VALORES DE MAMÁ MARGARITA El 25 de Noviembre de este año

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VALORES DE MAMÁ MARGARITA
El 25 de Noviembre de este año conmemoramos el 150 aniversario de la
muerte de la madre de Don Bosco, primera cooperadora con Don Bosco en la misión
de Jesús.
Nació el 1 de Abril de 1788 en Caprilio, pueblecito piamontés de
cuatrocientos habitantes, cercano a Chieri.
La infancia y adolescencia de Margarita transcurren en un periodo marcado
por guerras y revoluciones, el Piamonte, como región fronteriza, pasaba de unas
manos a otras (Francia, Austria…).
En medio de estas vicisitudes, Margarita va forjando un carácter enérgico y
franco, dos ejemplos lo demuestran:
En una aldea cercana vivía un hombre que atraía las miradas de la gente, por
su extraordinaria altura y corpulencia. Un día en que Margarita estaba
contemplándole el hombre se acercó a ella y le dijo: ¡Caramba! ¿Es que no puedo
ir a dónde quiera, sin que estén todos mirándome? ¿Por qué razón me miras de pies
a cabeza?
Margarita, sin ponerse nerviosa respondió:
Por lo mismo que un cerdo mira pasmado a un obispo; y si te puede mirar un
cerdo, con mayor razón puedo hacerlo yo, que al fin y al cabo soy más que un
cerdo.
En otra ocasión, los soldados austriacos acampados en los campos vecinos,
habían dejado libres los caballos y estos comenzaron a comerse la cosecha de maíz.
Margarita viendo que los soldados no lo impedían, “agarró una horca y la
emprendió a golpes y pinchazos consiguiendo que los caballos huyeran”
Estos episodios muestran los rasgos de una jovencita decidida, valiente,
sincera, con la prudencia necesaria para no equivocarse en sus decisiones y superar
las pruebas de la vida.
A pesar de ser iletrada (en aquellos tiempos las niñas no asistían al colegio)
recibió una sólida instrucción religiosa y autentica educación cristiana, asistía a la
Santa Misa, frecuentaba los Sacramentos y escuchaba la Palabra de Dios, la cual
gracias al don de una memoria prodigiosa la interiorizaba y la hacia vida.
A los 24 años se casó con Francisco Luis Bosco el 6 de Junio de 1812.
Francisco era viudo y aportó al matrimonio un hijo, Antonio. Margarita pasó el
mismo día a ser esposa y madre.
Los 5 años siguientes fueron de serena felicidad, Francisco compró en I
Becchi un pequeño terreno y una humilde casita, en ella nacieron, primero José el 8
de Abril de 1813 y dos años más tarde el 16 de Agosto de 1815 nació Juan Melchor,
nuestro fundador.
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Todo iba bien hasta que Francisco, un día de Mayo de 1817 volvió del campo
empapado de sudor y bajó a la bodega a descansar un rato. Subió con fuertes
escalofríos; una pulmonía fulminante. Fueron inútiles todos los esfuerzos. Murió el
11 de Mayo. Margarita lloró amargamente, Juan que tenía sólo 21 meses quería
permanecer junto a su padre, “Ven Juan, ven conmigo” repetía su afligida madre “Si
no viene papá, no quiero ir” “Pobre hijo mío, tu ya no tienes padre” y cogiéndolo
de la mano lo llevó fuera de la casa.
Durante los siguientes años, Margarita trabajó duramente atendiendo los
trabajos del campo y los animales. Tenía a su suegra y a los tres pequeños a su
cargo. Además de todo esto sacaba tiempo para educarlos, inculcando a sus hijos el
sentido de un Dios-Amor siempre presente y una profunda devoción a María.
De sus enseñanzas Juan asumió lo que más tarde sería el Sistema Preventivo,
núcleo central del Carisma Salesiano.
Margarita, nos asombra con sus intuiciones, con la sabiduría, la fuerza serena,
el equilibrio y la prudencia de su actuación como educadora al haber reunido en sí
las exigencias del doble amor paterno y materno.
La Divina Providencia le concedió la gracia de ser una educadora “salesiana”
animada por un amor preventivo que sabía comprender, exigir, corregir, soportar y
sonreír. Practicaba ese “diálogo” del que tanto se habla hoy. Vigilaba, controlaba y
guiaba a sus hijos, pero no los oprimía. Tenían que obedecer y pedir permisos, pero
les dejaba con gusto entregarse a la alegría infantil y a sus juegos. No cedía nunca a
caprichos y corregía amorosamente. Había una varita allí, en el rincón de la
habitación pero nunca echo mano de ella y menos aún dio un cachete. “Quería a
toda costa que la corrección no provocase ira, desconfianza, desamor. Su máxima
sobre este punto era bien clara: llevar a sus hijos a hacer todo por afecto o para
agradar al Señor” Años después madre e hijo lo implantarían en el Oratorio de
Valdocco.
