicto político, la política como antagonismo. Esto nos conducirá a examinar la relación existente entre la despolitización liberal y la explícitamente propugnada por regímenes denominados “totalitarios”. Con ello podremos comprender el aparente misterio de la relación entre las formas normales y excepcionales del poder en el capitalismo. Por último intentaremos averiguar qué vías permitirían salir de este laberinto liberal y recuperar la política. Nos apoyaremos para ello en las formulaciones sobre el estado de excepción de Walter Benjamin así como en la teoría marxiana y luxemburguista de la dictadura del proletariado definida como la “conquista de la democracia”. Sólo asumiendo el horizonte de la excepción puede producirse, en efecto, la asociación explícita de norma y decisión que hace posible una separación de la norma respecto de la naturaleza, convirtiéndo a aquella en objeto de acción política y no de mera contemplación. La condición para ello es el abandono del sistema economía-derechos humanos-poder representativo-Estado de derecho que impide pensar y practicar otras formas de gobierno y perpetúa el capitalismo como horizonte fijo de una historia paralizada. 15