Amor-Caridad
Margarita enseñó a sus hijos a ver a Dios en la naturaleza y en el rostro
de los demás, como sirven de muestra estos ejemplos:
“En el invierno (recordaba Don Bosco) venía con frecuencia a nuestra puerta
un mendigo. Había nieve y hacía mucho frío pedía poder dormir en el pajar”
Margarita, antes de dejarle ir allí, le daba un plato de sopa caliente. Luego
mirándole los pies con los zuecos rotos y los pies llenos de heridas, se los curaba y
envolvía con trozos de paños.
Al mismo tiempo en una casa cercana vivía un hombre llamado Cecco, había
sido muy rico, pero lo había malgastado todo. La gente se burlaba de él y las
madres los presentaban a sus hijos como ejemplo de la fábula de la hormiga y la
cigarra.
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Aquel viejo se avergonzaba de tener que pedir y con frecuencia pasaba
hambre. Margarita cuando era de noche dejaba junto a la puerta una olla de sopa
caliente, Cecco iba a tomarla caminando en la oscuridad.
Amor-Razón
Margarita, enseñó a sus hijos a comportarse sin castigos físicos. Mas tarde en
el sueño de los 9 años la Virgen también se lo recuerda: “no con golpes sino con
mansedumbre”.
La vara en el rincón:
En un rincón de la cocina había una vara flexible. La madre no la usó nunca,
pero no la quitó de aquel rincón.
Un día Juan armó una trastada. Margarita señaló el rincón:
- Juan, ve a coger aquella vara.
El niño se retiró hacia la puerta:
- ¿Qué quiere hacer con ella?
- Tráemela y verás.
El tono era decidido, Juan la tomó y ofreciéndosela desde lejos:
- Usted quiere usarla en mi espalda…
- Y, ¿Por qué no, ni me armas estas trastadas?
- Mamá, no lo haré más.
En este momento (recuerda Don Bosco) la madre sonríe. No “tiene mal ceño”
no “permanece con los nervios tensos”, sonríe y sonríe tambien su hijo. Todo
vuelve a la distensión y a la serenidad en la casa.
La sed de dos hermanos
Un día de sol abrasador, Juan y José vuelven de la viña muertos de sed.
Margarita va al pozo, saca un cubo de agua fresca y con el cazo da de beber a José.
Juan (4 años) alarga el hociquito. Se siente ofendido por aquella preferencia.
Cuando su madre le ofrece de beber también a él, hace como que no la quiere.
Margarita no dice:
¡Pobre hijito mío, te he dejado último y tú muestras tus caprichos! No dice
nada. Lleva el cubo a la cocina y cierra la puerta, un momento después llega Juan:
- Mamá…
- ¿Qué?
- ¿No me da agua también a mí?
- Creía que no tenías sed.
- Perdón, mamá.
- Así está bien y le ofrece también el cazo con agua.
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Esta contemporaneidad de amor exigente y sereno es el primero de los
elementos educativos que permanecerán como plataforma estable en la base de la
personalidad de Don Bosco. Él no supo nunca por experiencia directa qué significa
tener contemporáneamente un papa y una mamá. Solo tuvo una fuente de amor,
maternal y paternal al mismo tiempo. Y llegó a ser él una fuente idéntica de amor
para sus muchachos: Un amor que se manifestaba contemporánea y alternativamente
como firmeza serena y alegría tranquilizadora, un amor paterno y materno.
Amor- Religión. “Forjadora de Creyentes”
En esta tarea, en la que descubre el sentido mismo de su vida, Margarita
manifestará sus dotes excepcionales: Su fe, su virtud, su saber hacer, su sabiduría de
campesina piamontesa y de verdadera cristiana llena del Espíritu Santo.
Fue una maravillosa catequista, porque aunque era analfabeta, había aprendido
de memoria el pequeño catecismo y los relatos más bellos de la Historia Sagrada.
Fue también una maravillosa iniciadora en la unión con Dios por medio de la
oración y los sacramentos. En su casa todos los días se rezaba el rosario. El
“Ángelus” se repetía tres veces al día y el domingo se vivía como la gran fiesta de la
semana. Años más tarde en el Oratorio ayudando a su hijo lo hacía con los
chiquillos.
El mejor homenaje que podemos hacerle es incorporar a nuestra vida, sus
“valores”, enriqueciendo nuestro ser cooperador para contribuir al
establecimiento del Reino de Dios.
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